lunes, 20 de julio de 2009

El Poder del Libro

ESPECIAL
Y todo fue por un libro
Magia. Cuenta Isabel Allende que su vocación por la escritura nació cuando, en medio del bullicio de un aula infantil, la voz de una mujer consiguió lo que no pudieron ni reglas ni reprimendas. Abriendo un libro, la mujer dijo simplemente: “había una vez 2026(unknown)” y todos enmudecieron. Entonces la niña Isabel supo que algún día ella dominaría las palabras para tener ese mismo poder.
Por: Doris Moromisato / Tania Parra

El libro ha sido un poderoso vehículo de cambio, además de preservar creencias y conocimientos. Su cuerpo de palabras fue capaz de reconstruir monumentos, como lo hiciera Víctor Hugo con Nuestra Señora de París, o modificar paisajes humanos a la manera de “María” de Jorge Isaacs, que generó la migración japonesa a Colombia. El desprecio a un libro, incluso, fue usado como excusa para la invasión del Imperio Inca.

El papel que irguió la piedra
La Catedral de Nuestra Señora de París, Notre Dame, terminó de construirse en 1345 y reflejaba las aspiraciones celestiales y temores demoníacos de la época medieval. Con las guerras, revoluciones y el reinado de los Luises, su pétrea imagen fue mellándose hasta terminar con-vertida en una oscura sombra flotando en la Ile de la Cité.

Paradójicamente, no fue la fiereza de sus gárgolas la que la defendieron del deterioro del tiempo y de la indiferencia de las autoridades francesas, sino la delicada pluma de Víctor Hugo. El romántico francés publicó en 1831 una novela con el mismo nombre del santuario.

Gracias a sus páginas, los parisinos tornaron su mirada hacia la escenografía del amor entre el deforme Cuasimodo y la bella gitana Esmeralda y so- lo para encontrar columnas de- rruidas, quebrados vitrales y una campana oxidada. “¿Quién ha la- brado en medio de la puerta central aquella ojiva nueva y bastarda?”, escribió en su libro Víctor Hugo, dolido y furioso ante el maltrato al arte medieval que admiraba con frenesí.

La restauración se inició en 1844 gracias a un programa dirigido por los arquitectos Eugène Viollet-le-Duc y Jean-Baptiste-Antoine Lassus. Fue la historia contenida en la levedad del papel la que irguió las piedras. París recuperó así su catedral olvidada.

El libro que no hablaba
Atahualpa cogió el extraño objeto que le entregó el sacerdote. Lo tocó, lo olfateó, pegó su oreja a los flancos, a su lomo de piel, lo tanteó pero no tuvo respuesta, no le decía nada. Arrojó entonces las Sagradas Escrituras al pol- vo con inusitado desdén. No imaginaba que con esa acción se inició el fin de su imperio.

Lo que para el Occidente del siglo XVI representaba la palabra de Dios, para el gobernante inca no era más que un objeto inútil y desconocido. Lejos estaba de entender que aquellas grafías narraban la base del pensamiento occidental que evangelizaría el nuevo mundo. ¿Cómo podría sospecharlo, si sus leyendas y mitos originarios nunca necesitaron estar encerrados en ese objeto que los foráneos llamaban libro para estar vivos?, ¿acaso sus cóndores y pumas, sus apus y el maíz podrían existir en imágenes atrapadas sin voz, sin aire, sin sol? Fue un choque cultural entre la oralidad y la escritura, la primera es colectiva, ejercita la memoria y se transmite de ge- neración en generación, enriqueciéndose en el trayecto; la segunda es individual y fragmentada.

Tras el rastro de “María”
Mientras que la mayoría de proyectos migratorios hacia América tuvo como principal motivación los relatos de riquezas, la migración japonesa a Colombia se produjo en 1923 por la lectura de una novela: “María”, de Jorge Isaacs.

Publicada originalmente en 1867, narra la historia de amor entre María y Efraín con el exuberante valle del Cauca como telón de fondo. De hecho, no fue el amor sino la fertilidad de la verde y vasta llanura lo que despertó la curiosidad de cuatro jóvenes estudiantes japoneses que vivían hacinados en un imperio sumido en la pobreza y en las guerras. La novela traducida por el profesor de literatura Yuso Takeshima, quien narraba a sus alumnos sobre el exótico paisaje y sus prósperos ingenios azucareros, empujó a los jóvenes a la aventura. Atravesaron el mar como grumetes, leyendo y releyendo la novela para no perder la fe. Así, llegaron a Buenaventura y fundaron la Colonia del Jagual. Ni el mismo Isaacs, cuyo libro era parte del proyecto político de construcción de las naciones latinoamericanas, ima- ginó que con sus palabras alentaría la llegada del Asia y la interculturalidad. Una ola migratoria desatada por una novela.
*Poeta, narradora e investigadora.
Comunicadora social, especializada en temas culturales.

El Comercio, 19 de julio de 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario