lunes, 19 de julio de 2010

Umberto Eco: "Desgraciadamente, el futuro de Europa será Italia"


VICENTE VERDÚ
25/04/2010

El País de España

La figura de Umberto Eco es tanto mayor cuanto más tiempo pasa. Y no sólo en sentido intelectual, sino que su cuerpo se ha multiplicado casi por dos, y hasta su peso, su apostura y su firmeza.

Posee casi todos los atributos de las personas amables que nunca se olvidan y una conversación que mueve a la alegría y la risa con frecuencia. Con 38 honoris causa en su haber, confiesa que a menudo debe renunciar a la aceptación de otro más, en parte porque ya conoce de sobra la ceremonia, el laudatio y todos esos inconvenientes de la reverencia universitaria, pero también porque ¿para qué realizar fatigosos viajes que ni le ponen ni le quitan nada?

Pero hay excepciones. Y una fue Sevilla hace un par de meses. De siempre, dice, quiso conocer esta importante ciudad, y la cita que tenía concertada con la Universidad para el pasado noviembre coincidió, dice, "con que cogí una bronquitis tremenda, con mucha fiebre, y no pude viajar".

"Mi mujer también quedó muy frustrada con aquella circunstancia y ahora, que retrasaron amablemente el acto, es ella la que no ha podido acudir. Pero volveremos. Sevilla es una ciudad maravillosa que siempre deseamos conocer".

¿Cuántos libros ha publicado Umberto Eco? Casi un sinfín entre ensayos y novelas. Desde su primer trabajo sobre santo Tomás de Aquino (El problema estético en santo Tomás de Aquino en 1956) hasta su última narración: La misteriosa llama de la reina Loana (2004).

Nació en Alessandria, una ciudad italiana del Piamonte, el 5 de enero de 1932, y con sus 78 años impresiona el vigor mental y la arrolladora fuerza vital que imprime a sus respuestas, a sus críticas, sus reflexiones y sus ademanes. Lleva un sombrero que le otorga un carácter entre antiguo e intrigante inspector y se apoya en un bastón que, ateniéndonos a su brío, bien podría partir en la cabeza de un enemigo o de un tonto.

La diversidad de sus trabajos, en la televisión, en las editoriales o en la universidad, y la capacidad mental para obtener oportunamente los puestos académicos a que aspiraba han contribuido a enriquecer su sabiduría, pero acaso fue, al revés, su extraordinaria condición de sabio la que ha inspirado una obra tan universal, conocida en medio centenar de idiomas y multiplicada por millones de ejemplares.

Empezando por el principio… ¿Que cómo empecé la experiencia intelectual de mi vida? Pues mire, entré enseguida a trabajar, tras terminar en la universidad, en la televisión cuando la televisión estaba empezando, allá por 1954.

¿Y qué hacía en la televisión? Era un funcionario en las oficinas, no salía en la pantalla, pero fue una experiencia enorme. Entonces se hacía todo en directo, así que podía ocurrir que también nosotros, los funcionarios, tuviéramos que ayudar si algo no funcionaba. Yo tenía entonces 22 años. Me acababa de licenciar en la Universidad de Turín y por un milagro me presenté a una oposición de televisión y la gané junto a otras personas.

¿En Turín? No, en Milán. Lo gané junto a otras personas también bastante conocidas: una fue Gianni Vattimo, el filósofo, y la otra, Giulio Colombo, que ha sido director de L'Unità, etcétera. Y esto determinó, sin duda, mi interés por los problemas de la comunicación.

¿Su licenciatura en qué había sido? Sobre la estética medieval, algo completamente distinto. La televisión fue una experiencia muy importante para mí. No hice nada interesante, pero vi montones de cosas, porque la televisión en aquella época era un lugar en el que uno, al pasar por un pasillo, se podía encontrar a Ígor Stravinski o a Bertolt Brecht. A mí me ocurrió. Todo pasaba por allí... Después lo tuve que dejar, porque sólo observaba lo que pasaba, pero no hacía nada interesante y me fui a trabajar a la editorial Bompiani, que sigue siendo mi editor. Entre tanto, continuaba mis estudios y mis investigaciones, obtuve varios títulos universitarios, empecé a trabajar en editoriales y comencé a dar clases en la universidad, así que en 1975, cuando conseguí la plaza definitiva en Bolonia, dejé lo que estaba haciendo.

¿Y entonces se casó usted? Usted quiere saberlo todo. Verá: lo primero que hice antes en la editorial, donde luego dirigí las colecciones de filosofía, fue un gran libro ilustrado, La historia de las invenciones, que había que paginar… No sé si usted ha visto mis dos últimas diversiones, la Historia de la belleza y la Historia de la fealdad. Pues bien, resulta que al final de mi vida me he puesto a hacer lo mismo, libros ilustrados.

Había allí un gran diseñador gráfico, Bruno Munari, que era uno de los más importantes diseñadores italianos del siglo. Un día llevó a un ayudante que vino a ser una diseñadora alemana que estudiaba historia del arte y, así, accidentalmente nos casamos. Lleva cincuenta años en Italia, pero continúa siendo alemana.

¿Y tuvo hijos? El año 1962 fue muy importante en mi vida, porque me casé, engendré a mi primer hijo, que nació al año siguiente, publiqué el libro que me dio más fama en esa época, Obra abierta, y murió mi padre. Así que de pronto me convertí en adulto, era yo el padre.

¿Estaba usted muy unido a su padre? Sí.

¿Su padre, qué era? Un empleado en una empresa privada. Sí, teníamos una buena relación.

