viernes, 30 de abril de 2010

Cowboy de medianoche


Dom, 17/01/2010
La República

Semblanza y memorias de Julio Ramón Ribeyro a propósito del libro “Penúltimo Dossier” y otras confesiones.

Por Eloy Jáuregui

Es imposible, no se puede dejar de escribir sobre el maestro Julio Ramón Ribeyro. Al menos, yo no pude, otros tampoco. Antes de fin de año, Néstor Tenorio Requejo y Jorge Coaguila publicaron el libro “Julio Ramón Ribeyro: penúltimo dossier”. Es un conjunto de 41 textos referidos a la vida y obra de uno de los mejores narradores de esta comarca y que ha sido editado por el pujante sello Tierra Nueva de Iquitos, que maneja el periodista Jaime Vásquez Valcárcel. Es un sello charapa, aunque muchos no lo crean, y publica libros de toda calaña. Cierto, en Iquitos no hay librerías. Yo encontré mi libro en una pollería al costado de unos chorizos y plátanos verdes. Entonces no me digan que el surrealismo ya se terminó.

A Julio Ramón lo conocí de niño. Era amigo de mi padre. En 1994, tuve la suerte de darle la noticia por teléfono la vez que ganó el Premio Juan Rulfo. No me creyó, pensó que era una broma. Yo, periodista, había conocido la noticia por el teletipo, que todavía funcionaba en un canal de televisión. Y él que era tan reacio a las entrevistas, me invitó a su casa, frente a los acantilados de Barranco y ahí le hice una larga entrevista, la única que brindó para la televisión amén de que me enseñó sus intimidades. Tiempo después falleció a los 65 años víctima de un cáncer. Aquella terrible musa vestida de cangrejo se lo fue tragando desde 1973. Sí, fue 4 de diciembre de 1994, y aquel miraflorino que caminaba como un cowboy de la medianoche, se marchó de este mundo imperceptible como cuando llegó.

No escribo de Julio Ramón después de lo que hice en mi libro de crónicas. Me jode. No se escribe de lo que no se quiere. Por qué, quién era ese hombre de secretos escritos y misterios a voces. Nada. Él era la paradoja en pie. Un escéptico en la elegancia discreta de la desesperación. Delgado, muy delgado y tímido. Él fue el notable cuentista perdurable, de miles y fraternas páginas, de cientos de personajes inolvidables. Aquel de los hechos cotidianos convertidos en la real ficción del lenguaje sencillo sobre el soporte de un estilo transparente y una mirada recorriendo el alma de las cosas, de cada uno, de cada quien. Pero era el enigma también y la soledad más deslumbrante.

Y tuvo amigos, esa especie de seres a veces dañina que se reclamaban siempre ser los íntimos del escritor y que solían proclamar el copyright sobre su delicada memoria. Ese vínculo del que hablaban algunos y que para demostrarlo, contaban anécdotas, traicionando confidencias y revelando aquello que solo puede conocerse desde el sagrado recinto de la amistad. Me temo pertenecer sin olvidos a esa especie, pobre Julio Ramón.

Lo repito, era amigo de mi padre, allá en su pequeña librería del Parque Universitario. “Habla poco el hombre, pero dice muchas cosas”, me dijo el viejo aquella vez que terminaron al fin poniéndose de acuerdo en que Mauro Mina debió ser campeón mundial de los pesos semipesados, que el chilcano de pisco era el trago nacional y que Churata fue el mejor periodista del siglo XX. Hoy que lo recuerdo aternurado como los viejos retratos en la penumbra de una sala atiborrada de sus personajes: su territorio literario propio, ojalá alguien pueda arrancarlo de mi corazón durante el resto de su incalculable muerte.

jueves, 22 de abril de 2010

Gabriela era gay


La República
31 de enero de 2010

En 1945 la poeta chilena Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo y se convirtió en la primera y única latinoamericana con ese galardón. En Chile es considerada casi como la Madre de la Patria, por eso mismo, la publicación del epistolario completo que le enviara a su secretaria y albacea literaria, Doris Dana, se convirtió en el escándalo del año por la revelación que procuran las cartas. Sin duda alguna, digan lo que digan, entre ambas hubo una pasión que hoy y siempre ha tenido un solo nombre: amor.

Por Rocío Silva Santisteban

Yo quiero verte luz mía, claridad de mis ojos, único gozo mío, sostén de mi torpeza y mi invalidez y mi sonambulismo. Tú eres mi único apoyo en este mundo y mi única razón de vivir. Óyelo, óyelo, no me falles […] Te beso, te espero, te busco y te tengo, Tu Gabriela”. Esta carta de 1949, sin fecha exacta, es una muestra de las decenas de cartas que durante 10 años le escribiera la escritora a su secretaria y albacea literaria, la traductora y crítica neoyorquina Doris Dana, dejando en claro que la relación entre ambas era de un compañerismo permanente, pero sobre todo, de una pasión desenfrenada. Mistral, casi considerada como el ícono de la severa directora de colegio, de la impoluta mujer de letras, de la rígida matrona respetada y temida, se muestra con una fragilidad muy humana frente a esta pasión avasalladora del amor prohibido.

El año pasado estas cartas fueron publicadas por el famoso editor chileno Pedro Pablo Zegers en un libro titulado Niña errante. Las cartas están precedidas de un prólogo de Zegers, pero lo más importante, de un epílogo de Doris Atkinson, sobrina y heredera de Doris Dana, la mujer que decidió después de cincuenta años, revelar la historia secreta de la Premio Nobel. En el texto Atkinson no hace ningún tipo de interpretación de las cartas pero revela algunos aspectos de la personalidad de Dana: más allá de su aislamiento en Naples, Florida, la traductora era alcohólica y maniaco-depresiva, aunque como sostiene la propia Atkinson, “la mujer que yo conocí no era la mujer que conoció Gabriela Mistral”. Doris Dana murió a los 86 años el 2006; su juventud y belleza, pero, sobre todo, su temperamento y su calidad de mujer ilustrada, sedujeron a Mistral durante los últimos diez años de su vida. Como ella ha dicho: “amor mío, no seas loca, no te pongas a desvariar. Un mueble de tu apartamento, la fruta que comes, las uñas de tus manos, no son más tuyos que yo…”.

