lunes, 28 de diciembre de 2009

Antenor Orrego y su Carta a Vallejo


Extraído del blog de Blasco Bazán
Por: Blasco Bazán Vera

Antenor Orrego Espinoza nació el 22 de mayo de 1892 en la hacienda Montán, Santa Cruz, Cajamarca. Desde joven radicó en Trujillo estudiando en el Seminario San Carlos y San Marcelo y luego en la Universidad de Trujillo.

Periodista innato, Su campo fue la Filosofía y la Política, Pensador innato, Brillante Educador, parlamentario, escritor y Rector de la Universidad de Trujillo.

Su calidad humana permitió rodearse de muchos amigos a quienes deleitó con su presencia y ejemplo. Descubridor de la valía de César Vallejo con quien le unió una entrañable amistad. Teniendo 22 años alcanzó a reunir a una juventud ávida de superación, digamos, juventud que a lo largo de la historia del siglo XX y aún más allá, jugó un papel de gran importancia en la vida pública del Perú. Esta juventud estuvo conformada por Víctor Raúl Haya de la Torre, César Vallejo Mendoza, Garrido Espinoza, Federico Esquerre Cedrón, Alcides Spelucín Vega, Oscar Imaña Sánchez, Macedonio de la Torre Collard, Juan Espejo Asturrizaga, Francisco Sandoval Bustamante, Juan Lora y Olivares, Carlos Cox Rosse, Alfonso Sánchez Arteaga, Eloy Espinoza Cárdenas, Jorge Castañeda Peralta, Leoncio Muñoz Rázuri, Julio Esquerre (Esquerrilof), Ciro Alegría Bazán, Manuel Vásquez Díaz, Néstor Alegría, Crisólogo Quezada Campos, Carlos Espejo Asturrizaga, José Agustín Haya de la Torre, Manuel Francisco Espinoza y Juana Manuel Sotero, quienes dieron lugar al nacimiento del histórico “Grupo Trujillo” o “Norte” “Grupo Bohemia” o finalmente conocido como “Grupo Norte”, allá por el año 1914.

Orrego es considerado como una de las más brillantes mentalidades de América Latina.

De pensamientos esclarecedores y su compañía personal siempre fue grata a cuantos se acercaron a él. Hizo de la vida su filosofía. Sus escritos están cargados de profundos mensajes. Sufrió la avalancha del odio de muchos que no comprendieron la inmensa bondad de su corazón. Basta leer sus escritos para darnos cuenta del tamaño de grandeza y sensibilidad que encerró este hombre. Su vida es una novela que muy bien podría disgregarse en sentidos capítulos como: Amigo, pensador y hombre, aunque el primero, como amigo, encierra todos los capítulos y mucho más pues su ternura y aplomo fueron inconmensurables.

Su amistad con César vallejo demostró hasta que extremos puede llegar la sinceridad de un hombre cuando entrega su Yo personal. Ambos, nacidos en el mismo año, no se buscaron. Se encontraron y se fundieron en una amistad que va más allá de la muerte y, para confirmar esto, basta leer aquella impresionante carta de fecha 6 de julio de 1926 donde Orrego, desde Lima, le dirige a Vallejo que se hallaba en París. En ella podremos fundirnos en un solo estruendo de emoción. Orrego: El ínclito, el periodista, el consejero y descubridor, el amigo bonachón; nos estremece con su epístola haciéndonos comprender en estilo y forma que las almas puras nacen predestinadas para ser luz.

En aquella carta es fácil deducir la inmensa virtuosidad de Orrego que lo llevaron a erigirse como El Maestro de la Juventud, El Pensador de América. Los que lo comprendieron sellaron con él la amistad franca, los otros, trataron de derribarlo hasta empobrecerlo económicamente y lo fustigaron tanto que nuestro pensador decidió radicar en otro país … “He aguardado mucho tiempo estar en mejores condiciones económicas. No me ha sido posible, Tenía la ilusión de llevar una regular cantidad de dinero para establecernos, tú, Julio y Yo, cómodamente en Europa. Todos mis cálculos me han fallado y no tengo paciencia para esperar más …”, le escribe Orrego a Vallejo. Es que Orrego era la piedra de tope o el pozo edificante donde muchos recurrían para absorber esperanzas genuinas. Estos pocos renglones de la misiva aludida nos presentan al hombre de carne y hueso con derecho a sufrir y buscar consuelo en el amigo lejano encontrando en él lo que él generosamente prodigaba a otros. Y sigue escribiéndole: -“…tú no tienes idea cómo se me ha hecho hostil todo lo que me rodea. Todas las pequeñas cosas de la tierra se me han vaciado encima y estoy sitiado como una fiera. Tengo que salir a reventar. No cabe vacilación en la alternativa. Sé a demás que en cualquier otra parte por más desgraciado y margo que estuviera, nunca lo será tanto como ahora. En estas condiciones voy a salir de Trujillo y del Perú, es decir, desheredado…”.

El férreo Orrego se descubre ante el cálido amigo y se desnuda intrépidamente mostrándole sus heridas con la esperanza sean comprendidas y sanadas con el bálsamo de la amistad. Orrego, el depositario de las inquietudes de los pobres macheteros de las azucareras del Valle Chicama está siendo vencido y, cual fiera acorralada, ruge; buscando retroceder para con el mismo ímpetu avanzar hacia la puerta de la libertad. Sigamos y comprendamos que en ella, nuestro filósofo, hace de la vida una Filosofía y convierte el desliz de otros, en triunfo para seguir escribiendo: “ …hace muchos meses que no escribo carta de Julio (Julio Gálvez Orrego, sobrino de Antenor), tengo sobre su vida vaga sospecha que me son muy dolorosas. Condúcelo y dirígelo, César no sabe cuánto he de agradecértelo. Impón tu autoridad amorosa de hermano mayor. La vida, según creo, no se ha hecho para el placer hedonístico sino para sufrirla gozándola en toda su sagrada tragedia de amor y de conocimiento, el dolor es el camino de comprensión y de revelación o sino no tendría sentido. Sólo así se llega a cierta serenidad interior. Sin embargo, cuántos dolores hay cobardes y estériles, dolores que hacen negativa una vida. Estos dolores que han perdido su santidad humana son engendrados en aquellas almas que han planteado como objetivo supremo de su vida la felicidad hedonística”.

En otro párrafo le dice: “ …la inteligencia no creo que se a otra cosa sino la justa aplicación de cada ser a sus fines. El animal jamás los traiciona porque es un vehículo pasivo a un designio interior. Pero el hombre tiene la libertad que hace su tragedia y que también su esclavitud. Por su libertad puede extraviarse y se extravía a veces. Entonces hace su vida inútil y hace estéril su inteligencia”. Mas luego le afirma: “ …somos pues la divinidad. Dios cada uno de nosotros. Un Dios personal, aparte del cosmos y de la vida es absurdo, es necio. Por lo menos yo no puedo imaginármelo sin repugnancia”. Y termina escribiéndole: … sin sentirlo casi he ido alargando esta carta. Perdóname me ha salido algo de lo más hondo de mi ser. Un abrazo de tu hermano. Antenor (firma).

Esta carta, llana y profunda, nos permite comprender la grandiosidad personal de Orrego quien no realizó el viaje ansiado quedándose, persuadido por Alcides Spelucín Vega, en el Perú, para servirlo, sentirlo y sufrirlo como pocos.

JUAN ESPEJO ASTURRIZAGA



Extraido de la Bitácora de Blasco Bazán


Escribe: Blasco Bazán Vera,
blascobv@hotmail.com

Juan Espejo Asturrizaga, nació en Lima el 8 de julio de 1895, Casado con la pianista Leonor Luque natural de Chiclayo de quien tuvieron una hija llamada Josefina.

Su principal obra es la dedicada a su gran amigo César VallejoVallejo que lleva por título: “César Vallejo: Itinerario de un hombre”. En ella observamos con precisión, muchos datos, fechas y relatos que nos llevan a tener un concepto exacto del itinerario que tuvo Vallejo hasta el 17 de junio de 1923 que partió a Europa para no volver más.

Juan Espejo, es sabroso es escribir. Vale degustarlo con infinita fruición. A través de él podemos aguzar los sentidos y percibir la fraternal amistad que le unió a Vallejo y a los integrantes del “Grupo Norte” del que fue un gran animador. Muchos de los datos que conocemos sobre la ínclita vida de los jóvenes de su generación, se lo debemos a él. Su narración es copiosa y contagiante. Se complementa perfectamente a “Mi encuentro con Vallejo” escrita por Antenor Orrego 20 años después de muerto Vallejo. Para conocer muchos datos acerca de la vida de la brillante pléyade en que le tocó vivir, tenemos que recurrir a Juan Espejo pues se convierte en el ariete solucionador a cuanta inquietud surja al respecto. La Amistad que tuvo con Vallejo lo hizo viajar con el poeta a Santiago de Chuco donde con lujo de detalles narra el penoso viaje que emprendiera hacia la tierra del poeta. De cómo el poeta es recibido con profunda satisfacción al compás de banda de músicos y rodeado de familiares y amigos venidos de pueblos vecinos. Allí nos narra el picante de cuyes, del casha-yurto, del picante de gallina, los ricos chicharrones y el jamón preparado en cocina familiar asentado con chicha de jora y aguardiente. Espejo es muy descriptivo cuando habla de este viaje. Nos narra la alegría que despierta entre sus hermanas quienes lo abrazan, besan y lo alzan como cuando era niño; en ese momento, Vallejo contaba con 25 años pero sus hermanos lo trataban como un niño como que por algo era el último de la familia.

Hablar de Juan Espejo, es hablar de la calidad artística y humana que caracterizó los componentes del él “Grupo Norte”. Aquí radica el éxito de esta generación pues, todos sus integrantes están unidos por un mismo cordón umbilical. La vida apasionante de uno y otro nos llevan siempre a un punto común: La Amistad surgida entre todos ellos los envuelve en un mismo sentir, de tal manera que el episodio de uno es el mismo o parecido episodio de lo que le sucedió al otro.

Juan Espejo narra el júbilo que despertó entre la familia de César y sus allegados. Vio llorar de alegría a Vallejo... también lo vio bailar sabrosos huaynos. Allí conoció al padre del poeta como también a los hermanos de Vallejo y sus esposas y demás amistades. La madre del poeta ya había muerto pero esta tristeza fue descartada por el gozo que recibió de su familia. De regreso a Trujillo, nos cuenta Espejo: “Entre las sombras que empezaban a disiparse, al paso de las bestias, abandonábamos el pueblo, y pude distinguir a César que, inclinado sobre la montura de su cabalgadura, lloraba...”

Por Juan Espejo Asturrizaga podemos conocer que Antenor Orrego de tanto caminar entre su casa de campo y el pueblo se le desgastaron los zapatos. Reunido el dinero y ya dispuesto a comprar nuevos acercósele una pobre mujer buscando ayuda a sus pesares que terminaron entregando a la desvalida parte del dinero destinado a adquirir zapatos nuevos. Antenor tuvo para varios días que caminar con las suelas comidas y el cuero deformado.

Así mismo, gracias a Espejo nos informamos de las reuniones que se llevaron a cabo en el cafetín de “Esquén” sito en Ayacucho donde Carlos Valderrama Herera hacía vibrar el viejo piano que allí había al compás de la alegría de los hermanos Mac Cubbin, los Roeders, Ulloa, Guillermo Baldwin, Chambergo Puente y su hermano recién llegado de España, Genaro Risco (Risquito), Alfredo Mindreau... o de las reuniones que habían en “Los Tumbos” huerta situada en Chicago Bajo de propiedad de don Pedro Gutiérrez, donde se servían piqueos y asentados con buena chicha de jora. Los Tumbos era una ramada acogedora rodeada de plantas, enredaderos y árboles coposos. Allí se comía cabrito tierno con frijoles verdes y yuca; los cangrejos y camarones “al agrio”; tamales, la causa en lapa, el pepián de pavo, el ajiaco de cuyes, todo acompañado por el suave olor de rosas y claveles, jazmines y ñorbos, tumbos, helechos, achiras y begonias. “Los Tumbos” a decir de Espejo, era la huerta más frecuentada para festejar sus ágapes.

