jueves, 22 de abril de 2010
Gabriela era gay
La República
31 de enero de 2010
En 1945 la poeta chilena Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo y se convirtió en la primera y única latinoamericana con ese galardón. En Chile es considerada casi como la Madre de la Patria, por eso mismo, la publicación del epistolario completo que le enviara a su secretaria y albacea literaria, Doris Dana, se convirtió en el escándalo del año por la revelación que procuran las cartas. Sin duda alguna, digan lo que digan, entre ambas hubo una pasión que hoy y siempre ha tenido un solo nombre: amor.
Por Rocío Silva Santisteban
Yo quiero verte luz mía, claridad de mis ojos, único gozo mío, sostén de mi torpeza y mi invalidez y mi sonambulismo. Tú eres mi único apoyo en este mundo y mi única razón de vivir. Óyelo, óyelo, no me falles […] Te beso, te espero, te busco y te tengo, Tu Gabriela”. Esta carta de 1949, sin fecha exacta, es una muestra de las decenas de cartas que durante 10 años le escribiera la escritora a su secretaria y albacea literaria, la traductora y crítica neoyorquina Doris Dana, dejando en claro que la relación entre ambas era de un compañerismo permanente, pero sobre todo, de una pasión desenfrenada. Mistral, casi considerada como el ícono de la severa directora de colegio, de la impoluta mujer de letras, de la rígida matrona respetada y temida, se muestra con una fragilidad muy humana frente a esta pasión avasalladora del amor prohibido.
El año pasado estas cartas fueron publicadas por el famoso editor chileno Pedro Pablo Zegers en un libro titulado Niña errante. Las cartas están precedidas de un prólogo de Zegers, pero lo más importante, de un epílogo de Doris Atkinson, sobrina y heredera de Doris Dana, la mujer que decidió después de cincuenta años, revelar la historia secreta de la Premio Nobel. En el texto Atkinson no hace ningún tipo de interpretación de las cartas pero revela algunos aspectos de la personalidad de Dana: más allá de su aislamiento en Naples, Florida, la traductora era alcohólica y maniaco-depresiva, aunque como sostiene la propia Atkinson, “la mujer que yo conocí no era la mujer que conoció Gabriela Mistral”. Doris Dana murió a los 86 años el 2006; su juventud y belleza, pero, sobre todo, su temperamento y su calidad de mujer ilustrada, sedujeron a Mistral durante los últimos diez años de su vida. Como ella ha dicho: “amor mío, no seas loca, no te pongas a desvariar. Un mueble de tu apartamento, la fruta que comes, las uñas de tus manos, no son más tuyos que yo…”.
Mistral tuvo varias relaciones con otras mujeres previas a la de Doris Dana. La periodista chilena Patricia Rey y el investigador Francisco Casas llegan a la conclusión de que la primera relación lésbica de Gabriela Mistral fue con la escultora chilena Laura Rodig, con quien viajó a México en 1922, en donde conoció a Palma Guillén, intelectual chilanga, quien posteriormente se convertiría en compañera de Mistral durante casi veinte años. Guillén fue muy importante para Mistral pues entre las dos criaron a Juan Miguel Godoy, sobrino de Gabriela y apodado por la poeta como Yin Yin, hasta 1943 cuando el adolescente se suicidó en Brasilia. Ambas se recriminaron culpándose mutuamente de la muerte de Yin Yin, lo que motivó el rompimiento. Sin embargo, Palma Guillén se mantuvo siempre cerca de Gabriela Mistral y la apoyó en innumerables ocasiones. Doris Dana en el año 2000 reveló que en realidad Yin Yin era hijo biológico de Gabriela Mistral con un francés cuyo nombre se ha olvidado para siempre. Los poemas inéditos que escribiera Gabriela Mistral sobre la muerte de su hijo oculto forman parte del legado de 44 mil documentos que Doris Atkinson ha transferido a la Biblioteca Nacional de Chile.
¿Por qué han resultado chocantes estas cartas? Básicamente porque se traen abajo el mito Gabriela Mistral. Como sostiene Licia Fiol-Matta, académica portorriqueña que ha publicado The Queer Mother of the Nation: the State and Gabriela Mistral, “ese mito surge en un momento peculiar de la formación del Estado. La escuela era una institución que era preciso consolidar. La sociedad industrial requería de trabajadores que tuviesen cierto grado de educación, de lectura, de escritura, y la imagen de Gabriela Mistral fue fundamental en eso. Pero ese mito terminará afectándola”. Pues Mistral no solo oculta a su hijo biológico sino incluso a sus diversas amantes y, además, se exilia en un peregrinaje permanente, y pasa de México D.F. a California, de Nápoles a Veracruz, de La Habana a Nueva York, donde finalmente muere, en una casa de Roslyn Harbor, con huerta como ella siempre soñó.
¿Es importante el dato biográfico sobre las preferencias sexuales de Gabriela Mistral para entender su poesía? No necesariamente, todo depende del cristal con que se mire, como diría Campoamor. Pero sí es relevante saber que, aun después de cincuenta años de su desaparición física, los conservadores mistralianos se niegan a reconocer que entre Doris y Gabriela existía una pasión: “Yo creo que aquí hay testimonio de una muy sentida amistad”, ha dicho Jaime Quezada, director de la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral. ¿Amistad? ¡Pero si los vocativos de las cartas van desde “mi amor, vida mía, dear, preciosa” hasta los saludos de despedida como “para que la lluvia y el viento puedan abrazarte y besarte por mí”! Es cierto que la propia Doris Dana evadió el tema cada vez que pudo: “¿Por qué colocarla dentro de una caja tan pequeña?, le contestó a Elizabeth Horan cuando le preguntó si Mistral era lesbiana. Quizás pesó sobre su conciencia el hecho de que la propia Mistral se autoexiliara debido a los chismes y la maledicencia de la época sobre su propia condición. Lo que sí resulta patético es que algunos críticos sigan negando lo innegable: el prejuicio y la homofobia han sobrevivido incluso a la propia poesía de Mistral, que ahora salta a las páginas de los periódicos, pero que hace poco no se recordaba sino solo en los versos paporreteados de Lagar.
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