domingo, 18 de julio de 2010

La memoria del mundo


ESPECIAL
Por: Jorge Luis Borges [1899-1986]
El Comercio
Domingo 18 de Julio del 2010

Anoche tuve un sueño muy extraño: soñé con el incendio de una gran biblioteca. Creo que era la biblioteca de Alejandría con sus infinitos volúmenes atacados por las llamas. Es un sueño obsesivo que me ha repetido con alguna frecuencia. ¿Tendrá algún significado eso?, me pregunto. ¿No será que yo le debo a mis lectores un libro sobre la historia del libro? Sería magnífico escribir la historia del libro. Pero creo que yo no estoy documentado para encarar una empresa de tal envergadura. Aunque, sin embargo, la podrían realizar no desde el punto de vista físico. A mí no me interesan demasiado los libros físicamente; en especial los libros de los bibliófilos que suelen ser, por lo general, desmesurados. Me interesan las diversas valoraciones que el libro ha recibido. Pero ahora recuerdo que en esa empresa he sido anticipado por Spengler, en su “Decadencia de Occidente”, donde hay páginas admirables sobre el libro.

Yo también he escrito algunas páginas sobre los libros. En “Otras inquisiciones” hay un ensayo llamado “Del culto de los libros”, en las que sintetizo una parte de mi pensamiento sobre el tema. También escribí un poema que se llama “Alejandría”, en el que me refiero, precisamente, a la biblioteca de Alejandría y al califa Omar, su incendiario
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Omar imaginaba a la biblioteca como la memoria del mundo; en la vasta biblioteca de Alejandría está todo. Y luego Omar da orden de incendiar la biblioteca, pero piensa que eso no importa. Y dice Omar en una parte de mi poema: “Si de todos / No quedara uno solo, volverían / A engendrar cada hoja y cada línea / Cada trabajo y cada amor de Hércules, / Cada lección de cada manuscrito”. Es decir, que si todo el pasado está en la biblioteca, todo el pasado salió de la imaginación de los hombres.
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Yo he dicho alguna vez que el principal acontecimiento de mi vida fue la biblioteca de mi padre. Y que, a diferencia de Alonso Quijano, yo no he salido nunca de esa biblioteca. Allí realicé mis primeras lecturas; lecturas que, con el transcurrir del tiempo, han sido siempre las mismas.
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¿A qué se debe el hecho de que los antiguos no profesaran un culto a los libros? Pienso que a dos razones: la primera, a que todos los grandes maestros de la humanidad han sido curiosamente orales; y la otra, a que los antiguos veían en el libro un sucedáneo de la palabra oral. Aquella frase que cita siempre: “Scripta maner verba volat”, no significa que la palabra oral sea efímera sino que la palabra escrita es algo duradero y muerto.
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Pero volviendo a los grandes maestros orales, ¿no fueron Buda, Cristo y Mahoma los más importantes? Sin duda. Y Mahoma era, además, analfabeto. En el caso de Cristo hay una sola noticia de que él escribiera algo, y se ha discutido mucho sobre eso [...]. El Buda fue otro maestro oral que nos legó enseñanzas y frases admirables.
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El don Quijote, por ejemplo, es algo más que un simple libro de caballería o que una sátira del género. Es un libro absoluto donde no interviene para nada el azar. De manera que la intención del autor es una pobre cosa humana, falible. En el libro es necesario que haya algo más, que, en todos los casos, es un algo misterioso. Cuando uno lee un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo transcurrido desde el día en que fue escrito hasta nosotros.

[*] El Dominical, 30 de noviembre de 1980.

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