martes, 9 de octubre de 2012

Desdeñoso semejante a los Dioses



Escribe Rocio Silva Santisteban
Fuente original La República
09 de octubre de 2012
En la última feria del libro lo encontré, despistado buscando el auditorio donde tenía que leer poesía junto con el chileno Raúl Zurita y nuestro querido Arturo Corcuera.  Me llamó con esa chapa con la que me bautizó hace más de 20 años, “la Chío”, y yo lo capturé para robarle una foto con mi celular a la volada.
Generalmente siempre voy apurada a las ferias, pero ante la posibilidad de escuchar a los tres, juntitos, tenía que darme un tiempo y gozar del espectáculo. Y no me arrepentí, al contrario, darle ese tiempo a la escucha de tres poetas memorables fue una experiencia de re-encuentro con la el discreto fulgor de la palabra. Los pocos que estuvimos ahí, unas cien personas, mantendremos en la retina y el tímpano la voz de estos hombres, grandes y mayores, que le han dedicado la pasión de sus vidas a encontrar una forma de comunicar lo incomunicable. Eso es la poesía, a fin de cuentas, usar este lenguaje gastado para decir algo que nadie nunca antes había dicho.
¿Cuántas veces he escuchado leer poesía a Antonio Cisneros? Decenas… y siempre ha sido una experiencia notable. En Guadalajara el recinto estuvo lleno a pesar de que en la sala contigua presentaba su primer libro Chespirito. En el Cusco leyó poemas en las ruinas de Quenco. Un día, sentado a mi costado en algún recital en Lima, me dijo: “agrupa los poemas que vas a leer por temas. Mira: ahora leeré poemas de animales”. Y empezó con el poema de chancho puaj de Como higuera en un campo de golf, los de la ballena de El niño Jesús de Chilca y terminó con “el perro negro sobre el prado verde”, ahora famoso por el tuit de Nadine Heredia. Hace muchos años, cuando mi hija era muy pequeña y yo no tenía con quien dejarla, la llevé a un recital extenuante de poesía, con lecturas de más de diez poetas, y ella se aburrió en todos, excepto cuando leyó Cisneros. Su cadencia, la sonoridad de su voz, las pausas previstas para los aplausos, los silencios para provocar la debida ansiedad en el escucha: su performance era perfecta.
Rotunda. Precisamente por eso, treinta años antes, los vates de Hora Zero lo habían retado a un mano a mano de poesía en el Estadio Nacional. Obviamente nunca se llevó a cabo. Pero no dudo que hubiera sido tremendamente divertido aunque los escuchas no llenáramos ni siquiera el área del penal.
A Toño por cierto le encantaba el fútbol, jugarlo y mirarlo y despotricar, odiaba a las palomas, amaba los buenos libros y refunfuñaba cuando no había cigarrillos ni trago de buena calidad. Era expansivo, teatral, hiperexigente con la poesía, no perdonaba un mal poema y, aún recuerdo, cuando con inquebrantable fe en la palabra organizó la serie de recitales “Toda la poesía, casi toda” en la Casa de Raúl Porras en 1986. Así era: activista del poema y desdeñoso semejante a los dioses.
Hoy queda este eco en el silencio: “Nadie teme a la muerte adormecido / en su mesa de palo y sin embargo // entre los altos vasos apacibles / se enfría el corazón con la insolencia…”

domingo, 8 de julio de 2012

Fernando Ampuero: "El cuento tiene un efecto más perdurable que la novela"

Fuente:Blog Lee por Gusto de Perú21
Entrevista de Jaime Cabrera Junco
08 de julio de 2012
Entrevistamos a este escritor y periodista, que acaba de presentar Antología personal (Punto de lectura), una selección conformada en su mayoría por sus cuentos, a los que se han sumado sus artículos periodísticos y algunos de sus poemas -"un pecado tardío", dice sobre estos últimos-. En esencia, nos dice, se considera un cuentista. Veamos por qué.
Antologia_Ampuero.jpg
Fernando Ampuero (Lima, 1949) es un escritor que ha hecho del lenguaje sencillo y directo una bandera. Lo notamos en cuentos entrañables como Malos modalesTaxi driver sin Robert De Niro y Bicho raro; y en sus novelas Caramelo verdePuta linda o El peruano imperfecto. En su prosa no hay afectación ni barroquismos, hay historias. En unas, narrador y autor se fusionan; en otras los personajes tienen su origen en los marginales de esta ciudad: el cambista de dólares involucrado con el narcotráfico, el taxista que adormece y 'vende' a sus pasajeros, y la prostituta orgullosa de su oficio. Al ingresar en su casa de Miraflores, el escritor, de un metro noventa de estatura, me recibe con una amabilidad que no conjuga con la mala fama que le han hecho. Se le nota relajado y dice que ahora tiene mucho más tiempo para escribir y que en el colmo de la buena suerte vive muy cerca de las oficinas de Cosas Hombre, la revista que actualmente dirige. Empezamos la conversación.

El responsable de su pasión inicial por la lectura fue su abuelo. Él le leía historias de aventuras hasta que un día le contó un relato a medias y le dijo que si quería saber qué seguía tenía que ir a buscar el libro en la biblioteca 
Sí, en efecto. Era una época muy diferente a esta y no había televisión. Estábamos a fines de la década de 1950 y yo tenía unos nueve o diez años. Gracias a mi abuelo, que me hizo esta 'trampa', empezó mi afición y voracidad por la lectura. Luego me repitió este truco hasta que me dio un libro y me pidió que se lo leyera. Se lo leí e iba modificando el relato, y por primera vez fui inventando una historia a la medida y gusto de mi abuelo. Además había otro factor, y es que a los 8 o 9 años veía que en mi casa a partir de la tarde todos estaban leyendo en distintos ambientes. Mis abuelos, mi madre, mi hermano mayor leían, entonces para mí este silencio era muy misterioso y me dio mucha curiosidad. Cuando mi abuelo me empezó a contar estas historias es cuando se completa el círculo. 

¿Y de dónde le vino el impulso de querer escribir?
Vino de muchas cosas. Yo no supe tan temprano que quería ser un escritor, no me di cuenta de eso con claridad. Aunque a los 12 o 13 años era un lector de uno o dos libros por semana, lo que en realidad quería ser era torero. Iba a los toros con mi abuelo, con mis tíos y mi hermano mayor y me fascinaba ese mundo, la cercanía del peligro. Mi drama, mi gran frustración, fue que empecé a crecer y me convertí en un muchacho muy alto, de un metro noventa, y eso no funciona para el mundo de los toros. Porque si eres muy alto el toro se ve como un pericote y no transmite sensación de peligro. Después de esta frustración me puse a escribir un cuento sobre un torero, sobre el torero que no pude ser. El cuento fue muy malo y lo rompí.

Aunque ha publicado algunas novelas dice que se considera esencialmente un cuentista, ¿por qué?
El cuento fue el género que más me fascinó.  Primero, porque me parece muy difícil, requiere de una capacidad de síntesis bastante particular. Segundo, porque son historias que comienzan y terminan y tienen un efecto en la memoria más perdurable, uno se queda con la idea del cuento. En la novela es más complejo, el escritor necesita 200 o 300 páginas para persuadir al lector sobre una realidad. En el cuento se necesitan 10, 15 o 20 páginas y a veces menos. Pienso que el cuento es un género cautivador, hechizante, para mí el mayor de los géneros literarios.

