HABLE CON ELLA
El Comercio
08 de noviembre de 2009
Por: Marcela Robles
En la indiscutible era del auge de la gastronomía peruana, que contribuye, entre otras cosas, a ponerla en valor a escala nacional e internacional, y a convertir a nuestro país en un destino turístico todavía más apreciado, me atrevería, a riesgo de cometer una herejía, a comparar la cultura con un magnífico sancochado. Si aquellos que continúan diferenciando la llamada “cultura culta” de “la otra” me condenaran a la hoguera, me refugiaría bajo la protección de Gastón Acurio, que entendió hace rato los aromas de mistura que encierra este amplísimo vocablo. Tan amplio como el suculento plato en cuestión.
En la Lima antigua solían llamarlo puchero, e incluía alrededor de 34 ingredientes. La estudiosa Rosario Olivas Weston, en su libro “La cocina cotidiana y festiva de los limeños en el siglo XIX”, se refiere a él como un plato democrático, que no conocía diferencias sociales. Valga la analogía entonces, porque la cultura incluye costumbres, prácticas, códigos, normas y reglas de las distintas maneras de ser; vestimenta y moda (que ha empezado a proyectar exquisitamente también la imagen del Perú); religión, rituales, normas de comportamiento y sistemas de creencias. Es decir, toda la información y habilidades que posee el ser humano, y su inagotable capacidad de transformarlas, tanto como preservarlas.
En 1982 la Unesco estableció en la Declaración de México que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones; las personas se expresan, toman conciencia de sí mismas, se reconocen como un proyecto inacabado, ponen en cuestión sus propias realizaciones, buscan nuevas significaciones y crean obras que las trasciende.
Entonces, ¡cuál es el problema! Hasta cuándo vamos a seguir encerrados en comisiones con barrotes limítrofes que delimiten los alcances de la cultura, ¡cuando está más claro que el apio! Demos un paso adelante, y discutamos asuntos urgentes en el flamante ministerio de cultura que evidentemente necesitamos para estar al nivel del resto de América Latina y del mundo. Su creación solo podría perturbar a quienes padecen de estrechez de corazón y carecen de amplitud de criterio; a los incrédulos que no tienen fe en encontrar a la persona adecuada para que se constituya en un buen ministro o ministra, alguien que lidere un buen equipo y pueda sentarse al nivel del rango que merece para realizar una gestión eficiente y conseguir los recursos necesarios.
Precisamente, eso es lo que reclama la población entera, un Congreso con un ingrediente del que ahora carece, que lo haga capaz de saltar la valla de la mediocridad y la desidia; un condimento que no solo está —alabado sea nuestro patrimonio— en las Líneas de Nasca, en la ciudadela de Caral o en las Tumbas Reales de Sipán, sino también en la riqueza de espíritu de todos los hombres y mujeres que se expresan a través de su inagotable creatividad e imaginación.
¿Nos exponemos a la posibilidad de entramparnos en las garras de la burocracia o de una mala gestión? Quizás. Pero la inercia mata. Recordemos el dicho de que en el Perú siempre se está cociendo algo, con la confianza de que el resultado sea un buen potaje. Después de todo, el primer milagro que hizo Cristo en la tierra fue convertir el agua en vino. Sin el agua primero, hubiéramos muerto de sed, y sin el vino, de aburrimiento.
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