domingo, 13 de junio de 2010

La diplomacia de un poeta


El Comercio
Por: Nelly Luna
Domingo 3 de Enero del 2010

Las historias más trágicas están tejidas de brutales coincidencias. El azar, en una cruel jugada, quiso que 10 años antes de su muerte el poeta, médico y diplomático del novecientos Manuel Nicolás Corpancho le cantara en sus versos a las olas del mar que se lo tragaría. “Yo amaba el mar desde mi tierna infancia, su augusta soledad me arrebataba”, escribió en 1853 en su poema Magallanes. Tenía 22 años.

Pero el azar jugó más: decidió también que el barco en el que había viajado el poeta español José Zorrilla fuera luego la tumba de su joven e incondicional admirador. Manuel Nicolás Corpancho murió el 13 de setiembre de 1863, en el Golfo de México. Tenía solo 32 años. Días antes, la invasión francesa en México lo había deportado: Corpancho se había pronunciado contra la instalación de un gobierno francés. Días después de haber zarpado, el barco en el que viajaba inexplicablemente se incendió. Su cuerpo jamás apareció.

“Los bohemios lo amábamos por la dulzura de su carácter, por la lucidez de su talento y hasta por lo delicado y casi infantil de su figura”, escribió Ricardo Palma sobre la frágil apariencia física de Corpancho.

Sentada en su departamento de Miraflores, la tataranieta de Manuel Nicolás Corpancho, María Teresa Pardo Corpancho —podríamos llamarla la última de las “corpanchistas”— cuenta la anécdota de cómo su tatarabuelo tuvo siempre alma de poeta.

El profesor Cayetano Heredia le pidió al estudiante Manuel Nicolás Corpancho que examinase a un campesino recién llegado de los Andes. Sin tomarle siquiera el pulso, Corpancho inicia una conversación sobre la tierra natal del enfermo. Tras un rato, Corpancho le suelta orondo al maestro su diagnóstico: “El campesino sufre de nostalgia”. Heredia, exaltado, responde: “¿Nostalgia? ¡No tiene usted vergüenza! ¡Nostalgia, enfermedad de poetas! ¡Este campesino tiene una vulgar disentería!”, lo recriminó.

María Teresa cuenta que si Corpancho estudió Medicina fue por presión familiar, que lo que a él siempre le gustó fue la poesía. A los 16 años escribió “Oda a América”, a los 17 compuso el drama “El poeta cruzado”, a los 19 publicó la traducción del canto tercero de El Infierno de “La divina comedia”, de Dante Alighieri. Al cumplir los 20 años puso en escena “El poeta cruzado”. Sobre aquel día el historiador Jorge Basadre escribió: “Corpancho fue coronado la noche del estreno y su emoción apenas le permitía en ese momento estar de pie en el escenario”.

Los ojos de María Teresa se enrojecen, sus manos se exaltan y alza la voz cuando habla del legado de Corpancho en México y el Perú: mártir de la reforma y padre de la patria allá; poeta y diplomático casi ignorado acá. De Corpancho en el Perú hay apenas una calle —muy trajinada, por cierto— en el Cercado de Lima. En México tiene un parque (cuyo busto fue enviado por la familia porque el Gobierno Peruano se desentendió del asunto), su retrato se encuentra entre los ilustres y varios académicos estudian la misión que lo llevó a esas tierras, cuando la invasión francesa acechaba, aquel enero de 1862.

Corpancho no ejerció la medicina. Según Estuardo Núñez, tras su regreso de Europa, el joven escritor (sus textos aparecían con frecuencia en las revistas de la época) probablemente apoyó el movimiento de Ramón Castilla. Así, en 1857, a los 26 años, fue nombrado secretario general del presidente Ramón Castilla. Pero recién dos años más tarde, en el norte, se descubrieron sus dotes diplomáticas.

Jorge Basadre cuenta que por aquellos años aparecieron documentos históricos que ponían sobre el tapete —una vez más— los límites con el Ecuador. Corpancho acompañó a Castilla en esa misión, y disiparon la tensión. “No dispararon, pues, entonces, ni los fusiles ecuatorianos ni los peruanos, pero las plumas derribaron tinta a raudales con datos y argumentos [...]. Ninguna de las controversias sobre límites del Perú movilizó tan tempranamente la erudición de sus escritores”, escribió el historiador.

Fue sin duda en aquel conflicto con el Ecuador en el que Corpancho se graduó de diplomático. Por eso, cuando el mariscal Castilla se enteró de la agresión francesa a México, lo designó inmediatamente encargado de Negocios y cónsul del Perú en ese país. Corpancho tomó la causa mexicana como suya. Los historiadores dicen de él que fue un americanista de convicción que rechazó la aventura imperialista de la Francia de entonces para coronar como emperador de México a Maximiliano de Austria.

“El agente diplomático peruano no iba a ser un testigo impasible de los sucesos allí desarrollados. Iba a ser un aliado en la lucha por la libertad y la independencia y un juez severo de los actos de quienes contra ellas combatieran”, escribió sobre él Basadre.

En México, Corpancho estrechó los lazos de amistad con Benito Juárez y colocó banderas del Perú en cuatro inmuebles. Dio asilo a muchos artistas y políticos mexicanos. De ese momento queda una sentida misiva que envió a una revista del D.F.: “Consagro los homenajes que se me han dispensado, cierto que esta cordialidad de los hijos de Moctezuma para con un hijo de Manco Cápac augura un porvenir lisonjero a la grandiosa constelación de jóvenes repúblicas que la libertad ha engendrado en la América”.

Con el arribo de los franceses al D.F. y el retiro de Juárez, Corpancho fue deportado por el gobierno de la Regencia. Los galos nunca le perdonaron sus encendidos discursos en pro de la libertad americana.

Manuel Nicolás Corpancho nació en el barrio de Santa Ana a fines de 1830 y junto a Carlos Augusto Salaverry, Arnaldo Márquez, José Casimiro Ulloa y Luis Benjamín Cisneros constituyó la corriente romántica.

Estuardo Núñez cuenta que en 1860 Corpancho y Ricardo Palma se propusieron elaborar una gran antología que debía reunir la producción poética continental de los jóvenes escritores. Pero el vate fue enviado por Castilla a México, y Palma, detractor del mariscal y vinculado a una conspiración contra este, fue deportado a Chile. Los poetas amigos jamás volvieron a encontrarse. Una vez más, el destino truncó el deseo del poeta.

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