jueves, 8 de octubre de 2009

El Mago: Vida y Milagros de Paulo Coelho

¿Pueden haberse equivocado cien millones de personas?
Escrito por Dana Goodyear/ Traducido por Jorge Cornejo Calle
Etiqueta Negra- edición n° 53


Paulo Coelho escribió El alquimista en dos semanas, en 1987. Es una historia que aparece en Las mil y una noches, en El masnavi de Rumi, y que fue luego adaptada por Jorge Luis Borges –esta última fue la versión que Coelho, quien es brasileño, leyó primero–. Trata sobre un hombre al que se revela en sueños que debe abandonar su hogar para ir en busca de un tesoro y que, al llegar a su destino, descubre que el tesoro en realidad se encuentra enterrado en su tierra natal. En la narración de Coelho, el protagonista es un niño pastor andaluz (Coelho afirma que él mismo es aquel niño) que, mientras duerme junto con su rebaño en una iglesia abandonada sueña que encuentra una fortuna enterrada en las Pirámides, en Egipto. El niño vende su rebaño y compra un boleto para Tánger, y en el desierto conoce a un alquimista, quien le enseña que «donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón». Cuando el niño llega a las Pirámides y empieza a cavar, una banda de ladrones lo ataca, aun mientras éste les explica que está buscando el oro que se le reveló en un sueño. Los ladrones abandonan al niño dándolo por muerto y su líder, como insulto final, le cuenta que él también tiene un sueño recurrente sobre un tesoro enterrado –el suyo se encuentra en una iglesia abandonada en España–, pero que no es tan estúpido como para creer en esas cosas. Rebosante de alegría, el niño regresa a la iglesia de su tierra natal, donde desentierra un cofre lleno de monedas de oro. El alquimista ha sido traducido a sesenta y cuatro idiomas y ha vendido más de veinte millones de copias. Una versión cinematográfica, que debe entrar en producción el año próximo, tendrá como protagonista a Laurence Fishburne en el papel del alquimista. Además, Fishburne escribió el guión y dirigirá la película.

Los libros de Coelho incluyen ocho novelas, dos libros de memorias, varias recopilaciones de textos breves, un volumen de citas y Manual del guerrero de la luz, un libro de perogrulladas. En conjunto han vendido casi cien millones de ejemplares. Botones de hotel, meseras y policías reconocen su rostro; luego del escándalo de Mónica Lewinsky, el presidente Clinton fue fotografiado llevando una copia de El alquimista. En sus textos, Coelho, quien es católico –aunque afirma que no es de los que van por ahí «besando la mano del papa»–, se presenta como investigador y como sabio, un híbrido entre Carlos Castaneda y Kahlil Gibran. Su cosmología, que incluye ángeles y demonios, símbolos, presagios y, para cada persona, un destino al que él llama «leyenda personal», promete que cualquier cosa que se busque –amor, dinero, inspiración– puede obtenerse con facilidad. Sucesos cotidianos, como el clima o las coincidencias, los ve como milagrosos. Muchos de sus libros comienzan con una oración a la Virgen María y un epígrafe del Evangelio de Lucas. Once minutos, una novela publicada en el 2003, sobre una prostituta brasileña radicada en Ginebra, es una excepción a lo anterior, por el hecho de que también incluye un «Himno a Isis» descubierto entre los manuscritos de Nag Hammadi. Santiago del Pozo, dueño de una compañía de márketing de Hollywood, quien se encuentra trabajando en una adaptación de Las valquirias, el libro de memorias de Coelho sobre los cuarenta días que pasó en el desierto de Mojave, y quien se describe a sí mismo como un «católico en rehabilitación», dice: «La belleza de su prosa se encuentra en la capacidad que tiene para dirigirse a católicos y a cristianos, pero también en que abre la puerta a un nuevo entendimiento sobre lo divino». Su talento especial parece ser su capacidad de dirigirse a todos a la vez. El tipo de espiritualidad que propugna está abierto a todos. Sus principios son dichos como: «Todas las cosas son una», «Cuando quieres realmente una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla» y «Lo extraordinario se encuentra en el camino de las personas comunes». Es un maestro indulgente –«No hay pecado alguno en ser feliz», escribe– y además tiene empatía. En sus memorias y en los prólogos de sus novelas, Coelho destaca sus propios defectos e imperfecciones, se perdona a sí mismo por ellos y, por extensión, perdona a sus lectores por los suyos.

Los argumentos de Coelho tienden a ser alegóricos, y sus lectores a menudo afirman ver sus propias vidas reflejadas en sus libros. Sus personajes, aunque nominalmente diversos –una eslovena suicida que se enamora en un hospital psiquiátrico (Verónika decide morir), una mesera huérfana de un pueblito de montaña europeo cuyos valores morales son puestos a prueba cuando un desconocido llega al pueblo (El Demonio y la señorita Prym)– son de cierta manera indeterminados; sus nacionalidades, meros adjetivos sin mayores consecuencias culturales; sus luchas, universales. Su prosa no tiene adornos y es de fácil lectura. «Su forma de escribir es como la música, es muy hermosa», declaró la actriz Julia Roberts en el 2001, en un documental para la televisión sobre el autor. Coelho escribe en portugués, y algunos críticos literarios de Brasil bromean entre sí diciendo que la traducción debe mejorar su prosa. «Escribe con un estilo no literario, con un mensaje que sólo confirma lo que nos dice el sentido común», dice Manuel da Costa Pinto, un columnista del diario Folha de São Paulo. «Entrega a sus lectores una receta para la felicidad».