¿Pero primero escribió poesía?
Todos escriben poesía a los 15 años. No la guardé, consideré que no era lo que yo quería expresar. A los 19 años había publicado mi primer libro de cuentos (Paren el mundo que acá me bajo), que era casi como un catálogo de las diferentes técnicas literarias que había ido aprendiendo a través de mis lecturas. Pero no encontraba todavía mi voz narrativa.

¿Cuándo encontró esa voz?
Con Malos Modales (1994) ya está mi voz narrativa. A diferencia de la poesía, uno puede ser un poeta redondo a los 20 años, en la narrativa necesitas pelear más con el lenguaje para poder expresar correctamente todas las emociones y situaciones que quieres expresar.

En algunos de sus cuentos se percibe cierta influencia de Ribeyro, ¿esto fue así?
Sí, por supuesto, pero también de muchos otros. Ribeyro me interesó muchísimo porque era un autor que admiré siempre y era muy amigo mío. Es un escritor de un lenguaje claro, transparente que sale de frente a contar historias. Tengo varios padres literarios como Chejov, Borges, Maupassant y de estos uno va haciendo una gran mezcolanza y sin darte cuenta en algún momento va apareciendo tu propia voz expresiva, vas definiendo tu autonomía expresiva.

Comentó una vez en una entrevista que le interesa más la literatura de la infelicidad porque la felicidad no tiene historia. ¿La infelicidad produce mejores historias?
La felicidad no tiene historia, pero sí tiene muchas ventas. Tenemos autores como Paulo Coelho que venden la felicidad y vende mucho. La infelicidad vende menos, pero tiene más calidad literaria.



FICCIÓN, REALIDAD Y LITERATURA PERUANA


Fernando Ampuero cursó tres años  de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica. Al mismo tiempo estuvo en el Club de Teatro que dirigía Reynaldo D'Amore, que por entonces quedaba en el sótano del cine Le Paris, de la avenida Colmena. Quería ser actor y director de teatro. A los 19 años  empezó una vida de trotamundos: vivió un tiempo en la isla Galápagos, viajó de mochilero a varios países de Sudamérica, y en 1975  ganó una beca para estudiar Literatura en Budapest (Hungría). Aunque no pudo ser torero, de alguna forma lo ha sido, pues ha toreado varias veces a la muerte. La primera fue durante un viaje que hizo a Tierra del Fuego: un bloque enorme de un témpano de hielo cayó encima del barco en el que iba. La segunda, fue a fines de los 90 cuando le diagnosticaron un cáncer en los ganglios del estómago. Lo habían desahuciado y organizó una extraña fiesta de 'despedida' en la que alegría y tristeza se mezclaban. Ampuero toreó al cáncer luego de un tratamiento y ahora, al verlo, no nos imaginamos que haya estado tan cerca de la muerte. 

Cuando intentaban definir algunas de sus novelas, como Caramelo verde, usted decía que más que novela negra eran novelas realistas
Caramelo verde reflejaba una realidad -de la época del primer gobierno de Alan García-, por eso que decía que la realidad del Perú es una novela negra. Yo hacía una novela realista y que encaja dentro de los moldes de la novela negra. Ahora nos hemos dado cuenta que la novela negra es el género más representativo de todas las sociedades contemporáneas. Los grandes libros son de novela negra. Stieg Larsson ha sacado una trilogía extraordinaria con este personaje maravilloso de Lisbeth Salander, que nos muestra una Suecia que no conocíamos, que ni siquiera imaginábamos. Yo pensé que ese país era el paraíso de los buenos modales y de la ética, pero también hay corrupción como en todas partes.

¿Cómo así decide incorporar el elemento autobiográfico en novelas como El enano y El peruano imperfecto?
Bueno, porque es un modo de autocriticarme. Yo lo que pretendo, a veces involuntariamente, es contar historias de amor. Caramelo verdePuta lindaHasta que me orinen los perros e inclusoEl peruano imperfecto son historias de un amor apasionado aunque cada novela tiene su contexto.

Aunque sus detractores digan que lo autobiográfico sea más para vanagloriarse
Bueno, sí pues..aunque son personajes, tienen algo de mí, pongo cosas , lo hago ambiguo. No es Fernando Ampuero sino Pedro José de Arancibia (protagonista de El peruano imperfecto).

Pero en El enano ya no hay un alter ego, está usted...
El enano es una crónica novelada, donde cuento con bastante sentido del humor -según me dicen- la historia de la relación de dos periodistas de una determinada época. Hay una fractura por las actitudes y el temperamento de este personaje que ataca inmisericordemente a muchas personas, algunas con razón, otras no. Esta es la causa por las que este señor (se refiere a César Hildebrandt) empezó a atacarme cuando me separé de él para tener un programa  de televisión propio. Siempre le contesté con pequeñas bromas pero estas lo irritaban más. Hasta que un día decidí contestarle y escribir este librito. Me encontraba con gente que me decía "qué bien lo que has hecho". Empecé a vindicar a una cantidad de personas que había sido abusada, avasallada por ese tipo de periodismo malsano, porque no digo que (Hildebrandt) no sea un hombre talentoso, lo era, pero se fue malogrando y enrareciendo.

¿Era talentoso? ¿Ya no lo es? 
Ya no lo es. Lo veo cada vez peor y ahora está prácticamente en el olvido afortunadamente.

¿Y no fue un exceso contestarle a través de un libro? Porque si no imagínese cuántos tuvieran que dedicarle libros a personas con las que han tenido diferencias 
Es cierto, pero él había sacado 30 o 40 artículos que bien podrían haber hecho un libro con las tonterías que me dedicaba. Yo nunca le respondía, pero un verano estuve inspirado y me dije "voy a contestarle". Puede ser que haya sido un exceso, pero la verdad es que me empecé a divertir a medida que escribía el libro. Me dijeron que debía sacar una segunda parte porque el comportamiento de este periodista fue infame en el caso de Fernando Zevallos o Bavaria o en el caso de los Petroaudios. Sin embargo, no valía la pena escribir otro libro.

Pero ese no ha sido el único conflicto que ha tenido usted, porque también se sumó a esa polémica entre andinos y criollos...
Una polémica que fue muy triste que empezó en el congreso de escritores peruanos en Madrid. Fuimos invitados un grupo de escritores peruanos no limeños o andinos, pues el Perú es un país pluricultural. Hubo una cantidad de escritores que se sintieron ofendidos porque en los medios de comunicación aparecían más los escritores limeños que los andinos. Pero no era culpa nuestra. Decían que nosotros éramos unos mafiosos que controlábamos la prensa lo cual era absurdo. Yo trabajaba en un periódico, eso es ridículo, lo que querían es que los reflectores cayeran sobre ellos. Ahora, en el fondo de esto hay algo de verdad. Así como este país no hay una distribución equitativa de la riqueza tampoco hay una distribución equitativa de la fama. Pero eso no lo pueden controlar los escritores limeños. Todo esto sirvió para que mucha gente que antes estaba criticando y despotricando de las grandes editoriales trasnacionales tuvieran reflectores y sirvió para que ellos publiquen en esas editoriales.

Como Miguel Gutiérrez, por ejemplo, de quien dijo usted que era un escritor sobrevalorado
Bueno, mira esos fueron los momentos de fastidio y encono por las barbaridades que nos decían. Es probable que nos hayamos excedido al criticarnos mutuamente. Yo creo que (Gutiérrez) es un buen escritor y que ahora está editado en una editorial que lo difunde mejor, como otros escritores. Yo creo que todos debemos hermanarnos. Hace poco en la Feria del Libro de Huancayo encontré a un escritor huancaíno estupendo llamado Ulises Rodríguez. Creo que lo que hay que hacer es un trabajo de complicidad para poder juntos trabajar y crecer. El mejor ejemplo de este auge, que se ha dado gracias a esta hermandad, es el de la gastronomía.

