viernes, 15 de enero de 2010

Domingo de Ramos: Cómo construir un Subterráneo


03/11/2008

Extraído del blog Dorada Apokalypsis
Publicado en la revista del 22 de abril de 1996
Escribe MAYNOR FREYRE

Algo tiene que haber sufrido este poeta cuyos libros se titulan Arquitectura del espanto (Asalto al cielo, Lima 1988), Pastor de perros (Asalto al cielo/Colmillo Blanco Ed., Lima 1993) y Luna cerrada (Asalto al cielo Ed. Filadelfia, EEUU 1995). Y sobre quien Jorge Frisancho ha escrito Aproximación a Pastor de perros, una poética marginal, y César Ángeles le ha dedicado su opúsculo Un maldito en Lima, Perú. Estudio crítico sobre Pastor de perros, donde expresa que “en el libro el poeta da cuenta de la ‘marginalidad’; y aún aclara que siendo ésta voluntaria mejor denominarla ‘subterraneidad’. El matiz entre estos conceptos puede descifrarse como Marginal-Pasivo ante Subterráneo-Activo: ‘tener una opción’, ser subte implica una cultura, como buena parte de la juventud rockera de los 80s (y aún ahora hay tozuda resaca de esa ‘opción’) en Lima y hasta en otros espacios urbanos de América Latina”.

Bien. Para cerciorarnos de cómo nace un subte, nos hemos ido hasta San Juan de Miraflores, dándonos de arranque con que el tren metropolitano no es subterráneo, sino elevado…antes de llegar a la casa-tienda de Domingo de Ramos. Ah, y que viaja -por ahora- sin pasajeros (ni la larga sombra de Alan ni las asustadas caritas de los escolares que paseó Fujimori, aparecen tras sus ventanas).

Nos hemos encontrado en la puerta de entrada del hospital de esta ciudad de medio millón de habitantes -San Juan de Miraflores, por supuesto-, a donde llegó el chiquilín Domingo con apenas cinco añitos de edad. Venía desde la calurosa Ica, de Pueblo Nuevo, un caserío del distrito de Parcona donde apenas recuerda que “habían grandes chacras y el calor era infernal, por lo que atravesando un campo de viñas, me metía a una chacra a comer jugosas sandías, toditas tuyas a ras del suelo”.

Y como la idílica visión del campo no es siempre tal, y los chacareros también se divorcian -o separan-, de repente, sin saber leer ni escribir, se vio en Cañete, acercándose a la capital, con su padre y hermanos. Así mismo se hubiera quedado, -iletrado para toda su vida-, de no suceder que su madre en un arrebato de amor, en menos que canta un gallo y antes de transcurrido un año, lo rescata de la lampa, la azada y el surco.

No. Tampoco llega a Lima de arranque. A su padrastro, que trabajaba en el Ministerio de Salud, le dan primero una casa prefabricada de un solo ambiente en Ciudad de Dios, donde había que construir las divisiones respectivas para los distintos cuartos y un silo al fondo. El pequeño Domingo es matriculado por su madre en la escuela “Gastón Marín” al llegar a los seis años y la primera la hace en la 6070 de la zona A de San Juan de Miraflores. Su otro hermano que quedó en Cañeta jamás aprendió a escribir. Su hermana mayor sí fue al colegio. Su padre, al que no vería sino quince años después de casualidad, tuvo siete hijos más. Su madre apenas otros dos. Con ellos vive el poeta.

Pero no llega a cualquier lugar. Al mudarse a la casa que hoy ocupa; que, claro, era un terreno donde se fue edificando durante esos cuatro años, al frente “las dunas de arenas se cubrían de verde y amarillo terminando el invierno y en primavera todo se llenaba de colores, pues los cactus floreaban sobre las piedras -nos va contando el poeta-. Jugábamos ahí; recuerdo que una vez descubrimos una colmena y nos correteó el enjambre, y bajamos a toda carrera, tropezándonos. Y como nos manchamos de verde, de ese imborrable verde, nos libramos de las abejas, pero no de una tanda en casa… En vacaciones salíamos a explorar por todos los vericuetos de las dunas y entonces me caí sobre los tubos del reservorio de agua y me rompí el brazo; desde allí le tuve miedo al cerro. Pero durante el reposo del brazo roto, leí las fábulas de Esopo. Tenía 6 ó 7 años. Me curaron a punta de Calcioral. Por eso no tengo una sola muela picada”, ríe el poeta a mandíbula batiente. Nació en Ica. A sus 35 años es un hombre alegre, de tierno corazón.

Esto, a pesar que la relación con su padrastro no fue del todo buena, una especie de relación amor/odio, aunque nunca hubo un reemplazo del padre, a quien encontró de pura casualidad en la plazuela que queda al lado del Hospital Dos de Mayo cuando Domingo tenía ya 20 años. “Yo no lo conocía prácticamente y el reencuentro no fue nada emocionante. Sólo sentí la curiosidad de saber quién era, cómo era, porque mi madre había influido mucho en mí. No lo vería sino cinco años después, cuando fui a ver a mi hermana Eva, la mayor, que vivía en Comas. Aunque mi madre ha sido en verdad todo mi universo, la que me llenó la falta paterna. A ella le debo toda mi formación”.

