La Nación de Argentina
9 de febrero de 2000
En los artículos de García Márquez prevalece lo literario sobre lo periodístico
GARCIA MARQUEZ empezó su carrera literaria como periodista, y seguramente la terminará como periodista, pero por encima de todo es un escritor, y su periodismo es literario. En sí mismo, esto no es ni bueno ni malo, siempre y cuando se tenga claro que en ese tipo de periodismo, y muy especialmente en el de García Márquez, suele prevalecer lo literario sobre lo periodístico. En el caso del colombiano esto da lugar, por una parte, a una prosa de excelente factura y, por otra, a la sospecha de que, en ocasiones, aplica un principio esencial en la ficción pero devastador en el periodismo, que se resume en una frase que solía repetir algún viejo redactor: "No permitas que la realidad te arruine una buena historia."
El Premio Nobel de Literatura 1982 escribió en 1955, a los 27 años, su obra maestra en el género periodístico: las catorce entregas de su Relato de un náufrago en el diario colombiano El Espectador , reunidas en libro en 1970. Su peor obra en el género, Noticias de un secuestro , es de 1996. Por desgracia, y por cronología, los 28 artículos de Por la libre , cuarto tomo de sus trabajos periodísticos, están mucho más cerca de Noticias... que del Relato ...
Los artículos, en su mayor parte, fueron escritos entre 1974 y 1975, y unos pocos en los años 80 y 90. Todos son políticos y, salvo las entrevistas a Régis Debray, a Mario Firmenich y al montonero Alberto Camps, combinan el ensayo con el relato. Cuba, el Che en el Congo, Vietnam, Angola, sus encuentros con Omar Torrijos, Juan Pablo II y Felipe González, son algunos de los temas. Se destacan el de la captura del Palacio Nacional de Managua por los sandinistas, el de la revolución que terminó con la dictadura portuguesa, el de la planificación de la caída de Salvador Allende y su muerte en el Palacio de la Moneda, y el del Papa, quien reconoció al autor cuando éste gestionó su intervención en favor de 10.000 desaparecidos argentinos: "Esto es idéntico a la Europa Oriental." También hay una lúcida radiografía de la Colombia envenenada por la guerrilla y el narcotráfico asociados, y la admirable historia de cómo el escritor Rodolfo Walsh, entonces periodista de la agencia Prensa Latina en La Habana, descifró con rudimentos de criptografía un cable cifrado del jefe de la CIA en Guatemala que revelaba que los Estados Unidos entrenaban a cubanos para invadir la isla por Playa Girón en 1961. Las autoridades cubanas impidieron que Walsh viajara a Guatemala disfrazado de pastor protestante para infiltrarse en el campo de entrenamiento.
En los artículos de la década del 70 escribe una de las estrellas del boom latinoamericano, y se nota, aunque la infatuación se atenúa con los años. Como se atenúa el clima de pachanga caribeña que empapa sus primeros artículos sobre Cuba. "Es un socialismo que los cubanos están haciendo a la medida de sus necesidades y posibilidades, con una pasión y una seriedad ejemplares, pero siempre muertos de risa, y poniendo en cada uno de sus actos esa chispa de locura recóndita que es tal vez su virtud más antigua y fecunda", escribió en 1975. Y en el mismo artículo, "Cuba de cabo a rabo", agrega que Fidel Castro empleaba en sus discursos al pueblo "una técnica de reportero sabio [...]. Gracias a estos inmensos reportajes hablados, el pueblo cubano es uno de los mejores informados del mundo sobre la realidad propia."
La epopeya, con sus buenos buenísimos y sus malos malísimos, es un vicio del García Márquez periodista. En cambio, resulta un hábil entrevistador. A un Régis Debray en proceso de cambio le pregunta en 1977 si aún cree en la revolución. El francés responde que sí, "pero hay que quitarle la odiosa mayúscula para volver a darle la grandeza de lo cotidiano, de lo real". La epopeya reemplaza en García Márquez a las mayúsculas, pero sólo cuando escribe sobre Cuba, porque al hacerlo sobre Portugal traza un panorama equilibrado y muy rico de una de las revoluciones más peculiares de las últimas décadas.
En su afán por entender la esquizofrenia ideológica que dio origen a los Montoneros, suelta preguntas ácidas al guerrillero Alberto Camps, sobreviviente de la masacre de Trelew que militó en el Ejército de Liberación Nacional y luego en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que se fusionaron con los Montoneros.
En cambio, el retrato y la intuición certera priman sobre las preguntas en "Montoneros: guerreros y políticos", una de las escasas entrevistas realizadas a Firmenich, en este caso, por obra de la casualidad en un vuelo transatlántico en 1977. Firmenich viaja con identidad de fantasía y se le presenta con su verdadero nombre. Tiene 28 años, "una risa fácil" y "parece un gato enorme". El escritor le dice que en un año la Junta Militar de Jorge Videla exterminó a la guerrilla. "Ustedes, los Montoneros, están perdidos en el terreno militar." Firmenich despliega su aritmética de la muerte: "Hicimos nuestros cálculos y nos preparamos para sufrir mil quinientas bajas el primer año. No han sido mayores. [...] Tenemos un gran prestigio entre las masas y somos una opción segura para el futuro inmediato." Algo en el argentino no convence al colombiano. "Da la impresión de un optimismo calculado. Y se lo digo. [...] No puedo eludir la impresión de estar hablando fundamentalmente con un guerrero [...] El tema que más lo apasiona es el de las modalidades tan originales de la guerra en la ciudad [...] Su análisis ha alcanzado un cierto tono lírico."
El escritor le pregunta si tantos años de lucha no lo deshumanizaron y el guerrero, que confiesa no haber leído jamás una novela, responde que "nadie se deshumaniza en una lucha humanitaria". Lo que más le duele de la clandestinidad es no poder ir al cine. Pero ese año, agrega, terminará la ofensiva de la dictadura y "se desarrollarán las condiciones para la contraofensiva final" y para un "frente amplio integrado por la burguesía nacional".
García Márquez acertó en su retrato y Firmenich se equivocó en todo menos en el anticipo de la contraofensiva que dispuso con la cúpula montonera cuando todo estaba perdido. Así, condenó a tantos jóvenes no sólo a no ir al cine, sino a sufrir muertes inútiles y evitables y, en el caso de varios sobrevivientes, a la esclavitud intelectual en la ESMA al servicio del delirio político y represivo de Eduardo Massera.
Jorge Urien Berri
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