lunes, 7 de diciembre de 2009

Heberto Padilla: delito de poeta

Extraído del sitio Carta de Cuba

Nota del editor Web: Estos dos escritos, uno de la distinguida escritora y amiga Zoé Valdés, y otro de la colega revista Cuba Nuestra, explican la importancia y la tragedia de Heberto Padilla, uno de los mas grandes poetas de la lengua española en el Siglo XX, tristemente célebre por ser objeto de un caso brutal de represión por parte del gobierno castrista.


                                           (Zoé Valdés y Heberto Padilla en Berlín, 2005)

(por Zoé Valdés)

El autor de El justo tiempo humano y de Fuera del juego, este último uno de los más célebres poemarios escritos en el siglo XX, falleció el pasado día 25 en Auburn State University, en Alabama, donde impartía clases como profesor de Literatura Latinoamericana. Heberto Padilla es uno de los más grandes protagonistas de la poesía contemporánea cubana y se convirtió en el año 1968 en el primer escritor denigrado en forma contundente por las autoridades del régimen castrista, a raíz de su participación en el concurso Julián del Casal de la Unión de los Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) con Fuera del juego. Acusado y atacado oficialmente de escribir literatura contrarrevolucionaria, tenía como enemigos principales a tres personajes: Luis Pavón, un teniente al mando de una publicación militar llamada Verde Olivo, puesto allí por Raúl Castro, quien a su vez ordenaba las grabaciones de las lecturas poéticas de Padilla para fomentar pruebas que permitieran destruirlo. El tercer enemigo y el más aplastante era Fidel Castro.

Los jurados del concurso literario -José Lezama Lima, José Zacarías Tallet, Manuel Díaz Martínez, el inglés J.M. Cohen y el peruano César Calvo- fueron interpelados por la Seguridad del Estado y sobre ellos cayó el peso de un poder empecinado en evitar que Padilla fuera premiado. Las manipulaciones salpicaron incluso a Nicolás Guillén, presidente de la UNEAC, entre otras personalidades. El libro fue publicado, pero el galardón no fue concedido. Desde aquel instante, el poeta vivió en la más terrible de las pesadillas: persecuciones, vigilancia extrema y acusaciones viles de conspirar en contra de Castro junto al novelista chileno Jorge Edwards, diplomático en La Habana bajo el Gobierno de Salvador Allende y considerado entonces persona non grata. También lo relacionaron con el periodista y fotógrafo francés Pierre Golendorf; se suponía que ambos eran colaboradores de la CIA. Golendorf pasó sus buenos años en la cárcel antes de su devolución a Francia.

En 1971, la policía allanó la casa del poeta; destruyeron cuanto pudieron, llevándoles detenidos a él y a la que entonces era su esposa, la escritora Belkis Cuza Malé. Este hecho ha trascendido a la historia de la represión castrista como el caso Padilla. Hecho que dio lugar a que figuras relevantes de la cultura mundial rompieran con el Gobierno represor de la isla, entre ellas Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Susan Sontag, Juan Goytisolo, Federico Fellini, Marguerite Duras, Alberto Moravia. Otros 72 artistas y escritores levantaron su voz en contra del sangriento totalitarismo caribeño.

Padilla había profetizado su destino con los versos del poema que da título al libro: ¡Al poeta, despídanlo! / Ese no tiene aquí nada que hacer. / No entra en el juego. / No se entusiasma. / No pone en claro su mensaje. / No repara siquiera en los milagros. / Se pasa el día entero cavilando. / Encuentra siempre algo que objetar...

Sufrió las huellas indelebles de la cárcel cubana; para colmo, mientras se hallaba en prisión, una carta con su nombre a modo de declaración de arrepentimiento y de delación de sus colegas dirigida al Gobierno revolucionario comenzó a circular misteriosamente por La Habana. Días después, Padilla hubo de realizar un acto autoinculpatorio de su persona, es decir, repetir de manera exagerada el contenido sospechoso de la carta. Así se vio obligado a la farsa truculenta; bajo amenaza policial, debió criticar su propia actitud y denunciar a sus compañeros; tuvo que reconocer públicamente sus «errores», a la manera de los peores juicios estalinistas de la historia del comunismo. Los escritores mencionados por él debieron imitarle. Manuel Díaz Martínez lo cuenta: «Para mí, el problema era que yo no sabía de qué acusarme». Y esas autoacusaciones se hicieron públicas en la noche del 17 de abril de 1971. Heberto Padilla salió al exilio hacia Estados Unidos por razones humanitarias y políticas en el año 1980. Hace un instante, colgué el teléfono con Belkis Cuza Malé; me dice que «él nunca consiguió recuperarse de aquello, jamás pudo curarse de semejante espanto, sufrió en silencio hasta el último minuto».