Mistral tuvo varias relaciones con otras mujeres previas a la de Doris Dana. La periodista chilena Patricia Rey y el investigador Francisco Casas llegan a la conclusión de que la primera relación lésbica de Gabriela Mistral fue con la escultora chilena Laura Rodig, con quien viajó a México en 1922, en donde conoció a Palma Guillén, intelectual chilanga, quien posteriormente se convertiría en compañera de Mistral durante casi veinte años. Guillén fue muy importante para Mistral pues entre las dos criaron a Juan Miguel Godoy, sobrino de Gabriela y apodado por la poeta como Yin Yin, hasta 1943 cuando el adolescente se suicidó en Brasilia. Ambas se recriminaron culpándose mutuamente de la muerte de Yin Yin, lo que motivó el rompimiento. Sin embargo, Palma Guillén se mantuvo siempre cerca de Gabriela Mistral y la apoyó en innumerables ocasiones. Doris Dana en el año 2000 reveló que en realidad Yin Yin era hijo biológico de Gabriela Mistral con un francés cuyo nombre se ha olvidado para siempre. Los poemas inéditos que escribiera Gabriela Mistral sobre la muerte de su hijo oculto forman parte del legado de 44 mil documentos que Doris Atkinson ha transferido a la Biblioteca Nacional de Chile.

¿Por qué han resultado chocantes estas cartas? Básicamente porque se traen abajo el mito Gabriela Mistral. Como sostiene Licia Fiol-Matta, académica portorriqueña que ha publicado The Queer Mother of the Nation: the State and Gabriela Mistral, “ese mito surge en un momento peculiar de la formación del Estado. La escuela era una institución que era preciso consolidar. La sociedad industrial requería de trabajadores que tuviesen cierto grado de educación, de lectura, de escritura, y la imagen de Gabriela Mistral fue fundamental en eso. Pero ese mito terminará afectándola”. Pues Mistral no solo oculta a su hijo biológico sino incluso a sus diversas amantes y, además, se exilia en un peregrinaje permanente, y pasa de México D.F. a California, de Nápoles a Veracruz, de La Habana a Nueva York, donde finalmente muere, en una casa de Roslyn Harbor, con huerta como ella siempre soñó.

¿Es importante el dato biográfico sobre las preferencias sexuales de Gabriela Mistral para entender su poesía? No necesariamente, todo depende del cristal con que se mire, como diría Campoamor. Pero sí es relevante saber que, aun después de cincuenta años de su desaparición física, los conservadores mistralianos se niegan a reconocer que entre Doris y Gabriela existía una pasión: “Yo creo que aquí hay testimonio de una muy sentida amistad”, ha dicho Jaime Quezada, director de la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral. ¿Amistad? ¡Pero si los vocativos de las cartas van desde “mi amor, vida mía, dear, preciosa” hasta los saludos de despedida como “para que la lluvia y el viento puedan abrazarte y besarte por mí”! Es cierto que la propia Doris Dana evadió el tema cada vez que pudo: “¿Por qué colocarla dentro de una caja tan pequeña?, le contestó a Elizabeth Horan cuando le preguntó si Mistral era lesbiana. Quizás pesó sobre su conciencia el hecho de que la propia Mistral se autoexiliara debido a los chismes y la maledicencia de la época sobre su propia condición. Lo que sí resulta patético es que algunos críticos sigan negando lo innegable: el prejuicio y la homofobia han sobrevivido incluso a la propia poesía de Mistral, que ahora salta a las páginas de los periódicos, pero que hace poco no se recordaba sino solo en los versos paporreteados de Lagar.

martes, 20 de abril de 2010

Recuerdo de García Márquez

César Hildebrandt Blog
Enero 4, 2007
Escrito por César Hildebrandt
(Publicado en La Primera)


Recuerdo perfectamente el día en que empecé a leer “Cien años de soledad”, hace 40 años o poco menos. Tenía 19 años y era un perfecto parásito de los libros y allí estaba en mis manos, caliente como un pan bíblico, el ejemplar de la novela que cambiaría el modo de escribir del siglo XX, el rústico ejemplar de editorial “Sudamericana”, con ese papel que el tiempo oxidaría y que hasta hoy conservo como un fetiche.

¡Qué libro! Cuando terminé de leerlo era un zombie y al hablar con los que lo habían leído me di cuenta de que ellos también eran zombies, tocados por las manos de Melquíades, viviendo en su Macondo propio, envidiando para bien a quien había hecho sonar el idioma como nunca había sonado desde que Cervantes fundó la modernidad del XVI.

Siempre habíamos sabido que Joyce era un padre enorme y putativo y, traducido maravillosamente al decir de los entendidos, habíamos bebido del manantial primero de ese irlandés que le escribió cartas sucias a su Nora Barnacle. Y bueno, todos nos decíamos, en medio de nuestro entusiasmo juvenil, que pocos libros como el “Ulises” de Joyce, con todos esos juegos de espejos que más tarde nos haría descubrir Navokov, con el imborrable y burlón penúltimo capítulo hecho en forma de catecismo y con el monólogo interior interminable de Molly Bloom, la vulgar y humanísima señora de Leopoldo Bloom con sus fantasías lanzadas por el REM, la insatisfacción sexual y el aburrimiento que su cornúpeta marido podía producir en una furcia como ella.

Pero Joyce era ajeno del habla, que es el idioma por excelencia, y requería la mediación de José María Valverde para ser entendido (o presentido para ser más exactos). En 1967, en cambio, nos había nacido un Joyce propio, un Faulkner de la vecindad, un genio que refundaba, sin proponérselo, la novela, rescatándola del realismo que la maltrataba, del lirismo que la hacía inglesa en el peor sentido y de las buenas intenciones que muchas veces la podían prostituir y convertirla en panfleto. Y todo con un lenguaje que sonaba a sagrada escritura, al cúmplase y archívese de unos dioses paganos de Aracataca. Porque la prosa de “Cien años de soledad” tiene las cualidades de una profecía que se está cumpliendo mientras se lee y muchas veces parece el dictado de una voz colosal tomado por un escriba.

Hay magia no sólo en lo que se cuenta sino en el modo cómo se cuenta, siendo cabal en García Márquez la inexistencia de una frontera entre fondo y forma cuando de una obra maestra se trata.

A las enumeraciones victoriosas de “Cien años de soledad”, Vargas Llosa las llamó “el ritmo encantatorio” de García Márquez. Lo hizo en ese volumen de más de 600 páginas llamado “Historia de un deicidio”, biografía camaraderil y ensayo prolijo sobre la obra del colombiano –probablemente lo mejor que se haya escrito en torno a García Márquez–.

Pertenecí a una generación privilegiada de lectores. Entre mis catorce y mis veintisiete años estallaron –creo que esa es la palabra que mejor define la aparición de sus libros– Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos, Guillermo Cabrera Infante, Alejo Carpentier, José Lezama Lima. No había tiempo para detenerse. Era un banquete sin fin, la orgía perpetua pero de lectores. Fue el Dorado de América Latina. Y en ese reino –donde Losada seguía editando a Neruda y a Guillén, Emecé a Borges y el monopolio español del márquetin ni soñaba con imponerse sobre la calidad intrínseca de cada obra– el cacique indiscutible, el monarca chibcha lleno de abalorios y poderes fue don Gabo, el autor de uno de los pocos libros que justifican la palabra literatura.

