ESPECIAL
El Comercio- Revista Dominical
Estado y creación. En 1959 José María Peman, poeta y miembro de la Real Academia Española, escribió este ensayo sobre la Rusia comunista y su relación conflictiva con escritores como el Nobel Boris Pasternak. Aquí un fragmento.
Por: José María Peman (1897-1981)*
Domingo 18 de Abril del 2010
Me gustaría, prescindiendo de toda retórica malhumorada, hacer un esfuerzo de tranquila comprensión para entender bien lo que, en su más profunda dimensión ocurre en el caso de Boris Pasternak, como ayer en el caso de Milovan Djilas. El primero escribe una novela de tipo humano, individualista: rotundamente crítica frente a la deshumanización estatal y comunista de Rusia. El segundo escribe su famoso ensayo “La nueva clase dirigente” contra los gerentes de esa deshumanización tiránica. Los dos saben que hacen un mal negocio. Pero uno y otro lo arrostran: Pasternak pasa sus cuartillas, de contrabando a su editor italiano. Djilas envía a decir a su editor francés que se ha publicado su manuscrito, aunque le cueste caro al autor.
Ni uno ni otro se equivocaron. A Pasternak lo insultan, le hacen renunciar al Premio Nobel y le causan una enfermedad cardíaca. A Djilas lo condenan a tres años primero, y, luego a seis más de prisión. También el Estado Ruso sabe que hace un pésimo negocio. El mundo todo se escandaliza. Los intelectuales ingleses firman una protesta. Se enteran todos un poquito más de que Rusia es una tiranía insoportable. Para gloria del espíritu se repone el conocido espectáculo: el miedo de un Estado frente a un libro.
[...]
Por el lado del Estado Ruso parece que las cosas son de este modo. Hubo un intelectual, en el siglo pasado que se llamaba Carlos Marx, el que con bastante genialidad, se dedicó a “interpretar” la marcha fatal y determinista que había de llevar la economía: la saturación industrial y capitalista; la lucha de clases y la victoriosa ascensión del proletariado. Marx escribía pensando principalmente en los países donde el industrialismo y el capitalismo estaban muy desarrollados empezando por Inglaterra. Y sobre poco más o menos, donde esos supuestos industrialistas han existido, el ritmo fatal, profetizado por Marx, se ha cumplido bastante bien. Han luchado las clases —sindicatos, huelgas— los estados han intervenido redistribuyendo riqueza por medios tributarios y el proletariado ha ascendido vertiginosamente. Hoy día a la puerta de una fábrica de Estocolmo, es bastante difícil adivinar cuál es el automóvil del obrero, cuál el del ingeniero y cuál el del dueño.
Carlos Marx estuvo, pues, bastante acertado “interpretando” la marcha, casi vegetal y pacífica, de la economía. En su profecía no se ocupa para nada de Rusia; precisamente porque faltaban los supuestos de su acertijo; Rusia era un pueblo campesino, sin industria, capitalismo ni proletariado. Pero entonces unos cuantos rusos, al encontrarse con el libro que decía cómo deben suceder las cosas, se deciden a hacer que sucedan. A esto es a lo que le llaman ser “marxista”; que es lo único que es seguro que no era Carlos Marx.
[...]
Convierten el libro científico que dice “esto va a pasar” en el programa político que dice “esto vamos a hacer”. Es un poco cómico pero la dictadura del proletariado no se ha intentado más que donde no había proletariado. Entonces ¿qué ha ocurrido? La evolución fatal, bien vista por Marx, de la economía se ha abierto paso con su implacable paso histórico bajo todas las intervenciones revolucionarias. El éxito ruso, único, vistoso y tangible, es la industrialización del país. En Bruselas se vio que lo que más le gusta exhibir a los rusos son unas máquinas enormes. Pero ante una máquina uno piensa que ha tenido que haber un capital para pagarla y unos obreros para hacerla. Efectivamente, el industrialismo ruso ha parido su hijo inevitable: un gigantesco capitalismo. Del Estado, pero eso da lo mismo. El Estado no es sino un patrono, más gordo y con más automóviles que cualquier otro.
[*] El Comercio, 21 de abril de 1959
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