En el año 1982 yo me hallaba en una clase de la Facultad de Filología de la Universidad de La Habana, no sé qué bicho me picó y me levanté para pedir a la profesora que nos aclarara las nebulosas alrededor del caso Padilla. La mujer palideció, empezó a gaguear y a muequear, finalmente me expulsó de la clase como primera advertencia; luego me expulsaron de la universidad. En 1995 conocí al poeta en Berlín; era un hombre cansado, pero luchaba por mostrar vivacidad, nos abrazamos e incluso bromeó con su situación de conferenciante itinerante. Hoy, frente a la evidencia de la muerte de un inmenso poeta acosado, lacera que el mundo olvide cínicamente los crímenes de Castro en beneficio de sucios negocios. Intelectuales y artistas le hacen el juego al dictador en ese abre y cierra cíclico que mantiene desde hace 42 años para despistar al mundo de sus barbaridades. La apariencia de apertura cultural y política, los guiños económicos al extranjero son todos mentira pura. Los viajes de escritores y artistas cubanos pagados por el régimen para dar una buena imagen en coordinación con mercaderes de la dignidad es pura astucia, mediocridad y colaboración explícita. Nunca he visto un restaurante latinoamericano en París luciendo una foto de Pinochet, me repugnaría verla; sin embargo, debo soportar montones de fotos del Che en las paredes de restaurantes parisinos de moda, la aburrida imagen del guerrillero que, por no dejar de fusilar, fusiló hasta a adolescentes por la espalda, sin contar la paradoja de que fue uno de los artífices de la miseria de mi país cuando fue ministro de Industria. ¿Cómo tragar un bocado de comida frente a su foto si hoy miles de niños no tienen un pedazo de pan que llevarse a la boca, y muchos de mi generación quedaron huérfanos por su culpa?

El ser humano Heberto Padilla fue despedazado por la dictadura. No así su poesía, que después de 33 años conserva más actualidad que nunca:

Instrucciones para ingresar en una nueva sociedad. Lo primero: optimista. / Lo segundo: atildado, comedido, obediente: / (Haber pasado todas las pruebas deportivas). / Y finalmente andar. / Como lo hace cada miembro: / un paso al frente, y / dos o tres atrás: / pero siempre aplaudiendo.

No sé si este texto de dolor ante su desaparición física tendrá sentido. A muy pocos les emociona en estos tiempos la muerte de un poeta, mucho menos si se trata de un cubano exiliado. Confío en que existan personas que no crean solamente que los cubanos debemos ser esclavos, o que debemos morirnos en el mar intentando alcanzar la libertad. Acérquense, por favor, a la obra de Heberto Padilla y conocerán la verdad del injusto tiempo humano que le tocó vivir.

Heberto Padilla: Dentro del Juego

(publicado en Cuba Nuestra, 2006)

Heberto Padilla es mucho más que un poeta. Es un mito aún por descubrir. Es una tesis para la vida que ha quedado postergada entre sus textos. Un hombre de su tiempo que a pesar de los avatares, siempre estuvo "dentro del juego" de los destinos capitales de su época y su generación

Heberto Padilla es mucho más que un poeta. Es un mito aún por descubrir. Es una tesis para la vida que ha quedado postergada entre sus textos. Un hombre de su tiempo que a pesar de los avatares, siempre estuvo "dentro del juego" de los destinos capitales de su época y su generación.

El novelista chileno Jorge Edwards lo describe como un hombre nervioso, eufórico e incisivo; Pío E. Serrano habla de su generosa humanidad, su conversación reflexiva y coherente; según el poeta Raúl Rivero, era un loco fuera de tiempo porque ahora todo el mundo está de acuerdo con él. Nedda G. de Anhalt dice que Padilla encarna la dialéctica de su propia poesía: pletórica de fibra, brío y, a la vez, irónica, analítica e intrépida. Y todos coinciden en que para este hombre no había razón mayor que los versos.

