jueves, 27 de enero de 2011

El creador de un hombrecito extraordinario


ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1900-1944)

Fuente: El Comercio del Perú

Por: Martha Meier M Q
Sábado 31 de Julio del 2010
Por más de cuarenta años no se tuvo idea de que pasó con la aeronave piloteada por el escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Un día como hoy, 31 de julio de 1944 cayó al mar Mediterráneo. En el año 2000 los investigadores Lino von Gartzen y Luc Vanrell localizaron el desaparecido avión, a ochenta metros de profundidad. Y el rompecabezas empezó a armarse. Una cosa llevó a la otra, se siguieron, claves, pistas y datos hasta dar, en el año 2008, con un anciano alemán de 88 años llamado Horst Rippert, un periodista deportivo jubilado. Él les contó la historia.
Corrían los días de la Segunda Guerra Mundial cuando Rippert —entonces un joven piloto alemán de 24 años— derribó un avión que cayó hundiéndose en el mar, cerca de la costa de Marsella, sobre el Mediterráneo. “A los días de mis disparos dijeron que era Saint-Exupéry. Esperé y espero que no fuera él”, les dijo. Pero el piloto de esa nave sí era por desdicha el autor de: “El aviador”, “Vuelo nocturno”, “Tierra de hombres”, “Piloto de guerra”, entre otras obras.
Saint-Exupéry era, paradójicamente, considerado un héroe por el hombre que lo abatió: “Todos lo habíamos leído, adorábamos sus libros. Describía admirablemente el cielo, los pensamientos y los sentimientos de los pilotos. Su obra produjo la vocación de volar en muchos de nosotros. Si lo hubiera sabido, jamás habría disparado”, comentó Rippert a un diario francés.
Así murió el hombre que legó a la humanidad uno de los personajes más inspiradores y lúcidos de todos los que pueblan la vasta literatura terrícola. Un año antes de que dispararan sobre su avión publicó su inmortal relato corto “El Principito” (1943), con dibujos de su propia factura. Una obra que ha sido traducida a más de 180 lenguas y dialectos, y es el segundo libro más leído del planeta, después de la Biblia.
“El Principito” es una metáfora del sentido de la vida, la búsqueda de la felicidad y del amor. El extraordinario hombrecito que lo protagoniza le hace ver a otro de los protagonistas —el aviador—la estupidez humana, y la pérdida de la sabiduría, sencillez y sensibilidad de la infancia que padecen —padecemos— los adultos.
El escritor-aviador que fue derribado sobre el Mediterráneo quiso con esta historia reencontrarse consigo mismo, tratar de que los niños lo siguieran siendo siempre: libres, valientes, curiosos y soñadores. Quiso, también, despertar al adulto razonable de su mediocre modorra y darle el valor de sacar al niño que vive en su interior y busca respuestas sobre las cosas más simples y sencillas de la vida. Ese niño o niña que quiere “escuchar a las estrellas sonando como campanas” y entregar sus sueños, esperanzas e ilusiones sin esperar recibir nada a cambio.
“El Principito” es una crítica a la pedantería y erudición baratas, a la tentación por lo oscuro, al afán de acumular poder. Este niño de melena color del trigo, sueña y es el único amo de sus sueños y de sus fantasías. Y por eso aterroriza a personajes insoportables como el tal Hugo Chávez, quien lo ha vetado en la Venezuela cuya esperanza trata de destruir. Su Plan Revolucionario de Lectura —para “estimular la ideología socialista a través de libros revolucionarios para construir al hombre nuevo”— considera al extraordinario hombrecito de Antoine de Saint-Exupéry una amenaza.
“El Principito” es pues un poderoso símbolo político de libertad, de transparencia, de verdad. Así las cosas, quizá lo que nos haga falta para, en el 2021, llegar a ser esa nación del Primer Mundo de la que tanto nos habla el doctor Alan García son ciudadanos y líderes con la capacidad de convencernos de que: “Lo bello del desierto es que en algún lugar esconde un pozo”, y que solo juntos podremos encontrar ese pozo de agua clara y vivificante.

Palabras perdidas


OTROS SITIOSOTROS CUENTOS

Publicado originalmente en El Comercio del Perú

Por: Maki Miró Quesada
Sábado 22 de Enero del 2011
Ayer se me perdió una palabra. Estaba escribiendo ficción y de golpe la palabra no estaba allí, por ninguna parte. No estaba en mi cabeza, no estaba en mi memoria, no la tenía ni siquiera en la punta de la lengua, simplemente había desaparecido del mapa.
Podía ver claramente el objeto que tenía delante y que quería describir –un objeto tan ordinario que en mi casa, y seguramente que también en la suya, estimado lector, hay una docena de ellos– y no sabía cómo se llamaba. Mi mente buscaba la palabra, al principio con curiosidad, después con desesperación y al final resignada a lo inevitable: esta palabra ya no la tenía, no era mía, la había perdido.
Ahora una cosa es que uno pierda las llaves del carro o los anteojos, eso es una parte inevitable y sufrida de esta etapa de la vida, pero otra muy distinta es tener al frente un elemento utilitario y decorativo, uno que vemos y utilizamos todo los días sin siquiera darnos cuenta, y no poder acordarnos de cómo se llama.
Después de un minuto de desconcierto la palabra volvió, pero no en español sino en otro idioma, uno que aprendí cuando tenía catorce años, o sea en un idioma que no pertenece a mi infancia. Allí la cosa se puso un poco más angustiante. Ya me acordaba cómo se llamaba (siempre supe para qué servía) pero el capítulo de ficción que estaba escribiendo era en español y esta palabra, que regresaba en otro idioma, no me servía para nada. Pensé en googlearla a menudo uso los diccionarios que ofrece el popular motor de búsqueda que al segundo, como por arte de magia, me resuelven el problema pero opté por no. “Esto es hacer trampa” me dije “ya volverá sola”.
Me recordó un episodio que les sucedió a mis padres en Italia cuando yo era niña. Mi papá quería traerme una muñeca de regalo pero no recordaba como se decía “muñeca” en italiano. Y no quería entrar a la juguetería y que pensaran que no hablaba italiano. Mi mamá, más práctica y con menos amor propio, insistía que entrara y le señalara a la vendedora lo que quería comprar, así de sencillo. Mi padre se trancó y no había forma de que transpusiera el umbral de la tienda, hasta que, después de pasar un largo rato dando vueltas delante de la puerta –un milagro que el dueño de la tienda no llamara a la policía–, se paró de golpe y dijo “¡bámbola!” con lo que, para alivio de mi madre, entraron los dos.
Pero una cosa es olvidarse de una palabra en otro idioma, otra es perder una palabra en el idioma materno. Hace años un gran escritor me dijo que al envejecer se estaba olvidando de las palabras y que lo primero que se le olvidaba eran los nombre propios. La etapa de los nombres propios ya la pasé, y no es tan grave porque los nombres más queridos no se olvidan así como así. Pero ayer por primera vez me quedé mirando fijo una lámpara sin poder acordarme cómo se llamaba, no la lámpara pues, que tampoco estoy tan mal, sino la pantalla que tenía puesta encima.

Y los libros nos harán libres…



LUIS JAIME CISNEROS (1921-2011)

