domingo, 31 de octubre de 2010

Miguel Gutiérrez reedita libro La violencia del tiempo con fragmentos inéditos


  • Lima, 29 de octubre de 2010

  • Tras dos décadas el escritor Miguel Gutiérrez reedita su libro La violencia del tiempo con fragmentos inéditos, hecho que le ha transportado a los recuerdos y cuya revisión le causo asombro.

    ¿Cómo se siente con la publicación de La violencia del tiempo casi veinte años después?
    - Obviamente, me siento feliz porque las dos ediciones anteriores de mi novela estaban completamente agotadas. Pero sobre todo volver al texto después de tantos años me llenó de asombro y de recuerdos. Me he sentido transportado a los nueve años que duró su gestación y escritura en que el país pasaba por un momento terriblemente crítico de su historia. De modo que la escritura de mi libro se erigió en fortaleza de resistencia a los furores del tiempo en que murió gente de todas las trincheras, entre las que se encontraban seres caros a mi vida. Y además he sentido asombro al tomar conciencia por los poderes de la palabra y la imaginación que en esos años generosamente me concedió la vida.

    ¿Qué novedades trae esta tercera edición?- En primer lugar, por primera vez La violencia del tiempo sale en un solo tomo acentuando su carácter de novela unitaria y única. Y lo que es más importante aún es que se ha restablecido el texto original mecanografiado. Como yo me hallaba casi jaqueado por las circunstancias, no pude participar en el proceso de corrección. Mi desaparecido amigo Carlos Milla Batres hizo lo que pudo al trabajar con unos originales que le faltaban las últimas correcciones y añadidos. Se ha restablecido la estructura de los capítulos y de los títulos de algunos de ellos. Y también se ha restituido un texto que mi editor se vio obligado a censurar ante la posibilidad de que se tome como lesivo a la memoria de un héroe de nuestra patria.

    ¿Cómo caracterizaría a esta novela como estructura artística?- En uno de sus niveles es una novela de aprendizaje. Entre otras búsquedas para superar su conciencia infeliz Martín Villar (protagonista de la novela) decide escribir una novela sobre su linaje. Así inicia un aprendizaje de la escritura novelística. Y joven y pedante como es se propone una meta que lo supera: escribir una novela summa.

    ¿Qué significa este concepto?- Una novela en que cristalice toda la tradición de la novela como género. Por eso se alude a los clásicos antiguos y a los grandes maestros de la novela, como Dostowieski, Tolstoy, Proust, Joyce, Faulkner. Asimismo hay ecos (a veces en tono paródico) de los grandes de la narrativa latinoamericana: Carpentier, Asturias, Borges, Guimaraes Rosa, Onetti, Rulfo... Y están presentes también nuestros clásicos como Alegría y Arguedas.

    ¿Cuál es la intención del personaje?- El desmesurado Martín se propone componer una estructura narrativa con tópicos del realismo crítico, del realismo social, de la novela regionalista e indigenista, pero como un lenguaje moderno. Pretende escribir un libro que sea realista y metarrealista, épico y lúdico, serio, grave, pero también irreverente y jocoso. Como podrás advertirlo, por esos años Martín Villar estaba completamente loco.

lunes, 25 de octubre de 2010

García Márquez tiene la palabra

ENTREVISTA

'Yo no vengo a decir un discurso' reúne seis décadas de intervenciones del nobel - La obra traza un recorrido por la literatura, el cine, la política y América Latina
Por JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid 
20 de octubre de 2010
El País de España

Gabriel García Márquez pronunció su primer discurso con 17 años; el último, por ahora, con 80. Uno tuvo lugar en 1944 en el Liceo de Varones de Zipaquirá, en el interior de Colombia, donde el futuro escritor cursaba el bachillerato como becario interno. El tema era la amistad y los asistentes se llamaban Henry Sánchez, Augusto Londoño, Humberto Jaimes o Manuel Arenas. El otro tuvo como escenario el monumental Centro de Convenciones de Cartagena de Indias durante la inauguración del IV Congreso de la Lengua. El motivo era una edición de Cien años de soledad con una tirada de un millón de ejemplares, y entre los 1.500 invitados -2.300 policías vigilaban las calles- había nombres como Juan Carlos de Borbón, Sofía de Grecia, Bill Clinton o Álvaro Uribe.