Juan Espejo Asturrizaga antes de morir en Lima el 29 de octubre de 1965, publicó los libros: “Breve Antología de la Poesía India” (1956), “Montaña Iris” (1959) que es un conjunto de relatos peruanos y “César Vallejo: Itinerario del hombre 1892-1923” el año 1965.

viernes, 18 de diciembre de 2009

A favor de la filosofía

UNA VIDA DEDICADA AL SABER

El Comercio
06 de septiembre de 2008

Por Fernando Savater. Filósofo

Sin duda hoy la filosofía no es la chica más guapa de la clase ni tampoco la más popular. Pierde horas en los planes de estudio y para colmo se la empareja en algunos cursos con ciudadanía, lo cual es el mejor modo de fastidiar por igual ambas materias.

Yo creo que uno de los problemas principales del estudio de la filosofía es lograr entender de qué va o, mejor, cogerle la gracia: como los chistes. No es tan fácil. Isaiah Berlin empezó su vida académica como filósofo (era uno de los discípulos predilectos de Wittgenstein) pero luego dejó este primer amor para dedicarse a la historia de las ideas; cuando se le preguntó por las razones de tal cambio, repuso: "Es que quiero estudiar algo de lo que al final pueda saber más que al principio".

En efecto, la filosofía trata de cuestiones no instrumentales --como las que se plantea la ciencia-- y que por tanto nunca pueden ser definitivamente solventadas: sus respuestas ayudan a convivir con las preguntas, pero nunca las cancelan. De ahí que quienes aconsejan con impaciencia a los filósofos acogerse a la psicología evolutiva o a las neurociencias sencillamente no entienden el chiste ni ven la gracia al asunto. Como bien indica Giacomo Marramao en Kairós (Editorial Gedisa), "las interrogaciones filosóficas se sirven de la experiencia y no del experimento, y por ello solo pueden utilizarse en los símbolos, metáforas, palabras clave con las cuales intentamos conocer la realidad en que vivimos".

Quizá la mejor caracterización de la inquietud filosófica es señalar que se ocupa de "las interrogaciones que a todos nos conciernen", no en cuanto preocupados por tal o cual sector del conocimiento, sino en lo que toca a nuestro común oficio de vivir como humanos. Este es el planteamiento básico sustentado por Víctor Gómez Pin en su "Filosofía" (Gran Austral, editorial Espasa Calpe), una introducción general a la materia que puede resultar ardua para quien apetezca simplificaciones de manual pero que resulta provechosa a cuantos crean que lo importante siempre resulta también exigente.

Gómez Pin no rehúye partir de los avances de la matemática y otras ciencias, pero busca sin cesar establecer ese nivel común a la inquietud humana general que es propiamente filosófico. Porque no debe olvidarse --como bien dice Odo Marquard-- que el filósofo no es un experto, sino quien dobla al experto: el especialista para escenas de peligro.

Otro camino de acercarse al chiste filosófico pasa a través de la vida y obra de algunos grandes pensadores. Las ediciones Marbot, que han iniciado recientemente con acierto y buen gusto su andadura, proponen dos libros excelentes a tal propósito. Cada uno de ellos está centrado en un filósofo, desde enfoques muy distintos aunque ambos bien logrados. El Séneca, de Paul Veyne, historiador del mundo clásico que estuvo muy vinculado intelectualmente a Michel Foucault, es un estudio magistral de la vida, obra y época del pensador nacido en la Córdoba primitiva. Nos narra la trayectoria humanísima y por tanto a veces contradictoria de un indagador preocupado con esa gran molestia intelectual y práctica: la dificultad de habitar el mundo sabiéndose mortal.

En los días de Séneca, ser filósofo no era escribir tratados de filosofía ni mucho menos dar cursos de esa materia, sino vivir de un modo determinado: con deliberación y conciencia, luchando contra la rutina mimética que todo lo arrastra y nada se pregunta. Por otra parte, el Spinoza, de Alain, prescinde de la parafernalia historicista y de la mirada externa de comentador: resume en un inigualable prontuario lo esencial del pensamiento del valiente sabio judío como si fuera él mismo quien hablase sin intermediarios ni distancia académica.

Durante muchos años, el libro de Alain ha constituido la base de gran parte de mis cursos y también --ayer como hoy-- del pensamiento que me ayuda a vivir. Por suerte, la filosofía es una tradición de la que no debemos renunciar a nada: pero si debo quedarme con un solo compañero filosófico, que me dejen con Spinoza.

La filosofía nace con la democracia y representa en el terreno intelectual lo mismo que ella en el político: la autonomía del individuo pensante frente a las veneraciones inapelables establecidas. Quienes por razones espuriamente funcionales tratan de disminuir hoy su peso en la enseñanza, pretenden sin duda también la sumisión al poder incuestionado y no la mera eficacia laboral.

* Fernando Savater es autor de "Ética para Amador" y "Misterios Gozosos". Exclusivo para el diario El Comercio en el Perú.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Gracias a la ira

Gracias a la ira
La República
Dom, 25/10/2009
Por Eloy Jáuregui

Un intelectual, aquí o acullá, es un ser desechable. Biodegradable le dicen ahora. En el Perú es mucho más, y desde siempre. Un microempresario de lencería de cuy es más importante. Un minero igual. Y está bien. El sempiterno llanto nacional opera tanto para el quejudo o el conchudo. La frase patriótica es el “¡ayayay!”. De ahí que habitamos en la patria de los “ayayeros”. El sobón, ese PBI del Estado-Nación, conduce 4x4 y paga con tarjeta. Tiene esposa, amante y trampa. Es formal, informal y delincuente. Pero asiste a CADE de los emprendedores, va a misa y tiene casa en “Eisha”. Lo admiran en el clan y en el feudo. Es un triunfador.

Al intelectual no. Palo con él. Que sufra por cojudo. Para qué abstrae de la cosa nacional. Para qué mete su nariz. Para qué lee. Para qué escribe. Para qué publica. Para qué expone. Entonces, encebóllenlo, que se atolle. Pásalo por la Sunat. Dale de su Snip. Ábrele proceso. Vigila su CTS. Rómpele el secreto bancario. Jódelo con la Contraloría. Es un Estado perverso y converso. Siniestro y desalmado. Destruye la inteligencia y alienta la estulticia. Con el tiempo ha perfeccionado su artefacto de exterminio. Silenciar al lúcido. Eso les pasó a Vallejo y a Carlos Oquendo de Amat. A Basadre y a Flores Galindo. Con ello mataron a Mariátegui y a Arguedas. Y con ese método quieren eliminar al Dr. Hugo Neira, un peruano ilustre, uno de los seis mejores escritores de ensayo en lengua castellana, como fue distinguido en Weimar por un jurado internacional en el 2003. Y sabe demasiado, dicen los del palo encebado. Y es discípulo de Raúl Porras, chillan los obtusos. Y por 27 años ha sido profesor titular en Francia, vociferan los imbéciles.

Desde que en agosto del 2006 asumió la dirección de la Biblioteca Nacional del Perú, Neira, con un presupuesto exiguo, no hace más que aplicar la audacia juiciosa para un trabajo asombroso. Cultura y educación para el Perú. Eso. Y ha publicado 20 libros de peruanos. Ese “Sueño y pasión por el Perú”, con textos de Vargas Llosa y hasta del padre Gustavo Gutiérrez, con viñetas de Humareda y también de Szyszlo. Todos del Perú con una luminosidad a arquetipo vivo. Y tengo en mis manos la revista “Libros & Artes” que ya llegó a su número 35. Qué lujo, por Dios. Como lo fue “Amaru” de Westphalen o “Cultura y pueblo” de José María. Y ahora el Dr. Neira me está confesando que se marcha de la Biblioteca Nacional. Que deja ese sueño y esa pasión. Y me lo dice con una tristeza sobrecogedora y con una furia estremecedora. Que ya lo hartaron. Que esa administración pública, despótica e inhumana le ha tasajeado el ánimo y descorazonado el fundillo.

Y mándelos a la mierda, Neira. Que este Estado latente de gamonales y sátrapas, curas y burócratas no le toque el espolón. Porque ahora entiendo la ira de González Prada. Como el hartazgo de Túpac Amaru y Juan Santos Atahualpa, y el arrebato de Rumi-Maqui y Atusparia. Insurrectos y rebeldes contra una maquinaria opresora que sigue operando a nombre de la modernidad, la inversión y la globalización. Qué tal lisura. Si el Perú es una contradicción neurótica, el Estado mata a sus intelectuales para preservar ese orden nocivo. Pero a Neira, no podrán matarlo. Lo juro.

EL CÓDIGO BLAS VALERA



La República
18 de octubre de 2009

La vida y obra del sacerdote Blas Valera confirma aquello de que la realidad supera a la ficción. Una reciente investigación publicada por la peruanista italiana Laura Laurencich Minelli da nuevas luces sobre este enigmático cronista mestizo de formación jesuita considerado ‘políticamente incorrecto’ por la historia oficial del Perú.

Por Roberto Ochoa B.

Desde la monumental novela “El nombre de la rosa” hasta best sellers como “El Código Da Vinci”, la ficción parte de una realidad indiscutible: la Iglesia Católica, Apostólica y Romana monopolizó el conocimiento occidental desde la Edad Media hasta el Renacimiento, administrando la información previa censura que castigaba hasta con la muerte cualquier desviación en el dogma.

Esta propensión a reprimir todo aquello que contradiga la verdad oficial se trasladó a las Américas luego de la conquista y también afectó a las crónicas que procedían del Nuevo Mundo. El Virreynato del Perú transcurrió bajo el férreo sometimiento y control ideológico administrado por la tenebrosa Santa Inquisición. Lo paradójico es que son precisamente las crónicas –desde las escritas por “la soldadesca” hasta enciclopedias como la de Cieza de León, pasando por la obra del Inca Garcilaso de la Vega y la de Guamán Poma de Ayala– las bases de nuestra historia oficial y políticamente correcta. Pero esta historia oficial sufrió un remezón en 1996, cuando, invitada por el historiador Franklin Pease, la peruanista italiana Laura Laurencich Minelli presentó una investigación sobre los Manuscritos Miccinelli en el IV Congreso Internacional de Etnohistoria, celebrado en Lima en junio de ese año. La ponencia de Laurencich se basaba en el enigmático Exsul Inmeritus Blas Valera Populo Suo, un manuscrito bilingüe (texto en latín y traducción al quechua) con ilustraciones a color, quipus, piezas de metal, tejidos con iconografía prehispánica y hasta una pieza en concha espondyllus. La obra fue escrita en los primeros años de la conquista por el sacerdote jesuita Blas Valera, cronista mestizo como el Inca Garcilaso de la Vega.

Se ha comprobado, con análisis paleográficos y químicos realizados en universidades italianas, que el manuscrito es original y corresponde a las fechas que figuran en el texto. Fue enviado a Europa en el más absoluto secreto en una caja que aún se conserva en la colección de antigüedades de Clara Miccinelli, una dama italiana descendiente de una rancia familia en cuyo árbol genealógico figuran Papas, cardenales, nobles ítalo-españoles y virreyes en América.

El documento rompe todos los esquemas de la historia oficial: allí se afirma con testimonios de testigos que Francisco Pizarro capturó a Atahualpa previo envenenamiento de los jefes militares incas. Valera también revela la actividad clandestina de una logia conocida como La Cofradía del Nombre de Jesús del Cusco, dedicada a denunciar los atropellos del clero y de los conquistadores, a reivindicar los derechos indígenas –previa creación de una iglesia sincrética y “peruana”– y a la restauración de la economía inca siguiendo los preceptos de los primeros cristianos. La similitud con la obra jesuita en Paraguay no es pura coincidencia.

Pero ahí no queda la cosa, el Exsul Inmeritus Blas Valera Populo Suo acusa de plagiario al Inca Garcilaso de la Vega y de haber desvirtuado en Los Comentarios Reales de los Incas la información brindada por Blas Valera, para adecuarse a la censura oficial en España. Lo cierto es que el propio Garcilaso cita varias veces a Blas Valera en su obra, pero el jesuita chachapoyano revela que el Inca Garcilaso no solo lo citó mal, sino que desvirtuó toda la información relacionada a los quipus como escritura, minimizándola a una simple cualidad contable. Según Valera, Garcilaso no entendió lo de los quipus literarios por una razón: ignoraba la existencia y la interpretación de los capacquipus.

