lunes, 4 de enero de 2010

Heraud recobrado

ESTACIÓN REUNIDA

El Comercio
29 de junio de 2008NUEVA EDICIÓN DE UN LIBRO ESENCIAL

Por Diego Otero

Luego de mostrar los primeros frutos de sus acuciosas investigaciones y sus experimentos en torno a la obra de Luis Hernández -una obra que es reveladora en su propia condición fragmentaria y semi clandestina-, el poeta Edgar O'Hara entrega ahora, gracias al compromiso y el buen olfato de la editorial Mesa Redonda, otra pieza crucial de la génesis de lo que hoy conocemos como Generación del sesenta (esa de los poetas cosmopolitas y vitales, y de Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza como iconos ineludibles): el libro Estación Reunida, de Javier Heraud, el poeta limeño fallecido a los 21 años.

Es curioso, y esto parece tenerlo O'Hara muy presente, pero el destino de Hernández y Heraud no está emparentado solo por ese breve "estudio poético" concebido en conjunto -atestiguado en los Viajes imaginarios, el otro poemario de Heraud que se acaba de editar como libro independiente-, ni por las trágicas (y en cierta forma antagónicas) conclusiones de sus vidas, sino sobre todo por el hecho de que a inicios de los sesenta Heraud y Hernández eran las voces más prometedoras de la nueva poesía peruana; los más cultos, los más tenaces, los más brillantes.

La tesis de O'Hara es simple e inapelable: las ediciones previas de la poesía de Javier Heraud (publicadas en 1964 y 1973) arrastran demasiadas interferencias biográficas y políticas, de modo que al costado de auténticos hallazgos líricos -como El Río o ciertos episodios de El viaje, el poemario que precede a Estación Reunida- hay una serie de "poemas comprometidos", como los llama O'Hara, que no permiten apreciar las bondades estéticas de una obra orgánica, coherente, sorprendentemente madura en muchos sentidos y, sobre todo, plagada de episodios altos.

Estación Reunida es, en efecto, el momento más logrado de la poesía heraudiana. Es un libro que abarca diversas zonas de la experiencia, y que sabe ser enigmático y sugerente. Desde sus versos iniciales ("Nos prometieron la felicidad / y hasta ahora nada nos han dado") Estación reunida plantea un eje temático ambiguo, de signos abiertos y afilados, en el que el otoño es la estación de lo que no se posee: el sosiego contemplativo, el espacio de reflexión y la piedad, pero también la estación de todo lo que encarna un cambio (¿social?), una transformación (¿política?), un viaje (¿moral?).

En Estación reunida hay una sorprendente asimilación de ciertas estrategias shakespereanas, como ese lirismo aguzado y preciso, que sabe sembrar interrogantes y pulsar fibras comunes. También empiezan a aparecer una serie de intuiciones narrativas, corales, dialógicas, producto de atentas lecturas de ciertos autores sobre los que se fundarían, al poco tiempo, las tendencias dominantes en la generación, como T.S. Eliot. Así, Estación reunida es un libro cuya gravitación tiene que ver con su capacidad para intuir las estrategias formales que la experiencia de su época demandaba. Estación Reunida es un libro que abre brecha, que propone rutas, que ofrece llaves; del mismo modo en que, pocos años después, lo haría Las constelaciones, de Luis Hernández.

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