Literatura española
El Comercio
26 de octubre de 2008
EL MUNDO NOCILLA.
UN ABC (Y D) A PROPÓSITO DE LA ÚLTIMA BURBUJA MEDIÁTICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
Por Jaime Rodríguez Z.
a. Nocilla es: leche+cacao+avellanas+azúcar. La fórmula del éxito en el panorama literario español remite a una crema de cacao. Nocilla es el nombre de la golosina que acompañó la infancia de los españolitos durante la transición. Es decir, muchos de los que ahora sobrepasan los treinta y publican libros. Una nomenclatura comparable en el panorama local nos enfrentaría a una generación Milo, Muss de Cremino. O a un grupo de autores de sólida formación universitaria --y a menudo científica-- para los que el consumo, en el amplio espectro del término, se ha convertido en un fenómeno consciente, asumido e internalizado, y que no es en absoluto solo objeto de denuncia sino también catalizador de esa nostalgia proyectiva que promueven herramientas como You Tube o Google.
b. El término "Generación Nocilla" empezó a acuñarse a partir de los reportajes de Elena Hevia, de la sección de libros de "El Periódico" y de Nuria Azancot en el suplemento "El Cultural", de "El Mundo", entre junio y julio del 2007, y alude directamente a la novela de Agustín Fernández Mallo "Nocilla Dream" (Candaya, 2006). Un hábil constructor lírico/narrativo que, con fortuna, actualizó los métodos posmodernos mediante el uso de referencias y filtros tecnológicos de la más estricta contemporaneidad. Tras la atención mediática concitada por Fernández Mallo, se sucedieron una serie de encuentros (denominados Atlas Literario, en Sevilla) y debates literarios en la web que hicieron visibles (para dichos suplementos culturales y por ende para el gran público no especializado) la existencia de un grupo de personas nacidas en su mayoría en los setenta que estaban haciendo una literatura diferente a la de, digamos, Marías, Mendoza o Marsé. Se supone que son características de la supuesta "Generación Nocilla": narración fragmentaria, influencia de la cultura estadounidense y de los mass media, violencia poética. Cosas, todas, que en otro contexto podrían sonar a clasicismo --la carnavalesca "Larva", de Julián Ríos es mucho más drástica en su posmodernidad, por ejemplo, y es de 1984-- pero que para quienes padecían el anquilosado panorama literario-comercial español (que pedía un revulsivo a gritos) cayó como maná del cielo.
c. El éxito, antes aludido, de los escritores de esta generación es relativo: algunas de las cabezas visibles del grupo, que empezaron en editoriales minoritarias, han terminado firmando por sellos más reconocibles --es el caso del propio Fernández Mallo (que pasó de Candaya a Alfaguara), Robert Juan-Cantavella (de Poliedro a Mondadori) o Eloy Fernández Porta (de Berenice a Anagrama)--, pero hay otros que se siguen publicando en editoriales minoritarias, si bien es cierto que muchos gozan del reconocimiento de cierta crítica y, sobre todo, de sus contemporáneos: los cordobeses Javier Fernández, autor del estupendo volumen de relatos "La grieta" (Berenice, 2007), y Vicente Luis Mora, poeta, narrador, y uno de los principales agitadores culturales de la red; y el catalán Jordi Carrión, teórico del viaje y narrador cuyo libro-objeto "GR-83" está centrado en el viaje visto desde Google Earth.
d. En términos estrictos, la etiquetada como "Generación Nocilla" es: un grupo de autores relativamente jóvenes que estaría tomando el relevo generacional de los "tardomodernos", término (en este contexto) acuñado por Mora para designar, básicamente, a los escritores que "utilizan esquemas narrativos sustentados en estructuras decimonónicas: novelas con planteamiento, nudo y desenlace". "Afterpop" es el término en el que prefiere reflejarse Eloy Fernández Porta, otro de los cerebros de esta operación. De hecho, ese es el título de un ensayo --"Afterpop. La literatura de la implosión mediática" (Berenice, 2007)-- en el que apuesta por la reconstrucción de la alta cultura a partir de lo que él llama las "cenizas del pop".
Lo bueno: la dinamización de la institución literaria española. Lo malo: todos estos razonamientos y esfuerzos han devenido en una suerte de hiperestesia cultural --histeria teorizante sería otra manera de decirlo-- perversión a la que el propio Fernández Porta alude al recordar al Patrick Bateman de "American Psycho" analizando con términos de crítica blanda la canción "Hip to Be Square" de Huey Lewis and the News. Tal es la psicosis con la que lidian.
