En su extensa obra, tres novelas deslizan sus tramas a través de espacios que tienen una relación con lo cubano: Tener o no tener, 1937; El viejo y el mar, 1952; y la novela que nunca publicó en vida: Islas en el golfo, 1970.
Extraído de La Jiribilla
Enrique Cirules
La Habana
El más universal de los escritores norte-americanos (Oak Park, Chicago, 1899-1961) comenzó a carenar en el archi-piélago cubano a partir de abril de 1928. Por entonces ya era un maestro en el manejo de las frases cortas, directas, verídicas, y había aprendido a desconfiar de los adjetivos. A construir en vez de describir, y a utilizar la palabra que es dable usar en cada momento; y a escribir sobre los temas que le eran más conocidos, para cincelar una prosa objetiva, cargada de intención, además de suprimir algunos elementos, a cambio de saber exactamente qué partes se omitían, sabiendo que lo suprimido era capaz de darle más fuerza y realce al relato, con el fin de que el lector experimentara la sensación de que algo en extremo significativo había desaparecido del texto.
Había aprendido también a resumir dentro de un párrafo todo lo que se necesita para conformar una buena historia; y sobre todo, lo esencial para un escritor: observar, o vivir, o participar de los acontecimientos, para con esa realidad, construir después una nueva realidad narrativa, literaria.
Durante la I Guerra Mundial, Hemingway estuvo en el frente italiano, como miembro de un cuerpo de ambulancias; y más tarde, como corresponsal de un periódico canadiense, había recorrido una buena parte de Europa. Instalado en París, también se hacía presente en los escenarios españoles. Es la época en que se encuentra enfrascado en conformar un estilo, con una manera muy propia de abordar la literatura. Después de haber escrito su novela Fiesta, (1925) con la que se adueñaba de toros, toreros y plazas, estaba en la revisión final de Adiós a las Armas; y ahora regresaba a América (no al territorio continental, sino a un pequeño cayo del sur de la Florida), con tres novelas, diez poemas y un montón de magistrales cuentos, que le permitieron ocupar de inmediato un lugar prominente en la literatura norteamericana.
Pero las investigaciones más recientes revelan que desde abril de 1929, cuando, a bordo del yate Anita, Hemingway hace su segunda escala en la capital cubana, con el ánimo de dedicarse a la pesca de la aguja, durante una semana, en la corriente del golfo, todo comienza a complicarse.
Se sabe que por esos días, en la capital cubana, conoció a una de las mujeres más fascinantes de la época, a Jane Mason, esposa de un magnate de la Pan American; y aquella semana de pesca, se convirtió en una estancia de más de dos meses, instalado en el Hotel Ambos Mundos, entre saraos, encuentros y festines, mientras revisaba las galeras de Muerte en la tarde.
En estos primeros años, durante la década del treinta, con sus continuos viajes a La Habana, para encontrarse con Jane Mason, Hemingway comienza a adueñarse de plazas, embarcaderos, calles y bares, cantinas y restaurantes, hoteles y sitios costeros, en los alrededores de la capital cubana, para crear uno de los más grandes mitos de la literatura, y no precisamente con sus libros, sino con esa presencia suya entre los cubanos. Hemingway, en Cuba, se convierte en uno de los más grandes mitos de la literatura universal.
Por entonces, en compañía de Jane Mason, inicia también sus navegaciones hacia la cayería de Romano. Incluso inaugura el famoso yate Pilar en un extenso periplo (de julio a octubre de 1934), a lo largo de la costa norte de la Isla, con recalos en cayo Guillermo, cayo Coco y Sabinal, visitas al faro de Maternillos, y estancias en la célebre ensenada de El Guincho, para abordar el tren del alba, y salir en busca de la mítica ciudad del Camagüey, ciudad de célebres guerreros y afamados poetas; con el ánimo de visitar otros parajes en esa extensa llanura, entre los que estaban el central Santa Marta; y los perdidos poblados de alemanes, norteamericanos y europeos.
Luego, en el hotel Ambos Mundos, con sus experiencias de la Guerra Civil Española, en octubre de 1938, Hemingway inicia la escritura de Por quién doblan las campanas; novela que concluye más tarde en Finca Vigía, cuando ya se encuentra definitivamente instalado en Cuba.
Algunos meses después, con el yate Pilar, inicia una de las más insólitas aventuras, hacia el Viejo Canal de Las Bahamas, en busca de los inquietantes submarinos alemanes que había penetrado en aguas del Caribe.
Es en esa colina de San Francisco de Paula, donde, el Premio Nobel (1954) también escribiría A través del río y entre los árboles, 1950; El viejo y el mar, 1952; París era una fiesta, 1960; y El jardín del Edén, entre otros.
En su extensa obra, tres novelas deslizan sus tramas a través de espacios que tienen una relación con lo cubano: Tener o no tener, 1937; El viejo y el mar, 1952; y la novela que nunca publicó en vida: Islas en el golfo, 1970.
El tema de esta última novela nos muestra una reveladora y peculiar visión de la realidad cubana; en una novela cuyo objetivo esencial es conducirnos a la persecución de submarinistas alemanes, a través de los paradisíacos entornos de la cayería de Romano.
Sin embargo, en tan pocas líneas no es posible ofrecer una visión totalizadora sobre su obra y su vida; ni tampoco realizar ninguna otra consideración alrededor de uno de los escritores que más han influido en la literatura del siglo XX. De un autor que nos dejó, como ningún otro, un conjunto de aleccionadoras reflexiones acerca de los misterios (de los mecanismos, de los procesos) de la creación literaria.
La Habana, noviembre de 2001.
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