Ni premios ni parlamentos

"Yo no vengo a decir un discurso", dijo García Márquez (Aracataca, 1927) en aquella lejana, e irónica, perorata adolescente, y esa frase es la que ha elegido el escritor para titular la recopilación de 22 discursos y conferencias que Mondadori publicará el próximo día 29.

De la charla en Estocolmo con motivo del Premio Nobel de 1982 a la polémica propuesta de jubilación de la ortografía en otro congreso de la lengua, el de Zacatecas (México) de 1997, el volumen es un repaso por las grandes pasiones del autor de El amor en los tiempos del cólera: el cine, la política, la amistad, América Latina y, por supuesto, la literatura. Muchas de sus primeras intervenciones comienzan, como cuando acude a Venezuela en 1972 para recibir el Premio Rómulo Gallegos, con el reconocimiento de algo irreparable, la rotura de un viejo propósito: "Recibir un premio y decir un discurso".

Escritor a la fuerza

"El oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica". Lo dijo García Márquez en Caracas en 1970, cuando era "feliz e indocumentado", en una conferencia titulada Cómo empecé a escribir. Allí relata que concibió su primer cuento solo por llevarle la contraria a un periodista que afirmaba que en Colombia los jóvenes narradores no tenían nada que decir. La charla, cuenta Cristóbal Pera, responsable de la edición de Yo no vengo a decir un discurso, la rescató del olvido Margarita Márquez, prima del escritor y "archivera" de la familia: "En cuanto Gabo leyó el texto dijo: 'Esto lo he escrito yo, seguro".

Casi 40 años después, ante la ilustre multitud de Cartagena, aquel "artesano insomne" recordaba -"No se trata de una afirmación jactanciosa"- que si los 50 millones de lectores que llevaba Cien años de soledad a la altura de 2007 vivieran "en un mismo pedazo de tierra" conformarían "uno de los 20 países más poblados del mundo".

Soledad de América

En su discurso del Nobel, García Márquez recordó a su maestro Faulkner, a Pablo Neruda y a Thomas Mann, premiados como él, pero sus palabras fueron tan políticas como literarias: "¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?".

El autor de El general en su laberinto recuerda a lo largo de varios discursos una frase de Simón Bolívar -"Somos un pequeño género humano"- para hablar de América Latina -"Primer productor mundial de imaginación creadora"- y de la integración de su cine y de su literatura. Su preocupación continental pasa por las dictaduras, el narcotráfico y la ecología. También de la educación pública como arma contra la discriminación social: "La pobreza y la injusticia no nos han dejado mucho tiempo para asimilar las lecciones del pasado ni pensar en el futuro".

La culpa fue de Mutis

"Álvaro Mutis y yo habíamos hecho el pacto de no hablar en público el uno del otro, ni bien ni mal, como una vacuna contra la viruela de los elogios mutuos". En 1993, Álvaro Mutis cumplió 70 años y su amigo rompió el pacto. ¿La razón? El creador de Maqroll lo había roto antes. ¿Por qué? "Porque no le gustó el peluquero que le recomendé".

Con excepción de su visita a Suecia, todas las intervenciones de García Márquez destilan un sentido del humor que encuentra su altura máxima en los homenajes a sus amigos. A Mutis, que improvisó con él "a cuatro manos" el brindis que pronunció en el Ayuntamiento de Estocolmo, le afea su "insensibilidad para el bolero", pero le agradece que le pusiera delante un ejemplar de Pedro Páramo, el libro que le enseñó a escribir de otro modo.