¿Y cuántos hermanos eran ustedes? Yo tengo una hermana. Y luego tuve dos hijos: un hijo y una hija. Mi hijo ha trabajado durante 12 años en Nueva York, en el mundo editorial. Ahora trabaja en la oficina de prensa de RBS en Roma y mi hija es arquitecta. Eso es todo. Ah, y tengo dos nietecitos, de nueve años y medio y de uno y medio.

¿Que le gustan mucho? Ser abuelo es un trabajo maravilloso. Porque se tienen todos los placeres y las ventajas y ninguna responsabilidad.

Claro que sí. Publica, pues, 'Obra abierta', triunfa internacionalmente y después llega su otra gran obra de referencia, 'Apocalípticos e integrados', en la sociedad de masas. Apocalípticos e integrados quizá sea mi libro de ensayos más conocido en el mundo español, España e Hispanoamérica, no sé por qué. En realidad no era un proyecto. Como le he dicho, me interesaban los problemas de la comunicación de masas, la televisión, etcétera, y escribía ensayos en alguna revista. De repente convocaron la primera oposición para una cátedra de comunicación, oposición que no la ganó nadie porque en esa época no había una definición de lo que fuera comunicación de masas. Se presentó la gente más diversa: un sociólogo, un psicólogo, un historiador… Así que el tribunal ya no sabía bien lo que era un comunicador. Pero como para toda oposición hay que tener publicaciones, reuní todos esos ensayos de revista, que por casualidad se convirtieron en Apocalípticos e integrados. Y hay que decir que me ayudó mi editor, Valentino Bompiani, uno de los más célebres editores italianos junto con Mondadori. Como aquí Carlos Barral, personajes ya históricos.

Bompiani era más viejo y tenía una excepcional dote para inventar títulos. Por ejemplo, en el caso de Obra abierta, yo tenía entonces que hacer un libro para Einaudi, que me había pedido Calvino. Pero Bompiani me dijo: "¿Por qué no reúnes estos ensayos que ya tienes publicados?". "Yo tengo que escribir un libro para Einaudi", le dije. "¿Y cuándo lo harás?". "Necesito todavía cinco o seis años". Y atajó: "Mientras tanto, ¿por qué no reúnes estos ensayos desperdigados y los publicamos aquí?". No me gustaba publicar en la editorial en la que trabajaba, porque me parecía algo como de familia, pero ya que me lo pedía él… "¿Cómo lo titulo? ¿Forma e indeterminación de las poéticas contemporáneas?". "Está usted loco".

Cuando ya reuní la colección de ensayos para Apocalípticos e integrados, me volvió a preguntar: "¿Cómo lo titula?". "Problemáticas de la comunicación de masas". "Está usted loco". Se fue a mirar el último ensayo, cortísimo, de tres páginas, que se titulaba Apocalípticos e integrados, y declaró: "El libro se titula así". Le dije: "Tenga en cuenta que no tiene que ver con los otros ensayos, habría que explicarlo". "Pues escribes una nueva introducción y lo explicas". Y escribí una introducción de 40 páginas que cambió todo el libro y lo convirtió en Apocalípticos e integrados.

¿Y no le parece que ahora estamos en una fase igual, de 'Apocalípticos e integrados'? Un corte entre quienes defienden los valores perdidos y deploran el presente como una degeneración cultural y moral. Sí, eso mismo era un debate típico de aquella época en la que los filósofos, los intelectuales, todavía no conseguían comprender el mundo tecnológico de la comunicación, así que existía esta división entre los que hacían comunicación de masas y, digamos, los aristócratas intelectuales, que no la entendían. Pero hoy es distinto, porque los más aristócratas de los intelectuales entienden perfectamente estos problemas, usan Internet… Es, en todo caso, no una crítica desde fuera, sino desde dentro, de intelectuales que usan medios de masas, ven la televisión, usan el ordenador y pueden a la vez criticarlo. Así que me resultaría muy difícil decir hoy: "Usted es apocalíptico o usted es integrado".

Pero esa queja de que ya la gente no se relaciona personalmente debido a la omnipresencia de Internet… Esa es la crítica que hacemos todos. Pero antes los apocalípticos eran los que criticaban y rechazaban. Hoy son los que critican, pero a la vez usan estas cosas, así que es un discurso interno: yo soy muy crítico con Wikipedia, porque contiene noticias falsas. Las hay también sobre mí, falsas y no falsas, pero utilizo Wikipedia, porque si no, no podría trabajar. Mientras escribo, por ejemplo, Tirso de Molina y no me acuerdo de cuándo nació, voy a Wikipedia y lo miro, en cambio antes tenía que coger la enciclopedia y tardaba media hora. Antes los apocalípticos no usaban estas cosas: escribían a mano con la pluma de ganso.

¿Y usted cree sobre sí mismo que ha tenido una percepción especialmente acertada de la sucesivas situaciones culturales? Mire, el profesor Vázquez da mañana un discurso sobre mí, y dice que he sido de los que han intentado comprender y criticar el momento en que vivimos. Formo parte de una generación para la que el presente era el ambiente natural: viajábamos en avión, en coche, veíamos televisión, mientras que toda una generación anterior veía la cultura como rechazo del presente. Se encerraban en su torre de marfil y no querían saber nada de lo que ocurría. Yo pertenezco a una generación que ha pensado que el intelectual tiene que hallarse comprometido con el presente y, por tanto, con todos sus aspectos. Tenemos respecto al presente, nosotros los jóvenes que no tenemos más que ochenta años, una actitud diferente de la de nuestros padres o de la de nuestros maestros.

