martes, 6 de diciembre de 2011

Parra ganó el Cervantes



02 de dicembre de 2011
Poeta chileno. Es considerado una de las altas voces poéticas de Latinoamérica y del habla hispana. Creador de los cáusticos antipoemas, alcanzó el prestigioso galardón a los 97 años de edad.
El chileno Nicanor Parra, poeta y académico además de matemático y físico, uno de los grandes “antisistema” del universo poético, creador de la “antipoesía”, se llevó ayer el premio Cervantes, un galardón para el que era eterno candidato.
Hermano mayor de la mítica folclorista Violeta Parra, Nicanor Parra nació el 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico (Chile), por lo que tiene actualmente 97 años.
Creador de la llamada “antipoesía”, que revolucionó el lenguaje de los versos desafiando la tradición con el más crudo lenguaje cotidiano, es el único superviviente del trío más famoso de poetas chilenos con Pablo Neruda y Vicente Huidobro.
Licenciado en Ciencias Exactas y Físicas por la Universidad de Chile, después se especializó en Mecánica Avanzada en la Universidad Brown de Rhode Island (EEUU) y amplió en launiversidad de Oxford.
Compaginó los versos con la enseñanza. En 1996 dejó sus clases de Mecánica Teórica, al cabo de una docencia de 51 años en la Universidad de Santiago, donde fundó el Instituto de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ingeniería junto con otro poeta “todoterreno”, Enrique Lihn.
En el pasado fue profesor visitante de varias universidades estadounidenses, como las de Louisiana o Nueva York, unas estancias que aprovechaba para realizar lecturas poéticas.
Apasionado defensor de la democracia, en 1988 participó en su país en el Frente Amplio de Intelectuales por el No, que se constituyó con motivo del plebiscito de reafirmación convocado por el general Pinochet para ese año.
Se dio a conocer al público español en 2001, con la exposición Artefactos visuales, que reunió 267 mordaces “trabajos prácticos” del ciclo “Homenaje multidisciplinario Antiparra Productions”, un espacio de crítica a la etapa actual de consumo y globalización presentado en las capitales chilena y española con gran éxito.
Con el Premio Cervantes se ha querido reconocer la trayectoria de “toda una vida” dedicada a un género generalmente poco recompensado. Así lo destacó la ministra española de Cultura, Ángeles González-Sinde, tras hacer público ayer el fallo del jurado, que estuvo presidido por Margarita Salas, primera mujer que ocupa este puesto desde la creación del Cervantes, hace 36 años.
“Una vida dedicada a la poesía, a crear y a investigar nuevos lenguajes poéticos”, subrayó ministra española de Cultura, quien consideró que “la vocación de escribir poesía es muchísimo más exigente que la de otros géneros y muchas veces tiene pocas recompensas”.
Por eso, en su opinión, la concesión del Cervantes a Parra es un mensaje positivo para sus lectores y para otros poetas.
En su obra figuran títulos como Cancionero sin nombre, “Poemas y antipoemas”, La cuesta larga, Versos de salón, Obra gruesa, Antipoemas, Artefactos, Discursos de sobremesa y Obras completas I & algo.
En 2009 dedicó a la muerte de Mario Benedetti el siguiente “artefacto” poético: “A lo más que se puede aspirar/Es a dejar dos o tres frases en órbita/Que yo sepa don Mario dejó al menos una:/La muerte y otras sorpresas// ¡Señor mío, la frasecita!”.❧(Con información de EFE)
DatosPecuniario. El premio, uno de los más importantes de habla hispana, está dotado con 125 mil euros.
Hablará. El poeta no concede entrevistas  hace tiempo, pero  según su hija Colombina dice que está alegre y que pronto hablará.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Adiós a Natalia, mi amada inmortal


La Primera
03 de septiembre de 2011
 

César Lévano
César Lévano
cesar.levano@diariolaprimeraperu.com
He sido huérfano de padre y madre desde niño. Pero ahora soy más huérfano que nunca. Ayer me dejó Natalia, mi esposa de toda la vida, la delicada y hermosa flor que no sé cómo supo acompañarme y ayudarme siempre, en las buenas, en las malas y en las pésimas.

Ni siquiera cuando, con cuatro hijos a cuestas, estaba en la lista negra redactada en Palacio y no me daban trabajo, nunca jamás le escuché una queja, un reproche, una cólera. Era el retrato vivo de la mujer fuerte y dulce de nuestro pueblo.

Yo no puedo olvidar los años en que, siendo mi enamorada, me esperó hasta que saliera de la prisión en los tiempos del dictador Odría.

Por eso recuerdo ahora con más fuerza el día en que Juan Gonzalo Rose, recién llegado del destierro, me dijo:

“Voy a escribir un poema, pero no sobre ti, sino sobre la mujer que te esperó tantos años cuando estabas detrás de las rejas”.

Ignoro si Rose llegó a escribir tal poema; pero la idea lo muestra como era: poeta hasta las raíces del amor.

Al conjuro de esa remembranza aprovecho para transcribir aquí en homenaje a Natalia un soneto que ella me inspiró, que inscribí en la memoria, cuando estaba encerrado en una jaula de cemento y hierro, en el Panóptico, a pocos metros del Paseo de la República, por donde circulaban los tranvías.

Dice así:

El ruido pasajero de un tranvía
me hurta la almohada oscura de aquel silencio denso,
y en la celda, de los sayones ya vacía,
se llena de ciudad el aire intenso.

Viaja tal vez allí la amada mía
con ojos tristes que mejor ni pienso,
rodeada por la aureola de su melancolía.
Mal retiene su llanto el nervio tenso.

¡Oh, delicados tiempos que fuimos de las manos
paseando por las calles y los parques urbanos
y un tranvía llevaba tu risa y mi alegría!

Hemos sido felices como en cuentos y sueños,
Hemos sido tan claros, que éramos dos pequeños
Dando vueltas y vueltas en el mismo tranvía.

Penitenciaría de lima, febrero del 53.


Al poco tiempo de salir yo de la prisión, nos casamos. Era casi una irresponsabilidad edulcorada por el amor. Yo era un pobre aprendiz de periodista. Un cuarto de callejón en la calle Salitral del Rímac fue nuestro albergue nupcial durante meses, con un colchón tendido en el suelo, un primus y muchos libros regados encima de diarios.

Después, ella me ayudó a levantar el hogar en que hemos vivido con nuestros hijos, y en el que hemos compartido manjares, alegrías, dolores, amigos. Durante lustros, mi casa era una fiesta. Que lo digan Manuel Acosta, Carlos Hayre, Alicia Maguiña y otros muchos: Algunos de ellos compartirán el cielo con Natalia, si es que el cielo existe. Debería existir para acoger a seres como ella. Allí Pablo Casas, su tío, la acogería con una melodía que cantara la dulzura, la altivez, la divina fineza.

Natalia: seguiremos dando vueltas y vueltas en el mismo tranvía. 

martes, 9 de agosto de 2011

El Libro; Fabulosa Máquina


Fuente: El Malpensante

Boris Muñoz entrevista a Robert Darnton

Ahora que se ha vuelto un lugar común profetizar la muerte cercana del libro y pontificar sobre los milagros de la era digital, vale la pena escuchar la voz de un bibliófilo experto, con un ojo apuntando hacia la historia y otro hacia el futuro de esta fabulosa máquina.

