lunes, 9 de noviembre de 2009

La Vida en Verso


La República
08 de noviembre de 2009

El movimiento Hora Zero apareció en 1970 con una propuesta poética radical y renovadora. Casi cuarenta años después, sus mayores exponentes se reunieron la semana pasada para la presentación de “Hora Zero. Los broches mayores del sonido”, una antología compilada por Tulio Mora. Fue un recital cargado de remembranzas y reafirmaciones. Hoy los poetas peinan canas, pero siguen siendo los mismos irreverentes que alguna vez patearon la puerta del círculo oficial de la cultura peruana.

Por Ghiovani Hinojosa

Un cholo calato en el Rímac. Eso sería –si fuera una persona– el movimiento Hora Zero. Lo dice orondo el poeta Tulio Mora, el primero en llegar a este festín de rebeldía otoñal. Son las cinco de la tarde y el escritor cuya imponente voz retumbaba antaño luce hoy un inofensivo cabello cano. Pero el tiempo solo apacigua la apariencia: “Rodolfo Hinostroza afirmaba en los 60 que no es lo mismo un griego desnudo mirando el río Támesis que un cholo calato en el Rímac. Nosotros quisimos ser el cholo calato en el Rímac”, relata con cierto tono incendiario.

El hall de la Biblioteca Nacional, en San Borja, es el escenario del reencuentro de esta generación. Uno a uno, van trayendo sus pasos, aletargados por los años, los cultores de la ‘poesía integral’, ese concepto estético según el cual no hay que despreciar las palabras cotidianas y los adagios populares, sino más bien ubicarlos como los cimientos de un arte que conmueva al hombre común. Los abrazos solo pueden ser efusivos, como aquel con el que Sergio Castillo recibe a Jorge Pimentel, el respetado jefe de este clan de veteranos. Los poetas horazerianos interrumpen las emotivas reverencias para comprobar sorprendidos que Pimentel sigue siendo el ‘dandy’ del grupo: lo sugieren su estilo zalamero de andar, su terno pulcro y apretujado y su chalina ploma alrededor del cuello como una boa en celo.

Enrique Verástegui, el poeta que a los 19 años derretía a las chicas con los versos de ‘Datzibao’ (“me apreté contra ti buscando desesperadamente encontrarme en / tus ojos y amé todas tus cosas / y tu mirada angustiada y esa seriedad para responderme a ciertas preguntas y cuestiones”), prefiere excluirse del tumulto y depositar su cuerpo errante en un confortable sillón rojo. Se reclina hacia atrás y juega como un niño con sus pies entrelazados. “Algunos críticos te consideran una voz aparte dentro de Hora Zero”, lo interrumpo. Se reincorpora velozmente y comenta esta afirmación con una dicción realmente confusa: “Yo los veía como un grupo de chiquillos que querían hacer cosas, veo en ellos la metáfora del avance cultural del Perú. En realidad yo era un outsider dentro de ese movimiento. Guardo con ellos una estrecha amistad”.

Verástegui aún recuerda cuando, de la mano con su pequeña hija, repartía panfletos con los manifiestos de Hora Zero Internacional en el cabaret Moulin Rouge, en el centro de París. Era fines de los 70 y él –y su entonces pareja, la poeta Carmen Ollé– trataban de convencer a los extranjeros de las bondades de la nueva poesía latinoamericana. Jacques Chirac, quien por esos años era el alcalde de la capital francesa, no tuvo ningún reparo en llamarlos “revolucionarios de café”. Eso –como dicen los mexicanos– les valía madre a los militantes de Hora Zero. Todo rechazo, toda exclusión, todo insulto, era tomado en este colectivo de artistas como un premio a su rebeldía.

Ahora, en medio de palmadas y fraseos susurrantes, los poetas de esa generación vuelven a ser el centro de flashes y cámaras de video. Posan sonrientes, con la tranquilidad de quien sabe que su principal misión en el mundo ha sido cumplida con creces. La función está por empezar, así que todos los practicantes del verso bello y coloquial se reúnen en las escaleras subterráneas que dan al auditorio de la biblioteca. La ilusión de un recital palpita en sus corazones como hace cuatro décadas.

