Fuente: La República
Por Eloy Jáuregui
Periodismo e imaginación
Ricardo Palma fundó el lampo del nuevo periodismo en 1855. Lampo, igual a resplandor o brillo pronto y fugaz, como el del relámpago, que asalta al escritor. Palma, poeta, novelista y hombre de prensa, lo sabía y por eso no está atrapado en el raquítico canon nacional. Inclasificable, es un escritor transdisciplinario. Baste leer las tradiciones: “Los caballeros de la capa” o sus “Anales de la Inquisición de Lima”, de 1863. No obstante, J.M. Oviedo lo acusa de usar “una añorante alianza con el pasado” e incluso González Prada lo tilda de “un espíritu servil, un hombre de la colonia”. Es Mariátegui quien pone las cosas en orden en sus “Siete ensayos”, que “las tradiciones no pueden ser identificadas con una literatura de reverente y apologética exaltación de la Colonia y sus gustos”. Fin de la polémica.
Palma entre sus tropos reales y ficcionales funda también el contexto. El escenario escribal. Espacio de conflicto y tejido narrativo. Urdimbre entre historia e imaginarios tras medio siglo de flamante República sin democracia ni partidos. Soy audaz, Palma engendra la crónica. Debo citar los estudios de Susana Rotker (Caracas 1954-New Jersey 2000), autora de “La invención de la crónica” (Editorial FCE, México, 2001) y quien sostiene que “la crónica es la unión entre periodismo y ficción y, contra lo que proponen los defensores del nuevo periodismo estadounidense, nació de latinoamericanos como José Martí, Rubén Darío o Gutiérrez Nájera”. Afirmaba Rotke que “los líricos eran a la vez redactores y corresponsales, y sus textos en apariencia perecederos, escritos para el cierre de alguna edición de diario o revista, resultaron obras fundacionales en la escritura periodística latinoamericana”.
Ojo, me refiero no al “nuevo” sino al “otro” periodismo. Aquel que trabaja con la noticia pero utiliza las herramientas de la literatura, el cine, la música, la plástica, la arquitectura, la historia, la filosofía, la animación, el marketing, la publicidad, el twitter ¿Sigo? No. Amo a Hemingway como detesto a Mailer, pero en los dos hay estética periodística. Sin embargo, los gringos suelen creer que ellos lo inventaron todo. Se equivocan. Uno. No es cierto que periodismo y ficción resulten dos escrituras opuestas. Yo digo que son dos tejidos, uno ejecutado con mano virgen, la otra con dedo mañoso. Dos. Que Tom Wolfe, Truman Capote y Norman Mailer inventaron “El Nuevo Periodismo”. Rotke les mete un sopapo al afirmar que ese periodismo es de los albores del siglo XX.
Cierto, con el modernismo –que lejos de concentrarse en la poesía, abarca también la crónica–, los líricos, a la vez, eran redactores y comunicadores integrales. Así, en aquel tráfago supieron religar literatura y periodismo en su justa dosis. Lástima, Rotke omite el primer estadio de esta metaescritura que se arraiga en el Perú a mediados del siglo XIX. Olvida a Palma, Atanasio Fuentes, González Prada, Valdelomar y a Clorinda Matto y Mercedes Cabello. Remato. Un hombre de prensa hoy en el Perú debería recoger esta tradición oculta por la medianía de la coyuntura. No soy chauvinista. Mis “comentarios reales” son mis constructos virtuales. ¿Quién me desahuevó? Un señor que tenía nombre de mi colegio: Ricardo Palma.
Ricardo Palma fundó el lampo del nuevo periodismo en 1855. Lampo, igual a resplandor o brillo pronto y fugaz, como el del relámpago, que asalta al escritor. Palma, poeta, novelista y hombre de prensa, lo sabía y por eso no está atrapado en el raquítico canon nacional. Inclasificable, es un escritor transdisciplinario. Baste leer las tradiciones: “Los caballeros de la capa” o sus “Anales de la Inquisición de Lima”, de 1863. No obstante, J.M. Oviedo lo acusa de usar “una añorante alianza con el pasado” e incluso González Prada lo tilda de “un espíritu servil, un hombre de la colonia”. Es Mariátegui quien pone las cosas en orden en sus “Siete ensayos”, que “las tradiciones no pueden ser identificadas con una literatura de reverente y apologética exaltación de la Colonia y sus gustos”. Fin de la polémica.
Palma entre sus tropos reales y ficcionales funda también el contexto. El escenario escribal. Espacio de conflicto y tejido narrativo. Urdimbre entre historia e imaginarios tras medio siglo de flamante República sin democracia ni partidos. Soy audaz, Palma engendra la crónica. Debo citar los estudios de Susana Rotker (Caracas 1954-New Jersey 2000), autora de “La invención de la crónica” (Editorial FCE, México, 2001) y quien sostiene que “la crónica es la unión entre periodismo y ficción y, contra lo que proponen los defensores del nuevo periodismo estadounidense, nació de latinoamericanos como José Martí, Rubén Darío o Gutiérrez Nájera”. Afirmaba Rotke que “los líricos eran a la vez redactores y corresponsales, y sus textos en apariencia perecederos, escritos para el cierre de alguna edición de diario o revista, resultaron obras fundacionales en la escritura periodística latinoamericana”.
Ojo, me refiero no al “nuevo” sino al “otro” periodismo. Aquel que trabaja con la noticia pero utiliza las herramientas de la literatura, el cine, la música, la plástica, la arquitectura, la historia, la filosofía, la animación, el marketing, la publicidad, el twitter ¿Sigo? No. Amo a Hemingway como detesto a Mailer, pero en los dos hay estética periodística. Sin embargo, los gringos suelen creer que ellos lo inventaron todo. Se equivocan. Uno. No es cierto que periodismo y ficción resulten dos escrituras opuestas. Yo digo que son dos tejidos, uno ejecutado con mano virgen, la otra con dedo mañoso. Dos. Que Tom Wolfe, Truman Capote y Norman Mailer inventaron “El Nuevo Periodismo”. Rotke les mete un sopapo al afirmar que ese periodismo es de los albores del siglo XX.
Cierto, con el modernismo –que lejos de concentrarse en la poesía, abarca también la crónica–, los líricos, a la vez, eran redactores y comunicadores integrales. Así, en aquel tráfago supieron religar literatura y periodismo en su justa dosis. Lástima, Rotke omite el primer estadio de esta metaescritura que se arraiga en el Perú a mediados del siglo XIX. Olvida a Palma, Atanasio Fuentes, González Prada, Valdelomar y a Clorinda Matto y Mercedes Cabello. Remato. Un hombre de prensa hoy en el Perú debería recoger esta tradición oculta por la medianía de la coyuntura. No soy chauvinista. Mis “comentarios reales” son mis constructos virtuales. ¿Quién me desahuevó? Un señor que tenía nombre de mi colegio: Ricardo Palma.
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