lunes, 5 de octubre de 2009

"Rajes del Oficio" y Beto Ortiz

Un capítulo de "Rajes del Oficio" de Pedro Salinas


Recuerdo perfectamente que la primera vez que me vi a mí mismo en la tele, se me paró, dice Beto Ortiz, el personaje central de la trepidante novela Maldita ternura. Su autor, quien no se solidariza necesariamente con las opiniones vertidas por sus personajes, y que, por esas cosas del caprichoso y antojadizo destino, se llama coincidentemente como el protagonista principal, me negó una vez en una entrevista radial que dicha frase haya tenido algún correlato con la realidad. Y yo le creí. No al Beto de papel y tinta, entiéndase, sino al Beto de carne y hueso, que es más carne que hueso, debo precisar. Aunque, según un amigo abogado que ha inspirado sabrosos y ocurrentes personajes literarios, tanto en el libro de Beto Ortiz como en algunas novelas de Jaime Bayly, la diferencia entre los relatos de Bayly y Ortiz es que, Bayly, todo lo que cuenta es parcialmente verídico; en cambio, todo lo que cuenta Beto es totalmente cierto. La verdad es que, como lector, poco me importa si es verdad o mentira lo que cuentan Bayly u Ortiz. Lo que realmente me importa cuando les leo es que me entretengan, que me enganchen, que me diviertan, que me engañen, que me conmuevan, que me arranquen sonrisas, y si son carcajadas, mejor, que me indignen, que me hagan creer que lo que estoy leyendo ocurrió, está ocurriendo, u ocurrirá. Que me hagan sentir cómplice de su historia. Y Beto (ya hablaremos de Bayly más adelante) logra todo esto largamente y con maestría. Es nuestro Fernando Vallejo cholo y atocinadito. Nuestro Capote en zapatillas. Nuestra mejor pluma, y no exagero.

Nos citamos en la cafetería San Antonio de 28 de Julio, en Miraflores. Beto se había adelantado, y atendía una llamada cuando llegué. Estaba sentado en una de las mesas de afuera, quizás advertido de que yo iba a prender un puro para disfrutar mejor del café. El camarero retiraba en ese preciso instante un café cortado de la mesa. Beto aprovechó para pedirse un capuchino y yo me pedí un espresso. En los preámbulos a la entrevista comentamos el último e impecable libro de Gustavo Gorriti, y tratamos de adivinar quién es el periodista que aparece en las primeras páginas camuflado bajo el apellido de Blomberg. Debe ser Pablo Grimberg, adivina Beto.

Me inquieta un poco la bulla alrededor porque, pienso, a la hora de desgrabar la cosa se puede tornar un tanto difícil. No importa. Me arriesgo a quedarnos ahí y conversar en medio de ruidos de motores, de sirenas que aúllan, de motocicletas pedorras, con perdón, huérfanas de tubos de escape. Luego tenemos una breve discusión a propósito de los roles que jugamos él y yo, en la sombra, en aquella famosa portada de Caretas, de autoría de Cecilia Valenzuela, en la que se publica por primera vez una foto reciente de Vladimiro Montesinos –un fantasma hasta ese momento, un invento de la oposición, según algunos- en la clausura del colegio Hiram Bingham, dato vital que nos proporciona un amigo que trabajaba entonces en Expreso, y luego decidimos jugárselo a la Chichi para que lo ampaye y lo retrate. Maldita sea. No ha pasado mucho tiempo de ello y ya hay detalles que no recordamos bien. En fin. Es hora de comenzar con la entrevista y cazar al aire esas frases que de cuando en cuando lanza Beto, que parecen sacadas de una galletita china de la suerte.