¿Ha echado de menos algo en su trayectoria profesional? ¿Habría querido hacer otra cosa en algún momento? Yo creo que mi generación ha sido muy afortunada, porque llegamos con 13 o 14 años al final de la guerra, nuestros hermanos mayores murieron o no pudieron acabar los estudios. Nosotros llegamos mientras había una expansión económica. Hemos tenido todo. Mi hijo y también los estudiantes más jóvenes no han tenido todas estas posibilidades. Nosotros hemos sido una generación que debería avergonzarse de lo afortunada que ha sido: nos han dado todas las posibilidades. Yo no puedo quejarme de nada; si acaso, de haber aprovechado mal todas estas posibilidades. Los que tenían diez años más que nosotros, o murieron o tuvieron una vida muy difícil. Esto explica también la tremenda paradoja por la que mi generación sigue estando en el poder: tendríamos que estar en el hospicio de los pobres ancianos, deberían estar en el poder los que tienen 30 o como mucho 40 años. Y no es que queramos estar en el poder, es que nos lo piden y estamos obligados… Estar en el poder no quiere decir ser jefe del Gobierno, sino director de la colección, director de la revista, de la editorial… Estamos condenados a quedarnos en el poder porque las generaciones siguientes no han tenido las oportunidades que nosotros hemos tenido.

Ahora ya serían casi dos generaciones las que han pasado en blanco. Unos son los estudiantes del 68. Un momento muy difícil. Y los de después, peor todavía. Naturalmente, tengo estudiantes de 30 años que son buenísimos, son unos genios, pero el porcentaje es bajo. Nosotros, en un 80% hemos ocupado todos los espacios; estos los ocupan en un 30%. Produce una gran melancolía.

La sensación un poco de mala conciencia, también. Nosotros deberíamos estar tumbados en una hamaca leyendo y dando buenos consejos.

¿Y cómo encuentra Italia actualmente con Berlusconi en el centro de todo? Antes se decía que el futuro de Europa sería Estados Unidos. Hoy, desgraciadamente, el futuro de Europa será Italia. La Italia de Berlusconi anuncia situaciones análogas en muchos otros países europeos: donde la democracia entra en crisis, el poder acaba en las manos de quien controla los medios de comunicación. Así es que no se preocupen por nosotros, preocúpense por ustedes mismos.

¿Y tiene usted alguna esperanza de que Internet sea una contribución democrática a la crisis democrática actual? Siempre digo que la televisión es buena para los pobres y mala para los ricos. Es decir, la televisión ha enseñado a todos los italianos a hablar italiano, los que no tenían escuelas aprendieron por televisión dónde estaba India… En cambio, los que tenían escuelas, al ver la televisión se vuelven más estúpidos, así que la televisión es buena para los pobres y mala para los ricos. Pero no ricos en sentido económico, nosotros somos los ricos. Y lo mismo ocurre con Internet: en ciertos países, como China, es un instrumento fundamental para poder pasar informaciones y noticias que de otro modo no llegarían. En otros países donde estas noticias pueden llegar, puede ser una forma de encerrar a los jóvenes en una soledad totalmente virtual, fuera de la realidad. Pero Internet no es una sola cosa, es muchas cosas. Es como un libro: ¿un libro es bueno o malo? Si pone Mein Kampf es malo, si pone La Biblia es bueno. Y lo mismo Internet: es un instrumento que en muchos casos ha cambiado nuestra vida, nuestra capacidad de documentación, de comunicación, etcétera. Y en otros casos se presta a difundir noticias falsas. Uno nunca sabe si lo que le llega a través de Internet es verdadero o falso. Esto no ocurre con los periódicos o con los libros, porque más o menos uno sabe que El País es algo distinto a Abc, que Le Figaro es algo distinto a Libération. Y según el periódico que compra, sabe cuál es la posición del periódico, y se fía o no se fía. Y lo mismo los libros: si uno ve que un libro es de Mondadori o de Columbia University, se piensa que alguien quizá ha elegido este libro y ha impedido que se publicaran otras cosas, pero si ve un editor extraño, no puede saberse nada de antemano. Con Internet no se sabe nunca quién habla.

¿Y no pasará eso en Internet también, que habrá marcas, o editoriales, lugares de confianza? No, porque cualquiera puede conectarse: yo, usted o un señor X que está loco, mientras que este señor X no puede montar una editorial o un periódico, necesita gentes que le apoyen. Hay filtros sociales: antes de que alguien haga un periódico están los que le dan dinero, los periodistas… Hay filtros: a través del que le da el dinero, de los periodistas, sabemos que es fascista, o comunista… En cambio, con Internet, el señor Fulano no se sabe quién es. Usted y yo, que somos personas de cierta cultura, podemos darnos cuenta muchas veces de si el que hace el sitio de Internet está loco o no, pero si es un sitio sobre física nuclear, usted no se da cuenta, y yo tampoco. Así que imagine a los jóvenes que utilizan Internet en la escuela y pueden encontrar un sitio racista, un sitio negacionista… Y no saben hasta qué punto creerlo o no.