Blas Valera, en cambio, era nieto por parte de madre del altomisayoc Illavanqa, quien a su vez recibió toda esta información del amauta y quipucamayoc Machaquymuqta. Esta versión puede sonar a reivindicación familiar, pero hoy en día se sabe que la zona de Chachapoyas y la vecina Leymebamba son escenarios de sorprendentes descubrimientos de quipus funerarios.

Sigamos con las revelaciones. Valera agradece al indio Guamán Poma de Ayala “por haber prestado su nombre” para firmar la Nueva Corónica y Buen Gobierno, obra que, según Valera, fue dictada por un grupo de jesuitas liderado por él mismo. Por si fuera poco, Valera reconoce que tuvo que escribir y dibujar las célebres ilustraciones de la Nueva Corónica, pero con el seudónimo de Gonzalo Ruiz, pues por aquel entonces ya era víctima de una “muerte jurídica” como sacerdote y cronista.

Blas era hijo del conquistador Alonso Valera y de la joven princesa Urpay, descendiente de la nobleza chachapoya emparentada con panacas cusqueñas. Pero a los 6 años el niño Blas vio como su padre, Alonso Valera, asesinó a su madre, la princesa Urpay. Criado por su tío español e íntimamente vinculado a la familia de su madre, Blas se hace jesuita y participa en las campañas de extirpación de idolatrías en Huarochirí. Allí comprueba la importancia de Pariacaca y Pachacámac. Años después, ya en Cusco, Blas y otros jesuitas forman la Cofradía Nombre de Jesús, cuyas actividades fueron incómodas para el gobierno colonial.

Entonces su situación se complicó. En el Cusco fue acusado de quebrar los votos de castidad (no se da detalles del caso) y enviado a España para “regenerarse’. En la Madre Patria ocurre todo lo contrario.Valera entrega información al Inca Garcilaso de la Vega y toma contacto con los movimientos pro indigenistas de la época, liderados por el padre Bartolomé de las Casas. Al ser descubierto, fue sancionado con su expulsión de la orden y su “muerte jurídica”.

Valera decide volver al Perú pero con otro nombre. Aquí reinicia sus contactos con los miembros de la Cofradía Nombre de Jesús y un grupo de españoles que negaban la versión oficial de la captura de Atahualpa. Es entonces que ellos deciden escribir la Nueva Corónica y Buen Gobierno, prestándose la firma del Indio Guamán Poma de Ayala.

Toda esta historia más la sorprendente interpretación de quipus y capacquipus figura en la obra “Nativos, jesuitas y españoles” publicado por la Municipalidad de Chachapoyas con la intención, según su alcalde Meter Thomas Lerche, “de reivindicar la memoria del chachapoyano más ilustre”. Su autora, en tanto, luego de la “desilusión” sufrida en el congreso de Etnohistoria de 1996, logró la autorización de la propia Clara Miccinelli para investigar y analizar científicamente los manuscritos.

“Cuando terminó mi exposición en Lima solo recibí señales de indiferencia –recuerda Laura Laurencich desde Bologna, Italia– lo más curioso es que recibí una esquela con una amenaza de muerte por atentar contra Guamán Poma de Ayala y el Inca Garcilaso. En esos días pensé que se trataba de algún loquito, pero ahora entiendo que la amenaza se cumplió y fui ‘muerta en vida’ como peruanista”.

Hoy en día los lectores peruanos ya podemos acceder a esta publicación y sacar nuestras propias conclusiones.

En Lima

La traducción al castellano del libro “Exsul Inmeritus Blas Valera Populo Suo e Historia et Rudimento Linguae Piruanorum. Nativos, jesuitas y españoles en dos documentos secretos del siglo XVII”, editado por Laura Laurencich Minelli, fue publicado este año en Chachapoyas por gestión de la Municipalidad Provincial. En Lima, está a la venta en las librerías Cultura Peruana y El Virrey. La obra incluye ilustraciones en papel couché y su precio es de 35 soles.

Revelaciones de Blas

Según Blas Valera, el Inca Garcilaso de la Vega basó sus Comentarios Reales en los testimonios y documentos entregados por él. Sin embargo, Garcilaso habría tergiversado la información y minimizado detalles tan importantes como el de la escritura de los quipus. Valera asegura que el Inca Garcilaso fue un ignorante en la materia.

Según Blas Valera, el indio Guamán Poma de Ayala prestó su nombre “a cambio de un caballo y una carreta” para rubricar la autoría de la Nueva Corónica y Buen Gobierno.

Según Blas Valera, familiares de su rama materna le enseñaron a descifrar e interpretar los capacquipus (quipus de la realeza), los quipus literarios y los quipus contables. Junto con los tocapus fueron la base de la escritura incaica. Tanto quipus como tocapus fueron destruidos durante la campaña de extirpación de idolatrías.

Según Blas Valera, y basado en testimonios de caballeros e infantes que participaron en la captura de Atahualpa, el último inca no fue vencido en combate sino después del envenenamiento de sus principales jefes militares.

Según Blas Valera, los pobladores del Tahuantinsuyo eran los verdaderos dueños del Perú. Su fe era compatible con el dogma cristiano y su sistema económico bastaba para administrar todo el territorio del Virreynato del Perú.

Famoso, solitario y final

La República
Dom, 18/10/2009
A propósito de la inmensa obra póstuma de Roberto Bolaño
Por Eloy Jáuregui

Leo una excelente crónica en “Resonancias.org (88)” sobre nuestro hermano Roberto Bolaño escrita por Leonardo Tarifeño: “Los peligros de la obra de Bolaño en la era del marketing”. Extraño y entrañable su caso. Cierto, a Bolaño lo mató su hígado cuando apenas había cumplido los 50 años y cierta fama –maldita, por cierto– que involuntariamente fue construyéndose él mismo como un poseso. Tarifeño, entre admiración y pesar, se sorprende al contarnos que hace un par de semanas Bolaño sigue vivo.

Es decir, con sus libros que lo han librado de ser libre. En Pekín se acaba de presentar la traducción al chino mandarín de “Los detectives salvajes”. Bolaño sigue vivo porque en Estados Unidos “2666” recibió el National Book Critics Award, y la revista Time la eligió como la novela del 2008. Amén que un año antes, el The New York Times y el The Washington Post destacaron a “Los detectives salvajes” entre las diez mejores novelas de 2007.

Pero qué hace que este muerto querido siga sacando libros debajo de la manga. El cronista insiste en que hace un año exactamente, el temido agente literario Andrew Wylie, actual encargado de los derechos de la obra del escritor chileno, dio a conocer la aparición de “El Tercer Reich”, novela oculta e inédita de Bolaño, y que incluso el hermético editor español Jorge Herralde nunca había tenido noticias de tal libro. Y hace apenas tres meses se anunció también que Gael García Bernal sería el Arturo Belano (álter ego de Bolaño) en la versión cinematográfica de “Los detectives salvajes”, dirigida por el mexicano Carlos Sama. Cosas de la flema de la fama.

¿Es tanta la calidad de Bolaño? No puedo negarla. Desde la década del 70, cuando lo conocimos, Roberto comenzó un trajín creativo descomunal. Su amistad con Mario Santiago, en el México intrauterino, sirvió de batería para un escritor latinoamericano inconmensurable que gracias al Movimiento Infrarrealista conectó una textualidad que se tiró abajo al mismísimo Octavio Paz.

De ahí esa irreverencia que hace poco ha hecho morir de envidia a Mario Vargas Llosa cuando negó el genio de Bolaño, a quien tildó de escritor de culto inculto. Por aquello de nuestra amistad, desde 1972 que comencé, junto a los poetas de Hora Zero, una alucinante borrasca de cartas, donde exigíamos la anulación de un canon literario caracterizado por la expresión poética a media voz y ese susurro cómplice a coro con las viejas estructuras de poder.

Bolaño fue consciente de su envergadura escribal. Guardamos sus cartas con un fervor de imagen religiosa. Siempre nos llamábamos de hermanos y probablemente lo éramos a partir de un género epistolar y que hoy no se practica por culpa del chat y el messenger. Nuestras cartas eran enormes y, como diría García Márquez, había que romper el chanchito para poder enviarlas por el correo en sobres que contenían recortes, fotos, perfumes postales y la misma carta que tanto reclamaba Juan Gonzalo Rose. “Bolaño tuvo una clara estrategia de solitario que impone su ley, repudia la convención, descree de la gloria y sus poderes.

La condición única era su signo”, escribió Juan Villoro en el prólogo a “Bolaño por sí mismo”. Le faltó decir que su signo fue el de una muerte genuina, propia de los inmortales.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

'Gabo' periodista

Trome
04 de septiembre de 2008
Por: El Búho

Este Búho recuerda que andaba con mi mochila y llevaba un libro para arriba y para abajo, el que leía con avidez toda la tarde en la soledad y la inmensidad del estadio de San Marcos: 'Crónicas y reportajes' de Gabriel García Márquez, que había salido en edición popular y de bolsillo de la editorial colombiana 'Oveja Negra'.

A inicios de los 80, el escritor colombiano ya había ganado el Nobel en el 82, y yo había leído algunas de sus novelas trascendentales, como 'Cien años de soledad' o 'El otoño del patriarca', pero no el trabajo que hizo en el diario 'El Espectador' de Cartagena, cuando era veinteañero y escribió 'cuando era joven, feliz e indocumentado'.

Ya en la cima del mundo literario, editó este libro donde reproducía sus mejores reportajes de juventud para ese diario. Eran crónicas de notable calidad. Ya se despuntaba el genial narrador que sería años después. Relatos sobre la bomba atómica de Hiroshima o la historia de 'La virgen La Marquesita' que atendía en un pueblito llamado 'La Sierpe', exorcismos, magia, misterios, eran los tópicos que un joven García Márquez impregnaba en sus escritos periodísticos. El estilo que luego plasmaría en la inmortal 'Cien años de soledad'.

El mismo 'Gabo' nunca olvidó sus épocas de periodista. Es más, hoy, viejo, preside una fundación llamada 'Nuevo periodismo' que impulsa la formación y la difusión de cronistas jóvenes en el mundo de habla hispana. En Monterrey, donde se entregaron los premios anuales, 'Gabo' rompió su silencio y dio una definición del oficio que ejercemos: 'Se sufre, pero no hay mejor oficio que el periodismo', pero añadió que 'sufre como un perro' cuando lee algunos diarios. Responsabilizó a las exigentes horas de 'cierre de edición' de darles poco tiempo para pensar y recrear mejor sus notas: 'los medios no les dan tiempo suficiente a los periodistas. Cerraron a las seis, cuando debieron cerrar a las nueve de la noche', explicó. Sin embargo, dijo 'la escritura tiene una gran ventaja sobre la TV o radio'. 'Escribir sale del alma, los otros son aparatos, máquinas'. Finalizó, señalando que los periodistas de antes sufrían mucho por la precariedad de las máquinas 'y nos daba tiempo para pensar un poquito... y como sufríamos tanto, nos emborrachábamos todas las noches'. Si lo dice 'Gabo', ¡¡salud!! Apago el televisor.

Gabo periodista

La Nación de Argentina
9 de febrero de 2000
En los artículos de García Márquez prevalece lo literario sobre lo periodístico

GARCIA MARQUEZ empezó su carrera literaria como periodista, y seguramente la terminará como periodista, pero por encima de todo es un escritor, y su periodismo es literario. En sí mismo, esto no es ni bueno ni malo, siempre y cuando se tenga claro que en ese tipo de periodismo, y muy especialmente en el de García Márquez, suele prevalecer lo literario sobre lo periodístico. En el caso del colombiano esto da lugar, por una parte, a una prosa de excelente factura y, por otra, a la sospecha de que, en ocasiones, aplica un principio esencial en la ficción pero devastador en el periodismo, que se resume en una frase que solía repetir algún viejo redactor: "No permitas que la realidad te arruine una buena historia."