Cuarenta años de “Cien años de soledad”: hoy, algún lector de alguna editorial, actualizada con la novelística de aeropuerto que se busca y edita, rechazaría el manuscrito de García Márquez llamándolo barroco, confuso y demasiado extenso. Es que hoy muchos libros no se escriben: se giran.

Una clase y unos escritores

ESPECIAL

El Comercio- Revista Dominical

Estado y creación. En 1959 José María Peman, poeta y miembro de la Real Academia Española, escribió este ensayo sobre la Rusia comunista y su relación conflictiva con escritores como el Nobel Boris Pasternak. Aquí un fragmento.

Por: José María Peman (1897-1981)*
Domingo 18 de Abril del 2010

Me gustaría, prescindiendo de toda retórica malhumorada, hacer un esfuerzo de tranquila comprensión para entender bien lo que, en su más profunda dimensión ocurre en el caso de Boris Pasternak, como ayer en el caso de Milovan Djilas. El primero escribe una novela de tipo humano, individualista: rotundamente crítica frente a la deshumanización estatal y comunista de Rusia. El segundo escribe su famoso ensayo “La nueva clase dirigente” contra los gerentes de esa deshumanización tiránica. Los dos saben que hacen un mal negocio. Pero uno y otro lo arrostran: Pasternak pasa sus cuartillas, de contrabando a su editor italiano. Djilas envía a decir a su editor francés que se ha publicado su manuscrito, aunque le cueste caro al autor.

Ni uno ni otro se equivocaron. A Pasternak lo insultan, le hacen renunciar al Premio Nobel y le causan una enfermedad cardíaca. A Djilas lo condenan a tres años primero, y, luego a seis más de prisión. También el Estado Ruso sabe que hace un pésimo negocio. El mundo todo se escandaliza. Los intelectuales ingleses firman una protesta. Se enteran todos un poquito más de que Rusia es una tiranía insoportable. Para gloria del espíritu se repone el conocido espectáculo: el miedo de un Estado frente a un libro.
[...]
Por el lado del Estado Ruso parece que las cosas son de este modo. Hubo un intelectual, en el siglo pasado que se llamaba Carlos Marx, el que con bastante genialidad, se dedicó a “interpretar” la marcha fatal y determinista que había de llevar la economía: la saturación industrial y capitalista; la lucha de clases y la victoriosa ascensión del proletariado. Marx escribía pensando principalmente en los países donde el industrialismo y el capitalismo estaban muy desarrollados empezando por Inglaterra. Y sobre poco más o menos, donde esos supuestos industrialistas han existido, el ritmo fatal, profetizado por Marx, se ha cumplido bastante bien. Han luchado las clases —sindicatos, huelgas— los estados han intervenido redistribuyendo riqueza por medios tributarios y el proletariado ha ascendido vertiginosamente. Hoy día a la puerta de una fábrica de Estocolmo, es bastante difícil adivinar cuál es el automóvil del obrero, cuál el del ingeniero y cuál el del dueño.

Carlos Marx estuvo, pues, bastante acertado “interpretando” la marcha, casi vegetal y pacífica, de la economía. En su profecía no se ocupa para nada de Rusia; precisamente porque faltaban los supuestos de su acertijo; Rusia era un pueblo campesino, sin industria, capitalismo ni proletariado. Pero entonces unos cuantos rusos, al encontrarse con el libro que decía cómo deben suceder las cosas, se deciden a hacer que sucedan. A esto es a lo que le llaman ser “marxista”; que es lo único que es seguro que no era Carlos Marx.
[...]
Convierten el libro científico que dice “esto va a pasar” en el programa político que dice “esto vamos a hacer”. Es un poco cómico pero la dictadura del proletariado no se ha intentado más que donde no había proletariado. Entonces ¿qué ha ocurrido? La evolución fatal, bien vista por Marx, de la economía se ha abierto paso con su implacable paso histórico bajo todas las intervenciones revolucionarias. El éxito ruso, único, vistoso y tangible, es la industrialización del país. En Bruselas se vio que lo que más le gusta exhibir a los rusos son unas máquinas enormes. Pero ante una máquina uno piensa que ha tenido que haber un capital para pagarla y unos obreros para hacerla. Efectivamente, el industrialismo ruso ha parido su hijo inevitable: un gigantesco capitalismo. Del Estado, pero eso da lo mismo. El Estado no es sino un patrono, más gordo y con más automóviles que cualquier otro.

[*] El Comercio, 21 de abril de 1959

lunes, 12 de abril de 2010

Alfredo Bryce Echenique: “El plagio es un homenaje”

     Foto: El Comercio
El Comercio
El escritor de 71 años se mantiene firme en su defensa de las acusaciones de copia que recibió durante los últimos años
Lunes 12 de abril de 2010
A cuatro años de ser acusado por primera vez de un plagio por su amigo el ensayista Herbert Morote, lo que desembocó después en una serie de acusaciones, por el mismo motivo, hechas por el diplomático Oswaldo de Rivero y periodistas españoles del diario La Vanguardia, Alfredo Bryce Echenique se muestra reacio a aceptar que fue partícipe de actos nada éticos en cuanto a la producción de su obra literaria.

Bryce, quien acumuló en total 32 acusaciones por plagio, fue exhortado por Indecopi a pagar 177.500 soles de multa por un total de 16 textos plagiados. No obstante, el escritor no da su brazo a torcer.

“(…) Yo no he plagiado nada. No puedo ofrecer disculpas. Me han armado un lío, un juicio al que he apelado y espero que esto algún día se aclare”, dijo el escritor a “Peru21”.

El autor de “Un mundo para Julius” negó de manera categórica haber copiado a Willy Niño y Fernando Carvallo. De igual modo, Bryce dijo que los escritores españoles de “La Vanguardia” que lo acusaron por plagiar sus textos “no le han probado nada”.

HABLÓ BIEN DEL PLAGIO

Envuelto en una serie de contradicciones, el escritor sorprendió con una declaración. “El plagio, como decía Borges, es incluso un homenaje. Borges le plagió a medio mundo. Yo no siento haber plagiado a nadie. El texto de Willy niño es un trocito así (gesto de los dedos), el resto es mío”, expresó el autor de “El huerto de mi amada”.

“Mira, viejo, si quieren que me disculpe por algo que no hice, me disculparé; pero yo no siento haber plagiado a nadie. Esto algún día se aclarará. Acá ha habido un montaje siniestro”, finalizó.

Por otro lado, Bryce reconoció, aunque no textualmente, haber copiado los textos de Oswaldo de Rivero, quien también lo acusó de plagio. “Ese fue un error. Le escribí, y allí sí me disculpé e hice público mi error”, reconoció.

jueves, 8 de abril de 2010

Sobre "Hacia una poética radical" de William Rowe

Extraído del sitio Zunino & Zungri
Por: Anna Housková

Fecha: 30/11/1997

William Rowe, destacado latinoamericanista inglés, formula una lectura nueva de obras narrativas y poéticas hispanoamericanas. Propone un estudio multidisciplinario de cultura, pero en el centro de un enfoque está la literatura. La comprensión surge en el círculo hermenéutico de textos y contextos. Si bien el texto está inmerso en el contexto cultural, no se lo subordina. William Rowe evita el peligro de la crítica cultural de diluir la obra literaria en la sociología.

De allí que el interés de su libro consiste no sólo en el planteamiento metodológico del primer capítulo ("Teoría y análisis cultural") sino, principalmente, en la interpretación de obras de novelistas (Vargas Llosa, Roa bastos, Donoso) y de otros poetas (Vallejo, Westphalen, Juan L.Ortiz, Nicanor Parra, Carmen Ollé, Raúl Zurita, Diego Maquieira). La interpretación cultural de los textos encuentra en su lengua y a través de su lengua nuevas posibilidades de lectura. Williams no sólo proclama sino que demuestra que la hermenéutica posibilita interpretar lo que se escapa al análisis de la significación. Por ejemplo en la poesía de César Vallejo es revelador el análisis del dolor no como tema sino como "forma de expresión" y como "signo cultural", o sea como cierto modo de ser poético y cultural. En el trasfondo de las diversas formas de socialización del dolor en el Perú (el mártir, la víctima, el héroe), William Rowe no prolonga la lectura cristiana del martirio en los versos de Vallejo y los relaciona con el dolor cósmico de la tradición andina.

El enfoque de Rowe borra la separación de forma y contenido, sujeto y objeto, literatura y sociedad. Ve las obras poéticas ?abiertas? o ?permeables?. Así la poesía de Nicanor Parra que no busca significar sino ?sobrevivir?, estar en el mundo, aparece como ?poema-ameba?, permeable a lo externo. Las cosas se desnudan de significados, los estilos poéticos y mitos sociales se ironizan, la oralidad renace. (La parodia de estilos que nota Rowe en la poesía de Parra se podría relacionar con el "diálogo" de estilos concebidos por Bachtin como novelesco). De otro modo se "abre" la poesía de Raíl Zurita, poeta chileno sobreviviente de los desaparecidos, quien es marcado por esta experiencia de la violencia y marca sus palabras en el rostro del paisaje.

La sensibilidad con que William Rowe interpreta a Nicanor Parra puede insinuar una afinidad: en las lecturas del crítico inglés, "lo externo", deja de serlo, el contexto social hispanoamericano no es exterior a los textos. El crítico, igual que el poeta, abre así nuevas posibilidades de visión.

La concepción de "crítica radical" ubica al intérprete dentro del mundo poético y social de los autores estudiados. William Rowe conoce bien los contextos hispanoamericanos y, al parecer, está en su mundo. Sin embargo, queda implícito el problema de un latinoamericanista europeo, situado acá. Tal vez su doble situación facilita una relación doble con la tradición: estar inmersos en ella y, a la vez, romper con las lecturas tradicionales.
Tomado del Anuario del centro de estudios Ibero-americanos de la universidad de Carolina de Praga. Año XXXI 1997.
© 1997. Anuario del centro de estudios Ibero-americanos de la universidad de Carolina de Praga. Todos los derechos reservados.

lunes, 5 de abril de 2010

"Somos víctimas de una mala filosofía política"

FILOSOFÍA
El Comercio

Mario Bunge. Es una de las voces más lúcidas y polémicas de la filosofía latinoamericana. A su paso por Lima conversó con “El Dominical” sobre la crisis del capitalismo, las seudociencias, los posmodernos y la ligereza de los intelectuales latinoamericanos.

Por: Jorge Paredes
Domingo 12 de Julio del 2009

“Hablan en difícil porque no tienen nada que decir”, afirma Mario Bunge (Buenos Aires, 1919) sobre los defensores de la llamada posmodernidad. El filósofo y físico argentino no escatima adjetivos al referirse a quienes se han alejado de la ciencia racional para construir teorías basadas en la especulación y en lo que él denomina las seudociencias. Es autor de una treintena de libros entre los que destacan su enorme “Tratado de filosofía” (siete tomos) y “La ciencia y su método”, un pequeño volumen que no ha dejado de reimprimirse desde su aparición en los años sesenta.
(* * *)
¿Por qué en nuestros países, donde se necesita tanto del desarrollo científico, se le da tan poca importancia a la investigación?

Es culpa de los intelectuales que no han sido capaces de entender que la ciencia y la técnica son el motor de la civilización moderna. Si lo entendieran, empujarían a los gobiernos para que se ocupen de ello. En nuestros países casi todos los intelectuales se ocupan de cualquier cosa menos de ciencia y técnica. Los científicos no suelen interesarse por la política, lo que es un error pues tendrían que actuar en ese terreno para exigir que los gobiernos inviertan más en ciencia, en educación y en salud.

En una entrevista dijo que la filosofía estaba muy enferma, herida de muerte. ¿Es tan crítica la situación de la filosofía contemporánea?

Yo creo que la filosofía se ha estancado. En los últimos años no ha abordado problemas importantes sino problemas secundarios, y muchas veces seudoproblemas. Muchos filósofos se preguntan, por ejemplo, cómo sería una Tierra sin agua o qué significa ser un murciélago.

¿Por qué no ocuparnos mejor de cómo piensa y siente la gente? Para eso hay que informarse sobre las neurociencias que estudian el órgano de la mente que es el cerebro; pero la mayor parte de filósofos se niega a aprender esto. No creo que la filosofía vaya a morir o desaparecer, pero sí está muy enferma. Una buena infusión de ciencia del siglo XXI le vendría muy bien.

En ese sentido es un entusiasta defensor de las neurociencias. ¿Qué avances tenemos en este campo?