¿Y qué piensa de esta oleada que proclama la bondad del saber de las muchedumbres, las fuentes abiertas, el pensamiento compuesto por los muchos que acuden a la Red? Ya se lo he dicho: Internet es como los libros, puede haber libros buenos y malos. Por ejemplo: en política, hoy, en Italia, con una crisis de los partidos, se están creando zonas que en italiano se llaman de sociedad civil, que se manifiestan, pero que no son de un partido. Todos estos se comunican a través de Internet, y pueden reunir a 300.000 personas. En este sentido, Internet se convierte en un instrumento muy importante de libertad. De igual modo, un joven, desde su casa, va a dar con un sitio en el que le dicen que el Holocausto nunca tuvo lugar, o con un sitio pornográfico. El último artículo que he escrito dice: "Busquemos en Internet a Padre Pío"; reflejaba los 1.400.000 sitios en que aparecía este nombre. Busquemos a Jesús: 3.500.000. Busquemos porno: 130.000.000. Porno gana por 100 veces a Jesucristo. ¿Qué hacemos frente a esta inmensidad de mensajes? Por un lado, Internet puede ser un instrumento de liberación para los jóvenes chinos que consiguen decir cosas que el régimen impide que se digan, pero del mismo modo puede estar corrompiendo por la abundancia de mensajes sexuales que les llegan. Antes, el político medio entendía el sexo como un momento de descanso: cuando había ganado la batalla de Austerlitz… ¿Pero con quién practicaba el sexo? Con la condesa Castiglione, con Sarah Bernhardt, con mujeres que valían la pena. Ahora estos políticos no lo entienden como un descanso después del trabajo, sino como lugar del trabajo, y se conforman con putillas.

Piense en la historia de los sacerdotes: antes el sacerdote vivía en la rectoría y sólo veía al ama de llaves, fea y con bigote, y leía L'Osservatore Romano. Ahora ve la televisión todas las tardes y ve senos, culos, y luego decimos que se convierte en pedófilo. El pobre diablo tiene ante sí una serie de provocaciones. El pobrecillo tiene que ver todas las noches en la televisión pública cosas que antes… Y lo mismo ocurre en el mundo político: es toda una degeneración. Y lo mismo Internet: son los que ven los 130.000.000 de sitios pornográficos en lugar de los 3.000.000 de sitios sobre Jesús.

Quizá en este ascenso de los movimientos sociales que hemos dicho se esté fraguando el germen de una democracia distinta, porque ¿cómo seguir soportando la idea de que un Gobierno sea elegido para cuatro años y que durante esos cuatro años no se les pueda despedir, tal como si hubieran sacado una plaza de funcionarios? Desde luego no hemos reflexionado lo suficiente sobre el hecho de que hemos llegado al final de la democracia representativa. Cuando en Estados Unidos vota sólo el 50% de los ciudadanos, y uno debe elegir entre dos candidatos, es elegido con el 25%. Candidatos que no son elegidos por el pueblo, sino por la organización interna. ¿A quién representa este candidato? ¿A cuántos ciudadanos representa? ¿Cuál es la diferencia con el sistema soviético, en el que el Sóviet Supremo elegía tres candidatos, luego discutían y elegían a uno? Que en Estados Unidos existe el control de la sociedad civil, los lobbies, las organizaciones culturales y religiosas, industriales, hay una serie de poderes que controla el poder central, y que en la Rusia estalinista no existía. Pero no es una democracia representativa. Estamos llegando a una crisis trágica de la democracia: seguimos simulando que existe la democracia representativa y que soy yo, el ciudadano, el que elige a mis representantes, pero no es cierto. El nacimiento de estos movimientos sociales fuera de los partidos, que en Italia se llaman los Violetas y se reúnen vía Internet, pueden ser el futuro, o la corrección de una democracia representativa en crisis. Así que yo no soy de los que dicen que se cierre Internet. Habrá que ver qué pasa. Igual que Italia fue el laboratorio del fascismo, que luego copió España, en este momento es el laboratorio del berlusconismo, y habrá que ver qué pasa.

¿Y cómo definiría el berlusconismo, que según usted será el destino de Europa? Es un peronismo europeo, aunque no ha llevado al Gobierno a una actriz.

¿Prepara ahora un ensayo o una novela? Una novela, pero yo no hablo nunca de mis novelas. Como El péndulo de Foucault me llevó ocho años, la última novela me llevará otros tantos contando desde la aparición de La misteriosa llama de la reina Loana, en 2004.

¿Y cómo es que escogió la novela? Le iba bien con el ensayo, ¿cuál fue la razón que le llevó a escribir 'El nombre de la rosa'? Es una pregunta que muchos me han hecho, y no tengo una respuesta, así que he dado diez respuestas distintas y todas verdaderas. Uno: porque me apetecía. ¿Por qué haces el amor con esa mujer? Porque te apetece. Sin más explicaciones. Dos: porque siempre me ha gustado narrar, solo que le contaba historias a mis hijos, y cuando crecieron se las conté a algún otro. Porque siempre he contado historias. También mis ensayos son narrativos. Porque en 1975 conseguí la cátedra y no podía desear nada más en la vida. Tenía la cátedra, mis libros se traducían a varias lenguas, y ¿qué hago ahora? Entonces se me ocurrió responder a un nuevo desafío, hacer algo nuevo. Porque un día vino a verme una amiga y me dijo que estaba preparando una colección de novelas policiacas escritas por no narradores: se lo estaba pidiendo a políticos, sociólogos… Todos libros de cien páginas. Yo le dije que no, que no podía escribir un libro policiaco; en primer lugar porque no sé escribir los diálogos; además, si tuviera que escribir un libro sería una locura medieval y tendría 500 páginas. Llegué a casa y empecé a redactar una lista de nombres.