El Premio Nobel de Literatura 1982 escribió en 1955, a los 27 años, su obra maestra en el género periodístico: las catorce entregas de su Relato de un náufrago en el diario colombiano El Espectador , reunidas en libro en 1970. Su peor obra en el género, Noticias de un secuestro , es de 1996. Por desgracia, y por cronología, los 28 artículos de Por la libre , cuarto tomo de sus trabajos periodísticos, están mucho más cerca de Noticias... que del Relato ...

Los artículos, en su mayor parte, fueron escritos entre 1974 y 1975, y unos pocos en los años 80 y 90. Todos son políticos y, salvo las entrevistas a Régis Debray, a Mario Firmenich y al montonero Alberto Camps, combinan el ensayo con el relato. Cuba, el Che en el Congo, Vietnam, Angola, sus encuentros con Omar Torrijos, Juan Pablo II y Felipe González, son algunos de los temas. Se destacan el de la captura del Palacio Nacional de Managua por los sandinistas, el de la revolución que terminó con la dictadura portuguesa, el de la planificación de la caída de Salvador Allende y su muerte en el Palacio de la Moneda, y el del Papa, quien reconoció al autor cuando éste gestionó su intervención en favor de 10.000 desaparecidos argentinos: "Esto es idéntico a la Europa Oriental." También hay una lúcida radiografía de la Colombia envenenada por la guerrilla y el narcotráfico asociados, y la admirable historia de cómo el escritor Rodolfo Walsh, entonces periodista de la agencia Prensa Latina en La Habana, descifró con rudimentos de criptografía un cable cifrado del jefe de la CIA en Guatemala que revelaba que los Estados Unidos entrenaban a cubanos para invadir la isla por Playa Girón en 1961. Las autoridades cubanas impidieron que Walsh viajara a Guatemala disfrazado de pastor protestante para infiltrarse en el campo de entrenamiento.

En los artículos de la década del 70 escribe una de las estrellas del boom latinoamericano, y se nota, aunque la infatuación se atenúa con los años. Como se atenúa el clima de pachanga caribeña que empapa sus primeros artículos sobre Cuba. "Es un socialismo que los cubanos están haciendo a la medida de sus necesidades y posibilidades, con una pasión y una seriedad ejemplares, pero siempre muertos de risa, y poniendo en cada uno de sus actos esa chispa de locura recóndita que es tal vez su virtud más antigua y fecunda", escribió en 1975. Y en el mismo artículo, "Cuba de cabo a rabo", agrega que Fidel Castro empleaba en sus discursos al pueblo "una técnica de reportero sabio [...]. Gracias a estos inmensos reportajes hablados, el pueblo cubano es uno de los mejores informados del mundo sobre la realidad propia."

La epopeya, con sus buenos buenísimos y sus malos malísimos, es un vicio del García Márquez periodista. En cambio, resulta un hábil entrevistador. A un Régis Debray en proceso de cambio le pregunta en 1977 si aún cree en la revolución. El francés responde que sí, "pero hay que quitarle la odiosa mayúscula para volver a darle la grandeza de lo cotidiano, de lo real". La epopeya reemplaza en García Márquez a las mayúsculas, pero sólo cuando escribe sobre Cuba, porque al hacerlo sobre Portugal traza un panorama equilibrado y muy rico de una de las revoluciones más peculiares de las últimas décadas.

En su afán por entender la esquizofrenia ideológica que dio origen a los Montoneros, suelta preguntas ácidas al guerrillero Alberto Camps, sobreviviente de la masacre de Trelew que militó en el Ejército de Liberación Nacional y luego en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que se fusionaron con los Montoneros.

En cambio, el retrato y la intuición certera priman sobre las preguntas en "Montoneros: guerreros y políticos", una de las escasas entrevistas realizadas a Firmenich, en este caso, por obra de la casualidad en un vuelo transatlántico en 1977. Firmenich viaja con identidad de fantasía y se le presenta con su verdadero nombre. Tiene 28 años, "una risa fácil" y "parece un gato enorme". El escritor le dice que en un año la Junta Militar de Jorge Videla exterminó a la guerrilla. "Ustedes, los Montoneros, están perdidos en el terreno militar." Firmenich despliega su aritmética de la muerte: "Hicimos nuestros cálculos y nos preparamos para sufrir mil quinientas bajas el primer año. No han sido mayores. [...] Tenemos un gran prestigio entre las masas y somos una opción segura para el futuro inmediato." Algo en el argentino no convence al colombiano. "Da la impresión de un optimismo calculado. Y se lo digo. [...] No puedo eludir la impresión de estar hablando fundamentalmente con un guerrero [...] El tema que más lo apasiona es el de las modalidades tan originales de la guerra en la ciudad [...] Su análisis ha alcanzado un cierto tono lírico."

El escritor le pregunta si tantos años de lucha no lo deshumanizaron y el guerrero, que confiesa no haber leído jamás una novela, responde que "nadie se deshumaniza en una lucha humanitaria". Lo que más le duele de la clandestinidad es no poder ir al cine. Pero ese año, agrega, terminará la ofensiva de la dictadura y "se desarrollarán las condiciones para la contraofensiva final" y para un "frente amplio integrado por la burguesía nacional".

García Márquez acertó en su retrato y Firmenich se equivocó en todo menos en el anticipo de la contraofensiva que dispuso con la cúpula montonera cuando todo estaba perdido. Así, condenó a tantos jóvenes no sólo a no ir al cine, sino a sufrir muertes inútiles y evitables y, en el caso de varios sobrevivientes, a la esclavitud intelectual en la ESMA al servicio del delirio político y represivo de Eduardo Massera.

Jorge Urien Berri

A favor de la filosofía

El Comercio
06 de septiembre de 2008
Por Fernando Savater. Filósofo

Sin duda hoy la filosofía no es la chica más guapa de la clase ni tampoco la más popular. Pierde horas en los planes de estudio y para colmo se la empareja en algunos cursos con ciudadanía, lo cual es el mejor modo de fastidiar por igual ambas materias.

Yo creo que uno de los problemas principales del estudio de la filosofía es lograr entender de qué va o, mejor, cogerle la gracia: como los chistes. No es tan fácil. Isaiah Berlin empezó su vida académica como filósofo (era uno de los discípulos predilectos de Wittgenstein) pero luego dejó este primer amor para dedicarse a la historia de las ideas; cuando se le preguntó por las razones de tal cambio, repuso: "Es que quiero estudiar algo de lo que al final pueda saber más que al principio".

En efecto, la filosofía trata de cuestiones no instrumentales --como las que se plantea la ciencia-- y que por tanto nunca pueden ser definitivamente solventadas: sus respuestas ayudan a convivir con las preguntas, pero nunca las cancelan. De ahí que quienes aconsejan con impaciencia a los filósofos acogerse a la psicología evolutiva o a las neurociencias sencillamente no entienden el chiste ni ven la gracia al asunto. Como bien indica Giacomo Marramao en Kairós (Editorial Gedisa), "las interrogaciones filosóficas se sirven de la experiencia y no del experimento, y por ello solo pueden utilizarse en los símbolos, metáforas, palabras clave con las cuales intentamos conocer la realidad en que vivimos".

Quizá la mejor caracterización de la inquietud filosófica es señalar que se ocupa de "las interrogaciones que a todos nos conciernen", no en cuanto preocupados por tal o cual sector del conocimiento, sino en lo que toca a nuestro común oficio de vivir como humanos. Este es el planteamiento básico sustentado por Víctor Gómez Pin en su "Filosofía" (Gran Austral, editorial Espasa Calpe), una introducción general a la materia que puede resultar ardua para quien apetezca simplificaciones de manual pero que resulta provechosa a cuantos crean que lo importante siempre resulta también exigente.

Gómez Pin no rehúye partir de los avances de la matemática y otras ciencias, pero busca sin cesar establecer ese nivel común a la inquietud humana general que es propiamente filosófico. Porque no debe olvidarse --como bien dice Odo Marquard-- que el filósofo no es un experto, sino quien dobla al experto: el especialista para escenas de peligro.

Otro camino de acercarse al chiste filosófico pasa a través de la vida y obra de algunos grandes pensadores. Las ediciones Marbot, que han iniciado recientemente con acierto y buen gusto su andadura, proponen dos libros excelentes a tal propósito. Cada uno de ellos está centrado en un filósofo, desde enfoques muy distintos aunque ambos bien logrados. El Séneca, de Paul Veyne, historiador del mundo clásico que estuvo muy vinculado intelectualmente a Michel Foucault, es un estudio magistral de la vida, obra y época del pensador nacido en la Córdoba primitiva. Nos narra la trayectoria humanísima y por tanto a veces contradictoria de un indagador preocupado con esa gran molestia intelectual y práctica: la dificultad de habitar el mundo sabiéndose mortal.

En los días de Séneca, ser filósofo no era escribir tratados de filosofía ni mucho menos dar cursos de esa materia, sino vivir de un modo determinado: con deliberación y conciencia, luchando contra la rutina mimética que todo lo arrastra y nada se pregunta. Por otra parte, el Spinoza, de Alain, prescinde de la parafernalia historicista y de la mirada externa de comentador: resume en un inigualable prontuario lo esencial del pensamiento del valiente sabio judío como si fuera él mismo quien hablase sin intermediarios ni distancia académica.

Durante muchos años, el libro de Alain ha constituido la base de gran parte de mis cursos y también --ayer como hoy-- del pensamiento que me ayuda a vivir. Por suerte, la filosofía es una tradición de la que no debemos renunciar a nada: pero si debo quedarme con un solo compañero filosófico, que me dejen con Spinoza.

La filosofía nace con la democracia y representa en el terreno intelectual lo mismo que ella en el político: la autonomía del individuo pensante frente a las veneraciones inapelables establecidas. Quienes por razones espuriamente funcionales tratan de disminuir hoy su peso en la enseñanza, pretenden sin duda también la sumisión al poder incuestionado y no la mera eficacia laboral.

* Fernando Savater es autor de "Ética para Amador" y "Misterios Gozosos". Exclusivo para el diario El Comercio en el Perú.

Vidas y viudas literarias

La República
Dom, 13/12/2009
Por Eloy Jáuregui

Los muertos cada vez escriben mejor. Eso ocurre con Julio Ramón, Bolaño y Cabrera Infante. ¿Y los de voz inmortal? Gardel, Lavoe, Infante, cantan también, de manera desenfrenada, pero de la penitenciaría de sus discos no salen. Del otro Infante difunto, no sé. “Cabrera Infante sabía que moría y escribió un texto que revisaba toda su obra”, cuenta su viuda, musa y factótum de “La ninfa inconstante”, novela póstuma del cubano, la ballerina Miriam Gómez. Temo decir que ‘lo dudo’, como entonaran Los Panchos.

De Julio Ramón Ribeyro acabo de ver publicado un cuento inédito, “Surf”, dizque de 1994 en los dos tomos de “La Palabra del mudo” que acaba de publicar Seix Barral y que en la Feria Ricardo Palma vale un ojo y, felizmente te queda el otro, para leerlo. ¿Dónde estaba ese cuento? ¿Lo escribió él? ¿Lo encontró Alida Cordero, su viuda? No dudo de su autenticidad, dudo como Los Panchos.

Lo de Roberto Bolaño sí es sorprendente, han aparecido novelas descomunales y cuyas ediciones ha manejado con dedos de hierro Carolina López, la viuda del escritor chileno muerto el 15 de julio de 2003, e Ignacio Echevarría, quien encontró en la computadora de Bolaño decenas de archivos ordenados como cajas chinas, cuentos, luego hechos novelas y también poemas en prosa que hablan de ese furor por una textualización insondable y anchurosa.

No soy suspicaz, pero estos descubrimientos siempre me parecieron digno de sospecha, que la flamante novela “El Tercer Reich” de Bolaño fuese anunciada por el agente Andrew Wylie sin que su editor Jorge Herralde, del sello Anagrama, sepa del asunto, ya parece extraño. Pero Wylie tenía lo suyo. Anunciaba también que estaba en su poder otras dos novelas de Bolaño, “Diorama” y “Los sinsabores del verdadero policía o Asesinos de Sonora”. A ver, vamos por partes y cucharadas. Que un agente descubra novelas de un escritor muerto no es nuevo. Conozco más bien el caso de un ‘vivo’ como Paulo Coelho, que maneja una fábrica de literatura vaporosa y que crea un lector ligero y una lectora etérea que lee sus libros como quien se baña sin mojarse el cabello después de un buen polvo con el otro.

