sábado, 10 de octubre de 2009

¿Qué Puño y qué letra?

Dom. 04 oct '09
Abimael y la Generación Huatica
Autor: Gregorio Martínez
Perú 21

No me consta que Abimael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, haya sido, alguna vez, allá por los años 50, caserito de Huatica, el famoso lupanar variopinto que extendía el vicio de la carne por toda una calle del distrito de La Victoria, rumbo que el inca Manco Capac señalaba con el dedo desde su pedestal de hormigón ubicado, entonces, en la avenida Grau. Esa brújula digital había guiado, antes, al huatiquero Marco Aurelio Denegri según propia confesión.

Pero en aquellos años del florecer de Huatica, que había nacido diverso en 1928, cuando murió la flor de Palais Concert, Abimael Guzmán ya era un sujeto hecho y derecho, a la par con Huatica en el renglón de los años y, posiblemente, con grado académico otorgado summa cum laude por la Universidad San Agustín de Arequipa.

Vale señalar, aquí, que los extremos del Perú, el norte y el sur, Piura, Arequipa, Cusco, Puno, tienen una tradición comunista que antecede a Lima, desde mucho antes que el marxismo arraigara en América, fertilizado por el triunfo de la revolución bolchevique. Luciano Castillo e Hildebrando Castro Pozo forjaron en Piura una organización socialista que la consigna de la URSS satanizó siempre.

Sabemos bien que Sergio Caller organizó la primera célula comunista en el Cusco, cuando aun no existía el Partido Comunista fundado por José Carlos Mariátegui. Más todavía, Juan Bustamante, el Inca, que se levantó en Huancané en 1863, antes de la Comuna de París, fue un comunista convicto, aunque FLACSO lo niegue, y estuvo en Europa en la revolución de 1848. Y el misterioso Bauman de Metz que atizó el levantamiento de los comuneros de Chalaco, Piura, en 1882, fue un personaje histórico. Su tumba está en el Cementerio de Bellavista, tal como lo documenta la novela La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez.

Ahora que Abimael Guzmán ha publicado De puño y letra, al instante se me viene a la mente que el autoproclamado Presidente Gonzalo también pertenece a la Generación Huatica, denominada comúnmente Generación del 50, apelativo que ya se usaba en Chile para referirse a la hornada de Enrique Lihn, Jorge Edwards, José Donoso, Jorge Teillier.

Prefiero la etiqueta Generación Huatica porque esta incluye ciertos autores que permanecen en el limbo. Por ejemplo, Antonio Gálvez Ronceros, Edgardo Rivera Martínez, Antonio Cornejo Polar, Carlos Meneses, Guillermo Thorndike, Oswaldo Reynoso, José Hidalgo, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce, excluidos de la Generación del 50 y que tampoco pertenecen a la Generación del 60. Huatica, con la Pies Dorados de Vargas Llosa y la odalisca Estrella de Julio Ramón Ribeyro, recibiría con agrado a los autores condenados al limbo.

Tenemos que señalar de modo meridiano, con una clavazón de lado a lado, que Abimael Guzmán posee el incuestionable derecho de expresar sus opiniones, no importa que estas sean esquemáticas o sangrientas, traducciones pedestres de las tesis maoístas. Igual puede divulgarlas a los cuatro vientos para festín de embusteros que se dicen senderistas, como el hampón Luis Arce que asaltó El Diario de Marka.

Lo del título, De puño y letra, me parece el parche antes de que salga el chupo. ¿Qué puño y qué letra? Cuño será o, mejor, coño. Sí, actualmente abrigo dudas en cuanto al rigor intelectual de Abimael Guzmán. ¿Dónde está el gran ideólogo y polemista que apabullaba a cada quien en la Universidad de Huamanga? Reconozco que muchos le hicimos el juego. Aun gente lúcida como Alfredo Torero.

Por otro lado, parece evidente que en los tiempos de Huatica, todavía Abimael Guzmán no conocía al cuentista Julio Ramón Ribeyro que, luego, trabajó una temporada en la Universidad de Ayacucho. Tampoco al poeta Paco Bendezú. Ni siquiera al aeda Javier Sologuren, el único que tenía el secreto para conseguir dos viajes por tarifa y media, en Huatica o en cualquier casa de cita de media mampara.

Menos aun Abimael Guzmán había tenido trato alguno con Pablo Macera, con Alejandro Romualdo, con Manuel Scorza. No sabía quién era Julio Cotler, Pablo Guevara, Eleodoro Vargas Vicuña. Desconocía a las feroces dirigentes estudiantiles, a Lea Barba, la Aída de Conversación en la Catedral, a Nícida Coronado, la Tamara Fiol de la novela del mismo nombre, a Esperanza Ruiz, el amor imposible de Carlos Eduardo Zavaleta en esos lejanos años de mambo y chachachá.

El hecho verídico es que el autoproclamado Presidente Gonzalo, aunque marginal, pertenece estrictamente a la hornada de autores cuyo historial revisa Miguel Gutiérrez en el libro La generación del 50: Un mundo dividido. Si dicha hornada se denominara Generación Huatica, la del 60 sería Generación México. Mientras, los poetas y narradores del 70 quedarían bajo el letrero: Generación Trocadero.

Después llego el sida, aniquiló a Rock Hudson y al guapísimo Bruce Chatwin, y se acabó la fiesta. No más generaciones con etiqueta de chongo.

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