Fuente Dorada Apokalypsis
20 de abril de 2012
ENTREVISTA A DOMINGO DE RAMOS
Poeta integrante del Movimiento Kloaka
Taller de Investigación, FAU, PUCP por Luz Karen Vila Solier
K.V.: Con respecto a la intención de rebeldía en los poemas, el sentimiento contestatario que se impregna, ¿cómo lo ves?
D.R.: Pero eso no es a propósito, no es adrede, no es que uno lo planifique, lo desarrolle y lo enfoque como tal. Eso salió por una rabia interna que uno tiene, y siempre la va tener, pero no va a manifestarse de forma objetiva ni racional. Para mí la poesía social no me interesa para nada, lo que yo hago es desde mi trasfondo interior expresarlo con plasticidad, con arte porque eso es lo que va trascender y como golpear al lector, cómo llevarlo al lector, como envolver al lector, eso es lo que me interesa, otro objetivo no tengo. Objetivos políticos, es cuando soy una persona civil, con DNI. Yo soy una especie de esquizofrénico que me divido, uno cuando escribo y otro cuando soy un ciudadano.
K.V.: ¿Pero de todas maneras este otro sujeto que escribe está influenciado por la otra persona, por sus vivencias?
D.R.: Claro que sí. Pero yo tengo otra perspectiva, yo leo poesía de todo nivel, de toda clase, de todos los países y leo poesía de escritores reaccionarios a mi propio proceso político, como Borges por ejemplo.
K.V.: ¿Y en los años 80 cómo creías que era la ciudad, como la vivías, como la sentías?
D.R.: Era un tremendo caos, pero me acostumbré a vivir en ese caos, me gustaba, porque tenía una estética muy underground y esa forma de marginalidad que tenía permitía hacer cosas en libertad, no teníamos normas ni nada por el estilo, eso era lo que me gustaba más.
K.V.: Tú en los años 80 escribías en San Juan de Miraflores y venías al centro a deambular.
D.R.: Sí, sobre todo a retroalimentarme, porque yo escribía en mi casa. Yo venía para saber, para nutrirme de nuevas experiencias, para saber para intercambiar libros con los amigos, para estar en grupo y hacer actividades. Pero a mí me gustaba el caos, me gusta la ciudad de Lima que precisamente refleja ese espíritu, pero también le tengo cierto rechazo a algunas cosas. Y me puedo considerar un limeño, mejor dicho soy un alimeñado, porque no soy de acá dado que desde los 5 años vine a vivir a esta ciudad. Yo nací en Ica.
K.V.: Y durante ese tiempo que has vivido en Lima hasta ahora que sentimiento tienes de las personas? ¿Son indiferentes, deshumanizados? ¿Cómo ha sido el proceso de vivir con los limeños?
D.R.: Hay de todo, pero yo he sentido más bien cariño, respeto y reciprocidad no al sistema sino a la gente con la cual yo me he vinculado y desde ahí no me ha ido mal.
K.V.: Entonces el conflicto es más con el sistema
D.R.: Claro, con el sistema. Y me parece que eso también se traslada a lo que escribo, ese “irse contra todo” contra esas formas de entender la vida política, de entender el concepto ideológico, de comunicarse e integrarse.
K.V.: Tienes un conflicto con el poder entonces, pero sí te vinculas bien con la gente que no lo tiene.
D.R.: Si, claro, eso es un poco la idea. Aunque la gente se deba a ese sistema porque vive en ella.
K.V.: ¿Dentro del Movimiento Kloaka y su exploración por lo marginal qué empezaste a descubrir que no habías visto antes en Lima?
D.R.: Yo creo que las cosas siempre han existido, siempre existían. Creo que el poeta lo que hace es llevar lo que ya existe lo lleva de la invisibilidad a la visibilidad y viceversa con la magia de las palabras. Yo he sacado ese lado oscuro en frente, y creo que es eso más que descubrir, es exponerlo. Hay otra forma de descubrir las cosas los fenómenos y situaciones que nos suceden a diario, mediante la poesía uno descubre las cosas como si fuera su primera vez, planteándolo al lector, a alguien más que quiera descubrir lo que yo he descubierto, aunque eso haya siempre estado ahí poniéndolo en su real dimensión. Eso que para el común de la gente no lo ve le es invisible, para mí es importante y lo saco a relucir, y es finalmente lo que el otro quien lo descubre conmigo, al interactuar, al leerlo en un libro y supongo que luego sacará sus propias conclusiones.
K.V.: ¿Existe también los que aparecen los personajes subtes verdad? ¿Cómo fue tu relación en esa época con los personajes subterráneos?