Bolaño escribía a mano –eso lo sabíamos cuando nos enviaba cartas desde México, Girona o Blanes. Luego trasladaba sus textos corrigiendo a máquina mecánica. Recién en 1995 pudo comprarse una computadora de segunda y, según su esposa Carolina, antes de morir pudo digitalizar apenas 60 ‘pantallazos’ de las más o menos 350 cuartillas mecanografiadas. No soy matemático, apenas poeta, pero de 60 ‘pantallazos’ no puedes parir 5 libros de más de 300 páginas.

Igual sucede con Cabrera Infante. He terminado de leer su novela póstuma “La ninfa inconstante” (Galaxia Gutenberg, 2008). Nada que ver con la monumental “Tres Tristes Tigres” (1967) o “La Habana para un infante difunto” (1979). El libro póstumo es un remedo adefesiero. Ingeniería de editores, lucro de libreros, negocio de viudas. Esa apropiación habla de un acto inmoral. Conocí a Georgette Vallejo y conozco a Sybila Arredondo de Arguedas. Ellas defendieron las obras de sus esposos a dentelladas. Jamás descubrieron libros debajo de la cama. Cierto, mujeres de maestros. Y ese honor es puro amor.

OMG, el idioma!!

Dom. 13 dic '09

Perú 21
Autor: Marco Sifuentes

(El jueves, en el local de la Escuela de Posgrado de la UPC participé, junto a Patricia del Río y Úrsula Freundt-Thurne, de la presentación de “La Calidad del Español en la Red”, impulsado por la Fundación Telefónica. Aquí un resumen de mi testimonio.)

“- ulas amix sorry x el WTF pero xsiak voa avlar 1 tok asi bien xvr. u_u xfa no c recojan. PTM, creo q xsiak me jalo, okis? grax. blaos.

- (LOL.)”

¿Entendieron? No se asusten, yo tampoco. Nunca había leído en voz alta y sin traducir un texto escrito en lo que algunos investigadores del libro llaman “ciberhabla” y otros, resignados a la anglofilia de la red, conocen como “netspeak”.

No soy uno de los nativos de este idioma. De hecho, para ellos este torpe intento de imitarlos debe parecerles escrito por Tarzán. Por “nativos” me refiero a gente como mis principales instructoras en este lenguaje, mis primitas de 15 años, sin cuya inestimable ayuda yo no sabría qué demonios es “YLS” ni me hubiera enterado que la letra “Y” y los osos polares están a punto de compartir el mismo, cruel, destino.

Tengo que confesar algo: yo era un talibán del español. Cuando en 1996 me conecté por primera vez a Internet me negaba a escribir algo que no fuera a dejar orgullosa a la RAE. Y ahora soy un convencido de la utilidad y pertinencia de este nuevo lenguaje. Esta es la historia de cómo me inoculé ese virus, cual Daniel Alcides Carrión.

Tengo el recuerdo clarísimo de la primera vez que escribí “jajaja” en un correo. Ya había visto la expresión en un par de e-mails y –deformación preprofesional– me pareció mucho más humana que las artificiales “(risas)” que mis colegas suelen insertar en sus entrevistas. Fue una decisión consciente. Una capitulación. Pero decidí que sería la única. Qué iluso

Tontamente, yo pensaba que seguía moviéndome en los terrenos del lenguaje escrito. No había entendido –como ahora, gracias a este libro– que estaba ante un nuevo lenguaje que tiene tanto de escrito como de oral y gestual. Durante años me enterqué siguiendo las pautas más MarthaHildebrandtianas en mis correos, chats y posts. Un esfuerzo inútil. Un día me sorprendí a mí mismo olvidándome para siempre de los signos de apertura de interrogación en mis mensajes de celular.

Y luego, la frontera final: los emoticones (o, como dicen algunos culposos normativos en el libro, emotíconos). ¡Cuántas peleas con las novias me habrían ahorrado dos puntos seguidos y el cierre de un paréntesis! Y cuántos malentendidos evitados gracias a un simple :) Poco a poco entendí que esta huachafada, esta niñería, tenía una función absolutamente pragmática: dilucidar ambigüedades en el contexto de una comunicación escrita inmediata carente de los apoyos gestuales y fonéticos del contacto cara a cara.

En resumen, durante estos años, lenta y dolorosamente fui comprendiendo una verdad de Perogrullo: que todo tiene su lugar. Una cosa es el habla culta y la otra es el netspeak. Lo siento, pues. No puedo ponerle punto final a una línea de chat. Lo siento, me es mucho más fácil mensajear “xq” en vez de “porque” o “por qué”. Lo siento, soy un blogger que mando mails, 'tuiteo’ y 'facebookeo’ con mis 'vlogovidentes’ para avisar que salió un post. Lo siento, la traducción de “blog” no es “bitácora” (yo no veo a nadie con traje de marinero en las cabinas de Internet). La traducción de “blog” es “blog”, ese es el nombre de la herramienta. ¿Está en inglés? Sorry.

Pero no estoy defendiendo la abolición del lenguaje formal. Al contrario. Puedo olvidarme del Diccionario Panhispánico de Dudas en una línea de chat, que es pasajera, efímera, pero en un blog no tengo esa excusa. Especialmente porque un blog –o al menos el que yo tengo– trata de llegar a un receptor con el que no necesariamente se comparte ese código cómplice de los que 'chatean’. Por tanto, el español escrito habitual, formal o no, es el que me resulta útil. El netspeak puede ser muy xvr FTW \oo/ , pero en mi blog no sirve (del todo). En mi blog todavía soy, un poco, Martha Hildebrandt. Todo tiene su lugar. kthxbye....

El buen uso del idioma

Aula Precaria.
La República
Por Luis Jaime Cisneros
26 de octubre de 2008


En América y en Europa se ha puesto recientemente de relieve el idioma como elemento importante de nuestro ritmo vital. Halago en Europa, protesta en Buenos Aires, innovaciones en Brasil. Al iniciarse la 64 asamblea de la SIP, Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras, se quejó amargamente del empobrecimiento que venía sufriendo el uso del español en su país. Llegó a calificarlo como un lastre para la democracia. Lo afirmó ante el director de la Academia Española y del director de la Mexicana, que pasan por ser los más preocupados por el buen uso idiomático. La insistencia del ataque alcanzaba ciertamente a la prensa, cuyo lenguaje "dejaba mucho que desear". Contra el uso mediático orientó el académico Barcia su condena.

Tiene su pizca de razón esa protesta. Admitiremos que el periódico no es hoy, en el continente, modelo de lenguaje. Hay el uso depurado en periodistas de alto nivel y hay, inevitablemente, el reporte noticioso a cargo de eventuales reporteros, no todos esmerados en el buen uso, y cuyo trabajo no parece estar sujeto a conveniente revisión. Circunscribiéndonos a nuestro ámbito, ¿qué es lo que oscurece el lenguaje de nuestra prensa? El manejo de la sintaxis, en dos aspectos medulares: subordinación y sintaxis verbal. Muy raras veces advertimos acá confusión léxica, que fue pasto de las llamas del académico argentino. Según afirmó, 10 años atrás la prensa argentina manejaba una media de 1.200 palabras, y ahora se veía reducida a unas escasas 600.

"Esos son los rasgos que tenemos que combatir", argüía como preámbulo de su sentencia final: "La democracia se funda en la palabra compartida. Si no hay palabras para compartirla, la democracia se va a pique". Se irá a pique, en realidad, si esas palabras no responden a un núcleo de ideas fundamentales. De palabras, es verdad, estamos hartos: sirven para prometer, para acusar, para halagar, para engatusar. Pero es verdad: el lenguaje es arma viva de la democracia, y sería impropio preguntar si debemos acostumbrarnos a perfeccionar el uso del lenguaje en la prensa diaria y, cuanto antes, en el Parlamento y en los grandes centros de la vida comunal.

La siguiente noticia refuerza, sin proponérselo, la anterior. En Brasil, dentro del marco de la celebración del centenario del poeta Machado de Assis, el presidente Lula ha aprobado la reforma ortográfica, por la que se consagra, a partir del 2009, una serie de cambios destinados a unificar el registro escrito, en coincidencia con otros países de lengua portuguesa. Bueno es reconocer que una reforma ortográfica no se consagra de la noche a la mañana, por más que lo imponga un decreto de urgencia. Necesita tiempo y caviloso trabajo en la escuela y en la comunidad. Por eso se ha previsto que desde enero próximo hasta fines del 2012 la ortografía vigente convivirá en el Brasil con las nuevas normas, y sólo un año después la reforma será obligatoria. Una medida importante apunta a la política educativa: a partir del 2010, todo texto escolar habrá acatado los nuevos cambios. Sin duda, se ha aprendido mucho tras la reforma ortográfica implantada en China por Mao.

En realidad, esta reforma estaba pendiente desde que en 1990 los europeos comenzaron a preocuparse por lograr una reforma del registro escrito. Firmaron en Lisboa un acuerdo, previendo ponerlo lentamente en práctica. Fracasó. En el 98, se insistió, con mira en el 2004; ese año se incorporaron al acuerdo los otros territorios africanos y se anexó Portugal. Brasil cierra hoy el círculo de la hermandad escrita.

Vale meditar sobre lo que significa una reforma ortográfica. En español hemos tenido rebeldes famosos, y sólo quiero recordar a Domingo Sarmiento, a Juan Ramón Jiménez y a Manuel González Prada. Nuestra ortografía nos ha acostumbrado a asociar letras y sonidos, y muchos la califican de fonética. Don Ramón Menéndez Pidal la calificó de privilegiada "por su exactitud, por su precisión, por su sencillez". En realidad nuestra ortografía es etimológica, con tendencia fonética. Y ni siquiera muy etimológica: nos basta con ver cómo escribimos invierno y maravilla.

Y el broche de oro europeo. El francés Le Clézio, reciente Nobel de Literatura, afirma: "la lengua francesa es mi único país, el único lugar donde vivo". Aplaudo: ¡le jour de gloire est arrivé!

Balada del buen pobre

Dom. 13 dic '09

Perú 21
Beto Ortiz
Comencé a escribir esta columna mentalmente en el almuerzo, mientras entreveraba el arroz blanco con el juguito del estofado. No lo hacía –como hubiera aconsejado Holler– con la cantidad de comida equivalente a un discreto bocado. No. Lo mío era revolver todo el arroz con absolutamente todo el juguito del plato hasta formar un timbal, un tacu tacu sin menestra, un atamaladito perfectamente uniforme en textura, sabor y temperatura. Me queda clarísimo que no es fino revolcar los sagrados alimentos de ese modo. Convengo en que ha de ser una vulgaridad. No importa. Creo haber llegado a la certidumbre de que algunas de las mejores cosas de esta vida no son, necesariamente, las más Popoff. Son, casi siempre, cosas llanas, ordinarias y, a veces, hasta vulgares. Lo menos caro me ha parecido siempre lo más real. Lo menos fino es, casi siempre, lo más rico. Autor: Beto Ortiz

CompartirEnviar.Soy el hijo de una maestra de escuela y un visitador médico y vengo de una época en la que si querías que en tu casa hubiera aceite, leche de tarro, arroz y azúcar tenías que amanecerte con toda tu familia, haciendo cola en la puerta de Super Epsa, porque, en el mejor de los casos, sólo te vendían una ración por persona y en el peor, no encontrabas ni eso. Vengo de un tiempo en que sólo se servía bisté en domingos y feriados, vengo de un remoto país en que el pollo a la brasa y el chifa eran manjares de lujo reservados para los grandes acontecimientos, un extraño mundo en el que no había Vivanda ni Wong ni tanto frufrú, ni tanto disfuerzo, un planeta en el que te comías calladito la boca lo que buenamente te servían y no había tu tía. Ojo. No estoy tratando de decir que eso haya sido la máxima bendición o que nos haya hecho mejores cristianos o que todos los días le doy gracias a la vida por las vainitas saltadas, el arrimado de col, la sopa de harina de arvejas, la torrejita de zapallo o el hígado encebollado con frejolito de Castilla. Tampoco. O como se dice ahora: nunca tanto. Pero de lo que sí me felicito es de haber crecido en medio de esa especie de espíritu warrior clasemediero que se respiraba en el aire en casas como la mía, una cierta impronta franciscana del que sabe que no puede venir acá con huevaditas: que nunca se separan a un costado las cebollas ni los apios, que todo lo que está en el plato se come porque la comida es de Dios. Ese sereno estoicismo del que, de chico, nunca se permitió el engreimiento de exigir que le sacaran la nata de la leche o le colaran los grumitos de la sémola o le licuaran la verdura de la sopa porque, antes que terminara de decirlo, le volteaban la cara de un solo cachetadón.