En un homenaje póstumo a Julio Cortázar, el autor de Vivir para contarla habla como de "el ser humano más impresionante que he tenido la suerte de conocer". Cristóbal Pera dice que es uno de los textos favoritos del narrador colombiano: "Cada vez que lo relee, se emociona".

Las haches rupestres

Otro de los discursos favoritos del escritor -"Por lo que tiene de travesura"- es el que pronunció en Zacatecas ante una sala repleta de académicos: "Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota...". Seguían los acentos escritos, la be y la uve y otras "osadías y desatinos". José Antonio Pascual, vicedirector de la Real Academia Española, sonríe todavía al recordar aquella "provocación": "Más que antiacadémico, aquello fue un alegato antiacademicista. No me escandalizo. Desde Rubén Darío al menos, es una vieja tradición. Si no provoca, la retórica queda floja, y no te fijas". Pascual trabajó en la edición conmemorativa de Cien años de soledad y recuerda que García Márquez corregía las pruebas "con un impecable sentido de la norma".
El Gabo que viene
Cristóbal Pera, responsable de Mondadori en México, ha trabajado durante un año y medio con Gabriel García Márquez en Yo no vengo a decir un discurso. Según el editor, la revisión de los textos se centró en limpiarlos de erratas y, sobre todo, en ponerle título a los que no los tenían. Por lo demás, el escritor no añadió una coma. Ni siquiera a las palabras escritas con 17 años, que gastan ya la misma ironía que Una naturaleza distinta en un mundo distinto al nuestro, una conferencia ante un auditorio de militares -"lo más raro que he hecho en mi vida"-, a los que deja una frase: "Creo que las vidas de todos nosotros serían mejores si cada uno de ustedes llevara siempre un libro en su morral". ¿Y qué hace ahora García Márquez? Preparar una antología de sus artículos periodísticos, cuenta Pera. Y corregir una y otra vez En agosto nos vemos, una novela de "hace algunos años" que no tiene fecha de publicación: "Gabo no acaba de estar contento. Dice que hay un personaje que todavía no le convence". El de escritor es el único oficio que se hace más difícil cuanto más se practica. Son sus propias palabras.

domingo, 3 de octubre de 2010

Styron: novela, historia y presente

17 de septiembre de 2008

Una evocación de la obra del novelista William Styron nos conduce a una reflexión sobre el racismo en EE.UU. y la candidatura de Barack Obama.
Autor: José Miguel Oviedo
Si no hubiese leído un artículo de Jess Row en el Book Review del New York Times, no habría recordado que se cumplen ahora los cuarenta años de la publicación de la novela The Confessioms of Nat Turner, de William Styron (1925-2006). Lo que sí recuerdo con bastante claridad es la enorme impresión que el libro me produjo cuando lo leí en la edición castellana aparecida en Barcelona muy poco después; incluso conservo viva en la memoria la imagen del famoso fotógrafo Richard Avedon en la carátula: el retrato de un viejo esclavo negro, cuyo rostro sudoroso y surcado por profundas arrugas era una especie de mapa de una historia dolorosa y trágica.

Se considera, con mucha razón, que esta es la primera gran novela del autor, y que puso definitivamente su nombre entre los más importantes escritores norteamericanos y entre los mejores herederos de la rica tradición literaria sureña, cuyo indiscutible padre es William Faulkner.

La obra se presentaba, a la vez, como un documento, una autobiografía y una composición ficticia. Luego, ese modelo se haría popular bajo el membrete de 'faction’ (fact/fiction) en Estados Unidos y, posteriormente, en América Latina.

Styron investigó exhaustivamente los hechos para establecer el trasfondo de su historia y el ambiente donde vivió o debió vivir un esclavo negro a comienzos del siglo XIX. Pero, operando siempre como un novelista, se apartó bastante del Turner documental (cuyas 'confesiones’ a un abogado de oficio antes de ser ejecutado lo presentaban como un simple tipo raro) e hizo de él un conmovedor ser humano, más real que el otro.