D.R.: Fue buena, existía una reciprocidad porque nos reconocieron como antecesores de ellos. Sin nosotros ellos no hubieran procesado el desarrollo que tuvieron con la música, sobre todo con la letra. Pero claro nosotros hemos mandado manifiestos, hemos planteado cuestiones políticas, entonces ellos siguieron algunas de estas pautas.
K.V.: Otra de las cosas que aparece también en Arquitectura del Espanto es la referencia a personajes marginales específicos y también la ironía, como en la referencia a Huamán Poma de Ayala ¿Este sentimiento de la ironía es como la rebeldía al sistema?
D.R.: Sí, es así. Hay esa ironía en ese poema sobre todo, que resucito a alguien como Huamán y después lo contemporalizo, lo pongo actual con todos los defectos de un contemporáneo, como yo lo puedo percibir en un pata de barrio, y hago que deambule por la ciudad.
K.V.: También aparece la muerte, en distintos momentos y escenarios ¿Desde la voz poética, para ti que significa la muerte? ¿Es un solo suceso o muchos sucesos que se van acoplando?
D.R.: Yo creo que al escribir sobre la muerte es como exorcizarla, le temo menos y la enfrento y la asumo como algo natural. Porque yo tengo muchos problemas con respecto a la muerte, al qué pasara después, no logro entenderlo, y para no tenerlo de esa forma lo exorcizo y por lo tanto lo asumo, lo llevo a corporizar la muerte, lo corporizo con las palabras. Yo finalmente en este ámbito soy como un dios, y puedo hacer con la muerte lo que me da la gana y para no tenerle miedo, para no respetarla mucho, es que la nombro y la invoco. Yo de muy joven siempre he tenido una obsesión con la muerte, del qué será después de la muerte y no tenía sentido porque tenía 15 años y recién estaba, supuestamente, aprendiendo a vivir.
K.V.: Otra de las cosas es el recorrido en el caos de la ciudad, de tratar de perderte, de no recorrerla linealmente ¿ Por qué existe está intención de querer estar perdido en la ciudad, no tomar solo un camino?
D.R.: Yo creo que quería buscar un camino y me perdía adrede para buscarlo. Tenía ese sentimiento de la desubicación, como ahora se puede decir ni con GPS me encontraban, yo quería perderme para encontrarme otra vez, por eso he recorrido varias veces esos sitios, porque cada vez que lo recorría descubría nuevas cosas, por eso era interesante esa forma de perderse.
K.V.: ¿cómo percibías la escala de la ciudad en esa época?
D.R.: Desde que era un niño me parecía un monstruo, muy grande. Porque donde yo vivía no había edificios, había casas de un piso nomás y las esteras al fondo y los cerros. Entonces cuando venía al Centro de Lima la veía grande, y muy fría, la gente era muy indiferente. Y de niño esa también era mi percepción, que me podía perder irremediablemente y estaba muerto de miedo y sentía un desasosiego total, iba a morir, que es una obsesión y sigue siéndolo, por eso la ciudad es una constante en mi poesía hasta ahora. La dimensión que tenía Lima era kafkiana, como Kafka ve un castillo, lleno de laberintos, de donde salen cosas inesperadas. Un laberinto lleno de sorpresas. Pero ya de más adulto entendí a Lima, comencé a integrarme y como opción estética también, eso es lo que me atrae mucho de Lima.
K.V.: Este sentimiento de Lima como proceso, que entendías ¿En qué momento crees que estás de ese proceso de conocer Lima? ¿Cómo diferenciarías esta ciudad que has vivido en los 80, que te inspiro para hacer Arquitectura del Espanto de la ciudad de ahora?
D.R.: Hay un cambio muy dramático. Ya no es la misma que conocí, y me produce cierta nostalgia. Esta Lima que vivimos es muy neoliberal, es muy ajena a esa poesía estética que yo he vivido antes, porque rompe con todo, ya no está lo antiguo, se están cayendo a pedazos, hay demasiados edificios intrusos que rompen la perspectiva. Eso no sentía antes en Lima.
K.V.: Otra cosa que aparece es que te diriges a otro o a otra ¿quién es o qué es?
D.R.: Sí, es que a veces feminizo a la ciudad, entonces como la feminizo siempre peleo con las mujeres, me peleo con Lima a través de ellas. Al ponerla en ese género femenino no es fácil la convivencia, se vuelve más caótica y desordenada al reflejarlas en un libro de poesía. Y se convierte en una relación de odio y amor a la vez.
K.V.: Hay también un escenario detrás entre paréntesis verdad ¿es un código para el contexto?
D.R.: Sí, como si fuera un narrador de alguna forma. Describo primero una atmósfera, y como me muevo y como empiezo a hacer esa parte voy introduciendo a un personaje o varios personajes que dialogan entre si, y llegado a este plano ya escribo como poeta.