¿Y qué escritor cree que no es valorado como se merece?
Hay muchos que merecerían un mejor tratamiento. Pienso que Eleodoro Vargas Vicuña que logró un lenguaje incluso antes que Juan Rulfo, tenía un lenguaje extraordinario del quechua con el español que a mí me maravilló. Sus cuentos Ñahuín o Tayta Cristo eran estupendos, y este escritor debería estar en una ubicación mejor dentro de la literatura peruana.

¿Hay un escritor peruano que admire?
Admiro a Vargas Losa, que es un escritor extraordinario. Admiro a Abraham Valdelomar, que para mí es el fundador del cuento moderno, a Alfredo Bryce Echenique. A otro escritor que admiraba de niño era Ricardo Palma, que es un poco ninguneado por cuestiones políticas, pero es un escritor talentosísimo y allí ya está el sentido del humor limeño reflejado.

¿Está de acuerdo con las afirmaciones de Mario Vargas Llosa en su ensayo La civilización del espectáculo?
Sí, muchas de las ideas que vierte en ese ensayo son muy acertadas. La banalización de la cultura lo revela gran parte de la prensa nacional donde las secciones culturales prácticamente han desaparecido. 

¿Por qué no hemos podido tener revistas cultuales con más continuidad, como la revistaÑ de Argentina por mencionar una?
Porque aquí los propietarios de los medios consideran que la cultura no vende, lo cual es un absurdo. Además, deben enterarse que somos una ciudad de 9 millones de habitantes, que la gente va a las galerías, y que las entradas al teatro se agotan. Hay un fenómeno cultural, pero no lo quieren atender. Hay actividades que se llenan de gente. Además, creo que es muy estimulante para el público joven fomentar el libro, más aun si tienes un medio escrito. Si haces que la gente lea también va a leer tu periódico. El Internet y la televisión debe ser un complemento de la lectura. 


CINCO LIBROS RECOMENDADOS POR FERNANDO AMPUERO

Escuche aquí directamente al autor dándonos sus recomendaciones.

1. Rojo y negro, de Stendhal.

2. El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.

3. Ficciones El Aleph, de Jorge Luis Borges.

4. Cuentos de Raymond Carver.

5. Los cuentos y la novela Desayuno en Tifanny's, de Truman Capote.

martes, 6 de diciembre de 2011

Parra ganó el Cervantes



02 de dicembre de 2011
Poeta chileno. Es considerado una de las altas voces poéticas de Latinoamérica y del habla hispana. Creador de los cáusticos antipoemas, alcanzó el prestigioso galardón a los 97 años de edad.
El chileno Nicanor Parra, poeta y académico además de matemático y físico, uno de los grandes “antisistema” del universo poético, creador de la “antipoesía”, se llevó ayer el premio Cervantes, un galardón para el que era eterno candidato.
Hermano mayor de la mítica folclorista Violeta Parra, Nicanor Parra nació el 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico (Chile), por lo que tiene actualmente 97 años.
Creador de la llamada “antipoesía”, que revolucionó el lenguaje de los versos desafiando la tradición con el más crudo lenguaje cotidiano, es el único superviviente del trío más famoso de poetas chilenos con Pablo Neruda y Vicente Huidobro.
Licenciado en Ciencias Exactas y Físicas por la Universidad de Chile, después se especializó en Mecánica Avanzada en la Universidad Brown de Rhode Island (EEUU) y amplió en launiversidad de Oxford.
Compaginó los versos con la enseñanza. En 1996 dejó sus clases de Mecánica Teórica, al cabo de una docencia de 51 años en la Universidad de Santiago, donde fundó el Instituto de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ingeniería junto con otro poeta “todoterreno”, Enrique Lihn.
En el pasado fue profesor visitante de varias universidades estadounidenses, como las de Louisiana o Nueva York, unas estancias que aprovechaba para realizar lecturas poéticas.
Apasionado defensor de la democracia, en 1988 participó en su país en el Frente Amplio de Intelectuales por el No, que se constituyó con motivo del plebiscito de reafirmación convocado por el general Pinochet para ese año.
Se dio a conocer al público español en 2001, con la exposición Artefactos visuales, que reunió 267 mordaces “trabajos prácticos” del ciclo “Homenaje multidisciplinario Antiparra Productions”, un espacio de crítica a la etapa actual de consumo y globalización presentado en las capitales chilena y española con gran éxito.
Con el Premio Cervantes se ha querido reconocer la trayectoria de “toda una vida” dedicada a un género generalmente poco recompensado. Así lo destacó la ministra española de Cultura, Ángeles González-Sinde, tras hacer público ayer el fallo del jurado, que estuvo presidido por Margarita Salas, primera mujer que ocupa este puesto desde la creación del Cervantes, hace 36 años.
“Una vida dedicada a la poesía, a crear y a investigar nuevos lenguajes poéticos”, subrayó ministra española de Cultura, quien consideró que “la vocación de escribir poesía es muchísimo más exigente que la de otros géneros y muchas veces tiene pocas recompensas”.
Por eso, en su opinión, la concesión del Cervantes a Parra es un mensaje positivo para sus lectores y para otros poetas.
En su obra figuran títulos como Cancionero sin nombre, “Poemas y antipoemas”, La cuesta larga, Versos de salón, Obra gruesa, Antipoemas, Artefactos, Discursos de sobremesa y Obras completas I & algo.
En 2009 dedicó a la muerte de Mario Benedetti el siguiente “artefacto” poético: “A lo más que se puede aspirar/Es a dejar dos o tres frases en órbita/Que yo sepa don Mario dejó al menos una:/La muerte y otras sorpresas// ¡Señor mío, la frasecita!”.❧(Con información de EFE)
DatosPecuniario. El premio, uno de los más importantes de habla hispana, está dotado con 125 mil euros.
Hablará. El poeta no concede entrevistas  hace tiempo, pero  según su hija Colombina dice que está alegre y que pronto hablará.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Adiós a Natalia, mi amada inmortal


La Primera
03 de septiembre de 2011
 

César Lévano
César Lévano
cesar.levano@diariolaprimeraperu.com
He sido huérfano de padre y madre desde niño. Pero ahora soy más huérfano que nunca. Ayer me dejó Natalia, mi esposa de toda la vida, la delicada y hermosa flor que no sé cómo supo acompañarme y ayudarme siempre, en las buenas, en las malas y en las pésimas.

Ni siquiera cuando, con cuatro hijos a cuestas, estaba en la lista negra redactada en Palacio y no me daban trabajo, nunca jamás le escuché una queja, un reproche, una cólera. Era el retrato vivo de la mujer fuerte y dulce de nuestro pueblo.

Yo no puedo olvidar los años en que, siendo mi enamorada, me esperó hasta que saliera de la prisión en los tiempos del dictador Odría.

Por eso recuerdo ahora con más fuerza el día en que Juan Gonzalo Rose, recién llegado del destierro, me dijo:

“Voy a escribir un poema, pero no sobre ti, sino sobre la mujer que te esperó tantos años cuando estabas detrás de las rejas”.

Ignoro si Rose llegó a escribir tal poema; pero la idea lo muestra como era: poeta hasta las raíces del amor.