Robert Darnton es un hombre de contrastes. Cuando se le ve caminar por el campus de Harvard University, casi siempre entre su oficina y alguna de las bibliotecas, parece evidente que es un profesor convencional: un viejo caballero que va siempre de traje y corbata cargando carpetas y archivos. Hay muchos académicos de Harvard que visten así, pero cuando quieren distinguirse aún más usan corbata de lazo, como si toda la mística profesoral y el debido respeto a la Liga de la Hiedra se concentraran en esa prenda. Eso les da autoridad, es cierto, pero también (para ser honestos) un aire monótono con aroma a naftalina. En cambio, el brillante, acucioso y prolífico historiador del libro vive en planos dinámicos y extremos que se retroalimentan alejándolo de lo convencional. Mientras en el pasado busca pistas y amarra cabos para entender cómo se ha desarrollado el libro y la cultura libresca, en el presente tiene que vérselas con el desafío de mantener vivo y en buena forma el gigantesco sistema de bibliotecas de Harvard, compuesto por más de 60 bibliotecas y más de 16 millones de volúmenes que, de acuerdo con la propaganda harvardiana, puestos uno tras otro equivalen a más de treinta kilómetros. Y la distancia crece minuto a minuto. Sin embargo es por el futuro que Darnton muestra una preocupación inusual.
 –¡Por fin lo lograste! –exclama cuando sale a mi encuentro en la escalera de la vieja casa donde está la oficina del director de la Biblioteca de Harvard, junto a uno de los arcos del yard que da hacia Massachusetts Avenue. Su expresión es inesperadamente cálida considerando el estándar de Nueva Inglaterra.
 –Google Maps me hizo perder a propósito para que llegara tarde –respondo sobreponiéndome a diez minutos de retraso.
Era cierto que al buscar la dirección de la oficina, Google Maps me había enviado al extremo opuesto del campus, al lado del gimnasio Hemenway.
 –No es ése justamente el lugar más intelectual de esta universidad –añadió con cuidada dicción.
La oficina de Darnton es más pequeña y menos tecno de lo que cabría imaginar. Tampoco está desbordada de libros, como se supone en un caso como el suyo. Pero sí, hay muchos libros. Llaman la atención los volúmenes empastados de mediano formato colocados en la pared del fondo. Se ve que han pasado por muchas manos a través de varios siglos. “Es mi colección de libros franceses del siglo XVIII”, dice alcanzando un tomo. Luego me pone en las manos una octavilla de trescientos años. Temo que se desintegre al tacto, pero el papel es grueso, fibroso, firme. Los libros de la oficina de Darnton no tienen el aire muerto de los libros en una biblioteca. Están a su manera vivos y esa vivacidad se debe a que siguen transmitiendo un significado, pese a su avanzada edad.
Predeciblemente, nuestra conversación girará en torno a los libros, pero no en un sentido tan predecible. Por ejemplo, en apenas dos meses se han vendido dos millones de iPad, artefacto con el que Macintoch espera competir con otros lectores electrónicos como el Kindle de Amazon. En su doble condición de historiador del libro y director de una de las mayores bibliotecas del mundo, no hay nadie mejor calificado que Darnton para hablar de los desafíos que enfrenta el libro hoy, cuando ya no debe vérselas solo con la radio y la televisión, sino con aparatos que buscan imponer una nueva forma de leer.
Hace pocos días usted confesó que ya no lee tantos libros como antes porque debe responder toneladas de correo electrónico. En una cultura cada vez más inclinada a lo digital eso no es extraño. Sin embargo, también dijo que para una lectura de placer prefiere la página impresa. ¿Podría profundizar en esa idea? Quiero decir, la lectura como placer y los libros como objetos de placer.

Mi respuesta me expone al peligro de sonar muy anticuado. Y quiero evitar ese riesgo asegurando que como director de la Harvard University Library estoy comprometido con todas las iniciativas digitales de las formas más variadas. De hecho, acabo de crear el Laboratorio de la Biblioteca para ponernos a la cabeza de las diversas técnicas y sacar el mejor provecho de las tecnologías modernas. De modo que soy un entusiasta de los medios electrónicos de información. Dicho esto, debo confesar que también soy un amante de los libros antiguos. Mira a tu alrededor... Tengo mi propia colección de libros franceses del siglo XVIII. Me encanta el papel viejo... tócalo. Puedes sentirlo. Se siente diferente. Huele diferente. Cuando lees un libro del siglo XVIII tienes una maravillosa sensación de contacto con el pasado. Así que también padezco de algo que los franceses llaman passeism, una fascinación por el pasado que me vuelve un passéist, alguien fijado en el pasado. Al mismo tiempo trato de ser un futurista, lo que puede sonar como una contradicción extrema, pero es divertido e interesante.

Gran parte de mis investigaciones tiene que ver con el rol del libro como fuerza de cambio en los inicios de la Europa moderna. Para entenderlo hay que estudiar el libro como un objeto físico: en panfletos, en octavillas, en volúmenes. Cada una de estas formas comunica un significado a través del papel, la tipografía, el diseño de la página y también por medio del frontispicio, las notas al pie, los apéndices. Todas esas técnicas que son conocidas como los paratextos. En mi último libro The Devil in the Holy Water or the Art of Slander[El demonio en el agua bendita o el arte de la difamación], un tratado de 700 páginas sobre los libros que atacaban figuras públicas como ministros, funcionarios y sus amantes en la Francia que va de Luis XIV hasta Napoleón, creo demostrar que esos libros eran bestsellers aunque estuviesen prohibidos. Lo que hago es ir a los archivos y leer tanto los libros prohibidos como los expedientes policiales sobre esos libros. No son libros caros; como nunca se consideraron alta literatura, se pueden encontrar en las librerías de viejo a precios módicos. Todo este rodeo es para responder a tu pregunta: encuentro que el contacto físico con libros de un pasado remoto es una verdadera inspiración. Trato de meterme en la mentalidad de las personas que leían esos libros hace trescientos años. No hay una máquina del tiempo que lo permita, pero si pescas las pistas en los mismos libros puedes comenzar a captar la actitud de los lectores. Luego buscas otras fuentes de información en diarios y documentos marginales, para confirmar las hipótesis que puedas tener. De modo que sí, amo los libros como objetos físicos.

No es un cliché comparar esta clase de pasión con el fetichismo.

