Meses después de obtener la libertad condicional, la mujer que sigue despertando controversia en la opinión pública por haber asesinado a su madre en marzo del 2005 intenta regresar a la normalidad. Aquí anuncia la próxima publicación de su primer poemario titulado, provisionalmente, “Prohibido llorar”. Mientras tanto, se refugia en los amigos, la lectura y cierta paz que le otorga sentarse frente al mar y observarlo a la distancia.
Por Rafael Robles
Fotos Rocío Orellana
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Por el amor empieza todo
Nada más opuesto al encarcelamiento que pararse frente al mar, con todo el tiempo del mundo, y contemplar cómo las olas barren con lo antiguo y arrastran nuevas aguas a la orilla húmeda. A Giuliana siempre le ha gustado el océano, le trae buenos recuerdos de infancia en los que familia (madre incluida) y amigos se confunden en una película en blanco y negro. Eran tiempos felices. Tiempos en los que solía ser una alumna responsable del colegio Emilio Soyer Cabero. Nadie podía imaginar lo que pasaría después, menos cuando, a los 14 años, demostró ciertas inquietudes por la poesía, inspirada en su curso de Literatura y las lecturas de Blanca Varela, Alejandra Pizarnik, César Vallejo y Simone de Beauvoir. Todo caería por su propio peso: le gustó un chico, no se atrevía a decirle lo que sentía y quedaban varias páginas en blanco en sus cuadernos escolares. “Mis primeros escritos tuvieron mucha influencia de Bécquer. Estaban hechos en rima, que es quizá lo más sencillo, por lo que todos empiezan. Todos hablaban de las decepciones y las peleítas con ese amigo que me gustaba”, dice Giuliana. Por supuesto, el primer amor de la Llamoja nunca se enteró de nada.
Las coordenadas del dolor
Lo que comenzó como un juego adquirió dimensiones inesperadas cuando, en el 2004, obtuvo el primer puesto en los Juegos Florales de la UNIFE con el conjunto de poemas titulado “El amor y la Vía Láctea”. Giuliana recuerda que hasta el mismo día del cierre de inscripciones todavía le faltaba un texto para poder concursar (se necesitaba un mínimo de 8). Esa mañana se despertó temprano, tomó uno de los cuadernos donde anotaba frases sueltas y fue trazando el poema “Paroxismo de la pena” que, valgan verdades, revela en sus líneas una personalidad atormentada por el dolor, la pena y el hartazgo. Hay quienes dicen que fue un preámbulo de lo que sucedería después, bajo la cómplice penumbra de un foco apagado, entre ella y su madre.
“Conozco las coordenadas del dolor/ maldito arquitecto/ como una hormiga la inmensidad/ de las montañas/ como la soledad a la compañía/ como un lamento repartido cada día/ así conozco a mi vida (…) Conozco la sinfonía del trapecista/ sin sentido/ y la verdad en la mentira/ más mentira/ Ella es como un aspa impávida detenida/ como un campo en sequía/ llevo una vida sin vida”.
La madurez, los golpes y la poesía
Giuliana Llamoja es una mujer que cita frecuentemente a sus autores preferidos. Es usual escucharla repetir frases de Honoré de Balzac o del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (ese que aseguraba que las mujeres son objetos de cabellos largos e ideas cortas) con la misma frescura con la que cualquier joven de 22 años relata su fin de semana. No le molesta que le tomen fotos, lo que le molesta es salir mal en ellas. “No quiero parecer gorda”, se queja entre toma y toma. Sería ingenuo pensar que esta chica no tiene conocimiento de lo urgente que es limpiar su imagen luego del crimen que la seguirá a todas partes como una vieja sombra que, en vez de ocultarla, la vuelve el centro de atención adonde vaya. Estamos en el Malecón de Miraflores y algunas personas parecen reconocerla, se pasan la voz, sonríen, cuchichean. Esa quizás sea la cadena perpetua que tendrá que cargar. Mientras viva en el Perú, su nombre y apellido juntos lo asociarán a una noche en especial.
(Giuliana prefiere hablar solo de su poesía y no la culpo).
“Las respuestas tú no las encuentras afuera, las encuentras en ti. Para eso necesitas conocerte”, dice Llamoja, tratando de reinventarse ahora que las aguas se han calmado un poco en su vida. Luego agrega que no le preocupa publicar su primer libro, aunque probablemente cierta parte de la prensa se cuelgue de él para reavivar asuntos por los que estuvo presa durante cuatro años, tiempo en el que soñó con volver a ver el mar y en el que obtuvo el segundo lugar en un concurso de poesía para reclusas del penal Santa Mónica. Fruto de esos malos ratos, combinados con las nuevas vivencias de una chica con toda la juventud por delante, es que nació el poemario provisionalmente titulado “Prohibido llorar” que, según adelanta, tratará de temas existenciales como el ser y los conflictos interiores. “Yo escribo desde siempre, lo único importante es que soy auténtica cuando lo hago, no tengo miedo porque al fin y al cabo soy yo misma en mis versos”.
Una luz al final
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Publicado en La República, 30 de agosto de 2009
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