jueves, 8 de julio de 2010

Tintas de sangre


El holandés Joran Van der Sloot, confeso asesino de Stephany Flores, publicó el libro “El caso de Natalee Holloway: mi propia historia sobre su desaparición en Aruba”, donde describe los momentos previos a la muerte de la joven norteamericana. A lo largo de los años, otros homicidas han ido más lejos y han narrado sus propios crímenes en las páginas de diarios y obras literarias. Aquí un recuento de sus macabros talentos.

Por Karen Espejo
Extraído de La República

“En el vientre de la bestia”
Nueva York, Estados Unidos.
“¿Quieres saber cómo cometer un asesinato? Tienes un cuchillo escondido entre tus piernas. El enemigo sonríe y charla contigo sobre algo. Entonces ves el blanco: un punto alrededor del tercer botón de su camisa. Una luz lo ilumina, al tiempo que mueves el hombro derecho hacia adelante y el mundo se da vuelta. Acabas de hundirle el cuchillo en medio del pecho. Poco a poco comienza a luchar por su vida. Puedes sentirlo temblando…”.

Este es solo un fragmento de las 1,000 cartas que el criminal Jack Henry Abbott (37), hijo de una prostituta china, empezó a enviar al escritor Norman Mailer en 1970. En ellas relataba el modo en que mató a su compañero de prisión y sus experiencias en la cárcel desde los 12 años. Mailer, convencido de estar frente a un prodigio de la narrativa de no-ficción, decidió llevar la pluma sangrienta de Abbott a las páginas de un libro titulado “En el vientre de la bestia”. Pronto, la obra que contenía las misivas se convirtió en un éxito de librerías. Y con los primeros 15 mil dólares obtenidos en las ventas, el homicida contrató a un equipo de abogados que logró su libertad condicional.  

  Una vez en las calles, lo persiguieron la fama, las entrevistas y las admiradoras. La opinión pública se encargó de ensalzar su talento narrativo, opacando así las sombras de su alma criminal. Pero sus instintos psicópatas volvieron a surgir. La noche del 18 de junio de 1981, Abbott salió a almorzar con dos de sus seguidoras al restaurante East Village de Nueva York. Y ante la negativa del mozo Richard Adan (22) de permitirle ingresar a un baño de uso exclusivo del personal, Jack clavó el filo de un puñal en el corazón del muchacho. Fue condenado otra vez. Y en la cárcel de máxima seguridad de Alden, Abbott narró el asesinato del mesero en su segundo libro “Mi retorno”.
“Amok”
Ciudad de Wroclaw, Polonia
Polonia también vio crecer a un escritor criminal. Una mañana de diciembre del año 2000, el cadáver de un hombre flotaba sobre el río Oder. Su rostro y cuerpo mostraban claros signos de tortura: su asesino lo había golpeado con brutalidad y privado de alimento por varios días. Cuando su víctima aún estaba con vida, le amarró una soga al cuello y la tensó a otra que mantenía sus muñecas atadas a la espalda. Luego lo arrojó al agua. Así, cualquier movimiento de la víctima –por más leve que sea– provocaba su propia asfixia mientras se hundía de a pocos.

La policía no hallaba pistas del asesino de Dariusz Janiszewski, dueño de una empresa de publicidad, hasta que tres años más tarde la publicación de un libro revivió el caso. La policía atrapó al escritor Krystian Bala, autor de “Amok” (furia homicida, en lengua centroeuropea), quien narraba un crimen muy similar al del empresario, con detalles que solo conocían los investigadores y el asesino. Alguien acusó al escritor, pero la ausencia de pruebas provocó que los medios reprobaran el poco criterio de la policía que, supuestamente, había confundido la realidad con la ficción.

 Las investigaciones continuaron y el resultado fue estremecedor. Se descubrió que el fallecido era amante de la ex esposa de Krystian Bala; que el teléfono de la víctima había sido subastado en internet por el autor del libro cuatro días después de su desaparición; y que Bala había mandado mensajes anónimos a diversas televisoras, destacando la brillantez del asesino de Dariusz para cometer un crimen perfecto. El novelista fue condenado a 25 años de prisión y gracias al morbo que despertaron las truculentas descripciones del homicidio, “Amok” se convirtió en un bestseller.
Más escalofriante aún es la historia de Gregorio Cárdenas Hernández (27), “El estrangulador de Tacuba”, quien en 1942 mató a cuatro adolescentes en tan solo 15 días, enterró sus cuerpos inertes en el patio de su casa y, tiempo después, una vez en la cárcel, registró los derechos de autor para la narración de sus crímenes. Las tres primeras víctimas eran prostitutas de entre 14 y 16 años de edad, que ofrecían sus servicios en la ciudad de México. A una la conoció un 15 de agosto, a la otra el 23, y a la tercera, 5 días después. En todos los casos, luego de tener relaciones sexuales, “Goyo” utilizaba un cordón para estrangularlas. Cogía una pala, la misma de siempre, y ocultaba sus cuerpos varios metros bajo tierra. Al promediar las 4 de la mañana el asesino culminaba sus faenas.
“El estrangulador de Tacuba”
Ciudad de México