La otra respuesta es que tenía casi 50 años. A los 50, los señores dejan plantada a la mujer y se fugan con una bailarina. Yo, en cambio, escribí una novela: menos dispendioso y menos pecaminoso. Las razones son infinitas y ninguna. La única es esta: mire la línea de mi vida, llega hasta aquí, se para y vuelve a empezar. ¿Qué quiere decir esto? Que aquí tuve un accidente, perdí la memoria y empecé una nueva existencia; o que aquí dejé de ser sólo un profesor y empecé a ser un novelista, a ganar más dinero, y mi vida cambió.

¿Y con qué ha recibido más satisfacciones, con las novelas o con los ensayos? No lo sé. Obviamente, mis ensayos vendían 10.000 copias, y las novelas, 1.000.000. Pago más impuestos escribiendo novelas que escribiendo ensayos, pero la satisfacción… No lo sé, ahora se publican muchos libros sobre mí. Algunos, sobre mi actividad narrativa, y otros, sobre mí. Algunos me hacen enfadar, porque parece que no han entendido nada; pero no sé si me producen más placer los unos o los otros.

¿Y en Italia se encuentra bien como intelectual? ¿Se considera altamente respetado? Bueno, no me lanzan huevos cuando hablo… pero me aprecian mucho más en Francia, Alemania, Estados Unidos o España que en Italia. Esto es obvio, normal. Los franceses, por ejemplo, se creen que culturalmente son los mejores del mundo y en cuanto alguien les gusta deciden que es francés. Han decidido que Leonardo es francés, Modigliani es francés, Picasso es francés, y a mí me consideran francés. Y debo decir que en Francia gozo de una popularidad conmovedora, también porque el primer país extranjero al que fui, con 20 años, fue Francia. Me enamoré de París y me ocurre un fenómeno extraño: si estoy en Milán, en el tren, y alguien me dice: "Mira, Umberto Eco", me fastidia un poco, porque preferiría estar tranquilo, solo. Cuando esto me pasa en la plaza de la Sorbona, soy feliz.

¿Ha vivido en Francia? Tengo una casa en París y voy de vez en cuando. No he vivido nunca más de un mes o dos. Yo creo que por lo menos la mitad de los franceses creen que soy francés.

¿Y cómo se encuentra de salud? ¿También le interesa esto? Me duele la rodilla y tengo hiperglucemia.

¿Se cuida? Sí, bebo sólo whisky, que no tiene azúcar. El doctor dice que es peor que beba, pero no tiene azúcar.

¿Y desde cuándo lleva bastón? Desde hace un año, para la rodilla. Tengo un dolor en el menisco por la pérdida del cartílago. Yo digo: Delenda cartilago, ¿Comprende? Como Delenda Cartago. Pero toda mi vida, mi sueño fue andar con un bastón. Así que ahora tengo cuatro bastones: uno del XIX, este napolitano y dos más. Estoy encantado de llevar bastón: los coches se paran; si se te cae algo al suelo, te lo recogen. Yo pensaba siempre, cuando era joven, que me gustaría salir de casa e ir hasta el bar con un bastón y que en la puerta de todas las tiendas la gente me saludara y me dijera: "¿Cómo está, profesor?". Es maravilloso.

¿No ha hecho deporte? Sólo natación.

¿Pero le ha gustado el fútbol? No, no. Caminar, siempre. En Nueva York me hacía 60 manzanas. Ahora no. Ahora paso tres meses al año nadando. De los demás deportes, nada. Odio a los deportistas, espero que se maten todos entre sí.

¿Pero el fútbol, hablando de asuntos de masas, nunca le ha interesado? No, no. En mi juventud fui campeón de auto-gol. Tengo los pies planos. Mis compañeros de clases jugaban el partido y yo preparaba los carteles, pero no participaba. Y muchos que han hecho deporte se han muerto diez años antes que yo.

¿Y pintaba? Dibujos. Por diversión. Y toqué también la flauta, pero ahora me duelen los pulgares. Por lo demás, nada.

Bueno, tiene muchas satisfacciones más. Los nietos.



La lección del profesor

“Dejé de ser sólo un profesor, empecé a ser un novelista, a ganar más dinero, y mi vida cambió”. Umberto Eco (Alessandria, Piamonte, 1932) recuerda así su tránsito hasta convertirse en autor de ‘best sellers’ como ‘El nombre de la rosa’. El prestigioso semiótico, ensayista y crítico literario mantiene todo su vigor mental a los 78 años. “El intelectual tiene que hallarse comprometido con el presente. Nosotros los jóvenes, que no tenemos más que ochenta años, tenemos respecto al presente una actitud diferente a la de nuestros padres o a la de nuestros maestros”. Ha publicado numerosas obras entre ensayos y novelas. Atesora una colección de 38 doctorados honoris causa que recientemente ha vuelto a crecer en la Universidad de Sevilla. “Me aprecian más en Francia, Alemania, Estados Unidos o España que en Italia”.

domingo, 18 de julio de 2010

La memoria del mundo


ESPECIAL
Por: Jorge Luis Borges [1899-1986]
El Comercio
Domingo 18 de Julio del 2010

Anoche tuve un sueño muy extraño: soñé con el incendio de una gran biblioteca. Creo que era la biblioteca de Alejandría con sus infinitos volúmenes atacados por las llamas. Es un sueño obsesivo que me ha repetido con alguna frecuencia. ¿Tendrá algún significado eso?, me pregunto. ¿No será que yo le debo a mis lectores un libro sobre la historia del libro? Sería magnífico escribir la historia del libro. Pero creo que yo no estoy documentado para encarar una empresa de tal envergadura. Aunque, sin embargo, la podrían realizar no desde el punto de vista físico. A mí no me interesan demasiado los libros físicamente; en especial los libros de los bibliófilos que suelen ser, por lo general, desmesurados. Me interesan las diversas valoraciones que el libro ha recibido. Pero ahora recuerdo que en esa empresa he sido anticipado por Spengler, en su “Decadencia de Occidente”, donde hay páginas admirables sobre el libro.