No sé si sabes que hay un fabricante francés de libros electrónicos que hizo una investigación entre los lectores jóvenes de Francia, y lo primero que encontró es que a la gente le encanta el olor de los libros. Así que inventaron una suerte de banda que le pegas al aparato y desprende un olor a papel viejo mientras lees en la pantalla. Puede sonar ridículo pero es un ejemplo del apego que la gente tiene al códice, una invención contemporánea al nacimiento de Cristo. En lo personal, soy de los que creen que el códice como forma, es decir, como objeto que puedes hojear –pues está hecho de páginas, a diferencia del pergamino que es un libro que desenrollas–, es tan estupenda que ha sobrevivido más de dos mil años sin mayores cambios estructurales. De ahí el placer de leer libros: el sentido de contacto con el pasado y también la conveniencia de las cualidades físicas del códice.
 Hay un placer añadido en coleccionar libros. Eso es algo que aún no resuelve el formato electrónico.
 Los coleccionistas de libros son una especie muy particular. Aunque puede que en un futuro la gente coleccione mensajes electrónicos y e-books, algo que dudo, creo que esa consideración no constituye un argumento contra los libros, las publicaciones académicas y otras fuentes de información electrónicas. Insisto en la compatibilidad del libro impreso y el libro electrónico. Hay quienes argumentan que estamos en la era de la información y que todo debe ser digital. Eso es falso; no todo es digital ni debe serlo. No toda la información está disponible en línea y, paradójicamente, cada año se publican más libros en papel que el año anterior. Si bien creo que estamos en un período de transición hacia un futuro que será marcadamente digital, en nuestro presente la comunicación sigue definida, en buena medida, por lo impreso. Y pienso que eso es muy bueno, porque cada forma tiene ventajas específicas.
 Me gusta mucho una idea que leí en uno de sus libros: las bibliotecas de investigación, es decir, las bibliotecas universitarias, son lugares para preservar el pasado y acumular las energías del futuro. Sin embargo, vivimos en un mundo en que el conocimiento llega cada vez más por vía electrónica mientras se aleja de esos santuarios. ¿Cómo entender el papel de las bibliotecas en el mundo actual?
 Me temo que no estoy de acuerdo con que el conocimiento nos llega solo en línea. Quizás no dijiste “solo”, pero ése es mi punto. Vivimos en una era de medios mezclados, no solo la mezcla de lo electrónico y lo impreso, sino muchas otras mezclas como la del sonido y la imagen. Por ejemplo, una biblioteca de investigación como la de Harvard gasta millones de dólares en películas, grabaciones y recursos electrónicos. Vivimos en un mundo en el cual la información adopta distintas formas y las bibliotecas deben almacenar esa diversidad de soportes para ofrecer el servicio que tienen pautado. Eso no significa que las librerías vayan a dejar de comprar libros. Más allá de este tema, los formatos de información digital plantean serios problemas de preservación: los textos electrónicos son muy frágiles y su conservación es muy ardua. Un libro es una grandiosa máquina de conservación. Hasta que no resolvamos el problema de la conservación de los textos electrónicos, vamos a tener que imprimir los textos electrónicos importantes para estar seguros de que sobrevivirán. El mundo impreso y el mundo electrónico conviven en el mismo medio ambiente de información y debemos operar en el frente analógico y en el frente digital al mismo tiempo.
Qué piensa usted del contraste que hay entre las bibliotecas como lugares de la memoria y una sociedad marcada por la velocidad y la obsolescencia.
 Una de las debilidades de la sociedad norteamericana es su escasa profundidad del conocimiento del pasado. Los norteamericanos tienden a vivir en el futuro. En el contexto actual de la velocidad de las cosas, se puede decir que esa tendencia trae ventajas y desventajas. Muchos estadounidenses carecen de una educación adecuada en historia, por lo cual, al analizar los asuntos del presente, les falta la profundidad que generalmente ofrece el conocimiento histórico. No soy la clase de historiador que piensa que se pueden aprender lecciones del pasado, al menos lecciones que se puedan aplicar. Pero sí creo que el conocimiento da perspectiva. Y ése es el papel crucial de las bibliotecas. Ahora, ese papel lo desempeñan y desempeñarán no solo apilando libros, sino también ofreciendo recursos electrónicos de investigación. Frecuentemente la gente no comprende que las bibliotecas son los canales por donde llega toda clase de servicios y recursos electrónicos. Cuando una persona recibe un mensaje electrónico da por descontado el resto del proceso sin preguntarse cómo sucede. Esto pasa gracias a las bibliotecas. No solo porque proveemos los servicios electrónicos, sino también porque ayudamos a la gente a orientarse en este confuso mundo. La sensación de confusión crece todo el tiempo y necesitamos tener guías que nos ayuden a encontrar la información relevante para llegar a donde queremos. Eso les da tanta o más relevancia de la que tuvieron en el pasado.
Leer es un acto muy distinto para las generaciones pasadas que para quienes nacieron en la era digital.
No tengo mucho talento para predecir el pasado. Tampoco intención alguna de ser un profeta del futuro. El pasado nos ha enseñado, sin embargo, algunas cosas sobre la naturaleza de la lectura. Solemos dar por hecho el acto de la lectura y asumimos que siempre ha sido lo que nosotros hacemos al pasar la vista sobre un texto. Pero, en realidad, la lectura es un fenómeno largo y complejo. Siempre está en movimiento. Por eso, en cierta medida, los chicos que están acostumbrados a la pantalla desde que nacieron desarrollarán diferentes hábitos de lectura. Aunque no sé cuáles son esos hábitos, sé de estudios que sugieren que los jóvenes están perdiendo la familiaridad con la lectura de “tapa a tapa”, es decir, la lectura de un libro de principio a fin. Su umbral de atención suele ser más corto y tiendo a pensar que la información que consumen les llega en nuggets, no mediante formas más extensas de información, y también por otras vías diferentes del libro. De modo que si la lectura se convierte en una forma más entre una extensa gama de la información, esos jóvenes están en peligro de perder una habilidad importante. Es un problema. No estoy seguro de cómo lo resolveremos, pero creo que hay esperanza. No trato de sonar como un Jeremías porque creo que parte de la solución viene del avance tecnológico. Por ejemplo, la máquina que hace libros por demanda, una máquina que permite bajar un libro de internet e imprimirlo en cuatro minutos. Es un libro de tapas blandas con un precio bastante accesible, que suele ser menor a diez dólares. Así que puedes imprimir cualquier libro disponible en una base de datos que tiene millones de títulos. Esto implica el uso de tecnología para ampliar las posibilidades de lectura del libro en una de sus formas más tradicionales, tanto en las bibliotecas como en las librerías.
Usted es un promotor apasionado de la Ilustración. ¿Por qué, a su juicio, la Ilustración es un concepto importante para el futuro?