Mário Mestri, profesor de Historia de la Universidade de Passo Fundo y uno de los pocos críticos brasileños que no rechaza de manera automática a Coelho, ha escrito, «A pesar de pertenecer a géneros distintos, las narraciones y los libros de autoayuda de Coelho tienen un mismo efecto fundamental: anestesiar las conciencias alienadas mediante la consoladora reafirmación de convenciones y prejuicios vigentes. Fascinado por sus descubrimientos, el lector coelhista explora lo conocido, derriba puertas que ya estaban abiertas, y se ve envuelto en visiones sentimentales, tranquilizadoras, egocéntricas, conformistas y fascinantes del mundo que lo aprisiona. Cuando termina de leer un libro, quiere otro que sea diferente pero exactamente igual». Mestri se refiere a la obra de Coelho como «narrativa esotérica yuppie». Y como para probar lo dicho, este invierno (boreal) Starbucks distribuyó cinco millones de vasos de tamaño «venti» impresos con una cita de Coelho: «Recuerda tus sueños y lucha por ellos. Debes saber lo que quieres de la vida. Sólo una cosa puede hacer imposibles tus sueños: el miedo al fracaso. Nunca olvides tu Leyenda Personal. Nunca olvides tus sueños…».
* * *
Coelho tiene casi sesenta años. Su nombre, que lleva una suite del Hotel Ambasciatori de Roma y una bebida de chocolate caliente del hotel Le Bristol de París, se pronuncia Co-el-lio. Es un hombre bajo y macizo, con el aspecto seguro y curtido de alguien que vive la vida al aire libre, y viste botas vaqueras de color negro, pantalones jean negros y camisetas de manga corta también negras. En las noches, agrega a su atuendo una chaqueta de casimir negra con una cinta roja sujeta a la solapa, la cual indica que es un caballero de la Legión de Honor francesa. Tiene cabello cano y lo lleva muy corto, excepto por una pequeña cola de caballo que le sale de la parte posterior de la cabeza. En el antebrazo izquierdo tiene un rudimentario tatuaje de una mariposa azul, que él y su esposa –Christina Oiticica, pintora, quien lo diseñó y tiene uno igual– llevan desde 1980, como si fuera un «anillo de matrimonio». Christina, afirma, es su última esposa (ha tenido otras tres antes). Coelho es supersticioso –no permite que haya trece personas a la mesa en una cena– y evita usar la palabra «último» en cualquier otro contexto, pues le parece malsana. Su reloj es nuevo. Lo recibió hace unas semanas de la International Watch Company, que le encargó escribir siete relatos cortos, uno sobre cada modelo que produce la compañía. Cobró sus honorarios en forma de una donación para el Instituto Paulo Coelho, una fundación que ayuda a niños que viven en la favela Pavão-Pavãozinho, en Río de Janeiro. El encargo le tomó una semana.

Una noche de marzo, Coelho está en París, donde hace tres años compró un departamento en un edificio de 1925, en el barrio XVI. El departamento está poco amoblado, pero de manera exquisita, como si una persona de gustos rococó estuviera en proceso de mudanza: sillones de cuero blanco, almohadas decoradas con diseños de rosas en flor, cortinas de seda anaranjadas, un espejo antiguo. En un vaisselier[1] de la cocina se puede ver algunas solitarias botellas de licores finos. Coelho y Christina no tienen hijos; su sobrina de veinticinco años, Paula, quien trabaja como su asistente, vive con ellos. Coelho también es dueño de un molino transformado en vivienda, en los Pirineos franceses, y de un departamento en la playa de Copacabana, en Río de Janeiro. Vive varios meses del año en cada lugar, y el resto de su tiempo lo pasa viajando. Por la mañana, debe partir en un viaje de una semana a Italia, para promover su más reciente novela, La bruja de Portobello, mientras Christina y Paula pasan unos días en el sur de Francia.

Coelho se sienta en un escritorio con tablero de vidrio y empieza a revisar sus mensajes de correo electrónico en la computadora, en una oficina con repisas casi vacías, excepto por algunos libros sobre Irak y una gastada baraja de tarjetas con imágenes de santos que preside San Dimas, santo patrón de los ladrones. En su página web, que ofrece amplio espacio para comentarios y conversación, Coelho mantiene una relación excepcionalmente cálida con sus lectores. El sitio funciona como una habitación de chat de la Nueva Era, donde los lectores intercambian ideas sobre la oración («¡Soy musulmán, pero no la practico! [...]. ¡Creo en Dios, pero con la globalización es difícil aferrarse a principios religiosos!») y el camino espiritual («¿Ha leído alguien El secreto?»).