Al conjuro de esa remembranza aprovecho para transcribir aquí en homenaje a Natalia un soneto que ella me inspiró, que inscribí en la memoria, cuando estaba encerrado en una jaula de cemento y hierro, en el Panóptico, a pocos metros del Paseo de la República, por donde circulaban los tranvías.

Dice así:

El ruido pasajero de un tranvía
me hurta la almohada oscura de aquel silencio denso,
y en la celda, de los sayones ya vacía,
se llena de ciudad el aire intenso.

Viaja tal vez allí la amada mía
con ojos tristes que mejor ni pienso,
rodeada por la aureola de su melancolía.
Mal retiene su llanto el nervio tenso.

¡Oh, delicados tiempos que fuimos de las manos
paseando por las calles y los parques urbanos
y un tranvía llevaba tu risa y mi alegría!

Hemos sido felices como en cuentos y sueños,
Hemos sido tan claros, que éramos dos pequeños
Dando vueltas y vueltas en el mismo tranvía.

Penitenciaría de lima, febrero del 53.


Al poco tiempo de salir yo de la prisión, nos casamos. Era casi una irresponsabilidad edulcorada por el amor. Yo era un pobre aprendiz de periodista. Un cuarto de callejón en la calle Salitral del Rímac fue nuestro albergue nupcial durante meses, con un colchón tendido en el suelo, un primus y muchos libros regados encima de diarios.

Después, ella me ayudó a levantar el hogar en que hemos vivido con nuestros hijos, y en el que hemos compartido manjares, alegrías, dolores, amigos. Durante lustros, mi casa era una fiesta. Que lo digan Manuel Acosta, Carlos Hayre, Alicia Maguiña y otros muchos: Algunos de ellos compartirán el cielo con Natalia, si es que el cielo existe. Debería existir para acoger a seres como ella. Allí Pablo Casas, su tío, la acogería con una melodía que cantara la dulzura, la altivez, la divina fineza.

Natalia: seguiremos dando vueltas y vueltas en el mismo tranvía. 

martes, 9 de agosto de 2011

El Libro; Fabulosa Máquina


Fuente: El Malpensante

Boris Muñoz entrevista a Robert Darnton

Ahora que se ha vuelto un lugar común profetizar la muerte cercana del libro y pontificar sobre los milagros de la era digital, vale la pena escuchar la voz de un bibliófilo experto, con un ojo apuntando hacia la historia y otro hacia el futuro de esta fabulosa máquina.

Robert Darnton es un hombre de contrastes. Cuando se le ve caminar por el campus de Harvard University, casi siempre entre su oficina y alguna de las bibliotecas, parece evidente que es un profesor convencional: un viejo caballero que va siempre de traje y corbata cargando carpetas y archivos. Hay muchos académicos de Harvard que visten así, pero cuando quieren distinguirse aún más usan corbata de lazo, como si toda la mística profesoral y el debido respeto a la Liga de la Hiedra se concentraran en esa prenda. Eso les da autoridad, es cierto, pero también (para ser honestos) un aire monótono con aroma a naftalina. En cambio, el brillante, acucioso y prolífico historiador del libro vive en planos dinámicos y extremos que se retroalimentan alejándolo de lo convencional. Mientras en el pasado busca pistas y amarra cabos para entender cómo se ha desarrollado el libro y la cultura libresca, en el presente tiene que vérselas con el desafío de mantener vivo y en buena forma el gigantesco sistema de bibliotecas de Harvard, compuesto por más de 60 bibliotecas y más de 16 millones de volúmenes que, de acuerdo con la propaganda harvardiana, puestos uno tras otro equivalen a más de treinta kilómetros. Y la distancia crece minuto a minuto. Sin embargo es por el futuro que Darnton muestra una preocupación inusual.
 –¡Por fin lo lograste! –exclama cuando sale a mi encuentro en la escalera de la vieja casa donde está la oficina del director de la Biblioteca de Harvard, junto a uno de los arcos del yard que da hacia Massachusetts Avenue. Su expresión es inesperadamente cálida considerando el estándar de Nueva Inglaterra.
 –Google Maps me hizo perder a propósito para que llegara tarde –respondo sobreponiéndome a diez minutos de retraso.
Era cierto que al buscar la dirección de la oficina, Google Maps me había enviado al extremo opuesto del campus, al lado del gimnasio Hemenway.
 –No es ése justamente el lugar más intelectual de esta universidad –añadió con cuidada dicción.
La oficina de Darnton es más pequeña y menos tecno de lo que cabría imaginar. Tampoco está desbordada de libros, como se supone en un caso como el suyo. Pero sí, hay muchos libros. Llaman la atención los volúmenes empastados de mediano formato colocados en la pared del fondo. Se ve que han pasado por muchas manos a través de varios siglos. “Es mi colección de libros franceses del siglo XVIII”, dice alcanzando un tomo. Luego me pone en las manos una octavilla de trescientos años. Temo que se desintegre al tacto, pero el papel es grueso, fibroso, firme. Los libros de la oficina de Darnton no tienen el aire muerto de los libros en una biblioteca. Están a su manera vivos y esa vivacidad se debe a que siguen transmitiendo un significado, pese a su avanzada edad.
Predeciblemente, nuestra conversación girará en torno a los libros, pero no en un sentido tan predecible. Por ejemplo, en apenas dos meses se han vendido dos millones de iPad, artefacto con el que Macintoch espera competir con otros lectores electrónicos como el Kindle de Amazon. En su doble condición de historiador del libro y director de una de las mayores bibliotecas del mundo, no hay nadie mejor calificado que Darnton para hablar de los desafíos que enfrenta el libro hoy, cuando ya no debe vérselas solo con la radio y la televisión, sino con aparatos que buscan imponer una nueva forma de leer.
Hace pocos días usted confesó que ya no lee tantos libros como antes porque debe responder toneladas de correo electrónico. En una cultura cada vez más inclinada a lo digital eso no es extraño. Sin embargo, también dijo que para una lectura de placer prefiere la página impresa. ¿Podría profundizar en esa idea? Quiero decir, la lectura como placer y los libros como objetos de placer.

Mi respuesta me expone al peligro de sonar muy anticuado. Y quiero evitar ese riesgo asegurando que como director de la Harvard University Library estoy comprometido con todas las iniciativas digitales de las formas más variadas. De hecho, acabo de crear el Laboratorio de la Biblioteca para ponernos a la cabeza de las diversas técnicas y sacar el mejor provecho de las tecnologías modernas. De modo que soy un entusiasta de los medios electrónicos de información. Dicho esto, debo confesar que también soy un amante de los libros antiguos. Mira a tu alrededor... Tengo mi propia colección de libros franceses del siglo XVIII. Me encanta el papel viejo... tócalo. Puedes sentirlo. Se siente diferente. Huele diferente. Cuando lees un libro del siglo XVIII tienes una maravillosa sensación de contacto con el pasado. Así que también padezco de algo que los franceses llaman passeism, una fascinación por el pasado que me vuelve un passéist, alguien fijado en el pasado. Al mismo tiempo trato de ser un futurista, lo que puede sonar como una contradicción extrema, pero es divertido e interesante.

