jueves, 27 de enero de 2011

Y los libros nos harán libres…



LUIS JAIME CISNEROS (1921-2011)

Fuente: El Comercio

Por: Martha Meier M Q
Sábado 22 de Enero del 2011
Leer nos cambia y eso explicaba siempre el doctor Luis Jaime Cisneros (1921-2011), maestro de maestros, de quien hoy se despide el Perú. Lo dijo desde cuanta tribuna tuvo a disposición. “Sociedad que no lee es una masa inerte de huesos a la intemperie. La lectura nos permite robustecer la fe en el hombre”, escribió en su columna semanal Aula Precaria del diario “La República”, donde empezó a colaborar a fines de los años 90. Desde su juventud, y durante largas décadas, este intelectual lúcido, honesto y entrañable fue también asiduo colaborador de El Comercio. Y ya desde la década de los sesenta era evidente su sana obsesión de inocularle a nuestro país una buena y necesaria dosis de “vitamina L” (de lectura). Y es que leer enseña, forma una conciencia crítica, hace pensar, soñar e imaginar y aceptar que existen puntos de vista distintos a los propios y con ello cohesiona y construye: “Si no sabemos nada sobre el lenguaje, no sabremos nada sobre los otros. Y si no sé nada sobre los otros, sabré muy poco de nosotros mismos, que somos el prójimo de todos ellos”, escribió.
Un libro es el pasaporte a una vida mejor, creativa e ilustrada, por eso el maestro Cisneros dedicó sus esfuerzos a promover la lectura, especialmente entre la niñez y juventud: “El libro debe estimular en el niño la capacidad para el asombro, para la sonrisa, para la conmoción interior […] Libros que sirvan para ir creando la certeza de que se es persona”. Y es que un libro puede transformar a un niño o a una niña de modo hermoso e insospechado, al punto de convertirlos –cuando adultos– en protagonistas del cambio de rumbo de la historia, de hazañas del espíritu y de las ciencias.
En 1841 llegó al Perú el joven naturalista e investigador belga, Jean Baptiste Joseph Louis Popelaire, barón de Terloo (1810). Tras una serie de peligrosas peripecias –incluido el naufragio de la nave en que viajaba– cumplió el sueño de recorrer el Perú “país que desde mi niñez deseaba conocer, por los relatos fabulosos de Beauchamps sobre las aventuras de Pizarro y sus compañeros en el vasto imperio de los incas”, escribió en su diario.
Antes ya el barón Alexander von Humboldt (1769-1859) dijo: “En la impaciencia que yo tenía de contemplar el Océano Pacífico desde lo alto de la cadena de los Andes, entraba por algo el interés con que de niño había escuchado el relato de la expedición audaz llevada a cabo por Vasco Núñez de Balboa”. Trataba así el sabio alemán de explicar la infatigable vocación por investigar y viajar que lo llevaron a recorrer medio mundo para, entre otras cosas, estudiar este gran mar sobre el cual hablaban los libros de su infancia. ¿Se hubiera convertido en “el descubridor científico de América” –como lo llamó Simón Bolívar– sin aquellos relatos? Probablemente no. Como quizá la humanidad nunca hubiese pensado en dejar su huella sobre la Luna sin un imaginativo Julio Verne. La ficción inspira y es motor de cambio, de progreso y avance científico.
Estas situaciones ilustran lo que explicaba el maestro Cisneros, siempre preocupado por la calidad educativa y por que los años juveniles no fueran sinónimo de pérdida de rumbo: “Un arma importante que, en manos de los jóvenes, ayuda a ir templando el espíritu es ciertamente la lectura”, escribió. Si algún homenaje queremos rendirle al doctor Cisneros, es empuñar un libro y pasar esa arma de libertad, de mano en mano.

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