Sobre el poder y la prensa
-¿Dónde reside el auténtico poder: en el dinero, en la política, en la Iglesia, en las fuerzas armadas, en los medios de comunicación...?
-En el dinero.
-¿Qué te gusta de la política y qué aborreces de ella?
-Me gusta la polémica de ideas, los debates inteligentes -que cada vez se ven menos-, como los que protagonizaban Ulloa y Alan García. Aborrezco de ella el hecho que se haya convertido en una “manera de vivir bien” en el Perú.
-¿Cómo debe plantearse la relación entre prensa y poder?
-Soy enemigo de las amistades entre políticos y periodistas. Me parece deleznable, por ejemplo, que un periodista invite a un presidente o a un político importante a su cumpleaños.
-¿Y tú has ido al cumpleaños de algún político?
-No.
-Pero eso porque no te han invitado...
-(Se ríe) No les intereso para nada, felizmente...
-¿Qué político te parece nefasto?
-Fernando Olivera. Me parece el non plus ultra de la corrupción, de la política convertida en lumpenería. Me parece un hampón. Es el ejemplo perfecto del político putrefacto.
-¿En qué cosas crees?
-En la libertad. Y en mí, a veces.
-¿Adhieres a alguna ideología, pensamiento político y/o religión?
-No.
-¿Existen temas que no deberían tocarse nunca?
-Pensando como periodista televisivo, creo que hay imágenes que no deberían mostrarse. Recuerdo, por ejemplo, la manera como César Hildebrandt exhibió el cadáver apedreado de Bárbara D´Achille en el año 89... Eso es lo que un periodista no debería mostrar nunca.
-¿Son válidas las razones de Estado para silenciar una información?
-No.
-¿Ni siquiera en caso de guerra?-Ni siquiera.
-¿Contra quién o contra qué no se debería pronunciar uno?
-No creo en los tabúes.
-¿Estás considerando a tu abuelita?-Estoy incluyendo a mi mamá...
-¿El Estado debe poseer medios de comunicación?
-Sí. Para que el público conozca la opinión oficial.

Reportero y maestro de ceremonias
Los periodistas y escritores antes de ser periodistas y escritores venimos de vidas anteriores, de ilusiones previas, como la antropología, la psicología, y qué sé yo. Günter Grass, recién nos enteramos, venía de la SS. Y el Papa actual, de las juventudes hitlerianas. Para no citar a Bin Laden, que también ha escrito panegíricos ensangrentados e hizo sus pinitos en la CIA. Beto entró al periodismo televisivo y a la escritura, desde su faceta de historietista. Era cartonista. Eso lo hizo en el suplemento NO de la revista SÍ, en el año 89, luego de haber participado y ganado en un concurso de historietas organizado por Juan Acevedo, un maestro de los cómics, que, aun cuando ya no es tan joven que digamos, es de los que gustan a las suegras, todavía. Beto dibujaba, aunque usted no lo crea, y yo tampoco. Pero así fue. Ortiz, quien ya por entonces lucía yines rojos y descosidos, elaboraba fanzines existencialistas a los que les podaba las virtudes como si fueran bonsáis. Luego, Gonzalo Rojas, un periodista de olfato y obsesión de arponero, lo convocó para convertirse en guionista de la secuencia de humor de Esta Noche, que, como recuerda Beto, fue un efímero pero pundonoroso programita de canal 9 del que ya nadie se acuerda, salvo yo, claro, porque ese programita también fue mi primera vez en pantalla. Y la primera vez, ya saben, nunca se olvida.

Recuerdo que, el día que alcanzamos la máxima sintonía fue gracias a una nota que cubrió Beto sobre el concurso Miss Universo Gay, que celebraba entonces su segunda edición. Beto Ortiz fue vestido (¿o disfrazado?) como maestro de ceremonias. Con esmoquin y pajarita roja, para no desentonar. Todo un Coco Beleván de San Miguel, por así decirlo. El mismo Beto se encargó de convencer al travesti más horroroso y estrafalario del recinto para que fuera su Silvia Maccera, su dama de compañía en aquella noche memorable. Y si la memoria no me falla, que a veces lo hace, estoy casi seguro que éste (o ésta) fue Marisol Malpartida, siempre alejado de aquel estereotipo de hombre que nos quiso vender Clint Eastwood. Como sea. Lo cierto es que, este singular acontecimiento había sido descubierto el año anterior por las cámaras de canal 2, y Mónica Chang, jadeos de por medio, había ido a sollozar nuevamente a la entrada del local para que la dejaran entrar, para que le permitieran hacer unas tomas para su noticiero. Pero los organizadores del Miss Universo Gay no le permitieron ingresar porque Beto, pertrechado de su pajarita escarlata y un floro de vendedor de tupperware, había negociado la “exclusiva”. En consecuencia, Mónica Chang, picona y mordiendo el polvo de la derrota, reaccionó yendo a la comisaría más cercana para denunciar que se estaba produciendo una obscena reunión que atentaba contra la moral y las buenas costumbres, en tiempos en que las buenas costumbres y la moral significaban casi lo mismo que ahora, y la policía se apersonó, de pronto, en el término de la distancia, para allanar el lugar. Entró a la mala y disolvió el magnánimo suceso a las patadas. Pero la nota se hizo, y Beto logró las imágenes más fellinescas que recuerde uno en las pantallas peruanas. Y el camarógrafo, cuyo nombre Beto no recuerda pero yo sí, fue despedido por mojigato y negarse a trabajar nuevamente con el audaz Beto, quien nacía como reportero y maestro de ceremonias. Como el Billy the Kid de la televisión.