K.V.: ¿Esta relación antisistema como la viviste en la ciudad en aquella época?
D.R.: Sí, por mi formación de izquierda (que obviamente es una parte importante de mi formación) que ha trascendido hacia mi escritura, con una estética urbana, con propuestas desde la literatura, no desde una consigna política, y es lo que me hace un antisistema.
K.V.: ¿Tú militabas desde tu poesía?
D.R.: Sí, yo militaba desde la poesía pero no para hacer panfletos políticos sino una escritura comprometida con la poesía.
K.V.: Aparece mucho el silencio contrapuesto con la bulla de la ciudad ¿Cómo vivías esto de un momento de sentirte solo con la indiferencia de las personas o lo otro?
D.R.: Yo buscaba el caos, en realidad, buscaba la actividad, el ruido, con sus correspondientes silencios.
K.V.: ¿Entonces fue una intención más de contraste, de tener un escenario para que el otro sobresaliera?
D.R.: Sí, claro por ejemplo donde yo vivía no existía ese caos. Ahora el hecho de trasladarme de mi distrito al Centro de Lima, ese era como ascender o descender a los infiernos al estilo dantesco. Venía de una especie de campiña armónica de cerritos de colores donde no estaba invadido todavía, porque ese tiempo se alfombraban los cerros y se ponían verdes en invierno y amarillos en primavera, de ahí iba al centro donde no había nada absolutamente. Obviamente se producía un cambio, de perspectiva, de naturaleza, de atmosfera, de ambiente, eran completamente diferentes, de la pasividad iba al caos.
K.V.: Otra relación es la de conflicto entre la gente subte y la policía ¿Es una especie de retrato del momento en el que se vivía?
D.R.: Claro, había siempre el temor y el miedo, he vivido con los toques de queda con gobiernos militares como el de Morales Bermúdez, luego en la democracia formal con el corrupto gobierno aprista de Alan García. En esos tiempos solíamos salir en grupos y rompíamos con el toque de queda y aparecíamos en la comisaría, había redada y nos agarraban ebrios o sobrios para al día siguiente salir y volver hacerlo nuevamente.
K.V.: ¿Existía un sentimiento de combatir verdad?
D.R.: Sí, había un sentimiento confrontacional, y de subversión.
K.V.: Hay también una transformación y maltrato del cuerpo por parte de los policías, pero que no afecta al espíritu ¿Para ti tu cuerpo es como algo sólo exterior, que no tiene que ver mucho con la relación que llevas con la ciudad o también ha sido un miedo para esta relación?
D.R.: Yo creo que usé el cuerpo para conocer la ciudad, porque en mi proceso interior había una armonía y el cuerpo expresaba un caos, y el cuerpo al expresar ese caos se mimetizaba con la ciudad, yo use ese cuerpo para entrar y penetrar en la ciudad y entenderla. Y el conflicto era interior, eso nunca murió ni ha muerto, persiste porque es muy profundo.
K.V.: Hay mucho de soledad también en los poemas ¿siempre has tenido este interés?
D.R.: Si, el libro está escrito desde la soledad. Yo no elegí a la soledad, la soledad me eligió a mí, de cualquier forma ese tema se instalo sin que yo pudiera evitarlo. Entonces cuando yo quiero la soledad es para escribir, aunque también estaba allí en otras cosas había soledad amical, familiar, había mucho desamparo, y es eso lo que se refleja en mi poesía.
K.V.: En los últimos poemas, las voces cambian y una llega a ser maternal y la otra desde un hijo ¿Estas son también voces urbanas, que han vivido la crueldad de la ciudad?
D.R.: Si, son voces de la ciudad y que están dentro de esa crueldad que un sistema alienado te da.
K.V.: También existe el tono frustrante ¿en qué momento de tu relación con la ciudad sentías esa frustración?
D.R.: En momentos de crisis, de confrontarme con todo porque las cosas no cambian y siguen igual. Eso es frustrante. La realidad es frustrante. Los sueños que uno tenía para cambiar o incendiar el mundo no se dan, no se realizan, y creo que la forma es a través de la palabra, de la poesía o con el arte es descubrir que efectivamente esta ciudad te quita y también te da. Sólo mediante el arte y la ficción cambias esa realidad que es una paralela a la que vives. Con el arte y la poesía vas a otra dimensión.
K.V.: También vivías la ciudad de noche ¿era distintas? ¿tú venías de SJM y te quedabas toda la noche?
D.R.: Sí, claro venía temprano y me quedaba toda la noche oculto bajo la sombras de los bares y no salíamos de ahí hasta el día siguiente. Cuando uno salía afuera, había un sol horrible que te molestaba y te hacía volver abruptamente a la realidad que estabas esquivando.