Dos semanas antes, Coelho estuvo leyendo una sección de su página web dedicada a «milagros cotidianos», y eso lo llevó a publicar un anuncio personal, invitando a los primeros diez lectores que le respondieran a que lo acompañaran en una fiesta que daría en España el 19 de marzo, en celebración de las festividades de San José. «Somos guerreros de la luz y creemos en los sueños, los milagros y las señales», escribió, explicando por qué quería conocerlos. «Al día siguiente, me habían llegado un centenar de pedidos. Tenía solicitudes provenientes de Japón, de Cataluña, de América del Sur, de América del Norte, de Europa. Se van a sentir intimidados. La gente espera hasta seis horas para que les firme un libro». Se siente culpable por los lectores que vienen desde lejos –tendrán que pagar por su propio transporte y alojamiento, y sólo estarán unas horas con él–, pero está determinado a honrar su promesa.

La ilusión que tienen los lectores de que Coelho hable directamente con ellos y sobre ellos se ve reforzada por el hecho de que él a menudo se ha inspirado en sus vidas para escribir su ficción. El personaje central de La bruja de Portobello es una gitana rumana adoptada de niña por cristianos libaneses y que vive en Londres, quien descubre poderes sobrenaturales a través de la danza. Athena, el nombre que adopta el personaje, fue inspirada por un encuentro que Coelho tuvo con una aeromoza rumana que asistió a una charla suya en Viena hace varios años. La aeromoza luego cenó con él, y más adelante lo acompañó en un viaje que hizo a través de Rumania. La prostituta de Once minutos también tiene una homóloga entre sus lectores: una prostituta que asistió a una firma de libros en Ginebra y que luego lo llevó a conocer la Rue de Berne, en la zona roja. Coelho se inspiró en las experiencias de esta mujer, así como en las de otra prostituta especializada en sadomasoquismo, para escribir el libro.

Sentado en la sala, Coelho enciende un cigarrillo y menciona otro encuentro que dio origen a una novela. «En el 2002, Christina y yo ya éramos ricos, como usted podrá imaginar. Pero se nos ocurrió que debíamos intentar vivir sólo con lo esencial –algo de ropa, una computadora portátil para mí–. Nos mudamos a un hotel de dos estrellas en los Pirineos. Christina Lamb vino a entrevistarme a ese lugar». Lamb, una periodista del Sunday Times de Londres, se reunió con Coelho en agosto del 2003. Ella acababa de regresar de Irak y, durante la entrevista, y en algunos mensajes de correo electrónico posteriores, ella le contó algunas anécdotas del campo de batalla. Un año después, Lamb recibió un mensaje de correo electrónico de Coelho que contenía un primer borrador de El zahir, una novela acerca de un hombre que realiza un viaje de autodescubrimiento luego de que su esposa, una corresponsal de guerra, lo abandonara y partiera con rumbo desconocido. El mensaje incluía una nota en la que Coelho le decía que había dado forma al personaje femenino basándose en ella. «Me sentí sorprendida y algo desconcertada, puesto que no nos habíamos vuelto a ver desde aquella primera vez en Francia», me comentó Lamb. La prensa empezó a especular sobre la identidad de esta musa –una actriz italiana, una diseñadora de modas rusa, una ex reina de belleza chilena– hasta que un diario portugués reveló que se trataba de Lamb.

«Más adelante compré el moulin, el molino de agua», dice Coelho. «Pero durante dos años decidimos vivir en ese hotel de dos estrellas. Fue una época mágica». Paula y Christina entran en la habitación acompañadas por un amigo de Coelho, un chamán de la selva amazónica que se encuentra de visita. «¡Siéntense, siéntense!», ordena Coelho. Ellos lo hacen. El chamán lleva colgado en el cuello un amuleto en forma de ojo sujeto por una tira de cuero. Ha venido para la fiesta de San José trayendo consigo un suministro de ayahuasca de la selva tropical. Coelho dejó de usar drogas hace veinticinco años, pero alienta a los presentes a que prueben el ayahuasca.

«¿Qué es esto?», dice Coelho al notar de pronto que sobre la mesita de café hay un paquete de DHL dirigido a él. «Voy a transmitirle buenas vibraciones». Con los ojos abiertos y vidriosos, murmura algo y se toca la barbilla con el dedo índice. «Sudáfrica», dice, finalmente, mientras abre el paquete con una navaja. En su interior hay diez ejemplares de El alquimista traducido al xhosa, y un pedido de que dedique copias para Nelson Mandela, Winnie Madikizela-Mandela, Thabo Mvuyelwa Mbeki, Desmond Tuto y varios otros. Abre luego otro paquete, que contiene el guión de una telenovela brasileña, Eterna magia, en la que ha aceptado interpretar a la reencarnación del dios celta Dagda. «¡Actor!», dice el chamán con una gran sonrisa, y Coelho se sonroja.