La palabra “Ilustración” tiene dos acepciones distintas. La primera describe un período concreto de la historia (en esencia, la época de los enciclopedistas en Europa) y, por supuesto, no podemos analizarla de manera simplista. La segunda acepción entiende que se trata de un conjunto de ideales que, de una forma u otra, permanencen vigentes. Entre otros, la idea de una comunicación abierta y libre. Los líderes de la Ilustración creían en la palabra impresa como una fuerza liberadora. Pensaban que si uno podía expresar argumentos racionales, los imprimía, los hacía circular y promovía su lectura, se estaba promoviendo la libertad de la gente a la vez que se atacaban los prejuicios asociados con frecuencia a la creencia irreflexiva en sistemas ortodoxos como el catolicismo. Pero su afán de libertad iba mucho más allá del catolicismo. También creían necesaria la liberación de las desigualdades del ser humano: del hombre sobre la mujer, de los nobles sobre los burgueses, de los terratenientes sobre los campesinos. El mundo de la modernidad temprana estaba asediado por las desigualdades. La Ilustración fue un desafío contra el sistema de privilegios en el acceso al conocimiento y la cultura. Con frecuencia, los pensadores de la Ilustración estaban en desacuerdo entre ellos; sin embargo, creían en el efecto liberador de la cultura impresa. Yo creo que es posible adaptar esa idea al mundo electrónico. Lo verdaderamente importante de la cultura electrónica es que permite el acceso masivo a todo tipo de conocimiento. Con esto no quiero negar la existencia del llamado digital divide. Mucha gente en los países en desarrollo y en Estados Unidos no tiene acceso a Internet. Pero el potencial para poner a todo el mundo en contacto con el conocimiento está ahí. Y creo que en los próximos diez años veremos una expansión del acceso a lugares donde hasta ahora la tecnología no ha llegado, mediante centros de acceso que permitirán alcanzar toda la literatura mundial. Éste es un ejemplo de cómo, en un mundo en el cual sigue existiendo la desigualdad, el tránsito a la cultura puede ser democratizado. Tengo gran esperanza en la función democratizadora de la tecnología y ése es, a mi juicio, uno de los ideales de la Ilustración.
En un ensayo, “E-Books and Old Books” (“Libros electrónicos y libros viejos”), usted dice que la profecía de McLuhan sobre la muerte del libro no se hizo realidad sino al contrario: cada vez se imprimen más libros. Sin embargo, aparatos como el Kindle o el iPad introducen un cambio sustancial y masivo en la lectura y en la idea de libro como objeto material. ¿No se nos acerca el futuro de McLuhan, aun cuando cada año se impriman más títulos? ¿Puede el libro como objeto prevalecer en esta nueva-nueva era de la información?
Ciertamente, el libro puede prevalecer. Será parte de un amplio rango de medios, pero siempre ha sido así. En mis investigaciones sobre el siglo xviii en Europa, he encontrado que los libros eran importantes vehículos de la Ilustración, pero las canciones eran igualmente importantes, por no mencionar el chisme y otras formas del intercambio oral. Hoy tenemos comunicación por Twitter, blogs y todo tipo de medios diferentes del libro tradicional. Eso no tiene sentido discutirlo. ¿Pero es ése el futuro de McLuhan? No lo creo. McLuhan se concentraba en la televisión y en la noción de “medios calientes” versus “medios fríos”. El mundo digital, que no existía cuando McLuhan escribió La galaxia Gutenberg, puede ser considerado un mundo de medios fríos en vez de un mundo de medios calientes, si uno quiere usar sus categorías. Con esto quiero decir que es un mundo que involucra a un lector que lee un texto, no importa si ese texto es un twitt o no. Eso es muy distinto al tipo de contenido que McLuhan pensó que resultaría de la relación entre la pantalla televisiva y el espectador. De hecho, muchas formas de la comunicación actual son interactivas. Por ejemplo, la Web 2.0, que es la comunicación mutua a través de internet, es muy diferente de lo que él tenía en mente. McLuhan es, sin duda, muy entretenido de leer, aunque muchos de mis estudiantes no tienen idea de quién fue. Sus libros siguen siendo muy interesantes, pero el avance tecnológico lo ha dejado simplemente fuera de onda.
Como director de una de las bibliotecas más importantes en el mundo, usted estuvo cerca del Google Book Search, el proyecto para crear la más grande biblioteca digital en el mundo. Pese al entusiasmo general alrededor de esa iniciativa, usted alertó acerca de distintos aspectos que harían peligrar el libre acceso al conocimiento y la información. ¿Podría explicar brevemente cuáles son los problemas con ese proyecto?
 Veníamos hablando del potencial democratizador de la tecnología. En ese sentido, una de las cosas que más admiro de Google es exactamente ésa. Su ambición es digitalizar, de acuerdo con lo que ellos mismos dicen, todos los libros del mundo. Obviamente, es imposible hacerlo, pero sí pueden digitalizar millones de libros. En este momento, tienen 12 millones de libros en su base de datos y todos los días siguen escaneando libros. Dentro de un año podrían alcanzar los veinte millones. Eso significa que aunque no puedan poner a disposición todos los libros del mundo, pueden ofrecer toda la literatura en inglés disponible en Estados Unidos. Las literaturas en otros idiomas podrían seguir esta tendencia. Es una idea noble, sin duda. Lo que me preocupa es que Google es una compañía comercial cuya primera misión es hacer dinero y responder a sus socios. No hay nada malo al respecto. Pero el objetivo de las bibliotecas es muy diferente. Eso lleva a una contradicción entre lo que se supone que hace una biblioteca y el propósito esencial de una compañía como Google. El asunto es si podemos resolver esta contradicción a través de algún tipo de compromiso. 
¿Cuál sería la manera de resolver esa contradicción?
Espero persuadir a Google de tomar su base de datos digital, compuesta por millones de libros, y transformarla en la National Digital Library. Por supuesto, debido a los derechos de autor, no podríamos hacerlo con libros que están actualmente en circulación, pero esta iniciativa incluiría todos los libros que son de dominio público y quizá muchos libros que están protegidos por derecho de autor pero se hallan fuera de circulación. Incluso, creo que se podría poner publicidad en estos libros digitales, pues de eso es de lo que realmente viven compañías como Google. Esto podría hacerlo sin lastimar a nadie, y ganándose el respeto y la admiración del público por su contribución al bien común. Sin embargo, Google no está lista para dar este paso y, de hecho, el acuerdo al que llegaron con los autores y los editores es apenas una forma de dividir la torta: 35% para Google y el restante 65% para los editores y autores. ¿Pero qué hay de los lectores y las bibliotecas? Hasta ahora no forman parte del acuerdo. De modo que si el acuerdo, como está, es aceptado por la corte donde ahora se discute –y pienso que no lo será–, Google Book Search puede determinar el futuro de los libros digitales. Como ves, es una apuesta muy fuerte. Por eso necesitamos garantías para evitar que se imponga un precio excesivo al acceso a las bases de datos digitales, pero también para protegernos de violaciones contra nuestra privacidad. Ya Google ha acumulado una inmensa cantidad de información sobre nosotros como individuos, que puede explotar. Imagínate cuando también sepa exactamente qué leemos. Ese elemento es muy poderoso cuando se lleva a la escala de una población entera. Y es solo uno de los muchos aspectos lamentables del acuerdo. No hablo por Harvard University, sino por mí. El acuerdo tiene el potencial real de democratizar el conocimiento, pero también podría crear una posición monopolística en el mundo de la información. Es un asunto demasiado importante, una potencial fuente de conflicto. Por eso siento que necesitamos resolverlo.