Yo también he escrito algunas páginas sobre los libros. En “Otras inquisiciones” hay un ensayo llamado “Del culto de los libros”, en las que sintetizo una parte de mi pensamiento sobre el tema. También escribí un poema que se llama “Alejandría”, en el que me refiero, precisamente, a la biblioteca de Alejandría y al califa Omar, su incendiario
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Omar imaginaba a la biblioteca como la memoria del mundo; en la vasta biblioteca de Alejandría está todo. Y luego Omar da orden de incendiar la biblioteca, pero piensa que eso no importa. Y dice Omar en una parte de mi poema: “Si de todos / No quedara uno solo, volverían / A engendrar cada hoja y cada línea / Cada trabajo y cada amor de Hércules, / Cada lección de cada manuscrito”. Es decir, que si todo el pasado está en la biblioteca, todo el pasado salió de la imaginación de los hombres.
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Yo he dicho alguna vez que el principal acontecimiento de mi vida fue la biblioteca de mi padre. Y que, a diferencia de Alonso Quijano, yo no he salido nunca de esa biblioteca. Allí realicé mis primeras lecturas; lecturas que, con el transcurrir del tiempo, han sido siempre las mismas.
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¿A qué se debe el hecho de que los antiguos no profesaran un culto a los libros? Pienso que a dos razones: la primera, a que todos los grandes maestros de la humanidad han sido curiosamente orales; y la otra, a que los antiguos veían en el libro un sucedáneo de la palabra oral. Aquella frase que cita siempre: “Scripta maner verba volat”, no significa que la palabra oral sea efímera sino que la palabra escrita es algo duradero y muerto.
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Pero volviendo a los grandes maestros orales, ¿no fueron Buda, Cristo y Mahoma los más importantes? Sin duda. Y Mahoma era, además, analfabeto. En el caso de Cristo hay una sola noticia de que él escribiera algo, y se ha discutido mucho sobre eso [...]. El Buda fue otro maestro oral que nos legó enseñanzas y frases admirables.
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El don Quijote, por ejemplo, es algo más que un simple libro de caballería o que una sátira del género. Es un libro absoluto donde no interviene para nada el azar. De manera que la intención del autor es una pobre cosa humana, falible. En el libro es necesario que haya algo más, que, en todos los casos, es un algo misterioso. Cuando uno lee un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo transcurrido desde el día en que fue escrito hasta nosotros.

[*] El Dominical, 30 de noviembre de 1980.

jueves, 8 de julio de 2010

La caricia del Papel mojado

13 de junio de 2010
La República
Por Eloy Jáuregui

Cuando Tania Libertad y Serrat cantan el poema de Benedetti “Papel mojado”: Con ríos, con sangre, con lluvia o rocío. Con semen con vino, con nieve con llanto. Los poemas suelen ser, papel mojado. Debo confesar que me gusta acariciar el papel de los libros como la piel de una uva o el dorso de mi mujer. Y así como “Las 4 Tesis de Mao” olían a arroz púrpura y hasta las ediciones rústicas de Losada aromaban a ombú de la pampa, así el perfume de la tinta en las páginas de un tomo de Mariátegui me embalsamaban con su vaho a leche con canela. En realidad, mi hogar siempre olía a libros. Mi padre, un viejo librero de viejo, acomodaba con esmero ciertos volúmenes empastados al fondo de la casa y desde ahí aquel rincón entrañable, expelía una fragancia a sabiduría reposada soberbia entre los libros añosos.

Hace una semana salió al mercado español el i-Pad. Es una computadora delgadísima y manual, una suerte de tablilla del tamaño de una revista con pantalla táctil que permite navegar por la web, ver películas, enviar mails, chatear, twittear y sobre todo, leer libros electrónicos. Huele a condón. Y contiene todo el conocimiento humano más que los espermatozoides de un actor porno. Pero como toda pantalla, es una interfaz, no para leer sino para ver. Uno ubica el “Ulysses” de Joyce como “¿Quién se ha llevado mi queso?” de un tal Johnson. Y aunque la novedad crea un espacio propio de crítica y gula estética, no llena la mirada. Desde hace mucho que sostengo que con un ojo se mira y con el otro se ve. Ni eso. Con el i-Pad veo a Chespirito y no miro (ni siento) a Shakeaspere.

El último martes en el Congreso –felizmente no había ningún congresista–, a raíz de mi participación en el fórum “Los ciudadanos y medios. Las nuevas formas de comunicación (blogueros y twitteros)”, sostuve que sería un alcornoque (cacaseno hubiese dicho MVLl) si me opusiera a este furor casi uterino de la tempestad tecnológica. Qué va. Hoy duermo menos y paro erecto frente a los pechos de mis redes sociales. No obstante, siento que mi alma no me acompaña. Desangelado, avanzo, soy comunicador de profesión, pero me duele la molleja mayor. Mi espíritu se ha quedado en el terciopelo de las páginas de “Bajo el volcán” de Lowry y las sedas de “Moby Dick” de Melville. Digo, por más informado que esté. Hoy veo simultáneamente el Mundial y el GP de Canadá –¡Vamos, Alonso!–, tuiteo, feisbukeo, blogueo. Leo La Vanguardia de Cataluña y veo y oigo en Youtube lo último de El Cigala. A pesar de ello, no paso de la paja.

