domingo, 13 de diciembre de 2009

"'TIEMPO DE MEMORIA" de Gonzalo Gamio

3 de diciembre de 2009

Del Blog de Gonzalo Gamio

ALGUNAS ANOTACIONES SOBRE "'TIEMPO DE MEMORIA" *


Gonzalo Gamio Gehri

Hoy se presentò mi libro Tiempo de Memoria, en la Feria del Libro R. Palma. Comentaron el libro Salomòn Lerner, Cecilia Tovar y Rocìo Silva Santiestevan. Agradezco la generosidad y la lucidez de sus comentarios y críticas. Publico a continuaciòn el texto de mi intervenciòn, al final del evento.

Lo primero que quisiera decir es que agradezco a todos por su presencia. Veo aquí a viejos amigos que han tenido a bien acompañarme en la presentación de mi libro. Agradezco particularmente a los destacados maestros y especialistas que se han encargado de comentar mi texto. Tomo nota de sus reflexiones y de sus cuestionamientos en torno a los ensayos que componen el volumen. Todos ellos son – además de académicos especializados en temas de Derechos Humanos, ciudadanía, violencia y paz – personas que admiro por su compromiso con la defensa de los derechos de las víctimas del conflicto armado interno. Son la prueba de que, también entre nosotros, hoy, el verbo puede hacerse carne.

Este es un libro de combate intelectual y moral. No se trata de un texto que haya sido elaborado desde la aspiración de una mirada objetiva y neutral, desde el Aleph (como el relato de Borges), que permite ver los rincones de la realidad como reflejados en un espejo, sin que el sujeto mismo que piensa y escribe se vea reflejado en él. Tengo serias dudas de que este ideal de conocimiento a través de la desvinculación racional pueda consumarse en algún contexto relevante de investigación, pero tengo claro que se trata de un esquema impertinente e indeseable cuando se trata de examinar el trabajo y las tareas pendientes de la justicia en materia de derechos humanos. No se puede ser neutral frente a la injusticia y al sufrimiento de las víctimas sin al mismo tiempo asumir una posición concreta frente a ellos en el terreno de la práctica. En este sentido, este libro se remite al horizonte de debates, categorías e inquietudes abierto por la cultura de los Derechos Humanos.

La cultura de los Derechos Humanos nos plantea una serie de desafíos. El primero de ellos es el de la recuperación pública de la memoria, la disposición a examinar la responsabilidad de nuestras autoridades y conciudadanos ante el conflicto armado más destructivo que ha afrontado nuestro país. Ello equivale a nadar contra la corriente, en medio de la desidia e incluso la complicidad que nuestra “clase política” ha elegido cultivar. Se requiere del ejercicio de una fuerza peculiar para vindicar el recuerdo de las víctimas. Alain Finkielkraut describe agudamente esta dura realidad – la ‘natural’ tiranía del presente - cuando sostiene que “olvidar es obedecer, olvidar es seguir el movimiento. El pasado, en cambio, debe ser tomado por la manga como alguien que se ahoga. Lo que ha sido no tiene en el ser sino el lugar que le damos”[1]. El esfuerzo por la memoria constituye un deber común y a la vez una decisión institucional. Esta tarea es todavía más ardua en una sociedad en la que la discriminación es una práctica cotidiana, que presupone que un sector importante de la población puede verse excluido del acceso a derechos básicos por razones de raza, cultura, género, condición socioeconómica o legal. Si algo se ha puesto de manifiesto en la historia del conflicto que analiza el Informe de la CVR son las enormes dificultades que experimentamos los peruanos para pensarnos como parte de una comunidad moral y política, e incluso “sentir con el otro”, asumir la defensa de sus derechos respetando la singularidad de su dolor.

La CVR ha mostrado con claridad el carácter y alcances de esa incapacidad de nuestras “élites” para la empatía y el compromiso con el excluido. El Informe pone de manifiesto – de manera documentada – cómo muchos peruanos encontraron la puerta cerrada de cuarteles, comisarías, municipios e incluso algunas sedes episcopales cuando se trataba de pedir ayuda para dar con el paradero de sus seres queridos, víctimas de la insania terrorista o de la represión de malos agentes del Estado. En muchos casos, el sólo reclamo provocaba las sospechas de las autoridades. El Informe describe sólidamente cómo nuestros representantes civiles renunciaron a ejercer funciones de gobierno y control en las zonas de emergencia, conforme a las responsabilidades que la ciudadanía les había asignado. No sorprende que estas verdades les resulten incómodas a nuestros políticos en actividad, que han desplegado un manto de silencio sobre las conclusiones y recomendaciones señaladas por la CVR.

Dos imágenes morales atraviesan este libro. La primera es la del Areópago en La Orestiada. Orestes es perseguido por las erinias – las deidades de la venganza – a causa del asesinato de su madre Clitemestra, quien a su vez fue responsable del homicidio de Agamenón. Cuando se le solicita intervenir, Atenea – no en vano la diosa de la sabiduría – propone resolver este hecho de sangre convirtiéndolo en un litigio judicial. Plantea que sean los jueces de Atenas quienes examinen este caso. De este modo, se quiebra la cadena de violencia y venganzas sometiendo el caso a la racionalidad pública, fuente de la justicia. Elige el areópago (literalmente, “colina de Ares”, un lugar dedicado al culto de la violencia) como la sede de ese espacio de deliberación. Con ello, intenta representar simbólicamente la superación de la violencia en el discernimiento público. Ese es precisamente el proceso que – en un contexto diferente – propone el proyecto de justicia transicional en el Perú. Lo curioso es que nosotros también tenemos nuestra “colina de Ares” – el campo de Marte -, en donde precisamente se sitúa el Ojo que llora, un monumento que recuerda a las víctimas de la violencia y las exigencias de justicia y reparación para con ellas. Las agresiones que esta obra ha sufrido de parte de ciertos grupos extremistas re-vela en qué medida nuestra sociedad sigue situándose en medio del Dilema planteado por Esquilo.

La segunda imagen está más bien insinuada en el texto, más que desarrollada. Se trata del predicamento de la mujer de Lot, tal y como es examinado por Elie Wiesel, superviviente del Holocausto. El recuerdo constituye un ejercicio que no sólo nos permite asignar responsabilidades y tomar medidas para la no repetición de la injusticia vivida. Por medio suyo reconstruimos el relato de nuestra identidad, que permite comprender el curso de la vida – con sus conflictos, afanes y penurias - desde una trama inteligible. No podemos separar el ejercicio de la memoria de la percepción de nosotros mismos, como individuos o comunidades. Al anunciar la destrucción de Sodoma, el Angel de Dios comunicó a la gente de Lot que debía huir sin mirar atrás. No obedeció la orden la esposa de Lot, quedando convertida en estatua de sal. Sobre este hecho, Wiesel dice lo siguiente:

“De acuerdo con esas leyendas, dicha estatua todavía existe en alguna parte. Pues bien, yo tiendo a estar de su lado. Es tan humano mirar hacia atrás. Ella iba a dejar su casa, una parte de su familia ¿cómo no querer mirarlos una última vez? En lo que a mí respecta, yo miro hacia atrás todo el tiempo”[2].

Estoy plenamente de acuerdo.
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* Texto leído en la presentación del libro.

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