¿Es la democratización del conocimiento, en su opinión, un objetivo alcanzable en un mundo controlado en buena medida por las corporaciones privadas?
Pienso que sí, aunque puedo ser ingenuo: soy historiador y no un hombre de negocios. Cuando me ha tocado proponerle un proyecto a alguna empresa o institución, siempre me preguntan: “Bueno, dónde está su plan de negocios”. Yo respondo que soy un académico y no un empresario. Sin embargo, sé que tienen derecho a formular esa pregunta porque muchos de esos proyectos son grandes, complejos y costosos. El presupuesto de la Biblioteca de Harvard –que en realidad es una red con más de 60 bibliotecas– supera los 150 millones de dólares. Es una operación enorme, de modo que hay que llevarla de la manera más efectiva y económica posible. Así que me tomo muy en serio el hecho de que la realidad esté inmersa en el mundo de las corporaciones, pero eso no significa que no haya maneras concretas de hacer avanzar el bien común, pese a todos los intereses comerciales que lo rodean. Mi objetivo es crear en Estados Unidos esa National Digital Library que pueda poner todos los libros a disposición de todos los ciudadanos. Espero que llegue a ser una biblioteca internacional y forme parte de una red que ponga el conocimiento a disposición de todos. Suena utópico, lo sé. Pero creo que podemos crear la National Digital Library si persuadimos a Google, y a algunas fundaciones importantes de este país, de unirse en una coalición para digitalizar las grandes colecciones de libros, como la de Harvard o la Biblioteca Pública de Nueva York o la Librería del Congreso de Estados Unidos; de que financien la digitalización gradual de las colecciones completas pero haciéndolo de manera cuidadosa y apropiada, porque hasta ahora Google lo ha hecho como si fuera un buldózer cometiendo muchos errores. Esto puede llevar diez años, pero será algo para toda la humanidad. Además, estoy seguro de que no será excesivamente costoso. Se puede hacer, lo que falta es voluntad.

En su caso, parece ser cierto que es un entusiasta de la tecnología. Incluso tiene un libro electrónico.
He publicado un libro electrónico, he estado blogueando, he experimentado con artículos electrónicos y en este momento particular estoy escribiendo dos libros electrónicos. Uno de ellos me ha tomado mucho tiempo y tiene que ver con la publicación e intercambio de libros en la Francia del siglo XVIII. El otro ya está listo y será publicado en otoño por Harvard University Press. Es un libro acerca de canciones y poemas callejeros de París. En el fondo, es un estudio de la comunicación en sociedades orales. En las calles del París del siglo XVIII la gente tomaba las canciones del repertorio conocido y todos los días improvisaba nuevas letras para esas canciones viejas. Todo el mundo llevaba en su mente el mismo repertorio de canciones, de modo que cualquiera podía fácilmente escribir un verso relacionado con los temas de actualidad. Tengo pruebas al respecto porque la gente escribía los nuevos versos de las canciones en papeles y luego los transcribía en unos cuadernos de notas llamados cancioneros. Hay miles de estas canciones improvisadas en cancioneros que están disponibles en las grandes bibliotecas de investigación de París. Muchas de esas canciones, por ejemplo, hablan de crisis políticas, en particular de la crisis de 1749, cuando cayó el gobierno. Una de las cosas más peculiares era el sonido, es decir, el efecto musical de las canciones. Todas estaban escritas de acuerdo con la melodía, pero como esas melodías desaparecieron hace tiempo de la memoria colectiva de los franceses, nadie había escuchado las canciones. Sin embargo, gracias a una biblioteca especializada en música se pudo dar con las anotaciones musicales y reconstruir la melodía. Ahora, en París, una amiga mía, Elaine DuLavaud, que es cantante de cabaret, ha grabado las canciones con la música original. Con esto, el lector del libro podrá ir a su versión en línea y escuchar las canciones mientras lee la letra en francés y mi versión en inglés. Éste es un pequeño ejemplo, bastante sencillo, de cómo los medios impresos se pueden combinar con los medios electrónicos de nuevas maneras. Es como si pudiéramos escuchar el pasado, por así decirlo.