Fuente: El Comercio

Por: Martha Meier M Q
Sábado 22 de Enero del 2011
Leer nos cambia y eso explicaba siempre el doctor Luis Jaime Cisneros (1921-2011), maestro de maestros, de quien hoy se despide el Perú. Lo dijo desde cuanta tribuna tuvo a disposición. “Sociedad que no lee es una masa inerte de huesos a la intemperie. La lectura nos permite robustecer la fe en el hombre”, escribió en su columna semanal Aula Precaria del diario “La República”, donde empezó a colaborar a fines de los años 90. Desde su juventud, y durante largas décadas, este intelectual lúcido, honesto y entrañable fue también asiduo colaborador de El Comercio. Y ya desde la década de los sesenta era evidente su sana obsesión de inocularle a nuestro país una buena y necesaria dosis de “vitamina L” (de lectura). Y es que leer enseña, forma una conciencia crítica, hace pensar, soñar e imaginar y aceptar que existen puntos de vista distintos a los propios y con ello cohesiona y construye: “Si no sabemos nada sobre el lenguaje, no sabremos nada sobre los otros. Y si no sé nada sobre los otros, sabré muy poco de nosotros mismos, que somos el prójimo de todos ellos”, escribió.
Un libro es el pasaporte a una vida mejor, creativa e ilustrada, por eso el maestro Cisneros dedicó sus esfuerzos a promover la lectura, especialmente entre la niñez y juventud: “El libro debe estimular en el niño la capacidad para el asombro, para la sonrisa, para la conmoción interior […] Libros que sirvan para ir creando la certeza de que se es persona”. Y es que un libro puede transformar a un niño o a una niña de modo hermoso e insospechado, al punto de convertirlos –cuando adultos– en protagonistas del cambio de rumbo de la historia, de hazañas del espíritu y de las ciencias.
En 1841 llegó al Perú el joven naturalista e investigador belga, Jean Baptiste Joseph Louis Popelaire, barón de Terloo (1810). Tras una serie de peligrosas peripecias –incluido el naufragio de la nave en que viajaba– cumplió el sueño de recorrer el Perú “país que desde mi niñez deseaba conocer, por los relatos fabulosos de Beauchamps sobre las aventuras de Pizarro y sus compañeros en el vasto imperio de los incas”, escribió en su diario.
Antes ya el barón Alexander von Humboldt (1769-1859) dijo: “En la impaciencia que yo tenía de contemplar el Océano Pacífico desde lo alto de la cadena de los Andes, entraba por algo el interés con que de niño había escuchado el relato de la expedición audaz llevada a cabo por Vasco Núñez de Balboa”. Trataba así el sabio alemán de explicar la infatigable vocación por investigar y viajar que lo llevaron a recorrer medio mundo para, entre otras cosas, estudiar este gran mar sobre el cual hablaban los libros de su infancia. ¿Se hubiera convertido en “el descubridor científico de América” –como lo llamó Simón Bolívar– sin aquellos relatos? Probablemente no. Como quizá la humanidad nunca hubiese pensado en dejar su huella sobre la Luna sin un imaginativo Julio Verne. La ficción inspira y es motor de cambio, de progreso y avance científico.
Estas situaciones ilustran lo que explicaba el maestro Cisneros, siempre preocupado por la calidad educativa y por que los años juveniles no fueran sinónimo de pérdida de rumbo: “Un arma importante que, en manos de los jóvenes, ayuda a ir templando el espíritu es ciertamente la lectura”, escribió. Si algún homenaje queremos rendirle al doctor Cisneros, es empuñar un libro y pasar esa arma de libertad, de mano en mano.

martes, 25 de enero de 2011

LUIS JAIME CISNEROS: "LA CARTA QUE YO LES ESCRIBÍA A LOS JÓVENES HABLARÍA DE LA VERDAD Y LA JUSTICIA"


Enero 22, 2011
Fuente: Diario16
Diario16 publica, a modo de homenaje, esta última entrevista al maestro Luis Jaime Cisneros, la misma que fue hecha por Ernesto de la Jara para la Revista Ideele en marzo del año pasado.

Nuestro querido y apreciado Luis Jaime Cisneros. Maestro de maestros. El mejor profesor de la Universidad para muchos, de muy diferentes épocas. Todo el mundo se peleaba por estar en su curso de Lengua. Y cual mago del lenguaje y los gestos, lograba que unos 70 adolescentes nada tiernos le prestaran absoluta atención, boquiabiertos. Erudito, pero por el gusto por el saber. Sencillo, obsesionado con la necesidad de la educación, lleno de discípulos —reconocidos o no— que llevan su marca, con una prosa clara y cálida. ¿Algún notable que firme un pronunciamiento basado en la autoridad moral de los que firman? El nombre de Luis Jaime es siempre uno de los primeros que aparecen, y él siempre dispuesto a apoyar las buenas causas. Nuestro más sincero agradecimiento a él y a nuestra cómplice, Sara Hamann, su esposa, por permitirnos preguntarle de todo un poco. Y ojalá que nos permita seguir recorriendo con él muchos temas de los que puede decir tanto.

Por: Ernesto de la Jara 

¿Cuánto tiempo estuvo deportado tu padre, Luis Fernán? ¿Cómo te afectó? ¿Qué significaba ser un deportado o un hijo de deportado?

La deportación duró desde 1922 hasta 1933. Yo no tuve ‘conciencia’ de lo que eso significaba hasta que cumplí 15 años. Lo evidente para mí era la estrechez en que vivíamos. Pero el Perú era conversación que se oía en la casa constantemente, sobre todo cuando nos visitaban peruanos: los Pancorvo, los Arriola, los Sánchez Aizcorbe y otros.

¿Por qué lo deportaron? ¿Era pierolista y estaba contra Leguía?

Mi padre dirigió La Prensa, que era un periódico de abierta oposición. Todos éramos pierolistas y enemigos de Leguía. Claro que yo lo era porque repetía lo que oía a los mayores. Pero solo tuve idea de qué significaban uno y otro cuando, a los 18 años, pude elegir entre Azaña y Franco, o entre Churchill y los nazis. A mi padre le oí decir que él era ‘un liberal’. Por liberal vino a Lima, cuando la candidatura de tu abuelo (mi tío José María).