Estamos viviendo la década del cerebro. Se está avanzando muchísimo, pero todavía se ignora bastante. No sabemos exactamente cuáles son las partes del cerebro conscientes de sí mismas; pero se acaba de descubrir que dar brinda mayor placer que recibir, y que es el mismo tipo de placer que sentimos al comer algo sabroso. Se ha descubierto también que la desigualdad es mucho más nociva que la pobreza. La desigualdad causa estrés y este, a su vez, origina una superproducción de sustancias nocivas que destruyen el cerebro. En los países más equitativos las personas son más longevas. Los costarricenses y los cubanos viven bastante más que los norteamericanos. Ganan muchísimo menos, son mucho más pobres, pero viven más porque son más igualitarios.

¿Por qué los filósofos se han alejado de la ciencia? ¿Cuándo empezó esto?

Yo creo que empezó como una reacción contra el Siglo de las Luces. Empezó con gente como Hegel, al comienzo del siglo XIX, como una reacción contra el modernismo, contra el cientificismo y el materialismo. Vinieron todas esas fantasías idealistas de Hegel y en el siglo pasado aparecieron Edmund Husserl, Martín Heidegger y demás charlatanes que escribían de manera tal que era imposible entenderles. De esta manera ocultaban que no decían nada.

Cuando Heidegger dice que la esencia del ser es “el yo mismo”, ¿qué significa? Absolutamente nada. Pero como lo dice un profesor alemán entonces los latinoamericanos y los franceses dicen “oh, que sabiduría”, sin darse cuenta de que lo dice en difícil porque no tiene nada que decir.

Se refiere a filósofos que han gestado el pensamiento posmoderno…

No han aportado ningún conocimiento porque justamente niegan la ciencia, la racionalidad, la lógica, y cuando usted niega eso se vuelve un cuadrúpedo. Cuando no se reconoce que el cerebro es capaz de entender, de conocer; cuando se dice que todo es misterioso se está negando la modernidad.

Es peor que volver a la Edad Media. Porque en la Edad Media hubo filósofos y teólogos que por lo menos discutieron racionalmente. Santo Tomás de Aquino no descubrió nada pero nos enseñó a discutir. Dijo, cuando se discute con un creyente se le exhibe las Escrituras para convencerlo, pero cuando se discute con un incrédulo las Escrituras no sirven, así que no queda más que razonar con él.
(* * *)
El capitalismo vive una de sus mayores crisis desde 1929. Usted ha hablado de un modelo de sociedad llamado “tecno-holo-democracia”. ¿Qué significa esto?

Occidente es víctima de una mala filosofía política, el neoliberalismo, según la cual las empresas deben tener total libertad. Y ya se sabe que el capitalismo es suicida y por eso necesita controles. Los críticos del capitalismo, sin embargo, no ofrecen ninguna alternativa creíble. Los socialistas están paralizados y no tienen nuevas ideas. Los marxistas siguen repitiendo los mismos conceptos del siglo XIX. Yo sostengo que en el futuro tendría que haber una democracia integral, no limitada a lo político, sino extendida hacia lo económico y lo cultural. Esa sociedad futura, además de buenas ideas, necesita técnica, porque el gobierno no debe estar en manos de aficionados. Y la democracia económica se alcanzará a través de las cooperativas, que son empresas que actúan en el mercado pero bajo la propiedad y la administración de sus trabajadores, con la colaboración de especialistas. Un modelo de cooperativa exitosa es la vasca Mondragón: tiene su propio banco, su propia universidad y cien empresas diversificadas, ninguna de ellas ha quebrado y la gente trabaja a gusto porque lo hace para sí misma.

¿Y la ética calvinista que impulsó el capitalismo?

Eso ya se acabó. Según Max Weber la ética calvinista era muy cuidadosa con el dinero, no especulaba. El capitalismo de los últimos treinta años, especialmente en Estados Unidos, ha sido el capitalismo del casino, de las especulaciones y los préstamos. Enron, corporación amiga de la familia Bush, era solo un cascarón. Bernard Madoff durante 30 años estafó por más de 50 mil millones de dólares tanto a gente rica como a 35 cajas de jubilación de sindicatos. Lo hizo porque nadie lo controló, porque el gobierno de Reagan eliminó la mayoría de controles y Clinton terminó con los que quedaban. Demócratas y republicanos son igual de culpables en esta crisis.

Receta para llegar a los 90 años

“No leer a los posmodernos, no fumar, no beber alcohol y no hacer demasiado deporte. Mantener ágil el cerebro. Si uno deja de aprender, el cerebro deja de funcionar”.


Sus libros en Lima
Después de veinte años la obra mayor de Bunge, “Tratado de filosofía” (en ocho tomos) llega a los lectores de habla castellana, bajo el sello de la editorial Gedisa. Es un proyecto ambicioso, que aborda lo que Bunge considera el núcleo de la filosofía contemporánea: la semántica, la ontología, la gnoseología y la ética. Otros títulos disponibles son “A la caza de la realidad” y “Crisis y reconstrucción de la filosofía”.

viernes, 2 de abril de 2010

Notas sobre la prosa periodística de Antonio Cisneros

Extraído de Ciberayllu

Por Sandro Chiri

Leer las crónicas de viaje de Antonio Cisneros1 (Lima, 1942) es una experiencia llena de plenitud, gracia y alegría. En ellas, no obstante sus diversos matices y observaciones propias de un viajero atento, el autor destila una visión energizante de la vida, donde sí hay cabida para la belleza, el aire y la sonrisa. Emulando los viajes por el Océano Indico de Simbad, el marino de Las mil y una noches, quien tiene que enfrentar diversidad de escollos antes de llegar a su destino, Cisneros organiza sus libros de crónicas generalmente por las ciudades en las que ha vivido o sencillamente visitado. El cronista, a cada espacio le saca provecho; de cada espacio algo interesante o por lo menos ingenioso tiene que decir.

Los libros de crónicas

Son cuatro los libros de crónicas que Antonio Cisneros ha publicado con sano engaño porque en el fondo se trata de uno solo. Desde El arte de envolver pescado (El Caballo Rojo, 1990), pasando por El libro del buen salvaje: Crónicas de viaje / Crónicas de viejo (Peisa, 1994 y 1997) y Ciudades en el tiempo. Crónicas de viaje (Congreso de la República, 2001), hasta Los viajes del buen salvaje. Crónicas (Peisa, 2008), Cisneros no ha hecho más que reproducir sus divertidos textos para el público lector que, según los especialistas, se renueva por quinquenios. Han sido diversos los medios que cobijaron inicialmente las crónicas que conformarían este único y continuo libro. Publicaciones semanales conocidas (Caretas, Sí, Marka, Monos y Monadas), diarios de circulación nacional (El Diario de Marka o La República), suplementos dominicales (Dominical de El Comercio o El Caballo Rojo), mensuarios (30 Días), revistas académicas(Amaru o Socialismo y Participación), magazines de limitada circulación (Lima Kourrier) o revistas de análisis político y cultural (Debate) han albergado la firma y el talento del cronista Cisneros para el goce de tan variado público lector.