Mundano por naturaleza, controversial por excelencia, enorme en toda su magnitud poética, Heberto Padilla dejó a la inmortalidad una exquisita obra literaria que está más allá de cualquier conjetura. Desde Las rosas audaces, su primer poemario a los 17 años en 1949, pasando por El justo tiempo humano en 1962, Fuera de juego en 1968, Provocaciones en 1973, El hombre junto al mar en 1981, Un puente, una casa de piedra en1998; sus dos novelas El buscavidas de 1963 y En mi jardín pastan los héroes en 1986 y su ensayo autobiográfico La mala memoria en 1989, Heberto Padilla estableció un contundente compromiso con su tiempo real, dándole al hombre el lugar que le correspondía en el propio contexto de las circunstancias.

Durante la entrevista que le hiciera Cristian Huneeus en el invierno habanero de 1971, Padilla dejó clara su posición respecto al mensaje de su poesía. «Existe un mundo al cual hay que persuadir de alguna manera, llevar por el camino que nos interesa. Pero también existe un mundo al que hay que decirle cómo es ese camino» Y eso fue lo que se propuso siempre, decir sus verdades, sus inquietudes, sus pronósticos del futuro.

Eso lo convirtió, de la noche a la mañana, de virtuoso intelectual en apestado social, en hereje ideológico, en paria. Su poemario Fuera de juego, premiado en el Concurso Julián del Casals de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) por un jurado internacional en 1968, lo transformó, a los 36 años, de poeta en traidor a un proceso político del cual evidentemente se había desilusionado.

Heberto vivió su propio calvario entre 1968 y 1971 que colapsó con el histórico mea culpas que le impusieron sus inquisidores en un angosto salón de actos repleto de aterrados artistas e intelectuales cubanos, el 17 de abril de 1971. Nadie levantó su mano o su voz a favor del poeta en desgracia, nadie dentro de la isla tomó partido con su desventura. Solo el silencio y la complicidad más íntima, fueron compañeros de viaje hasta su muerte muchos años después.

“El Caso Padilla”, como ha dado en llamarse este primer atisbo de disidencia intelectual después de la Revolución cubana, plantea públicamente la intransigencia oficialista contra cualquier opinión adversa. Corren tiempos en una Europa socialista donde los intelectuales comienzan a manifestarse abiertamente contra los sistemas totalitarios. Eugueni Evtushenko y Alexander Solzhenitsin lo hacen en la Unión Soviética, Eda Kristova, Jan Patovka y Václav Havel en Checoslovaquia y la Primavera de Praga sucumbe ante las bayonetas soviéticas.

Justo en ese fatídico año de 1968, comienza la peor crisis para un Heberto Padilla que después de haber viajado la mitad de mundo, de formar parte del Consejo Ejecutivo del Ministerio de Comercio Exterior, haber representado a Prensa Latina en New York, Londres y Moscú y ser galardonado por un jurado internacional de poesía, se convierte en una pieza de caza para los francotiradores ideológicos de una Revolución Socialista que no admite críticas.

La repercusión internacional no se hizo esperar. Más de cien importantes voces se unieron en protesta a tamaña vejación. Jean-Paul Sartre, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Jorge Semprum, Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Hans Magnus Enzenberger, Carlos Fuentes y Susan Sontang entre otros tantos intelectuales protestaron enérgicamente por el arresto del poeta y marcó el temprano alejamiento de muchos de ellos con el totalitarismo cubano.

Después vino un exilio forzado, su condición de conferencista itinerante, como lo recuerda la escritora Zoe Valdés, sus aulas de Literatura Latinoamericana en diferentes universidades norteamericanas y españolas, sus constantes recorridos entre New York, Texas y Miami, donde entremezclaba en extraña alquimia a sus mejores afectos y su pasión eterna: la poesía.

Se cumplirán seis años de su muerte el 25 de septiembre. Su corazón, demasiado débil por los golpes de la vida y por las lejanías de una tierra que se le hacía imprescindible en medio de sus silencios solitarios en Auburn State University en Alabama. Unos estudiantes de su clase de Literatura Latinoamericana lo encontraron muerto, en su cama, pero con el rostro sereno, como quien abandona la vida complacido con su paso por ella. Una existencia que seguirá en la memoria de todos, «…en mangas de camisa, -según cuenta Jorge Edwards- fumándose un tabaco enorme, bebiendo un extraseco a la roca y hablando con asombro, con burla, con lucidez implacable, de la Historia, con mayúsculas.»

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