Sobre periodismo
-¿Qué es ser periodista?
-Para mí es vivir. Afortunadamente, o desgraciadamente, el periodismo termina convirtiéndose en tu estilo de vida. Lo sé ahora que he tenido un prolongado lapso de síndrome de abstinencia. Los periodistas vivimos de una manera diferente a la que vive la gente normal. Estamos necesitados de saber todo y de opinar acerca de todo.
-¿Por qué te hiciste periodista?
-Probablemente porque no pude cumplir con la promesa y la esperanza familiar de que yo fuera abogado. Fue mi mejor pretexto para no ser abogado.
-¿Qué caracteriza tu estilo periodístico?
-Creo que el estilo es algo que se logra con el tiempo, pero trato de enarbolar el escepticismo como bandera.
-¿Qué cualidad innata debe tener un periodista?
-Tenacidad.
-¿Hay facciones en el periodismo? ¿Hay tribus?
-Claro. Hay clubes. Como en todo. Lima es así. Lima es una ciudad de argollas.
-¿Cuáles son los temas que más te atrae abordar?
-Me gustan los temas más marginales. Me gusta hablar con la gente más invisible, en la que nadie se fija.
-¿Quiénes han sido tus referentes?
-He tenido la suerte de trabajar con algunos de los monstruos, y aprender todo lo bueno y lo malo de ellos. He trabajado con Enrique Zileri. He trabajado con Guillermo Thorndike. Para citar solamente a dos de los más gordos y feos. Creo que he aprendido hasta de Nicolás Lúcar... O de Umberto Jara, aunque no suene tan bien.
-¿Cuál es la enfermedad del periodista?
-La mermelada.
-¿Y cuál su principal defecto?
-La falta de rigor.
-¿Existe la neutralidad?
-No.
-¿Qué hace a un periodista independiente?
-Su amor propio.
-¿Haces concesiones a la línea editorial de la empresa periodística para la que trabajas?
-Detesto la pose de paladín, pero el caso Almeyda-Villanueva no lo pude dar a conocer en canal 2. Ese caso lo conocí cuando yo todavía estaba en ese canal y cuando las relaciones entre Ivcher y Toledo eran estupendas. Seguramente si lo daba a conocer después, cuando se pelean, no me hubieran sacado. Pero esas cosas nos han pasado a todos, y quedan simplemente como cicatrices de guerra.
-¿Te han censurado alguna vez?
-Sí, claro. Varias veces. Recuerdo, por ejemplo, cuando en Página Libre, un diario que dirigía Guillermo Thorndike –las malas lenguas decían que era de Alan García, y yo le creo a esas malas lenguas-, investigué un escándalo de abuso sexual en un albergue de menores. Yo había recibido una carta de un chico que vivía en el albergue Santa María. Fui a investigar con Jaime Rázuri, e hicimos una investigación muy paciente en la que descubrimos, con fiscal de por medio, que eso era una especie de carnicería infantil. Cuando terminé la investigación, dejé la nota para su publicación en el suplemento dominical. Pero Guillermo Thorndike recibió una llamada de su amigo el penalista José Santos Chichizola, quien le dijo que la gente de este albergue eran clientes suyos y que por favor no los joda. Y la investigación no salió. Y yo renuncié a Página Libre.

-¿Te han echado de algún medio?
-Sí. Al final o te echan o te hacen la vida imposible, que es lo mismo que echarte.
-¿Has perdido amigos por culpa del periodismo?
-Sí, claro. Cantidades.

Un dependiente de la San Antonio de aspecto desganado y apesadumbrado, que arrastra unos zapatos gastados y negros como teléfonos antiguos, retira nuestros cafés, y aprovechamos para pedirle un par de capuchinos sin crema. Estas historias de cancelaciones narradas por Beto me hizo evocar aquella otra en la que nos echaron a ambos, de las instalaciones de canal 13, con matones armados y todo, monitoreados éstos, los hampones, por Julito Vera Abad y Grace Riggs, una de las secuaces con faldas de Vladimiro Montesinos.