K.V.: Hay también mucho la presencia de los bares ¿Siempre visitaste y te sentiste identificado con los bares?
D.R.: Sí, yo creo que si hubiera querido tener una biblioteca, el bar hubiera sido una biblioteca humana, andante. El bar sería para mí una especie de templo donde hago amistades, donde leo, me informo y donde descubro cosas. Me entero de cosas interesantísimas, noticias que in situ todos los que están reunidos comentamos como de movimientos tanto sociales como artísticos, cine, arte, eso es interesante en la compañía de los amigos comunes que nos informaban de todo. Porque si hubiera estado encerrado en mi casa no sabría nada.
K.V.: El bar es uno de los espacios interiores dentro de esa ciudad exterior que tu recorrías ¿te hacían descubrir cosas de la ciudad sin estar en ella probablemente?
D.R.: El bar sería como una especie de pascana de un caminante o viajero, que camina y encuentra un sitio, una posada, eso era para mí. Yo era un caminante urbano, entonces los bares me daban la posibilidad de ver y pensar otras cosas, relacionarme con mis amigos. Como te decía intercambiamos información sin necesidad de estar presentes en los hechos que se sucedían a diario por las calles.
K.V.: Otros espacios que aparecen son los hoteles y los burdeles, que caracteriza a este uso que tiene la ciudad de las personas.
D.R.: Lo que eran los burdeles, mis amigos hablaban de eso, yo no he pisado mucho los burdeles, pero me gustaba mucho las historias que mis amigos me contaban de los burdeles, era un sitio muy tabú en ese entonces. Por eso me atraía, más que ir a los burdeles, entonces lo traigo a la escritura para darle mayor connotación.
K.V.: Otra cosa que aparece es lo de los personajes migrantes, como una referencia implícita de las barriadas de Lima ¿Tú conociste esas barriadas y a los personajes?
D.R.: Eso me venía por antonomasia, porque yo pertenezco a esa parte de la historia. Pero también me diferenciaba ya que supuestamente soy un intelectual o como se llame el tener el privilegio de ingresar a una universidad y ser un letrado y estar entre dos mundos además mi casa no era de estera, era de material noble y no en una invasión. Pero si me interesaba porque de una u otra manera tenía contacto con ellos, por familiares o amigos de mis familiares, y también por formación política (ya que nuestras actividades lo hacíamos en esas zonas) y tenía noticias de los que vivían ahí de lo que se hacían ahí, cómo son sus costumbres y de su lengua que no era la mía pero que escuchaba todos los días.
K.V.: También aparecen mucho los personajes proletarios, que tienen que trabajar mucho para sobrevivir en esta ciudad ¿cómo te interesó este tema?
D.R.: Porque yo mismo lo vivía, yo vivía al día y creía que esta clase social iban a ser la revolución e iban a liderarla pero en mi poesía son seres marginales con mucha rabia. Había algo de Los olvidados de la película de Buñuel. Quería de todo corazón entregarme a su causa y trataba de proletarizarme lógicamente eso era mi utopía y eso hacía que mis compromisos con mis parejas se hicieran difíciles y frustrantes porque yo no mostraba mucho interés en los bienes terrenales.
Por otro lado esa actitud me hacía muy independiente. Vivía al día, y no me interesaba trabajar 8 horas, ni trabajos formales, porque pensaba que no me iban a ayudar a crecer interiormente ni a mi libertad para poder estar a donde quiera. Trabajar cansa decía el poeta Césare Pavese.
Karen Vila: También aparece la imagen de una Lima contaminada, con humo esmog ¿cómo se dibujaba este imaginario en ti?
D.R.: Todos los carros en Lima botaban humo negro, entonces tenía siempre ese esmog en la cara, todos los días, en esos años había una polución tremenda que ahora no hay, ahora es otra cosa, ahora ya no veo esos carros con humos negros, porque ya no se permite. En aquellos años los veíamos a diario y era normal parecían barcos de vapor, pero en el asfalto.
K.V.: Con respecto al color gris de la ciudad ¿?
D.R.: Sí, claro. No sé si has visto la película de F. F. Coppola La ley de la calle, mírala. La película es gris y sólo los pescados rabiosos son a colores, todo lo demás la ciudad, los personajes, las cosas son en blanco y negro. Yo creo que esa atmósfera era Lima, era blanco y negro, no tenía colores.
K.V.: ¿Tú te sentías parte de ese blanco y negro?
D.R.: Claro, a mí me gustaba.
K.V.: ¿No sentías a nadie, fuera de este blanco y negro?