Mentira. De chico nunca me pegaron. Y quizá eso fue lo único que me faltó. Mentira. Nunca me faltó nada. Y así como agradezco el no haber tenido nunca que pasar hambres ni pellejerías, agradezco la inmensa fortuna de nunca haber tenido demasiado. ¿Fortuna? Pero, ¿por qué?, ¿haber tenido lo justo te hace mucho? Probablemente no. Pero sí te entrena para lo que vendrá, te saca punche y te endurece el cuero. Te prepara para la pelea, te pone a ranear a diario, por si acaso, a hacer tus planchitas por si las moscas, te matricula en un curso de supervivencia en la selva para que aprendas –desde el saque– lo que es bueno, porque nunca se sabe, porque siempre vendrán tiempos peores, porque el día llegará en que tu empleada o, sin ir muy lejos, tu mamacita dejará de correr detrás tuyo recogiendo los calzoncillos y las medias que tú tiras, porque el día llegará en que se te tendrá que terminar todita la cojudez. Hay cosas en las que uno no puede con su genio y yo prefiero a la gente que apaga la luz cuando sale de una habitación. Me gusta la gente que lava su plato cuando termina de comer, sobre todo si está en casa ajena. Me gusta la gente que se aplica, feliz, su calentado. Me gusta la gente que vuelve a tapar el tubo de crema dental después de usarlo, que deja las cosas en el mismo sitio en que las encontró. Me gusta muchísimo la gente que tiende su cama. Cuando he tratado, conscientemente, de dejar el caño abierto mientras me afeito, he fracasado. No puedo. Así esté en un hotel cinco estrellas, no puedo. Siento que estoy perpetrando un horrible crimen. Es más fuerte que yo. Desperdiciar el agua me produce un sentimiento de culpa, un nítido dolor de corazón. Y si alguien está pensando en botar comida a la basura, tanto peor, tendrá que vérselas conmigo. De ninguna manera lo permito. En mi casa me enseñaron que la comida nunca se bota. Había que ver cómo se burlaban de mí los demás cocineros de mi restaurante gringo cada vez que impedía que echaran al tacho los ollones de comida que sobraban al final del día. Olvídate de eso, mulatico. Los conminaba a todos a empaquetarla para llevar y todas las noches las distribuía entre mis agradecidos room mates que se ahorraban el menú del día siguiente y también entre las intimidantes hordas de homeless que dormían en los vagones del subway a esas horas de la madrugada. Por si no les hubiese quedado del todo claro, lo repito: la comida no se bota, compatriotas, la comida es de Dios.

Solamente una vez decidí olvidarme de todo esto. Solamente una vez me reviré. El dinero, según como se emplee, puede llegar a ser un vehículo de crecimiento o de la más infecciosa pacharaquización. Y sólo bastó con que me elevaran el sueldo a cinco dígitos para empezar, de repente, a computarme Dionisio, ¡qué digo Dionisio! ¡Donald Trump, Bill Gates! Como si fuese un transbordador fuera de órbita, perdí toda comunicación con la estación tierra y comencé a comportarme ridículamente como uno de esos futbolistas que, al primer contrato ventajoso, se construyen casas de cinco pisos, piscina con catarata y cava de vinos. Comencé a conducirme, ni más ni menos, que como un jotita, a necesitar dos carros full equipo, cinco tarjetas de crédito, cien pares de zapatos y a disfrutar de la única, mediocre felicidad que puede extraerse de todo aquello: la perenne escolta de una súbita corte de incondicionales. Nada como la plata –o como la droga– para rodearte al instante de un majestuoso séquito de chupamedias y ayayeros, para convertirte en el dorado e imponente general al mando de un pundonoroso, multitudinario ejército de interesados. Pero una vez que me hube desgranputado sin remedio fue menester regresar directamente a la casilla de partida sin cobrar 200, ni pasar por go. Entonces, sólo entonces me acordé de quién era, de quién voy a ser hasta el día en que me muera. Soy el hijo de una maestra de escuela y un visitador médico. Si toda mi vida he desayunado café con leche y pan con mantequilla no veo por qué, a estas alturas del partido, tendría de pronto que necesitar œufs Benedictine. Austeridad es, prácticamente, el nombre del barrio donde he crecido, de modo que, cuando me ha tocado regresar no me he extraviado porque me lo conozco de memoria y me resulta fácil recorrer, a ojos cerrados, todititos sus recovecos. Por eso, si mañana me quitan el auto nada me pasa, entre otras cosas, porque no me he vuelto a comprar un auto. Si mañana me bloquean todas las tarjetas de crédito, tampoco me pasa nada porque no tengo ninguna ni quiero tener, pues me he jurado nunca volver a necesitarlas. Si mañana un banco me vuelve a asaltar, ya no temo volver a quedarme con lo que tengo puesto (siempre y cuando lo que tengo puesto me quede bien).

Tengo la impresión de que tener siempre la angustia de tener –o peor aún– de tener que tener, francamente, no tiene ningún caso y yo he decidido que no quiero tener nada que me angustie o que me ate o que me pese. No quiero tener nada que no quepa en mis maletas el 2011 cuando gane Fujimori, Toledo o Humala. Tengo quinientos libros y una docena de pares de zapatos y sigo pensando que es demasiado porque hay, por lo menos, doscientos libros que no he leído y, por lo menos, cinco pares de zapatos que no me pongo y que, por lo tanto, debería regalar ahora mismo a cualquier feligrés que calce 44. ¿Será acaso todo esto que he escrito, la prueba fehaciente de que padezco lo que Martha Hildebrandt alguna vez denominó el complejo de pobrete? Puede ser. Aunque quizá deba aclarar aquí que mi actual falta de codicia, mi deteriorada angurria material no me impide, en absoluto, el disfrute de los placeres ni es óbice para que, una vez a las quinientas, haga realidad alguno de mis más caros anhelos y me agasaje, de repente, una noche cualquiera, con un champán de varios cientos de dólares la botella o me sorprenda (yo solito) con un trip de fin de curso a las Europas con todos los gastos pagados (por mí). Todo indica que el truco del placer está en huir de la reiteración, del paporreteo, de la frecuencia. Cuando uno goza mucho y muy a menudo, se malacostumbra, se malcría, se aburguesa al extremo, se embota, se empacha, se insensibiliza y llega un momento en que hasta la más sublime maravilla troca en estúpida rutina. Si no me creen, pregúntenle a cualquiera de esos matrimonios aburridos con que se topen más tardecito, a la salida de la misa. Por todo lo arriba expuesto, yo no creo que, al final de cuentas, revolver tu arroz con el juguito del estofado sea vulgar. Vulgar es otra cosa. En un país como este, vulgar es ostentar. Vulgar es, por ejemplo, salir a la televisión a llorar miserias porque tu ex marido celebrity solamente te pasa veinte mil dólares al mes y a ti esa plata no te alcanza y tus hijitos comen menos carne cada vez. Vulgar es pretender que el país te pague por día el sueldo mensual de un obrero a cambio de irte a hacer turismo por Venecia con tus célebres patitas. En un país como este, vulgar es empanzarse hasta la náusea allí donde los otros languidecen. Manejar un Ferrari descapotable de medio palo será muy elegante en las calles de Capri pero hacerlo en Lima equivale a tirarse un pedo en la cara de la gente, constituye una completa ordinariez. Nada tan de quinta como hacer alarde de brillos y fastos y oropeles allí donde los otros abrigan la remota esperanza del agua potable. Se equivoca quien crea leer aquí alguna frustrada especie de manifiesto político. A tanto no aspiro. Aspiro apenas a subrayar algo que me parece de una obviedad monumental: nunca se come delante del hambriento. Creo que para saberlo no se necesita ser socialista, ni católico, ni filósofo, ni siquiera buena gente. Sólo hace falta no ser un completo imbécil. Nada más. Nunca lo he dicho en público pero hoy, por primera vez y en exclusiva, se los cuento: soy rico. Guardo bajo siete llaves un testamento legándolo todo a mi nombre y a mi favor. Y como no tengo hermanos, mi herencia es infinitamente mayor a la de los Tudela Van Breugel Douglas, muchísimo más cuantiosa que la de los Bracamonte Fefer. Soy el hijo de una maestra de escuela y un visitador médico. Y lo que ellos me enseñaron, aprendí. Esa es mi fortuna y mi fuerza y mi riqueza.

El Amante imperfecto...

El Comercio de Ecuador
November 23, 2008

“Hay amores que se vuelven resistentes a los años...” dice la canción. En esos amores indestructibles se fundamenta la novela de arlos Chernov, ganador del premio La otra orilla.
‘La amo porque me parece bella o me parece bella porque la amo’, es la pregunta que se hace Guillermo frente a su amor indestructible por Helenita
Por: Laura de Jarrín

Carlos, para comenzar, es un médico psiquiatra y psicoanalista. La pregunta adecuada sería ¿qué hace este señor escribiendo novelas eróticas cargadas de un finísimo humor negro? Su respuesta es clara, directa: “En realidad empecé la carrera de medicina un poco desde el punto de vista poético porque tenía ganas de ver cómo era el sufrimiento, la muerte, cómo eran las cosas que uno no alcanza a ver...”.

Si bien siempre le gustó escribir, dejó de hacerlo desde que tuvo 25 años y se dedicó por entero a la psiquiatría, pero lo retomó cuando tenía 35.

“Me sentía mal, me parecía que no estaba haciendo exactamente lo que quería, que tenía ganas de escribir y no lo hacía porque no sabía cuándo ni cómo, ya tenía dos hijos y una vida muy burguesa y la pasaba mal. Un día de esos fui al cine y vi una película rusa que tenía una escena que me pegó muy duro y me puse a escribir en ese verano”.

Y, claro, esto tuvo sus consecuencias, terminó divorciándose a los 5 años de una vida familiar cordial que no había incluido al gran amor.

La pregunta entonces es ¿hay el gran amor? A lo que responde como psicoanalista y como escritor...

“Sí, pero el gran amor puro es como el de esta novela, una patología. Yo creo en la gran convivencia, en el buen carácter, la amistad, en el amor que también conserva esa cosa erótica que la veo y me sigue pareciendo linda, pero el gran amor es una cosa desequilibrada porque uno es el amado y otro es el amante. Hay un juego de poder en la pareja, el enamorado es humilde y el amado tiene ese poder”.

Escribir sobre el amor es quizás una de las cosas que más se ha hecho en el mundo, por algo debe ser. ¿Cuál es la razón para que Carlos lo haga?

“Escribir es un acto de ligadura amorosa, yo me encuentro con gente a quien no conocía porque escribí este libro, pero creo también porque hay una gran pregunta sobre el amor que sigue sin ser contestada.

El amor es un raro fenómeno. De lo que escucho en mis consultas hay cosas en común, hay diversos objetos en el amor, hay gente que vive perfectamente en compañía de un perro y lo ama y si el perro se muere se puede suicidar, hay gente que ama su profesión. El amor entre el hombre y la mujer es mucho más que una necesidad, se hacen sacrificios y locuras por ese amor. No hay amores puros, pues hay necesidades económicas, sexuales, de compañía. El amor no es puro porque siempre viene mezclado con otras cosas como el odio o esos amores posesivos llenos de celos. Hay quienes dicen ‘me cela porque me quiere’, no es cierto. Eso no es amor, es una inseguridad, una necesidad de dominar al otro y eso es grave”.