El colegial militante y activista

Pasa a secundaria e ingresa al Colegio Nacional Mixto San Juan, un colegio modelo con laboratorios de física y química, con taller de metal-mecánica provisto de fresadora, torno y todo lo necesario. Eso gracias a los módulos húngaros que la desidia de las autoridades de turno no podía a funcionar. Porque para que funcionen se tuvo que dar una huelga con toma de local y todo por cerca de tres meses, con asambleas de alumnos, padres de familia, profesores y autoridades a veces en conjunto. “De ahí mi vinculación con los estudiantes de 4to. y 5to. año, con quienes nos íbamos a leer a Carlitos Marx, a estudiar El Manifiesto, en los famosos Círculos de Estudio. Por primera vez entendí la realidad y a partir de ello me hice ateo. A mi madre nunca le dije nada de eso. Como mi padrastro era accionpopulista carnetizado, escondía esa lectura bajo la cama. Claro que también era por llevarle la contra, por un cariño que no se daba fluidamente. Como todo chiquillo era rebelde y me enfrentaba en el colegio a los auxiliares de educación y sacaba pésimas notas en conducta. La verdad es que a las autoridades no les gustaba ver a un mocoso de 1er. año de media con los líderes y activistas de 5to. año, por eso me marcaron”. Lo visitaban líderes de otros colegios para solidarizarse con sus reclamos. Oradores de Melitón Carbajal, del Ricardo Bentín, del Pedro A. Labarthe. Todo eso pasó. Al año siguiente le hicieron un “traslado” de colegio. Pero era una velada de expulsión por sus actividades.

Pasa al Colegio César Escobar -nombre de un niño héroe de la guerra con Chile- una especie de semilla de maldad, donde recalaban los expulsados de Villa El Salvador, Villa María del Triunfo y otros pueblos jóvenes de los alrededores. “Allí iban los más, más pendejos, los choritos, los residuos de los demás colegios. Fueron dos años en la Siberia”, confiesa Domingo rascándose la cabeza. Él se enfrenta a la profesora de religión, quiere debatir cosas con ella, pero los profes eran los peores del Perú. Arma ruedos en el patio a la hora de recreo para debatir como antes se hacía de política en la Plaza San Martín. Los auxiliares disuelven los ruedos a palazos. Entonces asiste a otros ruedos; los tonos maleados, las experiencias con las drogas, con los fármacos, con el alcohol, las tiradas de vaca en mancha, las broncas de salón contra salón por las puras. Por suerte, esa fase sólo dura hasta 3ero. de media.

Vuelve al Colegio San Juan para el 4to. y 5to. y la militancia, ahora sí en serio, lo salva de la anterior caída. Pero también lo recibe una huelga del Sutep. Y, mala suerte, no puede utilizar de inmediato los ya activados módulos húngaros. Se forma el Comité Coordinador Unificado del Movimiento Estudiantil Secundario (CUMES) y es nombrado secretario general de la base Mixto San Juan. Organizan una marcha hacia Lima los colegios de la zona. Son días de efervescencia. Domingo ha asistido al local del Sutep en el jirón Lampa. Está preparado como líder. Pero la masa rebasa todo y se incendian tres ómnibus. Llega el Ejército. Desde un camión apuntan con sus FAL. Me está enseñando la esquina donde cayó su amigo. Jhony Peñaranda se llamaba. Para él escribe Caída de un adolescente, que la revista Kloaka Internacional le publica en una plaqueta en 1987. Domingo se ha tirado al suelo, junto con otros estudiantes, y la bala del FAL fue para Jhony: “El hombre que yace aquí entre nosotros / con su rostro de tierra y sus costillas de barro / apareó con la muerte / aquí con el corazón destrozado / caído en la mañana”.

¿El resto? El frustrado I Encuentro de Estudiantes Secundarios del Perú, cuando la policía rodea San Marcos, local donde se realizaba, y reda a medio mundo. Después, ya deja al colegio, conforma la Asociación de Postulantes a San Marcos. Ingresa a Sociología. Conoce a los poetas Gonzalo Espino, Roger Santivañez, José Antonio Mazzotti, y se desengaña de los políticos. Viene el Grupo Kloaka, la calle Quilca, La reja, Queirolo. El 84 muere Kloaka. Pero ya Domingo, que empezó leyendo a Rubén Darío y Chocano para hacerse poeta y publicó por primera vez en la vitrina de la Asociación de Propietarios de San Juan, ha sido ganado por la poesía. Para muestra, estos nuevos botones, aunque de vieja chamarra impregnada de humo…

Publicado en revista . Lima: 22 de abril de 1996, pp. 44-47.

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