Coelho dice que en Milán, su primera parada en Italia, va a conocer a una lectora de una remota aldea en el norte de Suecia –se refiere a ella como «la sueca»–, con quien ha intercambiado correspondencia durante varias semanas. «Hace un mes entré a mi buzón de correo público», dice. «Encontré un mensaje titulado “33 grados bajo cero, sola y enferma”, y pensé: “¡Qué título! Voy a leer este mensaje”. Descubrí que es una mujer. Tiene treinta y un años. Padece una enfermedad incurable, algo en los pulmones. Me preguntó si podía conocerme. Le dije: “¿Y por qué no? Voy a ir a Italia, lleve consigo sus exámenes médicos, porque allí tengo una red de contactos”. Nos vamos a encontrar mañana. Vamos a llevarla a Roma».

–Oh là là –dice Christina.
–No es una desconocida –dice él–. Conoce mis libros, conoce mi alma.

La cena es servida en una larga mesa cubierta con pétalos de rosa blancos y decorada con candelabros de cristal y sujetadores de servilletas con forma de mariposa. Coelho empieza a hablar sobre su molino. «En mi pueblo viven doscientas personas», dice. «Ahora un autobús pasa por el lugar y dicen “Ésta es la casa de Paulo Coelho”. Un día llegó una chica –¡una mujer!– de Irlanda».

–Ah, Irlanda, maravilloso –dice el chamán.

«Entró de frente a mi terraza, donde me encontraba sentado tomando sol, y dijo: “He viajado hasta aquí desde Irlanda porque un satélite me ordenó venir y suicidarme frente a usted”. Llevaba una mochila. Pensé en John Lennon. Podía sacar un arma y matarme. Le dije: “De acuerdo, suicídese, pero primero tomemos una taza de café”. Luego ella se sentó y yo me puse de pie». Se pone de pie, para mostrar cómo lo hizo. «A partir de ese momento la tenía bajo control. Entré a la casa y regresé con café. Le dije: “Escúcheme. Tengo un método para morir sin dolor. Soy un mago. Lea El peregrino de Compostela”». Se trata del primer libro de Coelho, publicado en Brasil en 1987, un recuento de su recorrido de setecientos kilómetros por El Camino, la antigua ruta de los peregrinos católicos hacia Santiago de Compostela, en el noroeste de España. «“El Camino de Santiago está a cincuenta kilómetros de aquí. Salga de la casa, camine –le tomará tres días–, recorra el camino y, en tres meses, cuando haya terminado, tome el autobús de regreso hasta aquí y le enseñaré a morir sin dolor”. Me convertí en el satélite; empecé a aconsejarla. Le dije: “Tiene usted mi bendición, aquí está mi número telefónico. Llámeme cuando esté lista”. Me llamó. Dijo: “He cambiado de opinión”. Nunca más volvió».

–¿Qué sentiste? –pregunta el chamán.
«Miedo. Luego hice instalar una verja». Recorre con su dedo el borde de su copa de vino y le dice a Christina: «¿Te acuerdas de ella, vestida con pantalón corto, muy guapa?». Christina hace un gesto de asentimiento.

Todo queda en silencio por unos segundos, luego el chamán dice: «Las mujeres feas traen mala suerte».
* * *
Coelho nació en 1947, en Río de Janeiro. Su padre era ingeniero y quería que él también lo fuera; su madre era una católica devota, y Coelho estudió en una escuela jesuita. Aspiraba a convertirse en escritor; cuando no era más que un adolescente, empezó a pasar sus días en la playa junto a una pandilla de alborotadores, una especie de poeta entre los duros. Sus padres, creyendo que había enloquecido, lo enviaron a un hospital psiquiátrico, donde en el curso de tres estancias (huyó del lugar en dos ocasiones) recibió terapia de electroshock. En «Confesiones de un peregrino», una extensa entrevista realizada en 1998 por el periodista español Juan Arias, Coelho revela que, poco antes, había descubierto el informe médico de su ingreso al hospital. «Me sorprendió la banalidad de sus motivos. El informe médico decía que yo era irritable, que hostigaba a la gente, que empeoraba a un ritmo constante en la escuela, que mi madre pensaba que yo tenía problemas sexuales, que no había madurado lo suficiente para mi edad y que, cuando quería algo, intentaba obtenerlo por cualquier medio que fuera posible, lo que revelaba actitudes cada vez más radicales y extremistas». A fines de la década de 1960, Coelho se distanció de su familia, se convirtió en hippie, tomó una gran cantidad de drogas y fundó una revista subterránea de corta vida llamada 2001, que trataba sobre temas como los extraterrestres y Jung. Durante sus investigaciones para un artículo, descubrió la obra del ocultista inglés Aleister Crowley. Más tarde se hizo miembro de la Alternative Society [Sociedad Alternativa], una secta que defendía el uso de drogas y practicaba la magia negra, y buscó encarnar el principio de Crowley que dice: «Haz lo que quieras, será toda la ley». Conoció a un productor discográfico y cantante llamado Raúl Seixas y empezó a escribir canciones para él. También inició a Seixas en la Alternative Society y en las drogas.