Por lo demás poco tienen en común el relato que acaba de publicar Juan-Cantavella en forma de "aportaje punkjournalístico" ("El Dorado", Mondadori, 2008), con los 'copy-paste' sensibles de Fernández Mallo o la narrativa, rigurosa en su linealidad argumental, de Javier Calvo. Y sin duda distan mucho de las poéticas narradas de Mercedes Cebrián o Manuel Vilas (de hecho, dos estupendos poetas, además). ¿Existe pues una "Generación Nocilla? La respuesta categórica (y sensata) es: no. De la misma manera en que jamás hubo una Next Generation norteamericana integrada por Lethem, Palaniuk, Chabon o David Foster Wallace ni una generación Kronen supuestamente encabezada por José Ángel Mañas o Ray Loriga.
La trascendencia en el tiempo de esta etiqueta tendrá que ver con la infinitamente más importante --y deseable-- trascendencia de los autores a los que se le asocia. Si, como parece, hay espacio para el optimismo en la narrativa actual española, se debe exclusivamente a sus méritos individuales y no a la inmediatez de una marca registrada.
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Agustín Fernández Mallo está desde ayer en Lima y mañana a las 7:30 p.m. dialogará con Jeremías Gamboa y Juan Manuel Robles sobre su libro "Nocilla Experience". La cita es en el Centro Cultural de España (Natalio Sánchez 181, Santa Beatriz). Además, Fernández Mallo ofrecerá, el martes y el miércoles, un taller dirigido a jóvenes escritores en el mismo centro cultural.
La tentación autista
Por Jeremías Gamboa
"Quizá un grano de arena no abarque el mundo, pero sí lo pueda hacer una pantalla plana", ha escrito el físico Jacob D. Bekenstein, citado por Agustín Fernández Mallo en "Nocilla Dream", primera entrega del "Proyecto Nocilla", tríptico literario del cual "Nocilla Experience" es la segunda parte. La cita no es gratuita: casi poniendo en escena el sueño borgeano de un 'aleph', el escritor español ha expandido en esta segunda entrega la red de pequeñas historias de su primera novela mediante los mecanismos de lo que él ha llamado la "narrativa transpoética". Se trata, como en la predecesora, de un 'collage' de microhistorias y citas de fragmentos de otras fuentes brillantemente unidas por una atmósfera común y, algo menos eficazmente, por delgados hilos narrativos. En esta expansión de una retícula de personajes y situaciones que dan la impresión de un 'zapping' por la pantalla de un televisor que es el mundo, el autor opera como un artista conceptual, casi un curador de escritos propios y ajenos. Sus méritos parecen jugarse no tanto en el propio oficio de escribir --que vaya que lo tiene-- como en la estrategia conceptual que enlaza los materiales reciclados bajo las operaciones de una estética abiertamente posmoderna.
No extraña del todo que el énfasis en esta novela esté puesto en la reflexión sobre el proceso mismo de la creación, de pronto desplegado en un juego de personajes que, casi como el propio autor-sampleador, se enfrentan a situaciones de una temible desolación y viven radicalmente experiencias estéticas límite --ligadas tanto al arte como a las ciencias-- que revelan sus propias circunstancias. Ocurre con Josecho, ideólogo de la "narrativa transpoética" que está a punto de publicar una novela y quiere ver su rostro en todas las vallas publicitarias de Madrid como una manera de evitar la soledad, pero también con todos los otros personajes desarraigados y extremistas en las apuestas de sus proyectos simbólicos: el cocinero Steve, que practica una delirante "comida teórica", el artista conceptual Jota, que quema la Torre de Windsor como una obra de arte en plena feria de arte ARCO; Ernesto, el aficionado a la arquitectura que construye obras como la Torre para Suicidas. Entre ellos y los artistas reales que aparecen en las páginas del libro --el grafómano Henry J. Darger, el músico Sufjan Stevens, el videasta Joost Conijn o el escritor Julio Cortázar-- se construye una suerte de genealogía de "estética Nocilla" que establece una perturbadora estructura de sentimiento del nuevo siglo, a ratos hermética y a ratos sobrecogedora.
"Nocilla Experience", entonces, ahonda en la fundación de ese universo intenso en el que parece haber cada vez menos conexiones físicas reales y más lazos de carácter simbólico y mental: la gran pantalla de una película que grafica un mundo paradójicamente disgregado, y sin embargo, más enlazado que nunca en sus angustias y preocupaciones.
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