Gregorio "Goyo" Cárdenas
El cuarto homicidio fue diferente. El 2 de setiembre, recogió en su automóvil a Graciela Arias Ávalos, una universitaria a quien asediaba constantemente. La trasladaría, como gesto de amistad, desde la Escuela Nacional Preparatoria hacia su casa, pero al llegar a las afueras de esta, intentó besarla. La joven lo abofeteó y Gregorio, en un ataque de rabia, arrancó la manija del auto y la golpeó en la cabeza hasta matarla. La sangre teñía de rojo la cabellera de la muchacha, las manos de Goyo, el asiento del carro. Aún así, condujo hasta su casa y la depositó en una fosa junto a los demás cadáveres.

Cárdenas fue recluido en el pabellón para enfermos mentales del Palacio Negro de Lecumberri, donde escribió su historia en cuatro libros “Celda 16”, “Pabellón de locos”, “Una mente turbulenta” y “Adiós a Lecumberri”. Lo extraño es que el entonces presidente mexicano, Luis Echeverría, le recortó la pena. Y Goyo salió libre en 1976, colaboró en una obra teatral basada en sus crímenes, fue calificado por la Cámara de Diputados como un “claro ejemplo de readaptación social” y tras su muerte, el pueblo hizo canciones y hasta creó estampitas con su imagen.
"El cronista asesino"
Kicevo, Macedonia
Pero Jack Abbott, Krystian Bala y Gregorio Cárdenas no han sido los únicos en hacer correr tintas de sangre. Entre los años 2003 y 2008, cuatro ancianas desparecieron abruptamente de Kicevo, un pequeño y tranquilo pueblo de Macedonia. Todas habían sido violadas salvajemente a través del coito o con objetos, presentaban cortes en el cráneo, costillas rotas y signos de haber sido estranguladas. Todas eran encontradas muertas y desnudas, con cables atando sus cuerpos y al interior de bolsas plásticas, en algún basural de la ciudad.

Había entonces un periodista que lograba obtener datos tan precisos de las muertes, que captó la atención de la policía. Se trataba de Vlado Taneski (56), quien escribía crónicas policiales para los diarios Utrinski Vesnik y Nova Makedonija. Las pruebas fueron evidentes: el semen hallado en los cadáveres coincidía con el ADN del reportero. Durante ese tiempo, Vlado fue un asesino en serie que atacaba de noche; entrevistaba a la familia de las fallecidas a la mañana siguiente; y unas horas más tarde, se aferraba a su máquina de escribir para narrar las torturas a las que sometía a sus víctimas.

El hecho resultó aún más escabroso al comprobarse que las mujeres asesinadas no solo eran trabajadoras de limpieza y vivían en el barrio de Kicevo, al igual que su fallecida madre, sino que se parecían físicamente a ella, con quien habría mantenido una relación conflictiva.

Crímenes en el cine

•La lista de crímenes reales que han saltado a la pantalla grande podría cubrir varias páginas. Entre los clásicos está “A sangre fría”, que relata el asesinato de los esposos Cuttler y sus dos hijos, en 1959, a manos de los ex convictos Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith, en Kansas, Estados Unidos.

Ed Gein, el asesino en serie que en 1957 mató a varias personas en su granja de Wisconsin y forraba sus muebles con cuero humano, sirvió de inspiración para los protagonistas de películas tan exitosas como “Psicosis”, “El silencio de los inocentes” y “Masacre en Texas”.

•De igual modo, el asesino en serie Henry Lee Lucas, a quien se le adjudicó, desde 1959, más de 600 crímenes en EEUU, fue la historia base para las películas “Confesiones de un asesino en serie” y la aún más taquillera “Henry, retrato de un asesino”.

Escriben por placer

•¿Por qué un asesino escribiría sobre sus propios crímenes en diarios o libros? Para el psiquiatra Martín Nizama hay una sola respuesta: la búsqueda del placer. “Se trata de psicópatas con carencia de valores, que solo responden a impulsos muy profundos de perversidad extrema. Ellos gozan al evocar el momento del homicidio, y recordar una y otra vez los gritos y el dolor de sus víctimas. Es como una especie de sadomasoquismo”.

•El especialista asegura que con la publicación de sus historias, los criminales no buscan beneficios económicos, sino el protagonismo público que satisfaga sus ideas de grandeza. “Sus mentes retorcidas los bloquean e impiden que puedan reflexionar sobre el sufrimiento que causan a los familiares de sus víctimas”.

•Sin embargo, un hecho similar ocurre con las personas que consumen estos contenidos, al punto de haber convertido algunas obras escritas por homicidas en bestsellers. “La gente también busca satisfacer su propia morbosidad a través de estos relatos, lo que nos dice que estamos en una sociedad enferma”.

•Según Nizama, las estadísticas señalan que entre 1 y 2% de la población mundial está compuesta por psicópatas, “personas que no están mal de la mente, sino de la personalidad, que no tienen escrúpulos, ni arrepentimiento, y no discriminan entre el bien y el mal”.

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