El Búho admira la “pluma” de uno de los mejores periodistas del Perú.
Para este Búho, Eloy Jáuregui no solo es un buen amigo. Es, ante todo, un maestro. Eloy fue mi maestro cuando ni siquiera lo conocía personalmente. No sabía que tenía un look setentero y sonrisa de “niño tumbafiesta”. Cuando ni siquiera imaginaba que iba a ser periodista, leía con gozo sus columnas en la sección Deportes, de un diario que hoy yace en el cementerio de papel. Siempre he pensado que Jáuregui representa esa explosiva mezcla de barrio y grandes lecturas en el cerebro de un pata de esquina, con mucha calle. Que los convierte en tipos de otro planeta. Salvando las distancias, como lo fue el genial escritor norteamericano Charles Bukowski. Al maestro lo veo muy de vez en cuando, pues ahora también se dedica a la docencia universitaria y anda “enchufado” en su computadora navegando por las redes sociales como un Quijote buscando a su Dulcinea. Pero lo encontré, la semana pasada, con un bebito en brazos. Maestro, ¿a su edad con un bebé?, lo interrogué. Pero no era su “conchito”, sino su libro. “Pa” bravo yo: La historia de la salsaen el Perú”.
Eloy te sumerge con su gran prosa y, sobre todo, su erudición sobre el mambo, el son y la salsa, porque el escritor confiesa en su “obertura”: “Siempre sueño que canto con mi orquesta a la manera de Tito Rodríguez. Que en una mesa, él toma un trago y yo inspiro un guaguancó. Pero el Creador me mandó meterle mano a las teclas”. Jáuregui sabe perfectamente de lo que habla. Fue coincidencia que el libro saliera justo cuando los viejos ídolos de “La Fania” llegaban al estadio de San Marcos. Eloy vivió ese sentimiento de chibolo, lateadas por bares y salsódromos, o de adolescente, leyendo a Cabrera Infante, Carpentier, el denso Lezama Lima, como lo sostiene un gran amigo y otro bravo de la salsa: Agustín Pérez Aldave. Por el libro corre “Pedro Navaja” apretando un puño dentro del gabán. El gran Ángel Canales brinda un alucinante concierto en las pampas de San Juan de Miraflores, a dos meses del autogolpe de Fujimori, el 5 de abril de 1992. Los ojos del cronista se transforman en pinceles para darle a las páginas formas de partituras de sones y guarachas, donde no falta un bolero de Olga Guillot. Nueva York, Cali, el Callao y Surquillo pasan ante nuestros ojos de manera mágica. Leí el libro bailando en la sala de mi casa con mi hijita, tomado un “Cuba libre” bien cargado y sin limón. Según Pérez Aldave, Jáuregui está gestando un nuevo tipo de estilo: “Al estilo de Carlos Monsiváis, al estilo del país que todo fusiona. Con maña de cronista, poeta, humanista, pelotero, bolerista y patita de barrio”. Que por eso dice “historia de la salsa en el Perú”. Un primer intento que hace rato el país, Varguitas y “Melcochita”, merecían. El cronista nos traslada a los años 40, en La Victoria, en el célebre jirón Huatica, ocho cuadras de lupanares, de prostíbulos que incendiarían la mente de un escritor como Mario Vargas Llosa. La “Nanette”, donde caían todos los periodistas “putañeros”, también es la cuna, según Eloy, donde la música latina empieza a reinar. El Trío Matamoros, El Cuarteto Caney y otros bravazos van a iniciar ese fenómeno, que luego se llamaría salsa. Libros como los de Eloy hacen que uno nunca deje de leer, escuchar música brava, bailar y gozar. “Porque la vida es una tómbola tom-tom-tómbola.¡Tómbola!”
Apago el televisor.
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