Su idea de un libro electrónico es la de un objeto que tiene muchas capas y que, en ese sentido, puede amplificar la lectura tradicional.
Sí, el otro libro que estoy preparando es mucho más complejo en esa medida, pues invita al lector a navegar a través de las notas y otras capas de significados e información. El lector puede sumergirse en niveles muy distintos de lectura. Por ejemplo, puede leer en un dispositivo como el Kindle o el iPad y acompañar esa lectura con una versión hecha en una máquina de impresión por demanda de un libro que contenga lo que le interesó a él, no a mí. La tecnología electrónica puede darle al lector un poder que lo vuelve mucho más activo a la hora de construir un argumento histórico.
 En ese sentido, usted parece un seguidor de Jorge Luis Borges y su biblioteca de Babel.
 Borges pensó en estas cosas hace mucho tiempo y se adelantó varias décadas a un fenómeno que nosotros apenas comenzamos a comprender.
 ¿Qué hace a los libros un artefacto de cultura tan duradero?
Parte de su indiscutible permanencia viene del hecho de que el libro es una máquina. Viene de la tecnología del códice. Es decir, es una máquina que comunica palabras de una manera muy efectiva, tanto antes como después de la invención de la imprenta. Los materiales con que ha sido hecho le dan una tremenda resistencia al tiempo. Este libro que tengo en mis manos tiene trescientos años y está en estupendo estado. Aunque el empastado pueda deteriorase más rápidamente, sus páginas aguantarán trescientos o cuatrocientos años más, lo que indica que los libros son el producto del desarrollo de una tecnología muy eficiente. La gente no piensa en eso y cree que los libros están ahí y punto. En segundo lugar, los libros pertenecen a nuestra cultura, están metidos en sus entrañas a tal punto que somos su hechura, somos culturas del libro. Hay que recordar que el códice acompañó la expansión del cristianismo, de modo que el libro está con nosotros desde el surgimiento del cristianismo. No estamos conscientes de cuán profundamente arraigados están los libros en nuestras vidas. El auge de la comunicación electrónica pareciera haber eclipsado esa familiaridad, dándonos lo que yo llamo una falsa conciencia sobre la naturaleza de la información y de la denominada sociedad de la información. Yo sostengo que toda sociedad ha sido una sociedad de la información. Solo que la información se transmitía en otras formas. 

Brevísimo manual para jóvenes editores


Por Andrea Palet
08 de agosto de 2011
Mucho muy lejos me hallo de poder contar experiencias como las de mi admirado Maxwell Perkins, pero ni siquiera ese verdadero Maxwell Smart se refirió nunca a su cuidadosa labor de zapa; lo que se sabe es por su correspondencia privada, hecha pública después de su muerte. El trabajo conjunto con un autor –el corte, pulido, escarmenado y musicalización de un original, la paternidad de las ideas, la organización de un conocimiento para transmitirlo por escrito– es de una intensidad y una intimidad tales que, como los secretos de familia, se resiente al ser expuesto a la luz del día. A la espera de la demencia senil que me hará contar lo que no debo y enseñar lo que no sé, entonces, vayan apenas unos consejos de buena fe para quien se inicia en este oficio de corte y confección invisible.
No todo merece ser un libro. Huye del amigo o la tía con una historia alucinante que cree que debería contar en un libro. No temas desafiar al académico cuyo texto abstruso, árido y tecnicista solo refleja su incapacidad de comunicar. Un blog exitoso puede ser un desastre editorial: el libro supone un modo de recepción que no se ajusta automáticamente a cualquier contenido. Pero también, hoy que todo lo sólido se desvanece en el aire, que un libro pueda existir esencialmente para siempre le confiere una forma de dignidad que sería bueno considerar al momento de evaluar proyectos fugaces y banales.
Un fondo transparente. Tal como para proyectar una película casera buscamos una sábana clara y lisa, el texto debe presentarse limpio y sin obstáculos; los errores son como piedritas o peñascos que adelgazan la confianza y alteran la concentración. Los autores no los ven, y a veces los lectores tampoco, pero la belleza de un libro no es la misma si la muy premiada tipografía no se lee bien, si Juanita se llamaba Adela cien páginas atrás, si los cortes de palabras nos chirrían al oído, si los números no suman, si dice loza cuando debe decir losa, o si una transición simple no se explica sino como un olvido o un milagro en el estado actual de la ciencia.
El zurcidor japonés. Los buenos zurcidores reparan los desgarros con los mismos hilos de la tela original; solo así el resultado es límpido y no se nota la costura. A menos que estés a cargo de una aburrida enciclopedia de arte en fascículos o algo así, reescribe o reemplaza con giros o estructuras que no sean ajenos al estilo ni a la sensibilidad del escritor. Acostumbrar el oído al fraseo ajeno no es tan fácil como suena, pero hay que hacerlo.
Conocer para ignorar. Las normas gráficas y de estilo tienen un sentido y una tradición que obligatoriamente hay que conocer: se trata de mecanismos sofisticados que se están perdiendo en el mar de vulgaridad que nos aplasta. Pero, como dice Kundera en Los testamentos traicionados a propósito de la traducción: “El traductor se considera el embajador de esa autoridad [la del estilo común, del buen francés, el buen español, etc.] ante el autor extranjero. Pero todo autor de cierta valía transgrede el gran estilo, y es en esa transgresión donde se encuentra la originalidad y por lo tanto la razón de ser de su arte”. El español neutro no existe; importan la variedad, el registro personal y local. Y también esa cualidad inefable que es el modo como suenan las palabras según el lugar que ocupen en la página: no es lo mismo “buenos días, tristeza” que “tristeza, buenos días”. Recuerda la marca gloriosa de Miguel de Unamuno a un corrector demasiado apegado a la norma: ¡Ojo!, había escrito el corrector; ¡Oído!, puso encima Unamuno.
Leerlo todo, saberlo todo. La historia del insulto es tan importante como la historia de Roma. Hay que leer las novelas de Corín Tellado. Si crees que el creacionismo tiene que ver con el arte, estamos mal. Al leer enteras las Páginas Amarillas surge un mundo de oficios y actividades que ni siquiera sospechabas que existían. Los horarios de ciertos trenes europeos son un prodigio de edición. Supongo que sabes quién es Andrew Wylie, el que nos niega en el epígrafe. Supongo que lees sesenta, ochenta, cien libros al año. Supongo que se entiende la idea. La única herramienta indispensable del editor es su cabeza, pero debe estar bien amueblada, y eso no se consigue únicamente con literatura sino con una curiosidad interminable.
¿Cómo lo sabe? ¿Comparado con qué? Estas dos preguntas deberían estar en un post-it mental del editor de no ficción. La primera justifica todo el aparato crítico o las notas y bibliografías, para empezar, y la segunda es la base de toda argumentación plausible, que no te enrede en los meandros de una palabrería pirotécnica y jugosa desplegada como un manto sobre su debilidad estructural. Se discute si el editor debe compartir la culpa con el autor de un ensayo lleno de falacias o falsedades: algunos creen que no, yo creo que sí.
Respeta a tus mayores (y menores). Ser educado no solo significa haberte leído tus rusos o tus románticos alemanes a la más tierna edad. Cada marca roja sobre el papel es un “te equivocaste” que al autor le duele; ese dolor puede enmascararse de diversas formas y, sí, los escritores suelen ser imbancables, pero no pierdas de vista que él es el padre de la criatura. Para presionar e imponerse en buena lid hay que estar muy bien preparado y ser riguroso, y la palabra clave es siempre “persuasión”.
¿Cuál es la patria del editor? ¿A quién se debe en último término? El reverso de la recomendación anterior es que tu compromiso debería ser con el lector y el futuro de la obra, no con el autor. El escritor no es un dios; si actúa como tal es simplemente un hombre o una mujer echados a perder. La admiración y, peor, la reverencia por el artista suelen ser malas consejeras en tu trabajo. Si no hubiera sido por su editor, El gran Gatsby se habría titulado, ajj, Trimalchio en West Egg. Si no hubiera sido por Gordon Lish, nadie se acordaría de Raymond Carver. Nunca pierdas de vista el bien social que significa editar y publicar libros, y que cada texto pide una envoltura, un tono y un formato que el autor no necesariamente ve con tanta claridad como tú.
Temple de acero. El talento, la ansiedad y la vanidad son los materiales altamente explosivos con que trabajamos a diario, y para lidiar con ellos no se ha inventado todavía un kevlar que recubra sin dolor nuestros sentimientos. Se ha sabido de casos en que el escritor profesa una sincera gratitud por su editor; incluso hay quienes han manifestado esa gratitud y aun admiración por escrito, aunque cuanto más meloso el reconocimiento más probable es que el editor apenas haya tocado los originales del bendito, le haya hecho caso en todas sus terquedades y le haya pintado un paisaje plagado de premios, ventas y congratulaciones. (Excepcional es Historia de una novela, donde Thomas Wolfe cuenta cómo Max Perkins convirtió en El ángel que nos mira las miles de hojas sueltas que el gigantón le pasó en unas cajas de madera, y cómo el gran editor de Scribner’s le sugirió el tema y la estructura de Del tiempo y el río.) Para contar con los dedos de la mano esos casos, sin embargo, bastará con una desmedrada tertulia de mancos. El reverso de la medalla, escritores despotricando contra los carniceros mala clase que les habrían tocado de editores (como en El simple arte de escribir, de Raymond Chandler), es en cambio más corriente, por el efecto del tercer material explosivo ante todo. Mejor, para tu salud mental, evocar de cuando en cuando las palabras de tu abuelita consolándote de algún tierno chichón de la infancia: “El mundo no es justo, querido mío”.
Sé una digna sombra. La cualidad número uno del editor respetable es la capacidad de quedarse inmensamente callado. Responsabilidad, tacto, oído y un punto de vista personal son indispensables también, pero, precisamente porque cuesta mucho, saber quedarse callado tiene un punto de decencia o nobleza añadido, si es que le atribuimos nobleza a la dificultad. Es duro ser una sombra, y ni siquiera eso te lo van a agradecer, pero si eres editor es porque te gustan los libros, leerlos, tocarlos, rodearte de ellos, pensarlos, crearlos: bien, ésa y no otra ha de ser tu callada recompensa.

