28 Septiembre 2008
Extraído del blog de Diaz Martínez
Por Manuel Díaz Martínez (Poeta y periodista cubano)
Heberto Padilla, José Triana y yo firmando libros en la librería del Habana Libre.
Hace ocho años –el 24 de septiembre de 2000– murió Heberto Padilla en Auburn, Alabama, EEUU, tras ejercer durante veinte años “el duro oficio del exilio”. Demasiado humano para darle la espalda a su tiempo y demasiado cubano para no asumir la tragedia de nuestra isla, Padilla padeció la Historia hasta el desgarro y mostró que la poesía es básicamente un ejercicio de libertad y que, por ello, en tiempos difíciles puede ser peligrosa.
Fue Padilla una de las primeras víctimas, y la más notable en términos mediáticos, del dirigismo político impuesto a la cultura desde temprana fecha por el régimen totalitario en que devino lo que en 1959 empezó siendo, o pareciendo, una revolución inspirada en un programa socialista democrático.
Fuera del juego, el libro de Padilla premiado en 1968 en el concurso literario de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba por un jurado del que formé parte junto a mis compatriotas José Lezama Lima y José Zacarías Tallet, el hispanista británico J. M. Cohen y el poeta peruano César Calvo (de ellos soy el único que aún vive), y que causó las iras y el pavor del castrismo, marcó el fin del idilio que, pese a anteriores conflictos (censura de un documental de Sabá Cabrera Infante y cierre del suplemento cultural Lunes de Revolución, que dirigía Guillermo Cabrera Infante), existía entre los intelectuales y la revolución.
A causa de la torpeza de los mandos políticos, que ante la inesperada independencia crítica de ese libro y de quienes lo premiamos, y preocupados por los brotes de disidencia que aparecían entonces en círculos culturales de algunos países socialistas, quisieron censurarlo para curarse en salud, Fuera del juego se convirtió en vórtice de un conflicto que desveló la existencia en la isla de un fenómeno emblemático de los regímenes comunistas que hasta ese momento se creía superado por la revolución cubana: el deceso de la libertad de expresión, considerada, según el canon estalinista, una práctica del liberalismo burgués y, por tanto, ajena a la disciplina y los fines colectivistas del socialismo revolucionario. Fuera del juego fue el revulsivo que puso al descubierto en Cuba, hace justamente cuarenta años, una verdad avalada por la historia, pero de vez en cuando olvidada: que la libertad de creación y los totalitarismos no son compatibles, sean éstos del signo ideológico que sean.
Fuera del juego es el libro que le dio notoriedad a Padilla, pero le costó al poeta más de un mes de interrogatorios en las mazmorras de la policía política, una autocrítica obligada y un exilio que sería para el resto de su vida.
La primera derrota internacional del castrismo, entonces aclamado universalmente, fue el Caso Padilla, que sembró desconcierto y desencanto en muchos intelectuales partidarios de la revolución cubana, algunos de los cuales –Sartre, Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa– rompieron definitivamente con el castrismo. En Y Dios entró en La Habana –un voluminoso reportaje sobre la Cuba de Castro–, Manuel Vázquez Montalbán confiesa que cuando se enteró de lo que estaba pasando con Padilla quedó como “estatua de sal”. “¿Cómo era posible que también aquella Revolución tan diferente cayera en el error de crearse enemigos de papel?”, dice que se preguntó entonces. En ese libro, Vázquez Montalbán no vacila en calificar de “oprobiosa” la noche de abril de 1971 en que el poeta de Fuera del juego mostró, con su inverosímil palinodia, la verdadera naturaleza del régimen castrista.
Lo malo para los tiranos, caudillos, sátrapas y etnarcas es que a los “enemigos de papel”, si son gente honrada y creadores auténticos, es imposible derrotarlos. El Caso Padilla lo confirma.
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