Gran parte de mis investigaciones tiene que ver con el rol del libro como fuerza de cambio en los inicios de la Europa moderna. Para entenderlo hay que estudiar el libro como un objeto físico: en panfletos, en octavillas, en volúmenes. Cada una de estas formas comunica un significado a través del papel, la tipografía, el diseño de la página y también por medio del frontispicio, las notas al pie, los apéndices. Todas esas técnicas que son conocidas como los paratextos. En mi último libro The Devil in the Holy Water or the Art of Slander[El demonio en el agua bendita o el arte de la difamación], un tratado de 700 páginas sobre los libros que atacaban figuras públicas como ministros, funcionarios y sus amantes en la Francia que va de Luis XIV hasta Napoleón, creo demostrar que esos libros eran bestsellers aunque estuviesen prohibidos. Lo que hago es ir a los archivos y leer tanto los libros prohibidos como los expedientes policiales sobre esos libros. No son libros caros; como nunca se consideraron alta literatura, se pueden encontrar en las librerías de viejo a precios módicos. Todo este rodeo es para responder a tu pregunta: encuentro que el contacto físico con libros de un pasado remoto es una verdadera inspiración. Trato de meterme en la mentalidad de las personas que leían esos libros hace trescientos años. No hay una máquina del tiempo que lo permita, pero si pescas las pistas en los mismos libros puedes comenzar a captar la actitud de los lectores. Luego buscas otras fuentes de información en diarios y documentos marginales, para confirmar las hipótesis que puedas tener. De modo que sí, amo los libros como objetos físicos.

No es un cliché comparar esta clase de pasión con el fetichismo.