La verdadera hazaña literaria del autor, un sureño blanco, fue asumir la voz de su personaje negro, con sus modismos e inflexiones y, sobre todo, con la perspectiva sin esperanzas de un hombre condenado a vivir y morir en el infierno de las plantaciones de sus amos.

En esta novela, Styron descubrió el poder de la fusión artística de una historia particular y la gran Historia que la enmarca; es decir, la posibilidad de crear personajes insertados en contextos objetivos que son parte de la experiencia cultural común a los lectores. Varios años después, Styron volvería a intentar esa fusión a gran escala –evocando tiempos y espacios completamente distintos– en su última obra maestra: Sophie’s Choice (1979), cuyo terrible tema es el de los campos de exterminio nazi. El novelista trata de reflexionar sobre esa incomprensible aberración de la mente humana que condujo a la brutal muerte de millones de judíos.

La monstruosa maquinaria del odio –que, como la esclavitud, se basa en la superioridad de una raza sobre otra– está admirablemente sintetizada en la escena que da la explicación del título: Sophie, una judía polaca que ha ido a parar a un campo de concentración con sus dos pequeños hijos, es obligada por un oficial nazi a elegir la salvación de solo uno de ellos, condenando así al otro a una muerte segura. Es una escena memorable y desgarradora.

En varios sentidos, la miserable y anónima vida de Nat Turner es un símbolo de la tragedia de un país como Estados Unidos, que ha sido, a lo largo de su historia, una sociedad con valores democráticos, un imperio expansionista y una sociedad carcomida por el cáncer de la discriminación racial. No es exagerado decir que, hasta hace solo medio siglo, Estados Unidos era un apartheid apenas menos repudiable que el de Sudáfrica, pues incluía, sobre todo en el Sur, la segregación en escuelas, universidades, restaurantes y otros lugares públicos, sin olvidar la presencia tolerada de organizaciones como el Ku-Klux-Klan.

Recuerdo siempre el testimonio de la famosa cantante de jazz Sarah Vaughan, quien era aplaudida en elegantes clubes nocturnos, pero que no podía usar los baños reservados para el público blanco, odiosa hipocresía que la gran mayoría de gente aceptaba.

Era un país distinto al de ahora, lo que no quiere decir que la discriminación racial haya desaparecido del todo (ahora se ha trasladado a los inmigrantes latinos), pero sí que hay al menos un sistema legal que protege a la población negra.

El artículo de Jess Row –al que hice referencia al comienzo– hace un útil repaso de las circunstancias en las cuales The Confessions... apareció: eran tiempos turbulentos conmocionados por las masivas protestas contra la Guerra de Vietnam, los movimientos de abierta rebeldía de los negros (algunos violentos, como los Black Panthers), las revueltas universitarias y callejeras tras el asesinato de Martin Luther King Jr., la histórica Convención Demócrata en Chicago –de la que Norman Mailer, otro gran escritor de 'factions’, ofrecería un apasionado testimonio–, etc.

El reconocimiento de los derechos civiles de la comunidad negra es el mayor fruto del activismo social y político de esa época, donde obras como las de Styron cumplieron un papel decisivo.

Un buen ejemplo para mostrar el profundo cambio que en medio siglo ha transformado al país es señalar que ha ocurrido algo antes impensable: un hombre de piel oscura llamado Barack Hussein Obama, de padre keniano y nacido en la isla de Hawái, es el candidato oficial del Partido Demócrata a la presidencia de la nación.

Gane o pierda, ya hizo historia: es el primer político afroamericano (uso el término en su sentido literal, no como el eufemismo ahora tan aceptado) con una opción real de llegar a la Casa Blanca. Las consecuencias de eso las veremos en menos de dos meses.