La venta de los e-Books aumentó en 500%. Sí, pero las librerías siguen albergando a fanáticos que cogen los libros, los huelen como al cabello de Lolita y los acarician como a los calzones de Madame Bovary. Fetiche. También, pero qué bueno. Por eso me alegro y asistiré a la II Feria del Libro de Huancayo. Por eso los lunes busco temprano la web librosperunoscom@.com donde semanalmente se informa de más de un decena de libros que se editan en el Perú cada 7 días. Resumo. La tecnología no hace más que engrosar el consumo cultural y yo seguiré adquiriendo libros de papel. Para tener el corazón enamorado. Para ganarle a la mediocridad. Para amar a mi dama. Para escribir poesía. Y aunque en papel mojado, para que no me olvides jamás.

Tintas de sangre


El holandés Joran Van der Sloot, confeso asesino de Stephany Flores, publicó el libro “El caso de Natalee Holloway: mi propia historia sobre su desaparición en Aruba”, donde describe los momentos previos a la muerte de la joven norteamericana. A lo largo de los años, otros homicidas han ido más lejos y han narrado sus propios crímenes en las páginas de diarios y obras literarias. Aquí un recuento de sus macabros talentos.

Por Karen Espejo
Extraído de La República

“En el vientre de la bestia”
Nueva York, Estados Unidos.
“¿Quieres saber cómo cometer un asesinato? Tienes un cuchillo escondido entre tus piernas. El enemigo sonríe y charla contigo sobre algo. Entonces ves el blanco: un punto alrededor del tercer botón de su camisa. Una luz lo ilumina, al tiempo que mueves el hombro derecho hacia adelante y el mundo se da vuelta. Acabas de hundirle el cuchillo en medio del pecho. Poco a poco comienza a luchar por su vida. Puedes sentirlo temblando…”.

Este es solo un fragmento de las 1,000 cartas que el criminal Jack Henry Abbott (37), hijo de una prostituta china, empezó a enviar al escritor Norman Mailer en 1970. En ellas relataba el modo en que mató a su compañero de prisión y sus experiencias en la cárcel desde los 12 años. Mailer, convencido de estar frente a un prodigio de la narrativa de no-ficción, decidió llevar la pluma sangrienta de Abbott a las páginas de un libro titulado “En el vientre de la bestia”. Pronto, la obra que contenía las misivas se convirtió en un éxito de librerías. Y con los primeros 15 mil dólares obtenidos en las ventas, el homicida contrató a un equipo de abogados que logró su libertad condicional.  

  Una vez en las calles, lo persiguieron la fama, las entrevistas y las admiradoras. La opinión pública se encargó de ensalzar su talento narrativo, opacando así las sombras de su alma criminal. Pero sus instintos psicópatas volvieron a surgir. La noche del 18 de junio de 1981, Abbott salió a almorzar con dos de sus seguidoras al restaurante East Village de Nueva York. Y ante la negativa del mozo Richard Adan (22) de permitirle ingresar a un baño de uso exclusivo del personal, Jack clavó el filo de un puñal en el corazón del muchacho. Fue condenado otra vez. Y en la cárcel de máxima seguridad de Alden, Abbott narró el asesinato del mesero en su segundo libro “Mi retorno”.
“Amok”
Ciudad de Wroclaw, Polonia
Polonia también vio crecer a un escritor criminal. Una mañana de diciembre del año 2000, el cadáver de un hombre flotaba sobre el río Oder. Su rostro y cuerpo mostraban claros signos de tortura: su asesino lo había golpeado con brutalidad y privado de alimento por varios días. Cuando su víctima aún estaba con vida, le amarró una soga al cuello y la tensó a otra que mantenía sus muñecas atadas a la espalda. Luego lo arrojó al agua. Así, cualquier movimiento de la víctima –por más leve que sea– provocaba su propia asfixia mientras se hundía de a pocos.

La policía no hallaba pistas del asesino de Dariusz Janiszewski, dueño de una empresa de publicidad, hasta que tres años más tarde la publicación de un libro revivió el caso. La policía atrapó al escritor Krystian Bala, autor de “Amok” (furia homicida, en lengua centroeuropea), quien narraba un crimen muy similar al del empresario, con detalles que solo conocían los investigadores y el asesino. Alguien acusó al escritor, pero la ausencia de pruebas provocó que los medios reprobaran el poco criterio de la policía que, supuestamente, había confundido la realidad con la ficción.

 Las investigaciones continuaron y el resultado fue estremecedor. Se descubrió que el fallecido era amante de la ex esposa de Krystian Bala; que el teléfono de la víctima había sido subastado en internet por el autor del libro cuatro días después de su desaparición; y que Bala había mandado mensajes anónimos a diversas televisoras, destacando la brillantez del asesino de Dariusz para cometer un crimen perfecto. El novelista fue condenado a 25 años de prisión y gracias al morbo que despertaron las truculentas descripciones del homicidio, “Amok” se convirtió en un bestseller.
Más escalofriante aún es la historia de Gregorio Cárdenas Hernández (27), “El estrangulador de Tacuba”, quien en 1942 mató a cuatro adolescentes en tan solo 15 días, enterró sus cuerpos inertes en el patio de su casa y, tiempo después, una vez en la cárcel, registró los derechos de autor para la narración de sus crímenes. Las tres primeras víctimas eran prostitutas de entre 14 y 16 años de edad, que ofrecían sus servicios en la ciudad de México. A una la conoció un 15 de agosto, a la otra el 23, y a la tercera, 5 días después. En todos los casos, luego de tener relaciones sexuales, “Goyo” utilizaba un cordón para estrangularlas. Cogía una pala, la misma de siempre, y ocultaba sus cuerpos varios metros bajo tierra. Al promediar las 4 de la mañana el asesino culminaba sus faenas.
“El estrangulador de Tacuba”
Ciudad de México