Comenta Carlos que muchos de los problemas psicológicos de hombres y mujeres son producto de sus desengaños amorosos, al punto que su consultorio es un poco ‘sentimental’. También la depresión y la angustia son los males actuales los que según su opinión se originan no en la falta de relaciones afectivas sino más bien en infancias tristes, en hogares conflictivos. “Yo vivo de las malas madres y de los malos padres. Un mal padre y una mala madre puede ser un daño irreparable que no se corrige por más psicoanálisis que se realicen”, agrega.

Carlos confiesa que su razón para escribir este libro es que tenía muchas ganas de hablar sobre un amor a la antigua, desaforado, desesperado, con una impronta de lo clásico, de lo puro.

“Este libro empezó cuando estaba en una mesa redonda y un urólogo comentó que el priapismo, la erección incoercible, que es un fenómeno muy raro, se cura con el miedo. De eso hice un cuento que se llamó ‘Amo’, pero que me quedó medio crudo, entonces decidí agregarle la otra parte que es el amor desesperado que tiene Guillermo por Helenita, se enamora de ella en la adolescencia y no puede dejar de amarla por el resto de su vida”.

Es un libro que se deja leer muy fácilmente, sin embargo Carlos me dice que lo terminó hace 8 años y que lo comenzó hace 10 luego de haber coleccionado material desde mucho antes. Él parte de una estructura y dice que los personajes se crean solos, aunque hay quienes parten de personajes prefabricados y los hacen funcionar. Le pregunto, entonces, si es posible que el autor se enamore de algún personaje...

“No, pero uno tiene sentimientos hacia los personajes creados, porque también son partes de personas que uno conoció, de situaciones. Tú puedes agarrar como un sentimiento de piedad, de cariño pero no de amor, no me ha sucedido”.

El autor considera que el ‘humor negro’ que muchos lectores encuentran en sus obras no es premeditado. “Me sale de casualidad. Cuando saqué ‘Amores brutales’, mucha gente dijo que era un libro de humor negro. Yo ni siquiera sabía lo que era el humor negro”.

TENGA EN CUENTA

Carlos Chernov nació en Buenos Aires en 1953. En 1992 ganó el premio Quinto Centenario del Honorable Consejo Deliberante con su libro de cuentos ‘Amores brutales’. Al año siguiente recibió el Premio Planeta de la Argentina por su novela ‘Anatomía humana’.

El amante imperfecto es una historia de amor indestructible y de erotismo, con un estilo sereno y preciso, una prosa cinematográfica y un poderoso sentido del humor.

Por esta obra Chernov recibió el Premio de Novela ‘La otra orilla 2008’, convocado por el Grupo Editorial Norma.

Nuevos proyectos editoriales Tiene dos libros inéditos: ‘El desalmado’ sobre un asesino serial que le come el alma a la gente, una especie de vampiro, porque él no tiene alma. El otro es ‘Formas de vida’ y se trata de una novela futurista, luego del gran cataclismo climático en el que muere la mitad de la población mundial y es necesario reorganizar todo.


ANTICIPO

El Comercio de Perú
26 de octubre de 2008
El amante imperfecto

GANADOR DE LA OTRA ORILLA. EN EXCLUSIVA, UN FRAGMENTO DE LA NOVELA QUE SE LLEVÓ EL PREMIO DE NORMA EDITORIAL, OTORGADO A CARLOS CHERNOV POR GUILLERMO ARRIAGA, ALONSO CUETO Y JUAN GABRIEL VÁSQUEZ.

A Helenita la irritaba el altruismo egoísta del amor. No entendía con claridad el origen de su exasperación pero, cuando alguno de sus novios, con el pretexto de que la amaba, pretendía opinar sobre su vida o, simplemente, le deseaba el bien, Helenita enfurecía. Que se arrogaran derechos de propiedad sobre ella la enojaba casi tanto como los machacantes razonamientos de los enamorados rechazados, cuyo común denominador era: "Me querés pero no te animás a reconocerlo. Te da miedo entregarte". A Helenita también le fastidiaban los celos y, en general, que la tomaran como objeto de pasiones vehementes; no obstante, a pesar de que Guillermo pertenecía a esta última categoría, aceptó su invitación a cenar.

Guillermo la llevó al lugar más especial que conocía: el restaurante del Club de Pescadores, un muelle que se internaba en el río, en la Costanera Norte. Dispuesto a consumar un despliegue de seducción insólito en él, Guillermo logró que su madre le prestara el autor del doctor Olmo (luego de una interminable serie de recomendaciones: "Manejá con cuidado, mirá que a ese coche le gusta correr. No lo rayés en el estacionamiento". Pero, sobre todo, al precio de soportar un sofocante abrazo de su madre, conmovida por la emancipación de su hijo que ya usaba el auto del padre). Después de la muerte del doctor Olmo, la vieja coupé Mercedes Pagoda se había convertido en una reliquia exclusiva de Celina. Un auto pequeño en relación a su hipertrofiado motor de ocho cilindros, con una sed de nafta propia de un alcohólico. Su madre --que nunca había aprendido a manejar-- le negaba el Mercedes con la excusa del gasto, pero Guillermo sabía cómo custodiaba Celina las cosas que habían pertenecido a su venerado esposo.

El mozo los condujo a una mesa al aire libre, en una terraza lateral; el viento movía las cortinas y despeinaba a Helenita. Pidieron ensalada de hojas verdes y lenguado. Guillermo miraba comer a Helenita y ella, incómoda de que la observara, concentraba su mirada en la carne blanca del lenguado en la punta del tenedor. A Guillermo le costaba hablar, nada de lo que iba a decir lo conformaba, descartaba sin piedad cada frase que se le ocurría.

Para colmo, no podía evitar ausentarse de la situación y refugiarse en sus especulaciones teóricas. "Si la belleza es esa propiedad de las cosas que nos hace amarlas, ¿cuál es el orden causal? ¿La amo porque me parece bella o me parece bella porque la amo?" Guillermo esperaba que Helenita le preguntara en qué estaba pensando, pero cuando se lo preguntó, él se retrajo: "En nada", contestó nervioso. Ella frunció los labios con disgusto; "un enamorado constipado", sonrió Helenita para sí y siguió comiendo.

Arrepentido, Guillermo trató de mostrarse espontáneo; reanudó la conversación encaminándola hacia temas neutros: chismes de los compañeros de la facultad, predicciones para los próximos exámenes. Helenita le respondía con apatía. Demasiado pendiente, Guillermo traducía cada uno de los gestos de Helenita de acuerdo con un código previsible: "Me quiere / no me quiere". Guillermo la miraba con una intensidad que no coincidía con las trivialidades de las que charlaban; se encerraba y asfixiaba a su amada en la atmósfera enrarecida que él mismo producía. "Este tipo es un aparato", sentenció por fin Helenita desalentada. No obstante, debió reconocer que algo de él le atraía. Pensó que siempre había salido con muchachos menos complicados pero bastante más aburridos; a algunos los había usado para lucirse, se había adornado con ellos. Helenita gozaba de un notable éxito con los hombres. En los comienzos de su adolescencia, cada nueva confirmación de su poder la confundía, le llevó bastante tiempo acostumbrarse. Ahora consideraba estos enamoramientos como una enfermedad masculina de origen desconocido, por la cual ciertos hombres quedaban pegados a ella. Lo soportaba casi como un fenómeno natural, con la misma resignación con que un campesino acepta los caprichos del clima.

Desde la Costanera fueron al puerto de Olivos. En el auto siguieron hablando de asuntos poco comprometidos, hasta que Helenita, con ironía, lo acusó de ser muy enamoradizo. Al principio, Guillermo lo interpretó como un elogio. "Muero por ella, eso sin duda la halaga". Después, cuando lo repasó mentalmente, captó el tono de rechazo; se dio cuenta de que para Helenita "enamoradizo" significaba "cargoso", "baboso", "regalado", en resumen: poco atractivo. El desdén de su amada lo dejó paralizado, permaneció en silencio el resto del viaje.

En el puerto de Olivos, Guillermo estacionó el auto frente al río. Estaba demasiado oscuro como para apreciar el paisaje, solo se distinguía la franja de las aguas iluminadas por la luna. Pasearon por el muelle. Un pescador solitario recogía la línea, daba tirones a la caña arqueada y rebobinaba el 'reel' a toda velocidad; por fin, un pez brilló en el círculo de la luz del muelle, daba saltos en el aire en la punta de la caña. "Me gustan los peces por las escamas: son plateadas" dijo Helenita con aire soñador. Regresaron al auto y a la charla insulsa. Guillermo esperaba el momento en que, agotada la conversación, ambos se quedaran callados y se miraran a los ojos. Le resultaba muy brusco precipitarse directamente desde las palabras a las acciones físicas. Su cautelosa técnica amatoria requería de ese contacto mudo para iniciar el abordaje. Helenita le contaba muy entusiasmada los detalles de la boda de una amiga, Guillermo esperaba con impaciencia; sin embargo, cuando ella dejó de hablar, él no soportó el ansiado silencio, lo interrumpió con una pregunta que relanzó el relato de su amada. A la mezcla de rabia contra sí mismo se sumó la urgencia de que Helenita volviera a callarse y le diera una nueva oportunidad de tocarla. Pero la situación terminó de estropearse. Dos guardias de la Prefectura que hacían su ronda por el muelle pasaron cerca del auto. Helenita dijo que la Prefectura vigilaba que los chicos malos no se propasaran con las chicas buenas. Aunque Guillermo se dio cuenta de que lo decía en broma, no pudo evitar tomarlo en forma literal. Ya no se animó a besarla.
PERFIL
Nombre: Carlos Chernov
Nacimiento: Buenos Aires, 1953
Nacionalidad: Argentina
Trayectoria: Es médico psiquiatra y psicoanalista. Ha ganado varios premios, entre ellos el Premio Planeta de la Argentina con la novela "Anatomía humana". Ha publicado "La conspiración china" (novela, 1997), "La pasión de María" (novela, 2005) y "Amor propio" (cuentos, 2007).

Generación encontrada.

Literatura española

El Comercio
26 de octubre de 2008

EL MUNDO NOCILLA.
UN ABC (Y D) A PROPÓSITO DE LA ÚLTIMA BURBUJA MEDIÁTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.