Recordar es vivir

Desde los años ochenta a la fecha, Cisneros escribe sus recuerdos con inocultable gracia y narcisismo, pero su narcisismo es contagiante en tanto que la voz del cronista transforma al yo narrativo en un auténtico personaje de ficción. No sólo se trata de un AC que viaja, ve, vive y registra, sino de una criatura ficcional a la que le ocurren las más diversas e insólitas experiencias. Sus crónicas poseen, entonces, el enorme mérito (como toda buena crónica) de presentar a un personaje en primera persona sobre el cual se mueven otros personajes tomados de la realidad en un medio y en un tiempo más que real y volátil, afectivo y perdurable. Y es, casualmente, ese tiempo afectivo el que le da a las crónicas de Cisneros un carácter permanente y actual.

La tradición cronística

En América Latina existe una sólida tradición de poetas, narradores y ensayistas que han deslizado su talento en la escritura de crónicas de viaje. En el Perú basta recordar los bellos textos de Valdelomar, Mariátegui y Vallejo, sólo por citar tres nombres emblemáticos de nuestras Letras, quienes registraron sus experiencias en Europa con sedienta curiosidad y mejor estilo. Pero hay también otro tipo de cronista más local e inmediato; me refiero a aquel que se dedicaba a registrar el diario devenir preferentemente urbano y cotidiano. En esta tradición fueron famosas las columnas limeñísimas de Enrique A. Carrillo «Cabotín» o las de Manuel Beingolea, ambos de las canteras modernistas, que dicho sea de paso fue la corriente estética que fortaleció este tipo de praxis escritural tan ligada a lo mejor de la tradición del periodismo latinoamericano. Casualmente, refiriéndose al oficio periodístico de nuestro autor, Marco Martos ha escrito: «Como poeta y periodista Antonio Cisneros es representante hogaño de una tradición que se inicia antes que la República, la del intelectual que se siente cómodo haciendo periodismo. Así fueron Hipólito Unanue, Manuel Ascencio Segura, Felipe Pardo, Abraham Valdelomar, Federico More, Sebastián Salazar Bondy. En el caso de Antonio Cisneros hay una semejanza entre hacer periodismo y escribir poesía. En ambas actividades el poeta, como lo quería Antonio Machado, no está para recoger los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, sino lo que pasa en la calle»2.

El viaje como aprendizaje

Quizá sea pertinente ahora trazar a grosso modo los viajes más importantes que Antonio Cisneros realizó desde su primera juventud, ya que esas experiencias viajeras se asocian a su proceso de escritura cronística y poética. Así tenemos que en 1965 se le ubica al poeta no en Lima sino en Huamanga; dos años después se le ve andar por Londres; en 1970, caminar por Niza; y cuatro años más tarde, se le escucha dictar clases en Budapest. Todos estos viajes y largas pasantías están asociados a su experiencia como docente universitario. La vida universitaria, por consiguiente, fue el pretexto, la máscara y el pasaporte que usó nuestro escritor para movilizarse por el mundo, y gracias a ello las grandes beneficiadas siempre fueron su poesía y sus crónicas de viaje. Por cierto que esta no ha sido la única razón para que AC se movilice por el planeta. En 1978, por ejemplo, y gracias a la beca John Simon Guggenheim que obtuvo por su talento creativo, pasó una larga temporada en los Estados Unidos, y en 1984, como escritor invitado, en la ciudad de Berlín. En los intersticios de esas fechas y en ocasiones posteriores, Cisneros no ha dejado de viajar siempre en su condición de poeta exitoso y sobresaliente.

Viajes y poesía

El punto de partida de su brillante producción poética es el precoz libro Comentarios reales (1964) en tanto que mereció el tan ansiado Premio Nacional de Poesía, antes de que su autor cumpla los veintidós años de edad; en él el poeta aborda personajes y hechos de la historia peruana desmitificando y proponiendo nuevas lecturas de nuestro pasado. Inmediatamente después «viajar» y «escribir» serán dos marcas en la vida de Cisneros. Viaje y escritura se amalgaman, pues, en su biografía y en su lento y armónico proceso creativo irán apareciendo poemarios de inusitada intensidad. Canto ceremonial contra un oso hormiguero, por ejemplo, mereció el prestigioso Premio Internacional Casa de las Américas de La Habana, Cuba, en 1968. Los poemas que conforman este libro fueron escritos entre Huamanga, Lima y Londres. Como higuera en un campo de golf (1972) –uno de los poemarios más sólidos de la lírica iberoamericana del siglo XX– recoge los textos líricos que concibió y registró el vate entre Londres, Niza y Lima. Es obvio que El libro de Dios y los húngaros (1978) articula fe y compromiso luego de su experiencia en la aún socialista Budapest de aquellos años donde algo nuevo se anunciaba como una luz entre premonitoria y enigmática. Y ni qué decir de Monólogo de la casta Susana y otros poemas (1986) cuyos textos nacieron y se escribieron, en su gran mayoría, en Berlín, luego de que el autor rastreara la vida del genial, pícaro y sensual Goethe. El reencuentro con la patria y los desposeídos se saborea en los poemas que conforman Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981); y el afán del autor por reflexionar sobre el devenir del hombre que se debate entre lo material y lo espiritual se vislumbra en Las inmensas preguntas celestes (1992); mientras que la familia, la Virgen María y la fuerza del paisaje americano se entrecruzan en Un crucero a las islas Galápagos (Nuevos cantos marianos) (2005).

Una experiencia berlinesa

En medio de este permanente ejercicio poético Cisneros escribe sus crónicas para incluir en ellas lo que no podía decir en sus poemas. Me rehúso a creer, sin embargo, que sus crónicas son accesorias a su poesía; creo más bien que son complementarias. Detengámonos, para ilustrar, en «Naturaleza Muerta en Innsbrucker Strasse», poema de Monólogo de la casta Susana: «Ellos son (por excelencia) treintones y con fe en el futuro. / Mucha fe. / Al menos se deduce por sus compras (a crédito y costosas). / Casaca de gamuza (natural), Mercedes deportivo color de oro. / Para colmo (de mis males) se les ha dado además por ser eternos. / Corren todas las mañanas (bajo los tilos) por la pista del parque / y toman cosas sanas. Es decir, legumbres crudas y sin sal, / arroz con cascarilla, agua minerales. / Cuando han consumido todo el oxigeno del barrio (el suyo y el mío) / pasan por mi puerta (bellos y bronceados). / Me miran (si me ven) como a un muerto con el / último cigarro entre los labios». Ahora paladeemos un fragmento de su crónica «Niños y perros en Innsbrucker Strasse»3 para contrastar: «Cuarenta y tantos años era el promedio entre los vecinos de Innsbrucker Strasse. Sin embargo, sus saludables hijos apenas si llegaban, los mayores, a las cinco primaveras. Esos niños, más o menos tardíos, eran frutos de las ideologías en boga durante la rebelde y colorida década de los sesenta, cuando muchachos y muchachas decidieron hacer el amor y no la guerra. Compartir muy orondos el lecho, sin traer nuevos seres a este mundo cruel. Tiempos del troncho, las revueltas y la música hindú» (pp. 132-3).