Y tu madre, ¿cómo era, en qué influenció en ti?

Mi madre fue una hermosa mujer que se encargó de que tuviéramos vivo el nombre del Perú en las preocupaciones mediatas e inmediatas. Había que tener muy claro que estudiábamos para regresar al Perú, a seguir una carrera. Mi madre fue la que cuidó la vida cultural: aprendimos a subir a la cazuela para escuchar óperas y conciertos; a asistir al teatro para no perder obras de Benavente, de los Quintero, de Ibsen. Nos acompañó a aprender idiomas y nos inscribió en el Conservatorio, donde aprendí a tocar violín, que he manejado hasta los 22 años. Yo aprendí a valorar ese generoso esfuerzo.

A contracorriente, no has sido de los que “aman el amor de los marineros, que besan y se van”, sino que has permanecido casado muchos años con la misma mujer, Sara. ¿Qué crees que mantiene unida a una pareja y qué los separa?

La vida me enseñó que el matrimonio era un grave compromiso para toda la vida. Al casarse mi hermano mayor, cerca de los 40 años, me dijo: “Diviértete todo lo que quieras, pero no juegues al amor. Cuando sientas que ya no te puede atraer, por atractiva que sea, alguien distinto de tu enamorada, cásate”. Por otro lado, Sara María es la compañera ideal con que me ha premiado el destino.

¿Cuán fácil o difícil ha sido para ti ser padre, por más que con otros seas todo un maestro? Me viene la imagen de Roth mirando la radiografía de su padre, y diciendo: de pensar que acá se concentra todo lo que de terrible y de maravilloso tiene un padre.

He aprendido mucho, lentamente, de mis hijos. Es el trato riguroso y tierno el que ha ido creando una sociedad de intereses mutuos. Yo le debo a mi hijo mayor haber descubierto cómo apreciar la música de los Beatles. Fue Luis Jaime quien me instruyó en los ritmos de Yellow Submarine. Y cuando viajé a Londres, lo primero que hice fue ir a Carnaby Street y comprarle una sarta de discos. Sí, la paternidad me ha acostumbrado a pulir el carácter y a comprender lo útil de la tolerancia como elemento corrector.

Renato Cisneros, tu sobrino, aclaró que las declaraciones que se le adjudicaron al Gaucho Cisneros, tu hermano, son falsas, y que nunca dijo lo que se dijo que dijo. ¿Cómo era él, tu hermano, en materia de valores, derechos humanos…?

El Gaucho fue el más unido conmigo de todos los hermanos. Yo aprendí a reconocer en él virtudes distintas de las mías, y confirmo que, al haberse dedicado a la política, tuvo que ser víctima de malinterpretaciones y de críticas. Pero tiene razón mi sobrino Renato: las palabras que se atribuyen al general son distintas y distantes de la verdad.

Yo recuerdo que tú en clase hacías el siguiente chiste: Había un señor que tenía dos hijos: uno era inteligente y el otro militar. ¿No?

¡Claro que me acuerdo de esa frase poco feliz!, que corresponde a mis primeros años de docencia, sesenta años atrás! Fui perfilando mis ideas, porque durante 17 años fui asesor pedagógico en el seno de las Fuerzas Armadas (en la Escuela Militar y en la Escuela de Guerra Aérea). Eso no ha modificado el que no he sido partidario de gobiernos militares (y es un tema complicado y largo para una entrevista exclusiva sobre militares y política).

¿Autores contemporáneos que sigas o te gusten, sean nacionales o de otro país?

En narrativa, estoy con Ciro Alegría, José María Arguedas y Julio Ramón Ribeyro. Y defiendo también la prosa de Miguel Gutiérrez. En poesía, elijo a Eguren, Moro, Westphalen, Sologuren, Eielson, Blanca Varela, Watanabe.

¿Tus lecturas actuales predilectas? ¿Qué autores han sido los más influyentes para ti?

Sigo leyendo a Heidegger (y releyendo). Y siempre busco ensayistas como George Steiner y Umberto Eco. Autores que han sido más importantes para mí: en la Universidad descubrí a Camus, a Kafka, a Rilke. Y me entusiasmé con Bertrand Russell.

Escribiendo tú tan bien, ¿por qué no pensar en una novela, en poemas? ¿O ya se vienen?

