13 de junio de 2010
La República
Por Eloy Jáuregui
Cuando Tania Libertad y Serrat cantan el poema de Benedetti “Papel mojado”: Con ríos, con sangre, con lluvia o rocío. Con semen con vino, con nieve con llanto. Los poemas suelen ser, papel mojado. Debo confesar que me gusta acariciar el papel de los libros como la piel de una uva o el dorso de mi mujer. Y así como “Las 4 Tesis de Mao” olían a arroz púrpura y hasta las ediciones rústicas de Losada aromaban a ombú de la pampa, así el perfume de la tinta en las páginas de un tomo de Mariátegui me embalsamaban con su vaho a leche con canela. En realidad, mi hogar siempre olía a libros. Mi padre, un viejo librero de viejo, acomodaba con esmero ciertos volúmenes empastados al fondo de la casa y desde ahí aquel rincón entrañable, expelía una fragancia a sabiduría reposada soberbia entre los libros añosos.
Hace una semana salió al mercado español el i-Pad. Es una computadora delgadísima y manual, una suerte de tablilla del tamaño de una revista con pantalla táctil que permite navegar por la web, ver películas, enviar mails, chatear, twittear y sobre todo, leer libros electrónicos. Huele a condón. Y contiene todo el conocimiento humano más que los espermatozoides de un actor porno. Pero como toda pantalla, es una interfaz, no para leer sino para ver. Uno ubica el “Ulysses” de Joyce como “¿Quién se ha llevado mi queso?” de un tal Johnson. Y aunque la novedad crea un espacio propio de crítica y gula estética, no llena la mirada. Desde hace mucho que sostengo que con un ojo se mira y con el otro se ve. Ni eso. Con el i-Pad veo a Chespirito y no miro (ni siento) a Shakeaspere.
El último martes en el Congreso –felizmente no había ningún congresista–, a raíz de mi participación en el fórum “Los ciudadanos y medios. Las nuevas formas de comunicación (blogueros y twitteros)”, sostuve que sería un alcornoque (cacaseno hubiese dicho MVLl) si me opusiera a este furor casi uterino de la tempestad tecnológica. Qué va. Hoy duermo menos y paro erecto frente a los pechos de mis redes sociales. No obstante, siento que mi alma no me acompaña. Desangelado, avanzo, soy comunicador de profesión, pero me duele la molleja mayor. Mi espíritu se ha quedado en el terciopelo de las páginas de “Bajo el volcán” de Lowry y las sedas de “Moby Dick” de Melville. Digo, por más informado que esté. Hoy veo simultáneamente el Mundial y el GP de Canadá –¡Vamos, Alonso!–, tuiteo, feisbukeo, blogueo. Leo La Vanguardia de Cataluña y veo y oigo en Youtube lo último de El Cigala. A pesar de ello, no paso de la paja.
La venta de los e-Books aumentó en 500%. Sí, pero las librerías siguen albergando a fanáticos que cogen los libros, los huelen como al cabello de Lolita y los acarician como a los calzones de Madame Bovary. Fetiche. También, pero qué bueno. Por eso me alegro y asistiré a la II Feria del Libro de Huancayo. Por eso los lunes busco temprano la web librosperunoscom@.com donde semanalmente se informa de más de un decena de libros que se editan en el Perú cada 7 días. Resumo. La tecnología no hace más que engrosar el consumo cultural y yo seguiré adquiriendo libros de papel. Para tener el corazón enamorado. Para ganarle a la mediocridad. Para amar a mi dama. Para escribir poesía. Y aunque en papel mojado, para que no me olvides jamás.
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