En efecto, si en el poema aparecen los jóvenes triunfadores y treintones de la zona industrial alemana, donde las fábricas de automóviles y la banca garantizaban sueldos estupendos para sus yuppies (Young Urban Professional), en la crónica, en cambio, aparecen los berlineses de la generación anterior, los hippies cuarentones, quienes priorizaron la vida afectiva y espiritual a la material contante y sonante. Los primeros rinden culto a la belleza corporal en correspondencia a su éxito económico; los segundos –a pesar de todo– no pierden su perfil rebelde, pacifista y sensual. La voz del poeta precisa; la del cronista, amplía, y esta ampliación –así mismo– le permite aumentar en detalles: «El ilustre burgués luce apacible con su bóxer lustroso, tan burgués como él. La muchacha sinuosa y deslumbrante juega bien con su galgo español. La menos favorecida luce graciosa con su perro salchicha. Los mozos matonescos, de cuero remachado y pelo al rape, se acompañan con dóberman nerviosos. Las ancianitas dulces pasean sus chihuahuas. La muchacha punk se adorna con canes de pelo indefinible y las orejas mochas» (p. 135). Esta galería canina no es más que un pretexto que usa el cronista como estrategia para mostrarnos los diversos rostros humanos de la pirámide social germánica que convergen –en este caso– en un Berlín cosmopolita y mundano. En la crónica, con deliberada objetividad, hombre y animal se corresponden en tanto que el cuidado y la imagen del animal van a tono tanto con el poder económico del amo como con su edad y estilo de vida.

Japón, tan cerca y tan lejos

Es curioso el hecho de que estas líneas las escribo en un momento de tránsito. Releo las crónicas de Cisneros en el aeropuerto de Lima mientras cientos de compatriotas se enrumban hacia el extranjero con objetivos distintos; llego a Filadelfia y el libro de AC me acompaña mientras comparto las bancas de la lavandería de Fox Chase con vietnamitas, irlandeses y algunos puertorriqueños; parto hacia Roma del JFK de New York y la muchedumbre babilónica parlotea las mil endemoniadas lenguas mientras se disparan –atónitos o avispados– hacia lugares desconocidos e impronunciables, mientras que un grupo de turistas japoneses marcha ordenado con sus banderitas en mano hacia la puerta 34. En este contexto, las crónicas de Cisneros cobran inusitada actualidad.

Casualmente, hablando de turistas nipones, es el Japón ahora el tema de interés en el libro. El autor retrata los variados semblantes de una sociedad que presiente extraña y ajena, a pesar de los esfuerzos que confiesa hacer por comprenderla en alguno de sus ángulos. Es en el otro lado del Pacífico donde coincide con algunos niseis peruanos que dejaron Chancay por el sueño de una mejor vida cuando en el balance final no han hecho más que morir de pena; o con la joven traductora Akiko que acompaña al poeta por los intrincados laberintos de Tokio con el fin de complacer a su ilustre invitado; o con la diminuta poeta Machi Tawara capaz de haber vendido cinco millones de ejemplares de su libro El día de la ensalada, y a quien rinde asombrado homenaje adaptando al español algunas de sus afamadas tankas, que sin pérdida de tiempo comparto con ustedes una de ellas: «Me besas porque piensas / que me estoy alejando. / Es el tercer mes lunar. El mes en que la luna se deshace / con la luz de un McDonalds» (p. 42).

En este rápido paseo, bolígrafo en mano, nuestro autor no deja de mencionar el teatro japonés kabuki y noh, los anticuchos de pulpo o las luchas de sumo encarnadas por unos peleadores que superan los 250 kilos. Aparentemente todo era perfecto en la sociedad nipona, hasta que la billetera del cronista despareció: «“Me han robado en el estadio”, exclamé consternado. “Imposible. Un japonés no roba jamás”, fue su respuesta. Sólo atiné a mugir y a esperar que me tragara (o la tragara) la tierra. Impávida, sin atender mis iras más secretas, se dirigió al teléfono público, después de preguntarme por el color, la forma y el contenido de la billetera. Y luego de unos cuantos hai, que culminaron en sonoro domo-domo, nos embarcamos en un taxi rumbo al estadio. La billetera había sido hallada por un antiguo luchador de sumo quien, por supuesto, la llevó de inmediato a la administración. El empleado que me la entregó, estaba anotando en un recibo la cantidad de dólares y su equivalente en yenes. Sólo quedaba un vacío en el pulcro papel. Ignoraba el valor de ese billete peruano y azul, con la cara de un anciano bigotón. Mi respuesta le arrancó una cierta sonrisa compasiva. Me extendió el recibo y lo firmé feliz como un porcino» (pp. 29-30).

En esta suerte de diálogo entre el cronista y su intérprete Akiko en medio de una situación confusa, la sociedad japonesa sale bien parada por su sentido de honradez.

Marx en Londres

El cronista viajero continúa su periplo cantando entre alegre y melancólico estos versos de Como higuera en un campo de golf: «Y ya voy a decir que no tuve una casa, / que mi casa son las viejas maletas arrastradas por trenes y aeropuertos / los estadios, los parques comunales: / mi jardín interior». Pero ese jardín interior pasa tambien por la experiencia misma de la escritura. Escribir en sí mismo es también una experiencia viajera. No es gratuito entonces que Cisneros en medio de su libro de crónicas incluya la historia de uno de sus poemas más celebrados y citados: «Karl Marx, died 1883, age 65» (Karl Marx, murió en 1883, edad 65 años), en donde confiesa cómo, cuándo y dónde lo escribió: «Lo escribí cuando vivía en la ciudad de Londres, antes de la Navidad del 67. Hacía un frío de los diablos y en ese cuarto, para ahorrar, sólo prendíamos la calefacción al caer de la noche. Lo trabajé de día y envuelto en un abrigo gigantesco, excedente de la Segunda Guerra, mientras a través de mi ventana la nieve se transformaba, a gran velocidad, en sucio lodo» (p. 90). Se trata del contexto que originó el poema casi infaltable en todo recital donde Cisneros participa. Y es ahora su autor quien se pregunta por el atractivo del texto: «¿Cuál es la gracia del poema? Lo ignoro, francamente. Por lo demás, no es cosa simple como el pan con mantequilla. Y tiene más bien, sin ser una cábala terrible, un cierto aire difícil (o, al menos, un aire de enredado)» (p. 90). La supuesta complejidad del texto, no obstante, no impide que el público lo reclame como suyo tal vez por su atrevimiento y originalidad.