No sé si sabes que hay un fabricante francés de libros electrónicos que hizo una investigación entre los lectores jóvenes de Francia, y lo primero que encontró es que a la gente le encanta el olor de los libros. Así que inventaron una suerte de banda que le pegas al aparato y desprende un olor a papel viejo mientras lees en la pantalla. Puede sonar ridículo pero es un ejemplo del apego que la gente tiene al códice, una invención contemporánea al nacimiento de Cristo. En lo personal, soy de los que creen que el códice como forma, es decir, como objeto que puedes hojear –pues está hecho de páginas, a diferencia del pergamino que es un libro que desenrollas–, es tan estupenda que ha sobrevivido más de dos mil años sin mayores cambios estructurales. De ahí el placer de leer libros: el sentido de contacto con el pasado y también la conveniencia de las cualidades físicas del códice.
 Hay un placer añadido en coleccionar libros. Eso es algo que aún no resuelve el formato electrónico.
 Los coleccionistas de libros son una especie muy particular. Aunque puede que en un futuro la gente coleccione mensajes electrónicos y e-books, algo que dudo, creo que esa consideración no constituye un argumento contra los libros, las publicaciones académicas y otras fuentes de información electrónicas. Insisto en la compatibilidad del libro impreso y el libro electrónico. Hay quienes argumentan que estamos en la era de la información y que todo debe ser digital. Eso es falso; no todo es digital ni debe serlo. No toda la información está disponible en línea y, paradójicamente, cada año se publican más libros en papel que el año anterior. Si bien creo que estamos en un período de transición hacia un futuro que será marcadamente digital, en nuestro presente la comunicación sigue definida, en buena medida, por lo impreso. Y pienso que eso es muy bueno, porque cada forma tiene ventajas específicas.
 Me gusta mucho una idea que leí en uno de sus libros: las bibliotecas de investigación, es decir, las bibliotecas universitarias, son lugares para preservar el pasado y acumular las energías del futuro. Sin embargo, vivimos en un mundo en que el conocimiento llega cada vez más por vía electrónica mientras se aleja de esos santuarios. ¿Cómo entender el papel de las bibliotecas en el mundo actual?
 Me temo que no estoy de acuerdo con que el conocimiento nos llega solo en línea. Quizás no dijiste “solo”, pero ése es mi punto. Vivimos en una era de medios mezclados, no solo la mezcla de lo electrónico y lo impreso, sino muchas otras mezclas como la del sonido y la imagen. Por ejemplo, una biblioteca de investigación como la de Harvard gasta millones de dólares en películas, grabaciones y recursos electrónicos. Vivimos en un mundo en el cual la información adopta distintas formas y las bibliotecas deben almacenar esa diversidad de soportes para ofrecer el servicio que tienen pautado. Eso no significa que las librerías vayan a dejar de comprar libros. Más allá de este tema, los formatos de información digital plantean serios problemas de preservación: los textos electrónicos son muy frágiles y su conservación es muy ardua. Un libro es una grandiosa máquina de conservación. Hasta que no resolvamos el problema de la conservación de los textos electrónicos, vamos a tener que imprimir los textos electrónicos importantes para estar seguros de que sobrevivirán. El mundo impreso y el mundo electrónico conviven en el mismo medio ambiente de información y debemos operar en el frente analógico y en el frente digital al mismo tiempo.
Qué piensa usted del contraste que hay entre las bibliotecas como lugares de la memoria y una sociedad marcada por la velocidad y la obsolescencia.
 Una de las debilidades de la sociedad norteamericana es su escasa profundidad del conocimiento del pasado. Los norteamericanos tienden a vivir en el futuro. En el contexto actual de la velocidad de las cosas, se puede decir que esa tendencia trae ventajas y desventajas. Muchos estadounidenses carecen de una educación adecuada en historia, por lo cual, al analizar los asuntos del presente, les falta la profundidad que generalmente ofrece el conocimiento histórico. No soy la clase de historiador que piensa que se pueden aprender lecciones del pasado, al menos lecciones que se puedan aplicar. Pero sí creo que el conocimiento da perspectiva. Y ése es el papel crucial de las bibliotecas. Ahora, ese papel lo desempeñan y desempeñarán no solo apilando libros, sino también ofreciendo recursos electrónicos de investigación. Frecuentemente la gente no comprende que las bibliotecas son los canales por donde llega toda clase de servicios y recursos electrónicos. Cuando una persona recibe un mensaje electrónico da por descontado el resto del proceso sin preguntarse cómo sucede. Esto pasa gracias a las bibliotecas. No solo porque proveemos los servicios electrónicos, sino también porque ayudamos a la gente a orientarse en este confuso mundo. La sensación de confusión crece todo el tiempo y necesitamos tener guías que nos ayuden a encontrar la información relevante para llegar a donde queremos. Eso les da tanta o más relevancia de la que tuvieron en el pasado.
Leer es un acto muy distinto para las generaciones pasadas que para quienes nacieron en la era digital.
No tengo mucho talento para predecir el pasado. Tampoco intención alguna de ser un profeta del futuro. El pasado nos ha enseñado, sin embargo, algunas cosas sobre la naturaleza de la lectura. Solemos dar por hecho el acto de la lectura y asumimos que siempre ha sido lo que nosotros hacemos al pasar la vista sobre un texto. Pero, en realidad, la lectura es un fenómeno largo y complejo. Siempre está en movimiento. Por eso, en cierta medida, los chicos que están acostumbrados a la pantalla desde que nacieron desarrollarán diferentes hábitos de lectura. Aunque no sé cuáles son esos hábitos, sé de estudios que sugieren que los jóvenes están perdiendo la familiaridad con la lectura de “tapa a tapa”, es decir, la lectura de un libro de principio a fin. Su umbral de atención suele ser más corto y tiendo a pensar que la información que consumen les llega en nuggets, no mediante formas más extensas de información, y también por otras vías diferentes del libro. De modo que si la lectura se convierte en una forma más entre una extensa gama de la información, esos jóvenes están en peligro de perder una habilidad importante. Es un problema. No estoy seguro de cómo lo resolveremos, pero creo que hay esperanza. No trato de sonar como un Jeremías porque creo que parte de la solución viene del avance tecnológico. Por ejemplo, la máquina que hace libros por demanda, una máquina que permite bajar un libro de internet e imprimirlo en cuatro minutos. Es un libro de tapas blandas con un precio bastante accesible, que suele ser menor a diez dólares. Así que puedes imprimir cualquier libro disponible en una base de datos que tiene millones de títulos. Esto implica el uso de tecnología para ampliar las posibilidades de lectura del libro en una de sus formas más tradicionales, tanto en las bibliotecas como en las librerías.
Usted es un promotor apasionado de la Ilustración. ¿Por qué, a su juicio, la Ilustración es un concepto importante para el futuro?
La palabra “Ilustración” tiene dos acepciones distintas. La primera describe un período concreto de la historia (en esencia, la época de los enciclopedistas en Europa) y, por supuesto, no podemos analizarla de manera simplista. La segunda acepción entiende que se trata de un conjunto de ideales que, de una forma u otra, permanencen vigentes. Entre otros, la idea de una comunicación abierta y libre. Los líderes de la Ilustración creían en la palabra impresa como una fuerza liberadora. Pensaban que si uno podía expresar argumentos racionales, los imprimía, los hacía circular y promovía su lectura, se estaba promoviendo la libertad de la gente a la vez que se atacaban los prejuicios asociados con frecuencia a la creencia irreflexiva en sistemas ortodoxos como el catolicismo. Pero su afán de libertad iba mucho más allá del catolicismo. También creían necesaria la liberación de las desigualdades del ser humano: del hombre sobre la mujer, de los nobles sobre los burgueses, de los terratenientes sobre los campesinos. El mundo de la modernidad temprana estaba asediado por las desigualdades. La Ilustración fue un desafío contra el sistema de privilegios en el acceso al conocimiento y la cultura. Con frecuencia, los pensadores de la Ilustración estaban en desacuerdo entre ellos; sin embargo, creían en el efecto liberador de la cultura impresa. Yo creo que es posible adaptar esa idea al mundo electrónico. Lo verdaderamente importante de la cultura electrónica es que permite el acceso masivo a todo tipo de conocimiento. Con esto no quiero negar la existencia del llamado digital divide. Mucha gente en los países en desarrollo y en Estados Unidos no tiene acceso a Internet. Pero el potencial para poner a todo el mundo en contacto con el conocimiento está ahí. Y creo que en los próximos diez años veremos una expansión del acceso a lugares donde hasta ahora la tecnología no ha llegado, mediante centros de acceso que permitirán alcanzar toda la literatura mundial. Éste es un ejemplo de cómo, en un mundo en el cual sigue existiendo la desigualdad, el tránsito a la cultura puede ser democratizado. Tengo gran esperanza en la función democratizadora de la tecnología y ése es, a mi juicio, uno de los ideales de la Ilustración.
En un ensayo, “E-Books and Old Books” (“Libros electrónicos y libros viejos”), usted dice que la profecía de McLuhan sobre la muerte del libro no se hizo realidad sino al contrario: cada vez se imprimen más libros. Sin embargo, aparatos como el Kindle o el iPad introducen un cambio sustancial y masivo en la lectura y en la idea de libro como objeto material. ¿No se nos acerca el futuro de McLuhan, aun cuando cada año se impriman más títulos? ¿Puede el libro como objeto prevalecer en esta nueva-nueva era de la información?
Ciertamente, el libro puede prevalecer. Será parte de un amplio rango de medios, pero siempre ha sido así. En mis investigaciones sobre el siglo xviii en Europa, he encontrado que los libros eran importantes vehículos de la Ilustración, pero las canciones eran igualmente importantes, por no mencionar el chisme y otras formas del intercambio oral. Hoy tenemos comunicación por Twitter, blogs y todo tipo de medios diferentes del libro tradicional. Eso no tiene sentido discutirlo. ¿Pero es ése el futuro de McLuhan? No lo creo. McLuhan se concentraba en la televisión y en la noción de “medios calientes” versus “medios fríos”. El mundo digital, que no existía cuando McLuhan escribió La galaxia Gutenberg, puede ser considerado un mundo de medios fríos en vez de un mundo de medios calientes, si uno quiere usar sus categorías. Con esto quiero decir que es un mundo que involucra a un lector que lee un texto, no importa si ese texto es un twitt o no. Eso es muy distinto al tipo de contenido que McLuhan pensó que resultaría de la relación entre la pantalla televisiva y el espectador. De hecho, muchas formas de la comunicación actual son interactivas. Por ejemplo, la Web 2.0, que es la comunicación mutua a través de internet, es muy diferente de lo que él tenía en mente. McLuhan es, sin duda, muy entretenido de leer, aunque muchos de mis estudiantes no tienen idea de quién fue. Sus libros siguen siendo muy interesantes, pero el avance tecnológico lo ha dejado simplemente fuera de onda.
Como director de una de las bibliotecas más importantes en el mundo, usted estuvo cerca del Google Book Search, el proyecto para crear la más grande biblioteca digital en el mundo. Pese al entusiasmo general alrededor de esa iniciativa, usted alertó acerca de distintos aspectos que harían peligrar el libre acceso al conocimiento y la información. ¿Podría explicar brevemente cuáles son los problemas con ese proyecto?
 Veníamos hablando del potencial democratizador de la tecnología. En ese sentido, una de las cosas que más admiro de Google es exactamente ésa. Su ambición es digitalizar, de acuerdo con lo que ellos mismos dicen, todos los libros del mundo. Obviamente, es imposible hacerlo, pero sí pueden digitalizar millones de libros. En este momento, tienen 12 millones de libros en su base de datos y todos los días siguen escaneando libros. Dentro de un año podrían alcanzar los veinte millones. Eso significa que aunque no puedan poner a disposición todos los libros del mundo, pueden ofrecer toda la literatura en inglés disponible en Estados Unidos. Las literaturas en otros idiomas podrían seguir esta tendencia. Es una idea noble, sin duda. Lo que me preocupa es que Google es una compañía comercial cuya primera misión es hacer dinero y responder a sus socios. No hay nada malo al respecto. Pero el objetivo de las bibliotecas es muy diferente. Eso lleva a una contradicción entre lo que se supone que hace una biblioteca y el propósito esencial de una compañía como Google. El asunto es si podemos resolver esta contradicción a través de algún tipo de compromiso. 
¿Cuál sería la manera de resolver esa contradicción?
Espero persuadir a Google de tomar su base de datos digital, compuesta por millones de libros, y transformarla en la National Digital Library. Por supuesto, debido a los derechos de autor, no podríamos hacerlo con libros que están actualmente en circulación, pero esta iniciativa incluiría todos los libros que son de dominio público y quizá muchos libros que están protegidos por derecho de autor pero se hallan fuera de circulación. Incluso, creo que se podría poner publicidad en estos libros digitales, pues de eso es de lo que realmente viven compañías como Google. Esto podría hacerlo sin lastimar a nadie, y ganándose el respeto y la admiración del público por su contribución al bien común. Sin embargo, Google no está lista para dar este paso y, de hecho, el acuerdo al que llegaron con los autores y los editores es apenas una forma de dividir la torta: 35% para Google y el restante 65% para los editores y autores. ¿Pero qué hay de los lectores y las bibliotecas? Hasta ahora no forman parte del acuerdo. De modo que si el acuerdo, como está, es aceptado por la corte donde ahora se discute –y pienso que no lo será–, Google Book Search puede determinar el futuro de los libros digitales. Como ves, es una apuesta muy fuerte. Por eso necesitamos garantías para evitar que se imponga un precio excesivo al acceso a las bases de datos digitales, pero también para protegernos de violaciones contra nuestra privacidad. Ya Google ha acumulado una inmensa cantidad de información sobre nosotros como individuos, que puede explotar. Imagínate cuando también sepa exactamente qué leemos. Ese elemento es muy poderoso cuando se lleva a la escala de una población entera. Y es solo uno de los muchos aspectos lamentables del acuerdo. No hablo por Harvard University, sino por mí. El acuerdo tiene el potencial real de democratizar el conocimiento, pero también podría crear una posición monopolística en el mundo de la información. Es un asunto demasiado importante, una potencial fuente de conflicto. Por eso siento que necesitamos resolverlo.