Solo una vez Westphalen me convenció para publicar en Las Moradas, y bajo seudónimo, un breve relato. No he vuelto a ceder a la tentación. Mi sitio es estar en el umbral y ser testigo.

Me parece que ahora los jóvenes se atormentan por su futuro, porque hay mucha presión por el éxito, y quieren tenerlo todo claro desde muy jóvenes, cuando evidentemente la vida no es así.  Recuerdo tus libros de colegio, que comenzaban con una carta al alumno muy personal, que a todos nos gustaba mucho. ¿Cómo sería ahora esa carta para los jóvenes?

Cuando comparo lo que fue mi educación universitaria con lo que me ha tocado vivir en mis largos sesenta años de docencia, destaco un rasgo importante. Esos años fueron para mí los de la guerra europea. Y era explicable que el éxito no constituyera para ninguno de nosotros algo apetecible. Estudiábamos para realizarnos y alcanzar la felicidad. Ahora la existencia de esta sociedad de dinero y consumo explica que a los muchachos les interese el éxito. Pero hay que agregar: tampoco les interesa el espíritu. La carta que yo les escribiría a esos alumnos hablaría de la verdad y la justicia, como grandes objetivos del aprendizaje escolar.

¿Cómo ves la situación del país en términos políticos, económicos, culturales, institucionales? ¿Mejor, peor, igual?

Me apena tener que aludir a la corrupción para referirme a la vida política y económica del país. Eso, que era la excepción y lo insólito, resulta hoy el signo esencial de la vida política. Basta abrir el periódico, y uno descubre cuán herida está la moral en el país.

Como experto en educación, ¿qué medidas plantearías para mejorar la educación escolar, especialmente la pública?

Soy docente, interesado en temas relacionados con mi diario trajín. No me considero un experto. Admito que he aprendido a vivir la educación gracias a mi contacto frecuente con maestros y estudiantes. Una mesa redonda entre docentes serviría para descubrir nuestras carencias en materia educativa. Pero, para empezar, no hay una preocupación nacional por estos temas. Hace años, el Consejo Nacional de Educación propuso un Plan Educativo, que está vigente en el papel. No dará sus frutos hasta que nosotros, como ciudadanos, no sintamos que la educación es un tema personal de cada uno.

Enseñas muchos años en la Universidad. ¿Cuál es el perfil del estudiante universitario de cuando comenzaste, del de 10 años después y del de ahora?

Mi primer contacto con estudiantes universitarios fue en 1948. Sesenta largos años. Puedo recordar cómo eran esos muchachos. Ahora solo puedo decirte que ahí están. Comprobamos, así, qué distintos eran esos verbos, sery estar.

En los tiempos que corren, ¿cuál es el papel de la Real Academia Española?

La reciente publicación de la nueva gramática de la RAE y la Asociación de Academias sirve para contestar tu pregunta. El uso que del español hacemos españoles y sudamericanos da una clara idea de cómo se transforma y se enriquece el idioma gracias al manejo que le damos para expresarnos.

Tú eres experto en el lenguaje y recuerdo muy bien tu curso de psicología del lenguaje. ¿Los lapsus o actos fallidos expresan deseos o miedos inconscientes?

Mucho ha progresado la psicolingüística, y eso ha enriquecido la tarea de los psicoanalistas. Pero no creo en la cura mediante la palabra. Al respecto, hay un hermoso libro de Laín Entralgo.

Una parte importante del país tiene como idioma original el quechua, el aimara o el shipibo, pero desde que entran al colegio estudian en castellano. ¿Cómo afecta esto al aprendizaje, la identidad, la autoestima? ¿Cómo debería ser?

Ése es el nudo umbilical que explica las dificultades para desarrollar con éxito una plausible política educativa. Todavía nos cuesta entender que somos un país pluricultural y, en consecuencia, plurilingüe. Lo tuvo en cuenta Sendero Luminoso durante sus largos años de terror. Y nunca le dieron al tema los gobiernos, la esperable atención. La política cultural bilingüe, cuyas ventajas apreció debidamente el Gobierno de Velasco, no ha alcanzado todavía sus frutos totales. Pero hay que convencerse: el niño debe iniciar su vida escolar en el idioma adquirido en la casa. Acá hay tema para una larga mesa redonda.

¿Podrías decir quiénes son las personas con las que has llegado a tener una profunda amistad?

Felipe Mac Gregor, Carlos Cueto Fernandini, Hubert Lanssiers, Raúl Porras, Víctor Andrés Belaunde, Aurelio Miró Quesada, Sebastián Salazar Bondy, Alberto Escobar, Javier Sologuren, Emilio A. Westphalen, Washington Delgado. Nombro solo a los que se hacen extrañar.