“En una época en que las aguas del periodismo peruano están más movidas que nunca...”, decía Beto en la promo, y yo empalmaba con voz dramática: “En una época en que periodista es casi una mala palabra...”; y luego seguía el otro gordito que ahora es ministro de nosequé diciendo nosecuántas paparuladas más. Era la promoción de Enlace Global, Edición Especial, el último programa televisivo cancelado en los tiempos del Tío Vladi. Salíamos al aire, es un decir, por la señal de canal 13. Beto tenía como invitada en el estudio a una escotadísima Susan León, abanicada por gigantografías de Superman, Popeye, y otros cómics que colgaban frases de sus bocas, colocados ahí por el talentoso Alonso Núñez. Yo tenía preparada una entrevista picante con la fujimorista María Luisa Cuculiza, quien reaparecía luego de vomitarnos a los periodistas que éramos “unos desgraciados e infelices”, y el tercer chanchito del elenco iba a conversar con Carlos Boloña. El cuarto elemento, la fotógrafa Patricia Uehara, ataviada como geisha, nos acompañaba para parodiar a las reporteras palaciegas (Violeta Tenorio, Rosario Enciso, ¿se acuerdan?). Este servidor era el responsable de dar la bienvenida, hasta que, en el momento mismo de la cuenta regresiva que Hugo Coya, nuestro director, venía recitando en voz alta, mismo operario de Cabo Cañaveral, me atraganté con el “bienvenidos amigos a esta primera edición de Enlace Global”, que nunca salió de mi garganta porque treinta (¿o eran cuarenta?) cachiporreros premunidos de cadenas y pistolas tomaron el canal, y nos expulsaron con un “hasta la vista, baby”, de tufillo tipo Terminator, y chau. Finito. The end. Caput. La cara de Beto y la mía emulaban aquel mohín que puso Charlton Heston el día que se encontró en esa playa del futuro con lo que quedaba de la Estatua de la Libertad.

En el preciso instante que Beto me cuenta que está escribiendo un libro de no ficción para Planeta, que está desarrollando una campaña para promover la lectura, la que es auspiciada por un banco, que escribe para Perú21 cada vez que le provoca, y que viene preparando un programa televisivo para canal 5, el psicoanalista Max Hernández, como si estuviera abrigado contra la hipotermia en pleno verano, nos interrumpe, se sienta en la mesa del costado, y nos dice algo así como que nunca hay que darle la espalda a los periodistas. Nos reímos por compromiso de su chiste. Se voltea, nos da la espalda igual, nos volvemos a acomodar, llamamos nuevamente al mozo, y comentamos entre nosotros que el buen Max está ya un poco maleteado, trajinado y arrugado por el paso de los años. ¿Qué avejentado está, no? Hombre, lo he visto viejísimo. No lo reconocí. Ni yo. Y así. Uno de los problemas del Perú es que aquí no se respeta ni la biografía de Miguel Grau. Seguimos.

-¿Qué es más orgásmico: escribir o hacer televisión?
-Hacer televisión.
-¿Es verdad que la primera vez que te viste en televisión fue como tu primer polvo exhibicionista?
-(Se ríe con ganas y me lo vuelve a negar). No, eso no es verdad.
-Si en el Perú poca gente lee columnas, ¿para qué escribe un columnista?
-Para los amigos.-¿Uno escribe para que lo quieran?
-No. Por lo menos, no yo. Esa es una paparruchada del viejo Bryce.
-¿Qué tiene la tele que hace que uno se transforme, y se vuelva una especie de divo?
-No sé si de divo, pero sí te saca el demonio, el diablo que tenemos dentro, lo peor de uno.
-¿Los broadcasters vernáculos son fiables?
-No tanto, ¿no? (y se despacha con una risa que lo desmondonga).
-Te endoso una pregunta que se hace uno de tus personajes literarios: ¿En qué momento te jodió el Perú?
-Echarle la culpa al Perú es una excusa manida. Pero la maledicencia típicamente limeña, cuando ésta se presenta en dosis grandes, tipo tsunami, puede ser letal.
-¿Por qué el político está enemistado con el sentido del humor?
-Todos los políticos terminan siendo risibles a su pesar.