En unos cuantos meses, Seixas se convirtió en una estrella, Coelho se hizo rico, y juntos empezaron a destinar dinero para formar una versión brasileña de la utopía que Crowley estableció en Cefalú[2] en la década de 1920. «Escribí “Gitâ”, y de pronto todo Brasil la cantaba», dice Coelho. «Es una canción sobre el momento en el “Bhagavad-Gita” cuando Arjuna le pregunta “¿Quién eres?” a Krishna». Roberto Menescal, un reconocido músico de bossa-nova[3] de la compañía Polygram, produjo las colaboraciones de Coelho y Seixas, recuerda que ambos usaban botas de combate y atuendos militares, llevaban el cabello largo y siempre usaban lentes oscuros. Cuando su himno de que, mientras trabajaba en la división de A&Rrock and roll «Sociedade Alternativa» se difundió y jóvenes de todo Brasil empezaron a cantarlo –«Haz lo que tú quieras / pues todo será ley, será ley / …Viva la Sociedad Alternativa / Viva la Sociedad Alternativa / El número 666 es Aleister Crowley»– la dictadura militar decidió que era subversiva y arrestó a Coelho. Fue liberado y casi de inmediato secuestrado por paramilitares, quienes lo acusaron de ser un guerrillero; lo mantuvieron en cautiverio durante una semana y, según contó Coelho a Arias, lo torturaron aplicándole electricidad en los genitales. Luego de ese hecho, Coelho abandonó la religión por varios años.

«No me arrepiento de mi experiencia con la magia negra, y, por supuesto, eso me otorga una especie de aura: es bueno para mi biografía», me comenta Coelho. Y sin embargo, el único libro que ha destruido en su vida fue uno sobre sus dos años en la secta. Christina le pidió que no lo publicara. «“Esto te va a causar un gran daño”, me dijo ella. “He recibido una señal de la Virgen”. Lo borré de la computadora y arrojé el disco duro en un basurero de Río de Janeiro. No me gusta quemar las cosas, por la energía negativa que producen».

Coelho tuvo varios empleos en la industria musical, escribió guiones para programas de tipo biográfico y novelas, y se dedicó a viajar. En 1982, él y Christina viajaron a Europa. Compraron un Mercedes-Benz por mil dólares a la Embajada de la India en Yugoslavia, y condujeron hasta Alemania. Fueron a Dachau, y Coelho, aterrado por las cosas que vio allí, tuvo la visión de un hombre parado frente a él. Dos meses más tarde, en Ámsterdam, creyó ver a la misma persona y se le acercó. Este hombre, un empresario judío a quien Coelho se refiere en sus obras como «J.» y «mi Maestro», lo introdujo en algo que él llama la Orden de R.A.M. (Regnus Agnus Mundi), una sociedad dedicada al estudio de los símbolos. La R.A.M. es una organización muy poco conocida –excepto por las alusiones que Coelho hace sobre ella– y su nombre en latín, curiosamente, tiene incorrecciones gramaticales, aunque él afirma que forma parte de la Iglesia Católica y tiene más de quinientos años de historia. (Mis esfuerzos para verificar su existencia fueron inútiles). Poco después de ese encuentro en Ámsterdam, Coelho se reunió con J. en Noruega, donde, en un ritual realizado junto a tres embarcaciones vikingas, J. le entregó un anillo de plata con forma de serpiente, que él aún lleva en el dedo anular de la mano izquierda.

Su encuentro con J. marcó el regreso de Coelho al catolicismo, pero no al de la variedad jesuita de su juventud sino, más bien, a una forma sincrética de su invención, con abundante espacio para la magia. Las valquirias contiene un atisbo, desde la perspectiva de Christina, sobre lo que es la vida con un aspirante a mago: «Había rituales, ejercicios, prácticas. Había largos viajes junto a J., sin fecha definida de retorno. Había largas reuniones con mujeres desconocidas, y con hombres a los que rodeaba un aura de sensualidad».

El peregrino de Compostela se inicia con una escena deliciosamente estrafalaria de una ceremonia realizada en la cima de una montaña en Brasil, en la que Coelho, acompañado por su maestro, su esposa y «un representante de la gran fraternidad compuesta por órdenes esotéricas de todo el mundo –fraternidad conocida como «La Tradición»– está a punto de convertirse en mago. Coelho describe cómo entierra su vieja espada –«que me fue de gran ayuda en cientos de operaciones mágicas»– y el Maestro coloca una nueva espada en el suelo. «Todos abrimos los brazos y el Maestro, invocando su poder, creó una extraña luz que nos rodeó». El Maestro nombra a Coelho, por el poder y el amor de R.A.M., Maestro y Caballero de la Orden, pero cuando Coelho intenta tomar la espada, su Maestro le pisa la mano. Al intentar tomar la espada en vez de rechazarla y esperar a que se la entreguen, ha mostrado que su corazón es impuro. El Maestro le encarga la misión de recorrer el Camino de Santiago; en el camino, le dice, Coelho encontrará su espada.

En el camino aparece Petrus, un guía que le enseña a Coelho una serie de ejercicios R.A.M. para aguzar su intuición, conjurar sus demonios personales e inspirar agape, o «el amor que consume». En las páginas finales del libro, Coelho descubre lo que él llama «el secreto de mi espada», y lo primero que hace es considerar la idea de cumplir con su ambición de infancia de convertirse en escritor. El año pasado, para celebrar el vigésimo aniversario de su peregrinaje, repitió la ruta en automóvil. «En la segunda parada, me dije: “¿Por qué no me reúno con mis lectores?”. Decidí organizar firmas de libros». Se detuvo en pueblitos por todo el norte de España, y luego siguió viajando. «Viajé durante tres meses, del suroeste de Francia a Vladivostok y luego a la Copa Mundial de Fútbol. Estas firmas de autógrafos fueron como un bombardeo incesante. No las planeé. Fue como Easy Rider [En busca de mi destino]».