D.R.: No, sería rarísimo. La grisura es para mí, como lo estético de Lima, Lima es gris. Mi poesía no es que sea gris, sino participa de ese gris.
K.V.: Otra de las cosas que también aparece, lo oscuro de la ciudad
D.R.: Yo pienso que Lima en ese tiempo era oscura, muy oscura
K.V.: ¿Por qué?
D.R.: Porque lo había interiorizado así, podía salir e igual me parecía oscura, tétrica. A mí no me gustaban las playas, no iba a las playas, por eso no tenía muchos colores no. Y tal vez sea este motivo que muy poco hablo del mar y de la playa como tema en mis poemas.
K.V.: Otra de las cosas que también aparece, es el recordar a alguien a través del recorrido urbano ¿es como la memoria a través de la ciudad no?
D.R.: Sí, una especie de nostalgia que es también para dinamizar el poema y llevarlo a ser un retrato impresionista de la ciudad. Los recuerdos se me subían a la mente suavemente como si estuviera navegando. Es bastante recurrente porque es parte de una nostalgia creada, no vívida, porque en ese tiempo todavía no había recorrido el mundo como ahora.
K.V.: Otra de las cosas que aparece es el tiempo, siempre se ubica en un momento la poesía ¿siempre ha sido necesario esto para ti?
D.R.: Sí, lo que pasaba es que empezaba con un hecho de ubicarme, dónde estaba, en que parte a qué hora estaba y luego empezaba nuevamente el desarrollo del poema y ya dentro del desarrollo del poema comenzaba a desvariar porque esa era la única forma de alcanzar el goce estético. Yo siempre he sido un hedonista con la palabra, me gusta darle un sentido y un ritmo, por eso empezaba desde el inicio como algo realista, pero ya después no estaba en ninguna parte. Me adentraba por territorios desconocidos que la poesía suele llevarnos donde no había tiempo ni lugar es como el poema de Eliot que dice qué lugar qué región es este. No me acuerdo el poema completo pero así empieza.
K.V.: Otro tema importante es la deshumanización de las personas ¿?
D.R.: Sí, y lo percibo en todas las ciudades. He estado en NY y es lo mismo, al igual que París. Este sistema te deshumaniza, te tergiversa, te lleva a la locura porque tiene entes e instituciones que al hombre lo llevan a la locura y detrás de eso está el poder y detrás de eso está el dinero y otras cosas que enajena a los hombres, lo alienan. Es por eso que considero que estas ciudades deben ser más humana, pero no lo pueden ser porque hay un sistema detrás que es antihumano y por eso la maquinaria deshumanizadora está hecha de medios salvajes como el capitalismo que no le interesa la vida y en esto coadyuvan la prensa, las propagandas consumistas, la televisión que te llevan a entender la ciudad como un espacio ajeno, competitivo, como la prolongación de la jungla donde el más fuerte es el que triunfa.
K.V.: Este sentimiento de supervivencia está vinculado mucho con los personajes que son vulnerables marginales, los que no son de acá, los que han venido a trabajar los que han migrado ¿Cómo nace en ti este interés de retratar la crueldad de la ciudad para con ellos?
D.R.: Porque yo soy parte de ellos, me pongo en el pellejo de ellos como provinciano que soy. A pesar de haber vivido en cierta forma cómodamente pero soportando el racismo y todas las taras que tiene esta sociedad, me solidarizo con ellos y los asumo y me asumo.
K.V.: En el transcurso de tu vivencia en la ciudad ¿has tenido contacto con costumbres de Ica?
D.R.: No, no he tenido. Yo no he ido a Ica hasta después de 20 años y he ido para hacer gestiones, mi partida de nacimiento para postular a la universidad y desde aquella vez con visitas esporádicas hasta el día en que tome contacto con una hermosa morena por la cual iba de vez en cuando a visitarla ya que estudiaba en la San Luis Gonzaga y luego nuevamente para recoger mi partida de nacimiento pero con un proyecto de un documental sobre mi vida que esta haciendo la cineasta y antropóloga danesa Ulla Dalum Berg donde filmo una parte del departamento, el distrito donde nací y la Municipalidad donde estuvo asentado mi partida y que ahora ya no existe puesto que se derrumbo en el ultimo terremoto que hubo en el sur.
K.V.: Otra cosa que aparece es la droga ¿has tenido contacto con eso?
D.R.: Sí, pero lo mío no es la droga, era una cosa ensayística, era un experimento tal como decía Rimbaud. Era solo para tener otra percepción y saber qué cosa produce, pero jamás he escrito borracho o drogado. Yo he escrito todos mis libros sobrio y lúcido.