Una asolapada sociedad hipocritona

Una sutil crítica al modo de vida norteamericano creo ver en dos crónicas. La primera aborda el tema del sexo como asunto tabú en la sociedad yanqui; la segunda aboga por los fumadores tan detestados en el país del norte. Asi, en «El ocaso de las conejitas» acota: «Hefner, visionario, entendió muy bien su próspera y desconcertada sociedad. Los Estados Unidos con sus chupetes de colores, sus desfiles de waripoleras, sus hula-hula, eran el símbolo del gigante puritano y cándido de solemnidad. Mucha vida sana para tanto dinero. En un país donde todavía resonaban el cerril macartismo y las oraciones de los pioneros con sus biblias protestantes bajo el brazo, el mundo del sexo y aledaños era cosa exclusiva de los franceses o, a lo más, de los disolutos escandinavos. Hugh Hefner sería el destinado por los dioses para abrir la válvula de represión norteamericana y brindar a los caballeros (y a las damas, de paso) esos aires mundanos, ese refinamiento europeo, por la módica suma de 50 centavos cada mes. La nación hacía su ingreso, menos cándida y más mañosa, al mundo contemporáneo» (p. 77). Sociedad hipocritona la norteamericana, al fin y al cabo, que el cronista retrata en su esencia y suave golpea sin dañarla mayormente como sí suelen hacerlo algunos ensayos o artículos suscritos por furibundos científicos sociales. Empero, si de daños se trata no hay peor que el que origina el tabaco, según médicos, publicistas y una grey de fornidos, intransigentes y cándidos muchachos que, sin embargo, fueron capaces de asesinar a un ingenuo fumador en los Estados Unidos, tal como nuestro cronsita delata en «El último dinosaurio»: «Hace poco leí que un modesto periodista cuarentón fue muerto, con su pucho en la boca, por una banda de matones, en Fresno, California. Los asesinos, armados de manoplas y barretas, detestaban el humo y todos compartían la virtud de no fumar» (p. 146-7). Fanáticos, sectarios y cerrados al diálogo son apenas algunos términos que se desprenden de estas fugaces crónicas que delatan una sociedad en esencia represiva, controlista y castrante como la norteamericana.

Los poetas

Otra preocupación de Cisneros es la de analizar el comportamiento y los gustos de sus colegas poetas. Octavio Paz es la encarnación del aburrimiento («Me imagino, como es de suponerse, en un amable encuentro con cena o copetín. Pero no. El poeta [Westphalen], sin trámites mayores, me lleva hasta la casa de otro poeta. Toca la puerta, me presenta y se despide raudo, rumbo a su oficina. El reloj marca las ocho y diez minutos. La hora, exacta, en que nadie espera a nadie. Octavio Paz en bata, su mujer con ruleros. Resuenan la licuadora, la aspiradora, la lustradora. El mucho gusto y los inacabables carraspeos se multiplican, sin ton ni son, hasta casi las diez de la mañana. Hora en que Emilio Adolfo me rescató. Creo que fue su última broma surrealista», pp. 102-3); Rafael Alberti se confiesa como un viejito alegrón («Eran los años veinte. Ella ha muerto en diciembre pasado a los ochenta y tres. Yo me voy para los ochenta y siete. María Teresa era la chica más guapa de Madrid. Y era muy audaz. Cuando estalló la guerra civil ella llevaba una pistola al cinto, que no disparó nunca», p. 193-4); Allen Ginsberg se comporta como una anciana cansada («El monstruo de la década prodigiosa se había convertido en un señor de talla discreta, regordete, lampiño y rosado, con modales de tía viejita», p. 74); Stephen Spender, todo un dandy («En honor a la verdad, su altísima figura, algo encorvada, revelaba sin ningún disimulo sus tres cuartos de siglo trajinados. Los ojos de un azul intenso, el pelo abundante y cano. Vestía un riguroso terno de tweed, corbata a rayas. Bien pudiese haber sido el presidente del Banco de Inglaterra, a no ser por esa mirada profundamente bondadosa, bonachona más bien, y las manos honradas», p. 120). Nuestro cronista opta por una voz justa con su pizca de ironía, ni más ni menos, evitando llevarse por las emociones para retratar a sus colegas mayores del oficio.

Perú al pie del orbe

Vaya donde vaya, el Perú acompaña a Cisneros. Es inevitable que rememore el ceviche, plato bandera de la Patria, en las calles de Tokio, o la nostalgia lo gane al ver un torito de Pucará en una ventana de Londres; pero «la necesidad absurda de reencontrarnos siempre a millas de distancia con una vaga identidad», tal como lo dice Carmen Ollé en unos versículos de Noches de adrenalina 4, explican ese afán tan provinciano de Cisneros que más que limitarlo, lo humaniza y le da la certeza de que pertenece a un lugar en el mapa, tan bello, cruel e intenso como el Perú.

Si non è vero

Tal vez algún lector incrédulo ponga en tela de juicio muchas de las historias que Cisneros nos entrega en sus textos cronísticos; tal vez piense que se trate de hipérboles propias de un poeta sudamericano, pero siempre hay en ellas alegría, aire saludable y unas ganas locas de decirnos que la vida, a pesar de sus inefables coartadas, vale la pena enrostrarla con una canción en los labios. Finalmente, como me dicen mis amigas italianas cada vez que les narro lejanas historias del Perú, se limitan a mirarme con cierta piedad y a musitar levemente: «Si non è vero, è ben detto».

* * *

Notas
1 Antonio Cisneros, escritor plural y maestro universitario, es autor de más de veinte libros de poesía, que le han valido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía del Perú (1965), y el Premio Casa de las Américas (1968),
2 Cf. Marco Martos. «Cisneros: Poeta y periodista». En: La casa de cartón de Oxy. II Epoca, N° 25. Lima: invierno-primavera, 2002; p. 16.
3 Usamos la edición de Ciudades en el tiempo. Crónicas de viaje. (Lima: Congreso de la República, 2001)
4 Ver Noches de adrenalina, de Carmen Ollé. (Lima: Lluvia Editores, 1981)
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© 2010, Sandro Chiri

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 (Consulta: 2 de abril del 2010).