En Milán, Coelho se encuentra con la sueca –ella tuvo que viajar durante siete horas hasta el aeropuerto de Estocolmo para luego tomar un vuelo a Milán– y la lleva a su hotel. Es muy alta y muy delgada, con cabello rubio que le llega hasta la altura de las costillas. «Relájese. ¡Relájese!», le dice, mientras hace arreglos con el portero para que le consiga una habitación en un hotel cercano que ella pueda pagar.

Esa noche, Coelho fuma un cigarrillo fuera del hotel. Luce pensativo; la sueca parece estar mal –ella le habla de fiebres constantes y ataques severos de neumonía, pero no parece motivada para descubrir su causa–. Él teme que haya sido un error el invitarla. «Alguna gente no quiere que la ayuden», dice resignado. Luego cambia abruptamente de humor. «Tengo una idea loca. ¡Creo que voy a hacer una firma de libros aquí en Italia!». Se imagina cuál será la reacción de Elisabetta Sgarbi, su editora italiana. «Se pondrá histérica», dice jubiloso. «Me gusta darle desafíos». Una joven de la oficina de prensa de la editorial llega en un automóvil con chofer para llevar a Coelho a ser fotografiado con un grupo de autoridades locales en la municipalidad, como preámbulo de una cena en el departamento de Letizia Moratti, la alcaldesa de Milán, la cual ha sido organizada por el hermano de Sgarbi, Ministro de Cultura de la ciudad. «Creo que mañana publicaré en mi blog que me encuentro aquí en Milán y quiero conocer a mis lectores», dice luego de subir al automóvil. La joven de la oficina de prensa lo observa nerviosa.

Existe el riesgo de que, con tan poca anticipación, sólo asistan unas pocas personas –una situación potencialmente vergonzosa para la editorial–. Pero por lo general Coelho ha tenido el problema opuesto. En 1998, en Zagreb, tres o cuatro mil personas acudieron a pedir su autógrafo; un hombre sacó un arma y amenazó con usarla si se le negaba una firma. Cuando Coelho fue a Teherán, en el 2000, varios cientos de personas fueron a esperar la llegada de su avión en mitad de la noche. Arash Hejazi, editor de Caravan Books, la editorial oficial de Coelho en Irán –país en el que existen por lo menos veintisiete editoriales no autorizadas que publican sus obras–, señala que Coelho fue el primer escritor no musulmán en promocionar sus obras en aquel país desde la Revolución. Compara su bienvenida con la que se organizó para el equipo nacional de fútbol iraní cuando volvió al país luego de ganar el partido contra Australia que los clasificó a la Copa Mundial de Fútbol. Cinco mil personas acudieron a la firma de autógrafos, en una de las librerías más grandes de la ciudad, y Coelho se vio obligado a marcharse luego de apenas tres o cuatro libros, debido al peligro de que se produjera una estampida de gente. «Todo se salió de control», me escribió Hejazi en un mensaje de correo electrónico. «Cuando la gente vio a Paulo, corrieron hacia él, la librería fue prácticamente destruida y una mujer se desmayó por la presión de la gente». Coelho también es muy popular en el mundo árabe. Karim Khayat, quien publica a Coelho en África del Norte y el Medio Oriente, dice: «Su estilo se traduce con gran hermosura al árabe».

El automóvil se detiene en la Galleria Vittorio Emanuele II, una enorme galería comercial del siglo XIX que se encuentra junto a la municipalidad, y Coelho baja de él. Ha visto una librería Rizzoli. «Creo que voy a hacer la firma de autógrafos aquí», dice. «Entremos para echar un vistazo». Camina con paso ligero al interior y pide ver al administrador de turno. «Perfetto», dice cuando el atónito administrador acepta organizar el evento dos noches después. «¿Dónde están mis libros? Si no puedo ver mis libros, no haré ninguna firma de autógrafos». El administrador lo conduce hasta una zona de exhibición donde se encuentran destacados sus libros. Coelho toma la edición italiana de El peregrino de Compostela y la abre en una página al azar. «¿Alguna vez has estado enamorado?», lee en voz alta, mientras sigue la línea de texto con el dedo y echa una mirada significativa a su alrededor.

Más tarde, mientras se dirige caminando hacia el departamento de la alcaldesa, se cruza con dos mujeres en la calle. «¿Las ha oído?», me dice. «Decían, “Es él, es él”. Sí, soy yo. Voy a invitarlas». Regresa sobre sus pasos hasta la esquina, donde ellas se encuentran, e intenta explicarles sobre el evento de la librería Rizzoli. Ellas lucen confundidas pero contentas, y un traductor aparece en escena para aclarar la situación. Para entonces, Coelho ya ha proseguido su camino. Al final de esa noche, ha tomado una decisión: la sueca no los acompañará a Roma.
* * *
La noche siguiente a la de la firma de libros en Milán, hay otra en Roma. Es una calurosa y primaveral noche de viernes y Coelho está preocupado por cuánta gente asistirá. Se prepara para sufrir una decepción, pero, a pesar de su ansiedad, ordena a un publicista que le consiga dos rotuladores negros grandes para firmar. Cuando la tinta de los rotuladores se agota, los regala como si se tratara de uñas de guitarra.

El local de la librería es largo y estrecho, y se encuentra en una curva de la Via Veneto. Cientos de personas la repletan, y hay más gente aún en la calle. Cuando llega Coelho, exactamente a la hora indicada, la multitud, blandiendo cámaras fotográficas, teléfonos celulares y cámaras de video, aplaude. «Paciencia, eh», dice él, y provoca la risa general. A medida que avanza hasta el fondo del lugar, donde se ha instalado un escritorio, la gente le grita: «¡Paulo, Paulo, Paulo!». Los que se encuentran en la calle golpean los escaparates tratando de llamar su atención. Hay mujeres de cabello cano, hombres en terno, mujeres con pantalones anchos, padres con sus hijos adolescentes. «Maestro», le gritan, uno tras otro. Coelho mira a cada lector a los ojos, le da la mano, escribe su nombre con una caligrafía de trazo exuberante, en la página donde se encuentra el título, y posa para una fotografía. Muchos traen más de un libro; varios llevan fotografías de sí mismos con él en anteriores firmas de autógrafos. Una joven estadounidense –que parece estar en su primer año de universidad en el extranjero– le dice jadeando: «Mi meta es leer cada uno de sus libros en un idioma diferente. Hasta ahora he leído El alquimista en inglés, El zahir en español, y estoy leyendo Veronika en italiano».

Coelho se pone rojo por el calor, pero es obvio que lo está pasando bien. Al cabo de una hora, más o menos, un joven veinteañero se acerca y le muestra su tríceps izquierdo, donde se ha hecho tatuar una frase en portugués de uno de sus libros: «Todo lo que tenía que ocurrir, ocurrió, y nada ocurrió». Otro joven, su amigo, se acerca también y se levanta la manga de la camisa para mostrar que tiene el mismo tatuaje. «Esto es un milagro, ¿verdad?», dice Coelho mientras abraza al segundo joven, que llora en silencio. «Que Dios los bendiga». Ambos jóvenes permanecen durante un largo rato detrás de la vidriera, mirando a Coelho y tomando fotografías.

El escritorio pronto está cubierto por varios objetos de devoción: un ramillete de fresias, una botella de vino tinto y una vela de loto de una joven que le dice a Coelho: «La he usado una vez, ahora usted úsela una vez». (En Milán le entregaron manuscritos, una copia gastada del I Ching y una grulla de origami). Un hombre búlgaro de cabeza rapada le dice: «Gracias por escribir El alquimista. El nivel de sus mensajes se compara al de la Biblia».

Cuando sólo quedan unas cincuenta personas en la fila, Coelho se pone de pie y avanza hacia ellos. «Voy a firmar todos los libros. Tengan calma. Pero ahora me voy a acercar a ustedes», dice, y desaparece en medio de sus abrazos.
* * *
Siempre que Coelho viaja, incluso si es en automóvil, reza una oración para conocer a gente interesante –«gente que me protegerá, que me ayudará en mi trabajo»–. En la pista de despegue en Roma, antes de volar a Pamplona, el aeropuerto más cercano a Puente de la Reina, donde se celebrará la fiesta de San José, Coelho dice, «El brujo más famoso de El Camino, Jesús Jato, ha viajado desde Villafranca del Bierzo, a seiscientos kilómetros de distancia». Jato tiene un refugio en El Camino, donde los peregrinos pueden pasar la noche gratis. «Llegó hoy. Es el clásico mago, brujo, llámelo como quiera». El avión empieza a avanzar, y de debajo de su camiseta negra Coelho saca una cadena repleta de medallones: San José, Santa Teresa, San Jorge, San Miguel. («Los Guerreros de la Luz, como llamo a estos ángeles luchadores», dice. «Odio las cruces. Odio el sacrificio»). Sostiene los medallones en el puño derecho y se lo lleva a la boca. Apunta con el dedo índice fuera de la ventanilla, hacia el cielo. Sus ojos adoptan una mirada ensimismada; sus labios tiemblan con un monólogo interior.

Sobre los Pirineos, cerca de Lourdes, Coelho mira por la ventanilla. «Hay una montaña sin nieve, es algo que considero sagrado desde mi segundo peregrinaje, el Camino de Roma», dice. «El Camino de Roma tiene que ver con el lado femenino. El Camino de Santiago es masculino –tiene que ver con lógica, disciplina–. Para el Camino de Roma uno debe pasar setenta días en un lugar –cualquier lugar– y yo elegí éste. Eso fue en el 89. Al comienzo, el peregrinaje parece una idea estúpida. Pero cuando uno se acostumbra, le toma cariño. Cuando llegué a Compostela, al final del Camino de Santiago, pensé: ¿Qué voy a hacer con mi vida? Fue entonces que tomé la decisión de quemar mis naves y convertirme en escritor».

Cuando Coelho aterriza en Pamplona, Christina y Paula lo están esperando. Conduce hasta Puente de la Reina, donde convergen rutas de peregrinación de toda Europa. En El peregrino de Compostela, él describe su llegada al pueblo y su encuentro con «la estatua de un peregrino con atuendo medieval: gorro de tres puntas, capa, conchas de vieira y en la mano un cayado de pastor y una vasija de calabaza: un homenaje a la jornada épica, ahora casi olvidada, que Petrus y yo estábamos reviviendo». Mientras maneja, se pierde, y para orientarse tiene que emplear el sistema de posicionamiento geográfico (GPS) del automóvil.

La tarde siguiente, en un pequeño hotel donde se han alojado varios de los invitados a la fiesta, el propietario da la bienvenida a Coelho. «Sus libros son muy buenos para mí y mi negocio», le dice. «¡Así como Hemingway lo fue para San Fermín, usted lo es para la peregrinación!». «Me hace muy feliz escuchar esta comparación con Hemingway», dice Coelho. Más temprano dijo: «Cuando hice la peregrinación, tenían cuatrocientos peregrinos al año. Ahora son cuatrocientos al día».

Para la noche de la fiesta, que se celebra en un elegante hotel llamado El Peregrino, los diez lectores invitados por Coelho ya han llegado. Entre ellos están Marie, una veterana de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y en la actualidad contratista civil en la base estadounidense de Qatar; Chieko, quien a los treinta años acaba de hacer su primer viaje sola, un vuelo con escalas de veinticuatro horas desde Osaka; y Alex, una mujer de treinta y un años de Staffordshire. «Probablemente necesito terapia, pero en lugar de eso leo sus libros», dice Alex. Atribuye a Coelho el éxito de su negocio de fabricación de tutús. «Él me dio el valor de creer en mí misma. Nunca hubiera tenido la confianza suficiente para hacerlo. Él dice: “Los milagros ocurren”, y es cierto».

Coelho ha dormido todo el día en preparación para la fiesta y está de muy buen humor. Se sienta en una mesa con enormes candelabros a recibir a las personas y regalos, y a firmar libros. Afuera, la nieve cae en copos grandes y húmedos. «Miren la nieve», dice. «Sólo un mago podría crear esta nieve».

A las diez se sirve una abundante paella, y luego de la cena Jesús Jato, el brujo, se dirige al frente de la habitación y empieza a hacer preparativos sobre un antiguo y oxidado caldero de hierro sostenido por un trípode. Detrás de él hay medio kilo de azúcar, una taza de granos de café, una manzana granny smith y una jarra con grapa de 55 grados de alcohol. Está preparando una queimada: un ponche al que luego prenderá fuego mientras murmura unas plegarias por los allí reunidos y un hechizo para alejar a los malos espíritus. Jato tiene pocos dientes, manos anchas y cejas tupidas y canosas. Viste pantalones jean y una camisa de leñador.

Coelho hace sonar su vaso. «Ahora comienza el clásico ritual de la queimada», dice. «Jesús es una de las figuras emblemáticas del Camino de Santiago. Vamos a reunirnos a su alrededor y él va a hacer una especie de exorcismo. Lo único que ustedes deben decir es “¡Ooooooo!”». Justo en ese momento, un teléfono celular suena en el bolsillo de Jato, y éste lo contesta. «Es un brujo moderno», dice Coelho.

Jato enciende el caldero y pide a los invitados que digan ¡Ooooooo! Agrega el azúcar, y el olor a quemado llena la habitación. «¡Por toda la gente que no perdió el camino, sino que encontró uno nuevo!», dice.

¡Ooooooo!, dicen los invitados levantando los brazos.
Añade un puñado de granos de café.
–¡Por los peregrinos que dicen haber caminado cuarenta kilómetros y no es cierto!
¡Ooooooo!
Pela la manzana, y la cáscara cae por error en el caldero.
–¡Por los peregrinos con heridas!
¡Ooooooo!
–¡Por los brujos!
¡Ooooooo!
–¡Por el peregrino Paulo Coelho!
¡Ooooooo!
Coelho dice:
–¡Por todos los peregrinos amigos de Paulo Coelho!
¡Ooooooo!

Jato levanta el cucharón envuelto por las llamas y deja que un chorro de alcohol reluciente, casi plateado, caiga en el caldero. Hace circular el cucharón entre los presentes. Coelho mete su dedo índice en el medio, lo mantiene levantado, brillante, durante un instante, y se lo mete a la boca.

– Publicado originalmente en The New Yorker.
[1] Vasar. En francés en el original [nota del traductor].
[2] Sicilia, Italia [nota del traductor].
[3] En inglés «Artists and Repertoire» [Artistas y Repertorio]. Es la división de un sello discográfico que se encarga de encontrar nuevos talentos musicales y de su promoción [nota del traductor].

1 comentario:

  1. brillante!!! necesito tiempo para leer todo con calma.

    una guerrera de la luz!!!

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