K.V.: ¿Sentiste en algún momento que tu experiencia con la ciudad era marginal? ¿Por esta relación con el sistema, como parte de un experimento de la ciudad? Porque existías en un espacio dominado por el poder ¿?
D.R.: Pero yo me salía del poder, a la marginalidad. Y creía que en lo subterráneo no llegaba el poder, entonces ahí era libre, y en la poesía soy libre, porque para mí, la poesía es el último sitio de libertad que tiene el hombre, donde puedo expresar todo lo que siento y todo lo que quiero. Eso me interesa eso me gusta. Pero también a la vez de irme a la marginalidad, de no pertenencia al sistema, no estar en un banco 8 horas encerrado. O sea no tener una rutina que te desgaste y que te anule, porque la rutina te anula, por buscar un acomodo un puesto o el poder, por buscar cosas creados por el sistema para que tú seas parte de un ladrillo en esa pared. Buscaba espacios donde especialmente su poder no influenciara físicamente, porque lo otro es mental porque cuando uno es artista no existe esa cosa. No te liga nada aunque lo tengas en la vida diaria. La poesía te desintoxica, te abre mundos paralelos.
K.V.: En el poema Declaración de amor entre un sordo y un ciego, hablan dos personas que son ciegos y mudos a que te querías referir con eso¿?
D.R.: A una pareja de enamorados, una de las personas es sorda y el otro es ciego y no hay comunicación El fracaso es irremediable en esta relación porque tienen punto de vistas muy dispares y eso es algo que no logran conciliar. Y lo que hago es un contrapunto, que luego dramatizo como una obra teatral en donde ninguno de los dos ni se ven ni se escuchan y no pueden solucionar nada y he querido reflejar lo absurdo de las cosas en ese poema.
K.V.: Aparecen otro personajes como prostitutas y también aparece el ser humano que se termina convirtiéndose en sombra.
D.R.: Claro es como algo efímero, como son las relaciones con las prostitutas que se convierten en una sombra o en un fantasma que viene y tiene sombra de mujer y luego desaparece.
K.V.: ¿Has sentido la ciudad de alguna manera fantasmal?
D.R.: Yo creo que sí, hay personas las he visto como espectros poblando esta ciudad. Porque no tenía un peso o masa corporal, porque tenía una actitud muy opresiva y no tenían nada de misterio. Mas misteriosa era una mujer que pasaba y se difuminaba en las luces de neón. Es como ver un cuadro de Marcel Duchamp, un desnudo bajando la escalera, por ejemplo donde no ves nada, no hay nada, tú tienes que imaginarla traerla ahí, hacerla corporal en tu mente. Y hay momentos en que la ciudad me parece así.
K.V.: otra de las cosas inquietantes es el frio de la ciudad verdad ¿?
D.R.: Sí, porque sentía el frío humano, lo insolidario. La indiferencia, mata al hombre. Hay un poema de John Donne que decía que el hombre no es una isla, es un continente. Y todos somos parte de esta humanidad como en el clásico poema de Masa de Vallejo.
K.V.: ¿Y en ningún momento sentiste el sentimiento de colectividad en la ciudad?
D.R.: Si en un momento, con los integrantes del Movimiento Kloaka también en el partido en donde he militado, y en donde vivo, ahora ya no pero antes si, cuando se organizaban para solucionar problemas que a todos nos atañen. Pero cuando venias a esta ciudad del centro ya era otra cosa, totalmente diferente.
K.V.: También aparece la gente muchedumbre como sólo grandes masas y… ¿?
D.R.: Hay un poema de Eliot que se refiere a eso, pero él está recreando a Dante Alighieri en su Divina Comedia, cuando dice “tan larga fila, que habría creído yo que la muerte hubiese deshecho tanta”. Yo sentía así a la ciudad, esa multitud la veía así. En la ciudad eran solo una masa, es tan impersonal, no tienen perfil, no tienen personalidad, son masa informes, masa y nada más, es algo anónimo como muertos.
K.V.: Hay mucho también de odio y de un conflicto bien marcado con la ciudad y con el sistema.
D.R.: Sí porque el odio es un sentimiento noble como el amor, entre el odio y el amor hay una delgada línea. Los europeos odian y aman, son muy extremistas, por eso siempre han tenido guerras la para luego tener una paz duradera.
Karen Vila: ¿Tú crees que el odio es un sentimiento necesario?
Domingo de Ramos: Yo creo que sí, porque también te lleva a no soportar las injusticias. Por ejemplo aquí el peruano no tiene odio, es indiferente al odio y confunde las cosas, y hay tanta tiranías y no se atreve a salir a las calles a manifestar su repudio su inconformismo y es por eso que le pasa lo que le pasa y no se tira abajo un sistema, el poder, o a los políticos. Porque después de su pataleta no tiene un proceso de odio, no agarra las armas para cambiar las cosas y soporta, soporta y soporta. En ese sentido es pacífico y a la vez no tiene espíritu de rebeldía, por eso es necesario el odio.