Hace unos diez años, y hasta más, Lima era una ciudad diferente. Era fujimorista, y no aprista -o alanista, que es casi lo mismo-, como lo es hoy. Uno llamaba a un taxi, y el taxista era fujimorista. Uno salía a la esquina por una gaseosa, y el chino de la bodega era fujimorista. Uno conversaba con el portero del edificio, y el portero era fujimorista. Uno volvía a la casa, iba a una reunión familiar, y en la familia de uno había fujimoristas. Uno prendía la televisión, y la televisión era fujimorista. Uno escuchaba la radio, y por el oído se te metían los fujimoristas. Así se vivía entonces en el Perú. En minoría. Y ya en esa época, Beto era eso. Parte de esa minoría. Según una encuesta de la Asociación Civil Calandria, Beto fue considerado uno de los periodistas más críticos del fujimorismo, junto a un puñado de coleguitas que resistían como los galos inventados por Uderzo y Goscinny. Pero la prueba de fuego de este periodista vino luego, años después de la huída de Fujimori al Japón, con el gobierno supuestamente democrático de Alejandro Toledo, cuando corrió una suerte similar a la que le tocó padecer a Álvaro Vargas Llosa. Beto jamás le dijo a Toledo que era alto, guapo, listo y que era un gran estadista. No. Tampoco le rió las gracias al poder toledista. Por el contrario. Se dedicó a morder orejas y a repartir ganchos a la mandíbula en plan Mike Tyson, arriesgando más por lo que le dictaban los huevos que por lo que le aconsejaba el cerebro, metiéndose así a la aventura como quien entra en un ascensor equivocado. Beto Ortiz, periodista de raza, a propósito de una denuncia que comprometía al principal asesor del presidente de la República, fue acosado al punto que tuvo que salir chutando, hacia los Estados Unidos, país que le concedió el asilo político. Porque el uso del Poder Judicial como verduguillo en el caso Ortiz, era clamoroso, asqueroso, rastrero. Hasta que también partió Toledo, y recién entonces pudo regresar con paso de procesión.

Sobre temas capitales
-¿El off the record es inviolable?
-No. No siempre. Creo que depende. Hay que merecerlo. Si Martha Chávez, en los años 99 o 2000, me decía algo off the record, te garantizo que lo hubiera puesto en los titulares del programa.
-¿Es válido pagar por conseguir información?
-Sí, claro. Siempre y cuando quede claro que estás comprando un casete o un documento, y no estás sobornando a alguien.
-¿Qué opinión tienes de las cámaras ocultas?
-Creo que ya se han desprestigiado por completo. Ahora hasta Laura Bozzo las usa. Cuando se abusa de un recurso éste termina perdiendo validez.
-¿Propalarías información que hiciese caer al Presidente de la República?
-Bueno, lo intenté y fracasé (se ríe con ganas). Me salió bastante caro el intento (y termina de soltar el último conchito de risas que le quedaba)... y no sé si lo intentaría de nuevo.
-¿Difundirías una primicia que propicie la quiebra de un banco?
-Feliz de la vida.
-¿La prensa es el cuarto poder?
-No, porque sólo hay un poder...-¿...te refieres al poder político?
-Al político y económico, que al final viene a ser lo mismo.
-¿Cuál es la misión primordial de la prensa?
-Tratar de mostrar lo que nadie ve. Tratar de tener mil ojos y mil oídos en todos lados.
-Eso último suena a consigna senderista...
-Sí, suena a eso...
-El oficio periodístico, que lleva inevitablemente a una vida desordenada, ¿te ha arrastrado a otros vicios?
-No. Los vicios son independientes del periodismo, en mi caso.
-¿Estás de acuerdo con los tribunales o consejos de ética para periodistas?
-No. ¿Quién tiene cara para integrar ese consejo? Yo creo que nadie.
-¿Cómo enfrentar las presiones?
-Una manera de vacunarte contra eso es, quizá, trabajar en más de un medio...
-¿...y lo que no puedes decir en un sitio lo dices en el otro?
-Claro. Algunos periodistas hacen eso. Augusto Álvarez Rodrich, por ejemplo.
-¿Es importante el humor?
-Sí. Porque te obliga a pensar. Es una manera de desactivar el mecanismo del miedo. Todo lo que te da miedo termina desacralizado con el humor.

Batman y el baticlóset
Más motivado por la prosa que por la prisa, Beto Ortiz se toma su tiempo para escribir, todo el que necesite, tres, cuatro, seis horas. Qué sé yo. Porque Beto es un periodista literario. De los que va directo a la cosa sin perder un ápice de calidad estilística. De los que en cada frase fusila a alguien o algo con precisión de francotirador entrenado. Así es como pergueña sus inigualables columnas, ésas en las que más importante es cómo dice las cosas que las cosas que dice.

