La República
Dom, 13/12/2009
Por Eloy Jáuregui
Los muertos cada vez escriben mejor. Eso ocurre con Julio Ramón, Bolaño y Cabrera Infante. ¿Y los de voz inmortal? Gardel, Lavoe, Infante, cantan también, de manera desenfrenada, pero de la penitenciaría de sus discos no salen. Del otro Infante difunto, no sé. “Cabrera Infante sabía que moría y escribió un texto que revisaba toda su obra”, cuenta su viuda, musa y factótum de “La ninfa inconstante”, novela póstuma del cubano, la ballerina Miriam Gómez. Temo decir que ‘lo dudo’, como entonaran Los Panchos.
De Julio Ramón Ribeyro acabo de ver publicado un cuento inédito, “Surf”, dizque de 1994 en los dos tomos de “La Palabra del mudo” que acaba de publicar Seix Barral y que en la Feria Ricardo Palma vale un ojo y, felizmente te queda el otro, para leerlo. ¿Dónde estaba ese cuento? ¿Lo escribió él? ¿Lo encontró Alida Cordero, su viuda? No dudo de su autenticidad, dudo como Los Panchos.
Lo de Roberto Bolaño sí es sorprendente, han aparecido novelas descomunales y cuyas ediciones ha manejado con dedos de hierro Carolina López, la viuda del escritor chileno muerto el 15 de julio de 2003, e Ignacio Echevarría, quien encontró en la computadora de Bolaño decenas de archivos ordenados como cajas chinas, cuentos, luego hechos novelas y también poemas en prosa que hablan de ese furor por una textualización insondable y anchurosa.
No soy suspicaz, pero estos descubrimientos siempre me parecieron digno de sospecha, que la flamante novela “El Tercer Reich” de Bolaño fuese anunciada por el agente Andrew Wylie sin que su editor Jorge Herralde, del sello Anagrama, sepa del asunto, ya parece extraño. Pero Wylie tenía lo suyo. Anunciaba también que estaba en su poder otras dos novelas de Bolaño, “Diorama” y “Los sinsabores del verdadero policía o Asesinos de Sonora”. A ver, vamos por partes y cucharadas. Que un agente descubra novelas de un escritor muerto no es nuevo. Conozco más bien el caso de un ‘vivo’ como Paulo Coelho, que maneja una fábrica de literatura vaporosa y que crea un lector ligero y una lectora etérea que lee sus libros como quien se baña sin mojarse el cabello después de un buen polvo con el otro.
Bolaño escribía a mano –eso lo sabíamos cuando nos enviaba cartas desde México, Girona o Blanes. Luego trasladaba sus textos corrigiendo a máquina mecánica. Recién en 1995 pudo comprarse una computadora de segunda y, según su esposa Carolina, antes de morir pudo digitalizar apenas 60 ‘pantallazos’ de las más o menos 350 cuartillas mecanografiadas. No soy matemático, apenas poeta, pero de 60 ‘pantallazos’ no puedes parir 5 libros de más de 300 páginas.
Igual sucede con Cabrera Infante. He terminado de leer su novela póstuma “La ninfa inconstante” (Galaxia Gutenberg, 2008). Nada que ver con la monumental “Tres Tristes Tigres” (1967) o “La Habana para un infante difunto” (1979). El libro póstumo es un remedo adefesiero. Ingeniería de editores, lucro de libreros, negocio de viudas. Esa apropiación habla de un acto inmoral. Conocí a Georgette Vallejo y conozco a Sybila Arredondo de Arguedas. Ellas defendieron las obras de sus esposos a dentelladas. Jamás descubrieron libros debajo de la cama. Cierto, mujeres de maestros. Y ese honor es puro amor.
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