Digresión histórica

“La poesía en el Perú después de Vallejo solo ha sido un hábil remedo, trasplante de otras literaturas (…). Ellos no escribieron nada auténtico, no emprendieron ninguna investigación, no descubrieron ni renovaron nada”. Estas acusaciones fulminantes corresponden a “Palabras urgentes”, el primer manifiesto del grupo Hora Zero, publicado en 1970 como parte del primer número de la revista del mismo nombre. Se trató de un pasquín hecho con un mimeógrafo –legendaria y rudimentaria impresora– por los entusiastas alumnos de Letras de la Universidad Federico Villarreal Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz. Ambos despotricaban contra la poética peruana tradicional, a la que consideraban elitista y purista. Salvo Vallejo –afirmaban–, los poetas habían permanecido apartados de la realidad de las calles. Acusaban a quienes creían que escribir era un ejercicio meramente estético y mágico –Jorge Eduardo Eielson y Javier Sologuren– y exigían que cada letra tenga un sentido social.

No ocultaban su componente ideológico marxista y su adhesión a la Revolución Cubana. Sus recitales solían estar impregnados de arengas contra el imperialismo yanqui. En realidad, el sueño socialista era entonces el ideal dominante en las universidades peruanas. No solo Cuba llevaba más de una década de oposición contra el sistema capitalista, sino que en el país el general Juan Velasco Alvarado ya había iniciado una ola de estatizaciones y reformas de corte nacionalista. De algún modo, Hora Zero era una suerte de partido político: servía como tribuna para poetas de izquierda, pero también para voces que celebraban la vida con simpleza.

Recital poético

“Dejémonos de formalismos, acá todos somos poetas”, grita Eloy Jáuregui como si no tuviera un micrófono al frente e inaugura así esta noche de poemas. El auditorio está casi repleto y este maestro de ceremonias deslenguado tiene un ejemplar de “Hora Zero. Los broches mayores del sonido” en las manos. Lo agita como si quisiera dejar en evidencia el peso considerable de esta antología de 630 páginas, y agrega con cachacienta finura: “Esto y la Biblia. Punto”. Aplausos.

Los poetas desfilan por el estrado leyendo sus mejores versos. Pasan José Carlos Rodríguez, Sergio Castillo y Yulino Dávila. César Gamarra sorprende con unos maullidos onomatopéyicos que envuelven al auditorio en un ambiente selvático. Miguel Burga –el narrador de Hora Zero– es interrumpido por un achorado Eloy que no le deja terminar la lectura de su cuento “Piel de globo”. Burga, insistente, no deja el escenario. El aire desafiante es horazeriano.

El broche de oro lo hace Jorge Pimentel. Su lírica potente seduce a los asistentes y los versos de “Trombosis para un caballo” llegan a los oídos como pullazos de palabras. El hipnotizante movimiento pendular de sus brazos –que operan como el metrónomo de su ritmo– acompaña este jolgorio del verbo. Hora Zero revolucionó la poesía peruana con un aire fresco y contestatario. Todo esto se ve esta noche.

Los Muchachos
Pregúntale a los muchachos, pregúntale:
ellos saben que los días no perdonan,
ellos conocen que en cualquier hora
cae una jaula dentro del cuerpo
que después incluso la respiración propaga…
Pregúntale a los muchachos, pregúntale:
ellos saben que no se puede salir de la tierra
y que no es castigo
sino el perfume de un milagro inacabable
Ellos (como debe ser) son fuertes
porque la naturaleza los jala al amor puro,
al amor puro posado sobre el suelo
como una piedra blanca
o un pájaro cordial recién llegado.
Pregúntale a los muchachos a dónde llegarán,
quiénes están viajando y qué encontrarán
los que están buscando.
Pregúntale qué color tiene la explosión,
qué sabor el trago de incendios.
Y dónde están ahora los 36 kilómetros de vía férrea
que la dinamita, de la Cordillera Negra, separó.
Pregúntale no qué agua rasguña la sed colosal,
sino qué álgebras no mostrarán al firmamento
los nuevos valles que vienen apurados.
Pregúntale lo que harán los niños
con las lunas arrugadas
y con los luceros recogidos por el pensamiento
detrás y lejos de la carne de los sueños…
Pregúntale a los muchachos
Pregúntale a los muchachos…

Juan Ramírez Ruiz (1946-2007)


Si tienes un amigo que toca tambor
Si tienes un amigo que toca tambor
cuídalo, es más que un consejo, cuídalo.
Porque ahora ya nadie toca tambor,
más aún, ya nadie tiene un amigo.
Cuídalo entonces,
que ese amigo guardará tu casa.
Pero no lo dejes con tu mujer, recuerda
que es tu mujer y no la de tu amigo.
Si sigues este consejo, vivirás
mucho tiempo. Y tendrás tu mujer
y un amigo que toca tambor.

Manuel Morales
(Iquitos 1943 – Porto Alegre 2007)

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