viernes, 29 de abril de 2011

...Y tendrá tus ojos


Fuente La República

21 de septiembre de 2008


Kolumna | Okupa



Cesare Pavese: il miglior fabbro, el más bueno, el más frágil, el que re-inventó la poesía épica con protagonistas mujeres, el que se enamoró más de la cuenta, el que se perdió en la selva umbría a la mitad del camino de su vida, el que sabía que "un clavo saca a otro clavo, pero cuatro clavos forman una cruz".
Cesare Pavese: il miglior fabbro, el más bueno, el más frágil, el que re-inventó la poesía épica con protagonistas mujeres, el que se enamoró más de la cuenta, el que se perdió en la selva umbría a la mitad del camino de su vida, el que sabía que "un clavo saca a otro clavo, pero cuatro clavos forman una cruz". Ese es el primer muerto del que me enamoré en mi vida.
Por la calle nadie revela jamás la pena que le roe la vida…
Por: Rocío Silva Santisteban.

¿Puede alguien enamorarse de quien ha muerto muchos años antes de su propio nacimiento? Pues yo he pasado por ese trance: de hecho uno de mis primeros amores fue un hombre tímido, de anteojos como armaduras, de modales extraños, flaco y alto y feo, extremadamente nervioso, de ideas fijas y amores contrariados, que gustaba hablar de las mujeres fuertes, prostitutas generalmente, que se levantan solas por la mañana y beben un desayuno frugal, y sueñan que el amante de la noche anterior las sacará de la mala vida. Ese hombre, muerto trece años antes de mi propio nacimiento, hubiera cumplido el 9 de setiembre que acaba de pasar la imposible edad de cien años. Ese hombre se suicidó en un hotel de su tierra natal, en Turín, Italia, un domingo 27 de agosto de 1950: sufría, el hombre sufría demasiado por las nimiedades de una rutina solitaria, y la muerte, que tenía tus ojos, llegó para instalarse en su cuerpo y empezar a corromperlo.
Cesare Pavese: il miglior fabbro, el más bueno, el más frágil, el que re-inventó la poesía épica con protagonistas mujeres, el que se enamoró más de la cuenta, el que se perdió en la selva umbría a la mitad del camino de su vida, el que sabía que "un clavo saca a otro clavo, pero cuatro clavos forman una cruz". Ese es el primer muerto del que me enamoré en mi vida.
El centenario del nacimiento de Cesare Pavese, el mio amore, mi padre literario, mi amante imposible, ha pasado totalmente desapercibido para la piccola escena literaria local. La ignorancia ha tenido, felizmente, algunos puntos de resistencia como la columna de Alonso Cueto, pero no he leído un artículo que pueda realmente rendirle homenaje como, de alguna manera, sí se ha realizado con otros autores como la misma Simone de Beauvoir este año que también cumple cien de nacida. De hecho, claro está, Pavese no representa un giro en el pensamiento occidental, pero sí, y esto es necesario divulgarlo, una visión completamente diferente del trabajo escriturario: en poesía con su colección titulada Trabajar cansa, en narrativa con sus historias hiperdetallistas, narradas con secuencias de ambigüedad extrema, y en sus diarios personales, cuya versión no censurada se ha publicado en español sólo hace pocos años. Pavese fue además un traductor muy intenso, quien introdujo la narrativa más importante en lengua inglesa al italiano, y un divulgador de autores como Melville, Poe, Hemingway, Fitzgerald, entre otros.
Italo Calvino, uno de sus discípulos, exégeta y amigo, ha publicado la versión completa de sus poesías reunidas, incluyendo el hermoso conjunto de poemas dedicado a la actriz norteamericana Constance Dowling titulado Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Al parecer Pavese había dejado los textos mecanografiados en un cajón de su escritorio en su despacho de la editorial Einaudi, donde trabajó al final, listos para ser entregados a la imprenta: "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos/ esta muerte que nos acompaña/ de la mañana a la noche, insomne,/ sorda, como un viejo remordimiento/ o un vicio absurdo…"
Pero estos dramáticos versos no son, en realidad, los que conforman su propuesta más definida. Por el contrario, esta intensidad ha sido el producto de una licencia que el propio poeta se ha otorgado en momentos previos a su auto-eliminación. Pues en realidad su propuesta poética, de alguna manera recogida en el Oficio de Poeta, una serie de apuntes que Italo Calvino también editó, plantean básicamente recoger "retratos" de gente común para convertirlos en íconos épicos de los proletarios del mundo, de los hombres y mujeres de a pie, cuyas vidas son ejemplares en la medida que sobreviven a la injusticia del mundo, a la inequidad de la tierra, a la postergación de los Estados y de todas las economías.
Pavese pudo retratar con increíble fuerza y naturalidad los escenarios imprescindibles para hablar de esas putas que en realidad son obreras del amor ("Esta noche regreso como mujer, vestida de rojo/ –aquellos hombres que me sonríen por la calle no saben/ que ahora estoy tendida aquí, desnuda–, regreso vestida/ a recoger sonrisas. Aquellos hombres no saben/ que esta noche tendré caderas vigorosas bajo el vestido rojo/ y seré otra mujer…"), de esos hombres que buscan por la calle una mujer que les haga compañía ("El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,/ tiene una mujer que es suya –que hasta ayer fue suya./ Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra,/ y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra,/ esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados…"), o de esos amantes obreros, empleados, que deben encontrar un hueco en el tiempo para desatarse las ganas ("Los dos, ante una mesita, se miran a la cara/ por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar (…) De vez en cuando, él piensa en el inútil día/ de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer (…) Si con su piel le toca la pierna, bien sabe/ que mutuamente se envían miradas de sorpresa/ y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres/ que pasan/ no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos/ se desnudarán con un hombre. O es que acaso las mujeres/ sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada").
Se ha dicho, asimismo, que Cesare Pavese era ciertamente misógino por algunas de las entradas de su diario o comentarios como estos: "Lo que distingue al hombre del niño es el saber dominar a una mujer. Lo que distingue a una mujer de una niña es el saber explotar a un hombre" (Oficio de Vivir, 20-8-40) o "Las mujeres son un pueblo enemigo como el pueblo alemán"(8-10-47). Sin embargo, si escarbamos un poco más, nos daremos cuenta de que estos comentarios aparecen precisamente en los momentos de mayor inquietud ante los devaneos de sus amantes, y como le escribe a Tina, ese amor por el cual estuvo en la cárcel: "Te quiero, cariño, y te odio, para mí eres como el aire que respiro, si me faltas te maldigo lo mismo que un ahogado; me duele físicamente estar lejos de ti; para mí no eres una mujer, sino la existencia misma…". (O de V. 26-3-38).
Pero, en realidad, su relación con las mujeres fue de una pasión desbordada, que no sabía manejar por su ansiedad, que no podía controlar por su inexperiencia y su melancolía. Leyendo su diario una puede entender esa relación: "¿Para qué ha servido ese largo amor? Para descubrir todas mis taras, para probar mi temple y juzgarme. Veo ahora el porqué de mi aislamiento hasta el año 34. Sentía inconscientemente que para mí el amor sería esta carnicería (…) nadie habría soportado durante nueve meses un desgarramiento semejante. Ni ella que tanto habla: otro –cualquiera– a estas horas ya la habría matado". (O de V, 26-3-38).
La pasión desbordada con la cual asumía todas las tareas de su vida, inclusive su militancia comunista, era mucho más exacerbada ante las pasiones de la carne que se convierten, por esas comisuras de la cultura, en lo que algunos llaman amor. Como el otro César, Moro, Pavese deja en claro en su diario esta necesidad del ser humano de sufrir para realmente poder decir que ha existido. No se trata, por cierto, de una apología del sufrimiento, sino de una lucidez para asumir todas las condiciones, incluso las más desesperadas, de la vida: "La ofensa más atroz que se puede inferir a un hombre es negarle que sufra" (O de V, 5-10-1938).
Sin embargo, así como reconoce con lucidez todos los aspectos de la vida, otro de los grandes aportes de la poesía de Pavese es la construcción de una serie de mujeres fuertes como protagonistas. En los poemas "Pensamientos de Deola", "Pensamientos de Dina", "Un recuerdo", entre otros, las mujeres son representadas como fuertes, a pesar de dedicarse a la prostitución, como mujeres arrogantes, erguidas, que luchan a brazo partido por su propia libertad, mujeres trabajadoras que plisan sus faldas luego de gozar con sus hombres en la playa, que no le temen al que dirán, que no se dejan reducir por la culpa, sino que viven a sus anchas, incluso con absurdas fantasías que las mantienen vivas a pesar de la dureza de sus vidas.
De hecho uno de los poemas que más ha influenciado en mi propia vida es "Un recuerdo", pues se trata del reconocimiento, de parte de una mirada masculina, de la soltura de una mujer que seduce, se deja seducir, goza libremente, y se enamora aunque sufra, porque sabe que la vida debe vivirse con intensidad y altura.
Este poema lo leí por primera vez en 1987, en Buenos Aires, cuando en la librería El Ateneo me trajeron el hermoso libro de poesía de Pavese que aún llevo conmigo. El libro, cuyas páginas ahora ya están manchadas, rotas –mi hija en un rapto de celos, a los dos años, le rompió varias– y pegadas por los obreros de El Comercio que trabajaban en la sección de "pegoteros" que ahora ya no existe, es uno de los objetos más preciados que tengo y he tenido. Lo leo, lo releo, lo aprendo de memoria, aprendo algunos versos en italiano aunque no sepa italiano ni cómo pronunciarlo, y realmente me encanta encontrar en estos poemas una atmósfera de calma narrando las duras cotidianidades de los hombres y mujeres pobres de la región campesina del Piamonte.
Para ilustrar mejor este enamoramiento radical post mortem dejo aquí con ustedes este poema:
Un recuerdoNo hay hombre que logre dejar huellaen esa mujer. Lo que fue se desvanece en un [sueñocomo una calle por la mañana, y no queda [más que ella (…)si no fuese por su frente, fruncida por un [momentoparecería estupefacta. Las mejillas le sonríenen cada ocasión.Se abre su recio cuerpo, su mirada agavilladaa una voz queda y algo ronca: una vozde hombre cansado. Y ningún cansancio la [toca (…)Si alguien mira su boca, entorna los ojos expectantenadie cedería a su ímpetumuchos hombres conocen su ambigua [sonrisao el inesperado frunce. Si hubo algunoque la conoció quejumbrosa, humillada de [amorlo paga un día tras otro, ignorado por quienvive ella la hora presente.Sonríe ella solasu más ambigua sonrisa al andar por la calle.

La misión del escritor


Reproducido en Muladar News

Dis­curso cata­lo­gado como el más bri­llante pro­nun­ciado por Albert Camus cuando se le entregó el Pre­mio Nóbel de Lite­ra­tura en Esto­colmo, en 1958


Albert Camus

Al reci­bir la dis­tin­ción con que vues­tra libre aca­de­mia ha que­rido hon­rarme, mi gra­ti­tud es tanto más pro­funda cuanto que mido hasta qué punto esa recom­pensa excede mis méri­tos personales.
Todo hom­bre, y con mayor razón todo artista, desea que se reco­nozca lo que él es o quiere ser. Yo tam­bién lo deseo. Pero al cono­cer vues­tra deci­sión me fue impo­si­ble no com­pa­rar su reso­nan­cia con lo que real­mente soy. ¿Cómo un hom­bre casi joven toda­vía rico sólo de dudas, con una obra ape­nas en desa­rro­llo, habi­tuado a vivir en la sole­dad del tra­bajo o en el retiro de la amis­tad, podría reci­bir, sin cierta espe­cie de pánico, un galar­dón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de ánimo podría reci­bir ese honor al tiempo que, en tan­tas par­tes, otros escri­to­res, algu­nos entre los más gran­des, están redu­ci­dos al silen­cio y cuando, al mismo tiempo, su tie­rra natral conoce ince­san­tes desdichas?
Sin­ce­ra­mente he sen­tido esa inquie­tud y ese males­tar. Para reco­brar mi inquie­tud y este males­tar. Para reco­brar mi paz inte­rior me ha sido nece­sa­rio ponerme a tono con un des­tino harto gene­roso. Y como me era impo­si­ble igua­larme a él con el sólo apoyo de mis méri­tos, no ha lle­gado nada mejor, para ayu­darme, que lo que me ha sos­te­nido a lo largo de mi vida y en las cir­cuns­tan­cias más opues­tas: la idea que me he for­jado de mi arte y de la misión del escri­tor. Per­mi­tidme que, aun­que sólo sea en prueba de reco­no­ci­miemto y amis­tad, os diga, con la sen­ci­llez que me sea posi­ble, cuál es esa idea.
Per­so­nal­mente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el con­tra­rio, si él me es nece­sa­rio, es por­que no me separa de nadie y que me per­mite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diver­sión soli­ta­ria. Es un medio de emo­cio­nar al mayor número de hom­bres ofre­cién­do­les una ima­gen pri­vi­le­giada de dolo­res y ale­grías comu­nes. Obliga, pues al artista a no ais­larse; muchas veces he ele­gido su des­tino más uni­ver­sal. Y aque­llos que muchas veces han ele­gido su des­tino de artis­tas por­que se sen­tían dis­tin­tos, apren­den pronto que no podrán nutrir su arte ni su dife­ren­cia sino con­fe­sando su seme­janza con todos.
El artista se forja en ese per­pe­tuo ir y venir de sí mismo a los demás; equi­dis­tan­tes entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comu­ni­dad, de la cual no puede des­pren­derse. Por eso los ver­da­de­ros artis­tas no des­de­ñan nada; se obli­gan a com­pren­der en vez de juz­gar, y sin han de tomar un par­tido en este mundo, este sólo puede ser el de una socie­dad en la que según la gran frase de Nietzs­che, no ha de reinar el juez sino el crea­dor, sea tra­ba­ja­dor o intelectual.
Por lo mismo, el papel del escri­tor es inse­pa­ra­ble de difí­ci­les debe­res. Por defi­ni­ción, no puede ponerse al ser­vi­cio de quie­nes hacen la his­to­ria, sino al ser­vi­cio de quie­nes la sufren. Si no lo hiciera, que­da­ría solo, pri­vado hasta de su arte. Todos los ejér­ci­tos de la tira­nía, con sus millo­nes de hom­bres, no le arran­ca­rán de la sole­dad, aun­que con­sienta en aco­mo­darse a su paso y, sobre todo, si lo con­sin­tiera. Pero el silen­cio de un pri­sio­nero des­co­no­cido, basta para sacar al escri­tor de su sole­dad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los pri­vi­le­gios de su liber­tad, no olvi­dar ese silen­cio, y trata de reco­gerlo y reem­pla­zarlo para hacerlo valer mediante todos los recur­sos del arte.
Nin­guno de noso­tros es lo bas­tante grande para seme­jante voca­ción. Pero en todas las cir­cuns­tan­cias de su vida, obs­curo o pro­vi­sio­nal­mente céle­bre, ahe­rro­jado por la tira­nía o libre de poder expre­sarse, el escri­tor puede encon­trar el sen­ti­miento de una comu­ni­dad viva, que le jus­ti­fi­cara a con­di­ción de que acepte, en la medida de lo posi­ble, las dos tareas que cons­ti­tu­yen la gran­deza de su ofi­cio: el ser­vi­cio de la ver­dad y el ser­vi­cio de la liber­tad. Y pues su voca­ción es agru­par el mayor número posi­ble de hom­bres, no puede aco­mo­darse a la men­tira y a la ser­vi­dum­bre que, donde reinan, hacen pro­li­fe­rar las sole­da­des. Cua­les­quiera que sean nues­tras fla­que­zas per­so­na­les, la nobleza de nues­tro ofi­cio arrai­gará siem­pre en dos impe­ra­ti­vos difí­ci­les de man­te­ner: la nega­tiva a men­tir res­pecto de lo que se sabe y la resis­ten­cia a la opresión.
Durante más de veinte años de una his­to­ria demen­cial, per­dido sin recurso, como todos los hom­bres de mi edad, en las con­vul­sio­nes del tiempo, sólo me ha sos­te­nido el sen­ti­miento hondo de que escri­bir es hoy un honor, por­que ese acto obliga, y obliga a algo más que a escri­bir. Me obli­gaba, esen­cial­mente, tal como yo era y con arre­glo a mis fuer­zas, a com­par­tir, con todos los que vivían mi misma his­to­ria, la des­ven­tura y la espe­ranza. Esos hom­bres –naci­dos al comienzo de la pri­mera gue­rra mun­dial, que tenían veinte años a tiempo de ins­tau­rarse, a la vez, el poder hitle­riano y los pri­me­ros pro­ce­sos revo­lu­cio­na­rios, y que para poder com­ple­tar su edu­ca­ción se vie­ron enfren­ta­dos luego a la gue­rra de España, la segunda gue­rra mun­dial, el uni­verso de los cam­pos de con­cen­tra­ción, la Europa de la tor­tura y las pri­sio­nes –se ven obli­ga­dos a orien­tar sus hijos y sus obras en un mundo ame­na­zado de des­truc­ción nuclear. Supongo que nadie pre­ten­derá pedir­les que sean opti­mis­tas. Hasta que llego a pen­sar que debe­mos ser com­pren­si­vos, sin dejar de luchar con­tra ellos, con el error de los que, por un exceso de deses­pe­ra­ción, han reivin­di­cado el dere­cho y el des­ho­nor y se han lan­zado a los nihi­lis­mos de la época. Pero sucede que la mayo­ría de noso­tros, en mi país y en el mundo entero, han recha­zado el nihi­lismo y se con­sa­gran a la con­quista de una legi­ti­mi­dad. Les ha sido pre­ciso for­jarse un arte de vivir para tiem­pos catas­tró­fi­cos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara des­cu­bierta, con­tra el ins­tinto de muerte que se agita en nues­tra historia.
Indu­da­ble­mente, cada gene­ra­ción se cree des­ti­nada a reha­cer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrías hacerlo, pero su tarea es quizá mayor. Con­siste en impe­dir que el mundo se des­haga. Here­dera de una his­to­ria corrom­pida en la que se mez­clan revo­lu­cio­nes fra­ca­sa­das, las téc­ni­cas enlo­que­ci­das, los dio­ses muer­tos y las ideo­lo­gías exte­nua­das; en la que pode­res medio­cres, que pue­den des­truirlo todo, no saben con­ven­cer; en que la inte­li­gen­cia se humi­lla hasta ponerse al ser­vi­cio del odio y de la opre­sión, esa gene­ra­ción ha debido, en sí misma y a su alre­de­dor, res­tau­rar, par­tiendo de sus amar­gas inquie­tu­des, un poco de lo que cons­ti­tuye la dig­ni­dad de vivir y de morir. Ante un mundo ame­na­zado de desin­te­gra­ción, en el que nues­tros gran­des inqui­si­do­res arries­gan esta­ble­cer para siem­pre el impe­rio de la muerte, sabe que debe­ría, en una espe­cie de carrera loca con­tra el tiempo, res­tau­rar entre las nacio­nes una paz que no sea la de la ser­vi­dum­bre, recon­ci­liar de nuevo el tra­bajo y la cul­tura y recons­truir con todos los hom­bres una nueva Arca de la alianza. No es seguro que esta gene­ra­ción pueda al fin cum­plir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la man­tiene, su doble apuesta en favor de la ver­dad y de la liber­tad y que, lle­gado al momento, sabe morir sin odio por ella.
Es esta gene­ra­ción la que debe ser salu­dada y alen­tada donde quiera que se halla y, sobre todo, donde se sacri­fica. En ella, seguro de vues­tra segura apro­ba­ción, qui­siera yo decli­nar hoy el honor que aca­báis de hacerme.
Al mismo tiempo, des­pués de expre­sar la nobleza del ofi­cio de escri­bir, que­rría yo situar al escri­tor en su ver­da­dero lugar, sin otros títu­los que los que com­parte con sus com­pa­ñe­ros de lucha, vul­ne­ra­ble pero tenaz, injusto pero apa­sio­nado de jus­ti­cia, rea­li­zando su obra sin ver­güenza ni orgu­llo, a la vista de todos; atento siem­pre al dolor y la belleza; con­sa­grado, en fin, a sacar de su ser com­plejo las crea­cio­nes que intenta levan­tar, obs­ti­na­da­mente, entre el movi­miento des­truc­tor de la historia.
¿Quién, des­pués de esos, podrá espe­rar que el pre­sente solu­cio­nes ya hechas y bellas lec­cio­nes de moral? La ver­dad es mis­te­riosa, hui­diza, y siem­pre hay que tra­tar de con­quis­tarla. La liber­tad es peli­grosa, tan dura de vivir como exal­tante. Debe­mos avan­zar hacia esos dos fines, penosa pero resuel­ta­mente, des­con­tando por anti­ci­pado nues­tros des­fa­lle­ci­mien­tos a lo largo de tan dila­tado camino. ¿Qué escri­tor osa­ría, en con­cien­cia, pro­cla­marse pre­di­ca­dor de vir­tud? En cuanto a mí, nece­sito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renun­ciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he cre­cido. Pero aun­que esa nos­tal­gia expli­que muchos de mis erro­res y de mis fal­tas, indu­da­ble­mente me ha ayu­dado a com­pren­der mejor mi ofi­cio y tam­bién a man­te­nerme, deci­di­da­mente, al lado de todos esos hom­bres silen­cio­sos, que no sopor­tan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de bre­ves y libres momen­tos de feli­ci­dad y espe­ranza de vol­ver­los a vivir.
Redu­cido así a lo que real­mente soy, a mis ver­da­de­ros lími­tes, a mis deu­das y tam­bién a mi fe difí­cil, me siento más libre para des­ta­car, al con­cluir, la mag­ni­tud y gene­ro­si­dad de la dis­tin­ción que aca­báis de hacerme. Más libre tam­bién para deci­ros que qui­siera reci­birla como home­naje ren­dido a todos los que, par­ti­ci­pando en el mismo com­bate, no han reci­bido pri­vi­le­gio alguno y, en cam­bio, han cono­cido des­gra­cias y per­se­cu­cio­nes. Sólo me resta daros las gra­cias, desde el fondo de mi cora­zón, y hace­ros públi­ca­mente, en prenda de per­so­nal gra­ti­tud, la misma y vieja pro­mesa de feli­ci­dad que cada ver­da­dero artista se hace a sí mismo, silen­cio­sa­mente, todos los días.