Beto nació en Lima, en 1968. Es soltero. No tiene hijos. Ni siquiera adoptivos. Monta bicicleta, sin casco (como todo lo que hace en la vida), y solamente se aparece por el gimnasio en sus temporadas televisivas. Se levanta a las ocho y se acuesta como a la una, o a las dos de la madrugada. Por ahí. Habría sido humorista gráfico de no haber caído en las redes del periodismo. Nunca está contento con nada. Nunca. Siempre está insatisfecho con todo. Siempre. Es flojo. Le hubiese encantado componer, tener talento para la música, pero no lo tiene. Jamás volvería a poner una discoteca en Iquitos. Está leyendo al portugués Fernando Pessoa. Su héroe de ficción es Batman. Pero, ojo, no el Batman sicodélico y barrigón que protagonizaba Adam West. Sino el Batman tenebroso y sombrío, de talante atormentado, de doble personalidad. Le gusta, por lo demás, su perfil gay, de aquel que aún se mantiene en el clóset. Le alegra lograr que otros se rían. Le teme a la traición.

Sobre el Perú
-¿Qué mal aqueja al Perú?
-La ignorancia
-¿Crees entender este país?
-Nooo.
-¿Qué cosas te enfurecen del Perú?
-La desigualdad, la injusticia, lo que significa que todavía no estoy tan viejo.
-¿Qué te divierte de él?
-El ingenio chicha me divierte muchísimo.
-¿Qué te entristece?
-Ver como los peruanos jóvenes no saben qué hacer con su vida.
-¿Qué cosa no tiene arreglo?
-Todo tiene arreglo. Llámame Belmont, si quieres.
-¿Cuál ha sido el peor presidente que hemos tenido en los últimos 30 años?
-Toledo.
-¿Y cuál el que más daño le hizo a la libertad de prensa en el mismo lapso?
-Fujimori.

Para concluir
-¿Qué personaje te haría cambiar de acera?
-Olivera.
-¿Te arrepientes de algo?
-No. Ni siquiera de mis errores más catastróficos.
-¿A qué periodista te hubiese gustado conocer?
-A Alfonso Tealdo y Ventura García Calderón.
-¿A qué periodistas peruanos admiras y respetas?
-A muchos. Pero yo soy propenso a admirar las buenas plumas. Jaime Bedoya. Eloy Jáuregui. Rafo León. Óscar Malca.
-Una frase malévola dice: “No existen amigos periodistas, sólo periodistas”. ¿Se aplica a ti?
-Yo sí creo que existen amigos periodistas. Aunque algo de eso me ha pasado. De ida y de vuelta.
-¿Algún trabajo periodístico del cual te sientes particularmente satisfecho?
-Muchos. Me siento muy orgulloso, por ejemplo, de haber logrado que Eduardo Esidio regrese al Perú a jugar fútbol y se convierta en el goleador de la temporada, luego de que Alfredo Gonzáles le botó como a un perro. También recuerdo con particular aprecio la entrevista que le hice a Mario Vargas Llosa en la campaña del 2000, que estudié y preparé como si fuese mi examen de admisión, porque me moría de miedo de hacer un papelón.

Sobre periodistas
-¿Raúl Vargas? Una revelación. Jamás pensé que pudiera convertirse en la estrella de la radio. ¿César Hildebrandt? Un icono. ¿Augusto Álvarez Rodrich? Una gran persona y el periodista más exitoso. ¿Aldo Mariátegui? Me cae mal, pero no lo conozco. Eso habla a su favor. ¿Juan Carlos Tafur? Una incógnita. ¿Enrique Zileri? No he conocido director que grite como él. ¿Mirko Lauer? Me aburre. ¿Rosa María Palacios? Otra revelación. ¿Cecilia Valenzuela? Gran reportera. ¿Jaime de Althaus? El mejor vestido. ¿Jaime Bayly? El mejor entrevistador del Perú. ¿José María Salcedo? Me gustaba más en prensa escrita. ¿Jaime Bedoya? Uno de mis cuatro cronistas favoritos. ¿Fernando Rospigliosi? Muy político. ¿Álvaro Vargas Llosa? El analista más trabajador y político de todos. ¿Gustavo Gorriti? Uno de los mejores investigadores. ¿Fernando Vivas? Un cineasta frustrado. ¿Nicolás Lúcar? El mejor vendedor de cebo de culebra. ¿Rafo León? Me quedo con su trabajo de humorista. ¿Federico Salazar? Un showman. ¿Fernando Ampuero? Un dandi. ¿Carlos Espá? Me aburre, como Lauer. ¿Nicolás Yerovi? No me hace reír, pero él se ríe. Miraflores, 4 de enero del 2007

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