¿Es la democratización del conocimiento, en su opinión, un objetivo alcanzable en un mundo controlado en buena medida por las corporaciones privadas?
Pienso que sí, aunque puedo ser ingenuo: soy historiador y no un hombre de negocios. Cuando me ha tocado proponerle un proyecto a alguna empresa o institución, siempre me preguntan: “Bueno, dónde está su plan de negocios”. Yo respondo que soy un académico y no un empresario. Sin embargo, sé que tienen derecho a formular esa pregunta porque muchos de esos proyectos son grandes, complejos y costosos. El presupuesto de la Biblioteca de Harvard –que en realidad es una red con más de 60 bibliotecas– supera los 150 millones de dólares. Es una operación enorme, de modo que hay que llevarla de la manera más efectiva y económica posible. Así que me tomo muy en serio el hecho de que la realidad esté inmersa en el mundo de las corporaciones, pero eso no significa que no haya maneras concretas de hacer avanzar el bien común, pese a todos los intereses comerciales que lo rodean. Mi objetivo es crear en Estados Unidos esa National Digital Library que pueda poner todos los libros a disposición de todos los ciudadanos. Espero que llegue a ser una biblioteca internacional y forme parte de una red que ponga el conocimiento a disposición de todos. Suena utópico, lo sé. Pero creo que podemos crear la National Digital Library si persuadimos a Google, y a algunas fundaciones importantes de este país, de unirse en una coalición para digitalizar las grandes colecciones de libros, como la de Harvard o la Biblioteca Pública de Nueva York o la Librería del Congreso de Estados Unidos; de que financien la digitalización gradual de las colecciones completas pero haciéndolo de manera cuidadosa y apropiada, porque hasta ahora Google lo ha hecho como si fuera un buldózer cometiendo muchos errores. Esto puede llevar diez años, pero será algo para toda la humanidad. Además, estoy seguro de que no será excesivamente costoso. Se puede hacer, lo que falta es voluntad.

En su caso, parece ser cierto que es un entusiasta de la tecnología. Incluso tiene un libro electrónico.
He publicado un libro electrónico, he estado blogueando, he experimentado con artículos electrónicos y en este momento particular estoy escribiendo dos libros electrónicos. Uno de ellos me ha tomado mucho tiempo y tiene que ver con la publicación e intercambio de libros en la Francia del siglo XVIII. El otro ya está listo y será publicado en otoño por Harvard University Press. Es un libro acerca de canciones y poemas callejeros de París. En el fondo, es un estudio de la comunicación en sociedades orales. En las calles del París del siglo XVIII la gente tomaba las canciones del repertorio conocido y todos los días improvisaba nuevas letras para esas canciones viejas. Todo el mundo llevaba en su mente el mismo repertorio de canciones, de modo que cualquiera podía fácilmente escribir un verso relacionado con los temas de actualidad. Tengo pruebas al respecto porque la gente escribía los nuevos versos de las canciones en papeles y luego los transcribía en unos cuadernos de notas llamados cancioneros. Hay miles de estas canciones improvisadas en cancioneros que están disponibles en las grandes bibliotecas de investigación de París. Muchas de esas canciones, por ejemplo, hablan de crisis políticas, en particular de la crisis de 1749, cuando cayó el gobierno. Una de las cosas más peculiares era el sonido, es decir, el efecto musical de las canciones. Todas estaban escritas de acuerdo con la melodía, pero como esas melodías desaparecieron hace tiempo de la memoria colectiva de los franceses, nadie había escuchado las canciones. Sin embargo, gracias a una biblioteca especializada en música se pudo dar con las anotaciones musicales y reconstruir la melodía. Ahora, en París, una amiga mía, Elaine DuLavaud, que es cantante de cabaret, ha grabado las canciones con la música original. Con esto, el lector del libro podrá ir a su versión en línea y escuchar las canciones mientras lee la letra en francés y mi versión en inglés. Éste es un pequeño ejemplo, bastante sencillo, de cómo los medios impresos se pueden combinar con los medios electrónicos de nuevas maneras. Es como si pudiéramos escuchar el pasado, por así decirlo.




Su idea de un libro electrónico es la de un objeto que tiene muchas capas y que, en ese sentido, puede amplificar la lectura tradicional.
Sí, el otro libro que estoy preparando es mucho más complejo en esa medida, pues invita al lector a navegar a través de las notas y otras capas de significados e información. El lector puede sumergirse en niveles muy distintos de lectura. Por ejemplo, puede leer en un dispositivo como el Kindle o el iPad y acompañar esa lectura con una versión hecha en una máquina de impresión por demanda de un libro que contenga lo que le interesó a él, no a mí. La tecnología electrónica puede darle al lector un poder que lo vuelve mucho más activo a la hora de construir un argumento histórico.
 En ese sentido, usted parece un seguidor de Jorge Luis Borges y su biblioteca de Babel.
 Borges pensó en estas cosas hace mucho tiempo y se adelantó varias décadas a un fenómeno que nosotros apenas comenzamos a comprender.
 ¿Qué hace a los libros un artefacto de cultura tan duradero?
Parte de su indiscutible permanencia viene del hecho de que el libro es una máquina. Viene de la tecnología del códice. Es decir, es una máquina que comunica palabras de una manera muy efectiva, tanto antes como después de la invención de la imprenta. Los materiales con que ha sido hecho le dan una tremenda resistencia al tiempo. Este libro que tengo en mis manos tiene trescientos años y está en estupendo estado. Aunque el empastado pueda deteriorase más rápidamente, sus páginas aguantarán trescientos o cuatrocientos años más, lo que indica que los libros son el producto del desarrollo de una tecnología muy eficiente. La gente no piensa en eso y cree que los libros están ahí y punto. En segundo lugar, los libros pertenecen a nuestra cultura, están metidos en sus entrañas a tal punto que somos su hechura, somos culturas del libro. Hay que recordar que el códice acompañó la expansión del cristianismo, de modo que el libro está con nosotros desde el surgimiento del cristianismo. No estamos conscientes de cuán profundamente arraigados están los libros en nuestras vidas. El auge de la comunicación electrónica pareciera haber eclipsado esa familiaridad, dándonos lo que yo llamo una falsa conciencia sobre la naturaleza de la información y de la denominada sociedad de la información. Yo sostengo que toda sociedad ha sido una sociedad de la información. Solo que la información se transmitía en otras formas. 