K.V.: Y este letargo que te atormenta tanto de las personas del país, la has sentido más en la ciudad ¿?
D.R.: Sí, porque acá hay una pasividad terrible. El hombre de esta ciudad es muy pasivo, muy receptivo, más que actuante o tener propuesta, es una frustración su accionar o su inercia ante las cosas.
K.V.: Otra cosa es que hay referentes como muy específicos, o lugares como el bar la Mía Farrow ¿Con qué intención lo plasmas?
D.R.: Sí, es una cantina que existía en mi barrio ahora en vez del bar hay una farmacia. Lo puse para testificar, que en ese lugar yo hablo con mi grupo de amigos militantes hablo de política, no hablamos nada de poesía, y allí complotábamos contra el poder, contra un alcalde corrupto, y sacábamos pronunciamiento y volantes entre otras cosas.
K.V.: También comparas la ciudad con los muslos de alguien, ¿corporalizas mucho la ciudad?
D.R.: Sí, la ciudad para mi tiene un sentido femenino. No sé por qué tengo esa fijación, pero la ciudad la veo como una mujer.
K.V.: También aparecen espacios como los parques, que esa época eran lugares oscuros? ¿?
D.R.: Sí, pero no estaban enrejados. El parque era un sitio de libertad, porque podías hacer el amor ahí, o podías fumar o drogarte o emborracharte y nadie te molestaba.
K.V.: ¿En algún momento te dirigías a alguien más, como una persona que tiene un tiempo, que hace algo o un amor frustrado a hacia alguien?
D.R.: Sí de hecho, pero está entre líneas. Allí encontrarás amores frustrados deshechos por alguna razón. Para mí también la ciudad le tengo esa sensación, algo que no se acaba como un gran edificio, como un gran elefante blanco y no se porque, como los cambios que tiene que haber en esa sociedad pero que no se realizan nunca.
K.V.: Para ti ¿Cuáles serían las armas para cambiar esta sociedad?
D.R.: Como poeta creía que la poesía podía cambiar al mundo, pero no. Eso es imposible. La otra posibilidad es la política. Hacer una política honesta como decía Mariátegui con hombres y mujeres probos y si no se puede que el mismo pueblo se levante porque sólo él puede hacerlo. Pero como poeta no.
K.V.: El medio de la revolución del Movimiento Kloaka era el amor a la vida como medio de cambio ¿Eso todos lo tenían en común?
D.R.: Sí claro era nuestra propuesta en ese tiempo ante la guerra interna, el aparato del estado que mataba a diestra y siniestra como en el otro bando. En este fratricidio era vital entonces el amor, la solidaridad. Pero ese discurso no se pudo dar plasmarse para que el país no se desangre, porque se alzaba un discurso hegemónico que se enfrentaba al discurso de los alzados en armas y nuestro discurso aparecía como de unos hippies no tenía un asidero en la realidad, más sí en las cuestiones mentales, en lo ideológico. Y ese discurso se va desgastando porque hay una guerra de por medio. Hay dos sistemas intolerables uno al otro, y un discurso así no tiene sentido, tú no puedes poner una rosa en un tanque que dispara.
K.V.: ¿Este fue uno de los motivos por los que se disolvió el Movimiento Kloaka?
D.R.: La realidad nos disolvió. La imposibilidad de que esos sueños se cumpliesen, frustrados de alguna manera. Eso cundió en el grupo, a todos. Entonces fue mejor disolvernos, cada uno con sus cosas, pero tristes porque no se lo logró lo que el Movimiento quería.
K.V.: También existe una especie de barrer con todo de forma física o espiritual entre el sujeto poético y la ciudad ¿?
D.R.: Lo que pasa es que hay un sentimiento de vanguardia, la vanguardia nunca está con las masas sino con el que grupo que lo dirige. Esa cuestión era más política, y pensábamos que éramos la vanguardia de la poesía de ese tiempo, que no estaban a nuestro nivel, y éramos soberbios, éramos jóvenes, pero esa soberbia se frustro como grupo, y no tuvimos la capacidad de conectarnos con las voces del pueblo, con los que proponían ellos o trataban de insinuarnos un camino y no le dimos la atención necesaria.
K.V.: Otra de las cosas es la presencia de los obreros ¿Tú has visto mucha gente obrera?