Gregorio "Goyo" Cárdenas
El cuarto homicidio fue diferente. El 2 de setiembre, recogió en su automóvil a Graciela Arias Ávalos, una universitaria a quien asediaba constantemente. La trasladaría, como gesto de amistad, desde la Escuela Nacional Preparatoria hacia su casa, pero al llegar a las afueras de esta, intentó besarla. La joven lo abofeteó y Gregorio, en un ataque de rabia, arrancó la manija del auto y la golpeó en la cabeza hasta matarla. La sangre teñía de rojo la cabellera de la muchacha, las manos de Goyo, el asiento del carro. Aún así, condujo hasta su casa y la depositó en una fosa junto a los demás cadáveres.

Cárdenas fue recluido en el pabellón para enfermos mentales del Palacio Negro de Lecumberri, donde escribió su historia en cuatro libros “Celda 16”, “Pabellón de locos”, “Una mente turbulenta” y “Adiós a Lecumberri”. Lo extraño es que el entonces presidente mexicano, Luis Echeverría, le recortó la pena. Y Goyo salió libre en 1976, colaboró en una obra teatral basada en sus crímenes, fue calificado por la Cámara de Diputados como un “claro ejemplo de readaptación social” y tras su muerte, el pueblo hizo canciones y hasta creó estampitas con su imagen.
"El cronista asesino"
Kicevo, Macedonia
Pero Jack Abbott, Krystian Bala y Gregorio Cárdenas no han sido los únicos en hacer correr tintas de sangre. Entre los años 2003 y 2008, cuatro ancianas desparecieron abruptamente de Kicevo, un pequeño y tranquilo pueblo de Macedonia. Todas habían sido violadas salvajemente a través del coito o con objetos, presentaban cortes en el cráneo, costillas rotas y signos de haber sido estranguladas. Todas eran encontradas muertas y desnudas, con cables atando sus cuerpos y al interior de bolsas plásticas, en algún basural de la ciudad.

Había entonces un periodista que lograba obtener datos tan precisos de las muertes, que captó la atención de la policía. Se trataba de Vlado Taneski (56), quien escribía crónicas policiales para los diarios Utrinski Vesnik y Nova Makedonija. Las pruebas fueron evidentes: el semen hallado en los cadáveres coincidía con el ADN del reportero. Durante ese tiempo, Vlado fue un asesino en serie que atacaba de noche; entrevistaba a la familia de las fallecidas a la mañana siguiente; y unas horas más tarde, se aferraba a su máquina de escribir para narrar las torturas a las que sometía a sus víctimas.

El hecho resultó aún más escabroso al comprobarse que las mujeres asesinadas no solo eran trabajadoras de limpieza y vivían en el barrio de Kicevo, al igual que su fallecida madre, sino que se parecían físicamente a ella, con quien habría mantenido una relación conflictiva.

Crímenes en el cine

•La lista de crímenes reales que han saltado a la pantalla grande podría cubrir varias páginas. Entre los clásicos está “A sangre fría”, que relata el asesinato de los esposos Cuttler y sus dos hijos, en 1959, a manos de los ex convictos Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith, en Kansas, Estados Unidos.

Ed Gein, el asesino en serie que en 1957 mató a varias personas en su granja de Wisconsin y forraba sus muebles con cuero humano, sirvió de inspiración para los protagonistas de películas tan exitosas como “Psicosis”, “El silencio de los inocentes” y “Masacre en Texas”.

•De igual modo, el asesino en serie Henry Lee Lucas, a quien se le adjudicó, desde 1959, más de 600 crímenes en EEUU, fue la historia base para las películas “Confesiones de un asesino en serie” y la aún más taquillera “Henry, retrato de un asesino”.

Escriben por placer

•¿Por qué un asesino escribiría sobre sus propios crímenes en diarios o libros? Para el psiquiatra Martín Nizama hay una sola respuesta: la búsqueda del placer. “Se trata de psicópatas con carencia de valores, que solo responden a impulsos muy profundos de perversidad extrema. Ellos gozan al evocar el momento del homicidio, y recordar una y otra vez los gritos y el dolor de sus víctimas. Es como una especie de sadomasoquismo”.

•El especialista asegura que con la publicación de sus historias, los criminales no buscan beneficios económicos, sino el protagonismo público que satisfaga sus ideas de grandeza. “Sus mentes retorcidas los bloquean e impiden que puedan reflexionar sobre el sufrimiento que causan a los familiares de sus víctimas”.

•Sin embargo, un hecho similar ocurre con las personas que consumen estos contenidos, al punto de haber convertido algunas obras escritas por homicidas en bestsellers. “La gente también busca satisfacer su propia morbosidad a través de estos relatos, lo que nos dice que estamos en una sociedad enferma”.

•Según Nizama, las estadísticas señalan que entre 1 y 2% de la población mundial está compuesta por psicópatas, “personas que no están mal de la mente, sino de la personalidad, que no tienen escrúpulos, ni arrepentimiento, y no discriminan entre el bien y el mal”.