Por Jaime Rodríguez Z.

a. Nocilla es: leche+cacao+avellanas+azúcar. La fórmula del éxito en el panorama literario español remite a una crema de cacao. Nocilla es el nombre de la golosina que acompañó la infancia de los españolitos durante la transición. Es decir, muchos de los que ahora sobrepasan los treinta y publican libros. Una nomenclatura comparable en el panorama local nos enfrentaría a una generación Milo, Muss de Cremino. O a un grupo de autores de sólida formación universitaria --y a menudo científica-- para los que el consumo, en el amplio espectro del término, se ha convertido en un fenómeno consciente, asumido e internalizado, y que no es en absoluto solo objeto de denuncia sino también catalizador de esa nostalgia proyectiva que promueven herramientas como You Tube o Google.

b. El término "Generación Nocilla" empezó a acuñarse a partir de los reportajes de Elena Hevia, de la sección de libros de "El Periódico" y de Nuria Azancot en el suplemento "El Cultural", de "El Mundo", entre junio y julio del 2007, y alude directamente a la novela de Agustín Fernández Mallo "Nocilla Dream" (Candaya, 2006). Un hábil constructor lírico/narrativo que, con fortuna, actualizó los métodos posmodernos mediante el uso de referencias y filtros tecnológicos de la más estricta contemporaneidad. Tras la atención mediática concitada por Fernández Mallo, se sucedieron una serie de encuentros (denominados Atlas Literario, en Sevilla) y debates literarios en la web que hicieron visibles (para dichos suplementos culturales y por ende para el gran público no especializado) la existencia de un grupo de personas nacidas en su mayoría en los setenta que estaban haciendo una literatura diferente a la de, digamos, Marías, Mendoza o Marsé. Se supone que son características de la supuesta "Generación Nocilla": narración fragmentaria, influencia de la cultura estadounidense y de los mass media, violencia poética. Cosas, todas, que en otro contexto podrían sonar a clasicismo --la carnavalesca "Larva", de Julián Ríos es mucho más drástica en su posmodernidad, por ejemplo, y es de 1984-- pero que para quienes padecían el anquilosado panorama literario-comercial español (que pedía un revulsivo a gritos) cayó como maná del cielo.

c. El éxito, antes aludido, de los escritores de esta generación es relativo: algunas de las cabezas visibles del grupo, que empezaron en editoriales minoritarias, han terminado firmando por sellos más reconocibles --es el caso del propio Fernández Mallo (que pasó de Candaya a Alfaguara), Robert Juan-Cantavella (de Poliedro a Mondadori) o Eloy Fernández Porta (de Berenice a Anagrama)--, pero hay otros que se siguen publicando en editoriales minoritarias, si bien es cierto que muchos gozan del reconocimiento de cierta crítica y, sobre todo, de sus contemporáneos: los cordobeses Javier Fernández, autor del estupendo volumen de relatos "La grieta" (Berenice, 2007), y Vicente Luis Mora, poeta, narrador, y uno de los principales agitadores culturales de la red; y el catalán Jordi Carrión, teórico del viaje y narrador cuyo libro-objeto "GR-83" está centrado en el viaje visto desde Google Earth.

d. En términos estrictos, la etiquetada como "Generación Nocilla" es: un grupo de autores relativamente jóvenes que estaría tomando el relevo generacional de los "tardomodernos", término (en este contexto) acuñado por Mora para designar, básicamente, a los escritores que "utilizan esquemas narrativos sustentados en estructuras decimonónicas: novelas con planteamiento, nudo y desenlace". "Afterpop" es el término en el que prefiere reflejarse Eloy Fernández Porta, otro de los cerebros de esta operación. De hecho, ese es el título de un ensayo --"Afterpop. La literatura de la implosión mediática" (Berenice, 2007)-- en el que apuesta por la reconstrucción de la alta cultura a partir de lo que él llama las "cenizas del pop".

Lo bueno: la dinamización de la institución literaria española. Lo malo: todos estos razonamientos y esfuerzos han devenido en una suerte de hiperestesia cultural --histeria teorizante sería otra manera de decirlo-- perversión a la que el propio Fernández Porta alude al recordar al Patrick Bateman de "American Psycho" analizando con términos de crítica blanda la canción "Hip to Be Square" de Huey Lewis and the News. Tal es la psicosis con la que lidian.

Por lo demás poco tienen en común el relato que acaba de publicar Juan-Cantavella en forma de "aportaje punkjournalístico" ("El Dorado", Mondadori, 2008), con los 'copy-paste' sensibles de Fernández Mallo o la narrativa, rigurosa en su linealidad argumental, de Javier Calvo. Y sin duda distan mucho de las poéticas narradas de Mercedes Cebrián o Manuel Vilas (de hecho, dos estupendos poetas, además). ¿Existe pues una "Generación Nocilla? La respuesta categórica (y sensata) es: no. De la misma manera en que jamás hubo una Next Generation norteamericana integrada por Lethem, Palaniuk, Chabon o David Foster Wallace ni una generación Kronen supuestamente encabezada por José Ángel Mañas o Ray Loriga.

La trascendencia en el tiempo de esta etiqueta tendrá que ver con la infinitamente más importante --y deseable-- trascendencia de los autores a los que se le asocia. Si, como parece, hay espacio para el optimismo en la narrativa actual española, se debe exclusivamente a sus méritos individuales y no a la inmediatez de una marca registrada.

+ info
Agustín Fernández Mallo está desde ayer en Lima y mañana a las 7:30 p.m. dialogará con Jeremías Gamboa y Juan Manuel Robles sobre su libro "Nocilla Experience". La cita es en el Centro Cultural de España (Natalio Sánchez 181, Santa Beatriz). Además, Fernández Mallo ofrecerá, el martes y el miércoles, un taller dirigido a jóvenes escritores en el mismo centro cultural.

La tentación autista

Por Jeremías Gamboa

"Quizá un grano de arena no abarque el mundo, pero sí lo pueda hacer una pantalla plana", ha escrito el físico Jacob D. Bekenstein, citado por Agustín Fernández Mallo en "Nocilla Dream", primera entrega del "Proyecto Nocilla", tríptico literario del cual "Nocilla Experience" es la segunda parte. La cita no es gratuita: casi poniendo en escena el sueño borgeano de un 'aleph', el escritor español ha expandido en esta segunda entrega la red de pequeñas historias de su primera novela mediante los mecanismos de lo que él ha llamado la "narrativa transpoética". Se trata, como en la predecesora, de un 'collage' de microhistorias y citas de fragmentos de otras fuentes brillantemente unidas por una atmósfera común y, algo menos eficazmente, por delgados hilos narrativos. En esta expansión de una retícula de personajes y situaciones que dan la impresión de un 'zapping' por la pantalla de un televisor que es el mundo, el autor opera como un artista conceptual, casi un curador de escritos propios y ajenos. Sus méritos parecen jugarse no tanto en el propio oficio de escribir --que vaya que lo tiene-- como en la estrategia conceptual que enlaza los materiales reciclados bajo las operaciones de una estética abiertamente posmoderna.

No extraña del todo que el énfasis en esta novela esté puesto en la reflexión sobre el proceso mismo de la creación, de pronto desplegado en un juego de personajes que, casi como el propio autor-sampleador, se enfrentan a situaciones de una temible desolación y viven radicalmente experiencias estéticas límite --ligadas tanto al arte como a las ciencias-- que revelan sus propias circunstancias. Ocurre con Josecho, ideólogo de la "narrativa transpoética" que está a punto de publicar una novela y quiere ver su rostro en todas las vallas publicitarias de Madrid como una manera de evitar la soledad, pero también con todos los otros personajes desarraigados y extremistas en las apuestas de sus proyectos simbólicos: el cocinero Steve, que practica una delirante "comida teórica", el artista conceptual Jota, que quema la Torre de Windsor como una obra de arte en plena feria de arte ARCO; Ernesto, el aficionado a la arquitectura que construye obras como la Torre para Suicidas. Entre ellos y los artistas reales que aparecen en las páginas del libro --el grafómano Henry J. Darger, el músico Sufjan Stevens, el videasta Joost Conijn o el escritor Julio Cortázar-- se construye una suerte de genealogía de "estética Nocilla" que establece una perturbadora estructura de sentimiento del nuevo siglo, a ratos hermética y a ratos sobrecogedora.

"Nocilla Experience", entonces, ahonda en la fundación de ese universo intenso en el que parece haber cada vez menos conexiones físicas reales y más lazos de carácter simbólico y mental: la gran pantalla de una película que grafica un mundo paradójicamente disgregado, y sin embargo, más enlazado que nunca en sus angustias y preocupaciones.

martes, 15 de diciembre de 2009

Libros libres como liebres

La República
Dom, 03/05/2009

Mis impresiones de la segunda y exitosa Feria del Libro del Cono Norte.

Por Eloy Jáuregui

Domingo 26 de abril, 4 de la tarde. Mientras frente al Centro Comercial Megaplaza cerca de un centenar de limeños de tercera generación devoran cuyes, pachamancas y tacachos “acecinados”, y las fritangas y chanfainas inundan con sus aromas la Panamericana Norte, la segunda Feria del Libro de Lima Norte luce también atiborrada de curiosos ilustrados, lectores asustados y vendedores aguzados. Más allá y a tiro de piedra, el Grupo Kaliente se fajaba en una cumbia bien monse con un estribillo torreja y sobre un tabladillo 4 muchachas entradas en carnes, en frenético danzar con pantaloncitos hot, tejían con sus muslos este retrato de una ciudad amalgamada por sus revolcones y distingos.

Para aquellos que gustan de las estadísticas, según la Cámara Peruana del Libro esta vez se reunieron 44 expositores, se instalaron 88 stands, se exhibieron 55 mil títulos y en estos 17 días de feria llegaron a esos pagos cerca de un cuarto de millón de peruanos blindados contra la crisis. ‘Cholos powers’, que le dicen. Alucina, dice mi hijo, aquí antes se remataban pollos, patos y cabritos. Cierto, y cuando uno ingresa al recinto libresco, se luce la sonrisa inimitable de Alfredo Bryce en una gigantografía corpórea, Paulo Coelho, más breve, padece de una mirada a oveja degollada que lo hace tan buenito y una tetuda Isabel Allende luce un auténtico collar de perlas grises irisadas de ostras auténticas extraídas del Golfo Pérsico. ¿Bisutería literaria? Puede ser. ¿Literatura de tías? Quizá. ¿Incunables al estilo Veguita sin cuna conocida? Seguro.

Y si apareciese Santiago Zavala, como aquella vez, después de sus horrendas 8 horas de reportero en La Crónica y con rumbo al “Zela” y se preguntase: ¿En qué momento se jodió el Perú?, su pregunta estaría mal formulada y parecería joda. Frente a esta feria del libro, formal, sin pirateos, con la Sunat en la nuca, aquella visión pesimista es un sofisma más que una falacia. El Cono Norte nunca estuvo jodido. Eso sí, jamás tuvo una librería hasta el año pasado cuando llegó la feria. Su éxito comercial y empresarial, en todo caso, viene de antiguo. Pura sabiduría de ancestros fenicios. ¿Acaso celendinos? Es buena la pregunta.

Pero desde hace buen tiempo sostengo que desde aquel 1950 del ‘desborde popular’ de Pepe Matos Mar, al norte de Lima los migrantes se consolidaron como comerciantes y al sur de la capital como industriales. Amén que al norte abundan universidades e institutos como pollerías y chifas. Pero por esas exigencias del marketing nativo, los verdaderos coneños del norte –perdón por la huachafería– manejan harto billete, conducen 4x4, se visten con Dolce & Gabbana, Hugo Boss y Armani –chancho, no sé– como cualquier hijo de Las Casuarinas y sueñan con su casa en “Eisha” para su próximo verano.

Pero hay otros logros en el sitio de citas. Un afán por la cultura con título. De la profesión con sello a nombre de la Nación. Los lugareños son emprendedores. Así, el libro que se edita en el Perú forma parte de esta bonanza. ¿Por qué cada día aparecen más hostales en la comarca? Porque existe el mercado de la carne humana. ¿Por qué se publican tantos libros? Porque la gente lee.

Aquello que hoy se lee menos es otra falacia. Esta semana se presentaron otros tantos libros: Desde el feroz González Prada, “Los jóvenes a la obra”, en el Congreso de la República hasta “El placer de leer a Vallejo en zapatillas”, de Jorge Díaz Herrera, en el Centro Cultural de España. La lista es vasta y desmedida. Pero no es solo literatura (se reedita a Enrique Verástegui como a la novísima Alessandra Tenorio). Son también los libros de derecho como el del Dr. Carlos Alberto Matheus: “La independencia e imparcialidad del árbitro” y los best sellers políticos como “La vida agónica” (buen título para Haya de la Torre) de Eugenio Chang-Rodríguez, o los “Ensayos de Marketing Político” de Pedro Barrientos y hasta los manuales para la lectura manual de la ahora infaltable Alessandra Rampolla.

Pero es que acaso no andan diciendo por ahí que con internet se acabaron los libros. Y con esa monserga de las bibliotecas digitales, los e-books, las librerías virtuales, ya no habría pirateo. No, para nada. Igual dijeron los apocalípticos de “Epic 2015” o “Prometeus” –dos documentales que quieren matar los diarios tal como los conocemos– y estos se siguen publicando. Y Juanito Acevedo edita en San Marcos “La Araña No”. Entonces hay poesía como hay chat. Hay cómics como Facebook. Si la señora Carmen Balcells, descubridora de “Gabo” y “Varguitas”, lanzó su Kindle 2, para lectores de Amazon, igual, seguiremos soñando con la biblioteca de Borges o la de Alejandría. La escritura es para la feria, digo yo, o dame un papiro que destrozaré tu Google. Un poeta joven leyó el eslogan de la feria: “Leer te lleva a donde quieras” Subió a su combi y gritó: “¡Lleva!”