D.R.: Sí claro, el barrio donde yo vivía habían obreros, volvían de trabajar más desgastados, y más cosificados que nunca, ese era el problema. Iba una persona y regresaba una cosa, en ese viaje se iba envejeciendo, y se volvían una sombra, anulándose de por vida.
K.V.: Otro tema es el tema del calor o el fuego ¿Es como algo relacionado a la cólera?
D.R.: No, yo creo que el fuego era una especie de purificación. Cuando los antiguos quemaban al cuerpo en una pira, el cuerpo comenzaba a diluirse a ser parte de la naturaleza, al fuego lo veo como purificación no como destrucción y además tenían un sentido ritual.
K.V.: También aparecen algunos escenarios interiores, dentro de espacios y ya no en la calle ¿?
D.R.: Hay varios caminos, pero ya es más subjetivo. Es un yo poético que ya no transita en la calle, sino que está recorriéndose el mismo viéndose el mismo, viéndose a través de un espejo y viéndose reflejarse así mismo, es como en un poema intimista.
K.V.: ¿Es el único?
D.R.: Sí, los demás son en la calle. Por ejemplo Banda Nocturna es un manifiesto de mi generación, cuando decía derribar las gordas columnas de la justicia que al final acaban en nada y reflejaba un sentido de frustración de mi generación, pero no digo que todos sean así, sino es el sentimiento de ser joven en los años 80.
K.V.: ¿También has sentido a Lima como la gran nada en algún momento? Con una falta de espíritu y una humanidad reflejada en la ciudad ¿qué tanto eso a calo en ti? Como un lienzo en blanco…
D.R.: Si, lo que pasa es que Lima se hace monstruosa y ajena, como escribía Ciro Alegría, Lima es ancho y ajeno para un provinciano como yo. Entonces se pone agresiva y te hace sentir un extranjero en sus propias calles y esos sentimientos lo he tratado de plasmar desde la perspectiva de un provinciano pero en poesía.
K.V.: ¿Cómo nace tu interés en hablar desde una voz provinciana?
D.R.: Es que toda mi vida he estado rodeado de provincianos y yo he asimilado mucho eso, la gente venía a mi casa, y mis tíos familiares venían y hablaban que les parecía Lima y hablaban con castellano muy particular como mascado, entre imágenes y dialectos que no entendía muy bien o en su dulce idioma del runasimi. Y no era un problema en ser un provinciano y que ser crítico de una ciudad como Lima.
K.V.: Una de las cosas que aparecen en el recorrido es que aparece la información ¿qué sentías tú cuando la ciudad te informaba?
D.R.: Bueno la ciudad no me informaba yo era protagonista de la información ya que era un activista dentro de la ciudad mas cuando ingrese a la universidad, pero no tanto como en los años 90 donde la propuesta era del estado que cuyo sistema era la de desinformar a través de lo que se llama psicosociales ese tiempo y había una prensa amarilla y roja que hablaban sobre los delincuentes, que en algún momento ese mundo lumpen se le veía como algo heroico y que asaltar un banco era toda una hazaña y que ellos eran unos héroes eran unos “Robin Hood”, ese mundo lo utilizaba y también su modo de vida porque era marginal y fuera del sistema. Esto era cotidiano y gracias a esta prensa y a los gobiernos de turno es que la población se sumió una ignorancia total en una mediocridad que hasta ahora arrastramos y se ha pronunciado más hoy en día.
K.V.: La pregunta final sería ¿qué significaba para ti Lima en los años 80?
D.R.: Para mí, Lima era más amable, me gustaba porque no había muchos edificios que rompían con la perspectiva, había una Lima colonial que también me interesaba y me gustaba. Era más armónico que ahora. El caos de la ciudad tenía su encanto, hice del caos una opción poética, un aporte poético a partir del caos. Cruzar sus calles era una sorpresa diaria y cotidiana, algo nuevo había, algo nuevo que yo descubría e incluía en mi discurso, por eso me gustaba Lima.
K.V.: Ya con respecto al presente ¿qué significa para ti Lima, en esta época?
D.R.: No lo sé, Lima se ha desfigurado para mí, en muchos aspectos, hay edificios supermercados enormes, con una actividad comercial enorme, que están desnaturalizándolo. Esta Lima ya no me pertenece, es una Lima que ya no la siento. Es una Lima que no está cambiando para bien, sino para mal. Eso creo.
K.V.: ¿En la época de los 80 que espacio simbolizo Lima?
D.R.: Para mí, la parte más simbólica era el Parque Universitario, que de niño lo he frecuentado en donde he encontrado personajes que yo jamás voy a ver otra vez, entre estos he encontrado al personaje de mi libro el “pastor de perros”, que a eso las 3 o 4 de la mañana iba con una jauría de perros. Por eso me gustaba el Parque Universitario.
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