¿Algún error o arrepentimiento en tu trayectoria?

Vivo en constante actitud crítica, y me es fácil reconocer errores. La docencia me ha acostumbrado a rectificarme cuando es necesario. ¡Y me rectifico a menudo!

¿Cómo ves tu paso por La Prensa como Director?

Lo expliqué en una ceremonia pública. Acepté la invitación del general Morales Bermúdez, mi amigo personal, sabedor de su voluntad de devolver los periódicos. Y elegí La Prensa, a diferencia del diario cuya dirección me ofrecía, porque me pareció que era lo que me correspondía, como línea biográfica. Pedí libertad absoluta y la tuve. Entrevistamos a Fernando Belaunde cuando vino al entierro de su madre; entrevistamos a Haya de la Torre con Alfredo Barnechea, en Villa Mercedes. Entrevistamos a Rafael Roncagliolo. Invité a escribir a gente de distintas tiendas políticas. Y dos años después, enterado de que los mandos militares no estaban dispuestos a apoyar la idea del Presidente, me retiré. Tiempo después fundamos El Observador.

¿Has entrado al mundo enorme de Internet?

¿Internet? ¿Qué es eso? ¿Acaso una lisura? Son mis nietos los que convocan a vivir este siglo. Pero estoy escribiendo esta entrevista en mi vieja máquina, donde aprendí a escribir con diez dedos hace ochenta años.

Recuerdo que llegabas a clase y comenzabas a hablar muy bajito, e ibas hablando más fuerte en la medida en que la gente se iba callando hasta lograr un silencio sepulcral. O hacías reír y casi llorar leyendo el mismo texto de Cortázar en tonos diferentes. ¿Cómo así se te ocurrían esos recursos pedagógicos?

Siempre me interesó la entonación (tengo un libro preparado sobre el tema). Y esa estratagema la aprendí en la escuela secundaria.

La única crítica que he escuchado en relación contigo es que siempre has tenido tus engreídos y engreídas, aunque no era claro cuál era el criterio para seleccionarlos, porque no respondían a un patrón definido. Comentarios.

Siempre he cultivado la buena relación de amistad con gente interesada en las humanidades. En la Universidad cultivo una buena relación con estudiantes que escriben o que se interesan en la investigación. Para engreimientos, mis nietos.

¿Te molestan los apodos? Recuerdo que algunos te decían “Busing”, por el ruido que solías hacer con la nariz. ¿Lo sabías? ¿Algún otro que conozcas?

No me molestan. Mi mujer recuerda un apodo vinculado con el recordado por ti. Me decían ‘Cocharcas’, aludiendo a esos ómnibus que andaban torcidos. Y eso porque tengo una pierna más larga que la otra, de donde torcido camino, y lo de ‘Busing’ no me caía mal.

Siempre has tenido fama de ser una persona con mucho poder, con una gran capacidad de influir en la gente cercana a ti. ¿Es así?

Eso dice la gente.

¿Crees en Dios?

A los jesuitas debo (y a lo vivido en el hogar) mi firme religiosidad. No soy de golpes de pecho ni de genuflexiones. Soy un buen lector de san Pablo y san Agustín, y gracias a mi amistad con Gustavo Gutiérrez, mantengo viva mi fe.

¿Qué opinión tienes sobre temas como la CVR o el Museo de la Memoria?

He evitado contestar preguntas al respecto. Pienso que si no estamos listos para perdonar, todo lo relacionado con la reconciliación resulta un juego de palabras. Hemos sido testigos, durante veinte años, de una situación penetrada de ideología. Todos esos muertos son nuestros muertos. ¿Podemos todos afirmarlo?

Quienes te conocen bien, dicen que por momentos usas la ironía como arma mortal. ¿Es así?

La ironía forma parte de la salud espiritual.

¿Alguna característica tuya, o habilidad, afición o gusto que la gente conoce poco de ti?

El ajedrez y los geniogramas son mis pasatiempos favoritos.

¿Qué se siente ser uno de los pocos notables, de los 7 justos, que hay en el país?

No creo que haya razones para que me sienta aludido con el adjetivo. Hay colegas superiores, desde varios puntos de vista. Puedo admitir dos rasgos sobresalientes: me molestan mucho la improvisación y la impuntualidad. Siento que mi formación es, felizmente, europea, y que eso explica una que otra característica.