Brevísimo manual para jóvenes editores


Por Andrea Palet
08 de agosto de 2011
Mucho muy lejos me hallo de poder contar experiencias como las de mi admirado Maxwell Perkins, pero ni siquiera ese verdadero Maxwell Smart se refirió nunca a su cuidadosa labor de zapa; lo que se sabe es por su correspondencia privada, hecha pública después de su muerte. El trabajo conjunto con un autor –el corte, pulido, escarmenado y musicalización de un original, la paternidad de las ideas, la organización de un conocimiento para transmitirlo por escrito– es de una intensidad y una intimidad tales que, como los secretos de familia, se resiente al ser expuesto a la luz del día. A la espera de la demencia senil que me hará contar lo que no debo y enseñar lo que no sé, entonces, vayan apenas unos consejos de buena fe para quien se inicia en este oficio de corte y confección invisible.
No todo merece ser un libro. Huye del amigo o la tía con una historia alucinante que cree que debería contar en un libro. No temas desafiar al académico cuyo texto abstruso, árido y tecnicista solo refleja su incapacidad de comunicar. Un blog exitoso puede ser un desastre editorial: el libro supone un modo de recepción que no se ajusta automáticamente a cualquier contenido. Pero también, hoy que todo lo sólido se desvanece en el aire, que un libro pueda existir esencialmente para siempre le confiere una forma de dignidad que sería bueno considerar al momento de evaluar proyectos fugaces y banales.
Un fondo transparente. Tal como para proyectar una película casera buscamos una sábana clara y lisa, el texto debe presentarse limpio y sin obstáculos; los errores son como piedritas o peñascos que adelgazan la confianza y alteran la concentración. Los autores no los ven, y a veces los lectores tampoco, pero la belleza de un libro no es la misma si la muy premiada tipografía no se lee bien, si Juanita se llamaba Adela cien páginas atrás, si los cortes de palabras nos chirrían al oído, si los números no suman, si dice loza cuando debe decir losa, o si una transición simple no se explica sino como un olvido o un milagro en el estado actual de la ciencia.
El zurcidor japonés. Los buenos zurcidores reparan los desgarros con los mismos hilos de la tela original; solo así el resultado es límpido y no se nota la costura. A menos que estés a cargo de una aburrida enciclopedia de arte en fascículos o algo así, reescribe o reemplaza con giros o estructuras que no sean ajenos al estilo ni a la sensibilidad del escritor. Acostumbrar el oído al fraseo ajeno no es tan fácil como suena, pero hay que hacerlo.
Conocer para ignorar. Las normas gráficas y de estilo tienen un sentido y una tradición que obligatoriamente hay que conocer: se trata de mecanismos sofisticados que se están perdiendo en el mar de vulgaridad que nos aplasta. Pero, como dice Kundera en Los testamentos traicionados a propósito de la traducción: “El traductor se considera el embajador de esa autoridad [la del estilo común, del buen francés, el buen español, etc.] ante el autor extranjero. Pero todo autor de cierta valía transgrede el gran estilo, y es en esa transgresión donde se encuentra la originalidad y por lo tanto la razón de ser de su arte”. El español neutro no existe; importan la variedad, el registro personal y local. Y también esa cualidad inefable que es el modo como suenan las palabras según el lugar que ocupen en la página: no es lo mismo “buenos días, tristeza” que “tristeza, buenos días”. Recuerda la marca gloriosa de Miguel de Unamuno a un corrector demasiado apegado a la norma: ¡Ojo!, había escrito el corrector; ¡Oído!, puso encima Unamuno.
Leerlo todo, saberlo todo. La historia del insulto es tan importante como la historia de Roma. Hay que leer las novelas de Corín Tellado. Si crees que el creacionismo tiene que ver con el arte, estamos mal. Al leer enteras las Páginas Amarillas surge un mundo de oficios y actividades que ni siquiera sospechabas que existían. Los horarios de ciertos trenes europeos son un prodigio de edición. Supongo que sabes quién es Andrew Wylie, el que nos niega en el epígrafe. Supongo que lees sesenta, ochenta, cien libros al año. Supongo que se entiende la idea. La única herramienta indispensable del editor es su cabeza, pero debe estar bien amueblada, y eso no se consigue únicamente con literatura sino con una curiosidad interminable.
¿Cómo lo sabe? ¿Comparado con qué? Estas dos preguntas deberían estar en un post-it mental del editor de no ficción. La primera justifica todo el aparato crítico o las notas y bibliografías, para empezar, y la segunda es la base de toda argumentación plausible, que no te enrede en los meandros de una palabrería pirotécnica y jugosa desplegada como un manto sobre su debilidad estructural. Se discute si el editor debe compartir la culpa con el autor de un ensayo lleno de falacias o falsedades: algunos creen que no, yo creo que sí.
Respeta a tus mayores (y menores). Ser educado no solo significa haberte leído tus rusos o tus románticos alemanes a la más tierna edad. Cada marca roja sobre el papel es un “te equivocaste” que al autor le duele; ese dolor puede enmascararse de diversas formas y, sí, los escritores suelen ser imbancables, pero no pierdas de vista que él es el padre de la criatura. Para presionar e imponerse en buena lid hay que estar muy bien preparado y ser riguroso, y la palabra clave es siempre “persuasión”.
¿Cuál es la patria del editor? ¿A quién se debe en último término? El reverso de la recomendación anterior es que tu compromiso debería ser con el lector y el futuro de la obra, no con el autor. El escritor no es un dios; si actúa como tal es simplemente un hombre o una mujer echados a perder. La admiración y, peor, la reverencia por el artista suelen ser malas consejeras en tu trabajo. Si no hubiera sido por su editor, El gran Gatsby se habría titulado, ajj, Trimalchio en West Egg. Si no hubiera sido por Gordon Lish, nadie se acordaría de Raymond Carver. Nunca pierdas de vista el bien social que significa editar y publicar libros, y que cada texto pide una envoltura, un tono y un formato que el autor no necesariamente ve con tanta claridad como tú.
Temple de acero. El talento, la ansiedad y la vanidad son los materiales altamente explosivos con que trabajamos a diario, y para lidiar con ellos no se ha inventado todavía un kevlar que recubra sin dolor nuestros sentimientos. Se ha sabido de casos en que el escritor profesa una sincera gratitud por su editor; incluso hay quienes han manifestado esa gratitud y aun admiración por escrito, aunque cuanto más meloso el reconocimiento más probable es que el editor apenas haya tocado los originales del bendito, le haya hecho caso en todas sus terquedades y le haya pintado un paisaje plagado de premios, ventas y congratulaciones. (Excepcional es Historia de una novela, donde Thomas Wolfe cuenta cómo Max Perkins convirtió en El ángel que nos mira las miles de hojas sueltas que el gigantón le pasó en unas cajas de madera, y cómo el gran editor de Scribner’s le sugirió el tema y la estructura de Del tiempo y el río.) Para contar con los dedos de la mano esos casos, sin embargo, bastará con una desmedrada tertulia de mancos. El reverso de la medalla, escritores despotricando contra los carniceros mala clase que les habrían tocado de editores (como en El simple arte de escribir, de Raymond Chandler), es en cambio más corriente, por el efecto del tercer material explosivo ante todo. Mejor, para tu salud mental, evocar de cuando en cuando las palabras de tu abuelita consolándote de algún tierno chichón de la infancia: “El mundo no es justo, querido mío”.
Sé una digna sombra. La cualidad número uno del editor respetable es la capacidad de quedarse inmensamente callado. Responsabilidad, tacto, oído y un punto de vista personal son indispensables también, pero, precisamente porque cuesta mucho, saber quedarse callado tiene un punto de decencia o nobleza añadido, si es que le atribuimos nobleza a la dificultad. Es duro ser una sombra, y ni siquiera eso te lo van a agradecer, pero si eres editor es porque te gustan los libros, leerlos, tocarlos, rodearte de ellos, pensarlos, crearlos: bien, ésa y no otra ha de ser tu callada recompensa.