miércoles, 6 de enero de 2010

Hacia el diálogo


El Comercio
03 de enero de 2010
Por: Albert Camus

Sí, sería necesario alzar la voz. Hasta el momento me he negado a apelar a las fuerzas de sentimiento. Lo que nos oprime hoy es una lógica histórica que hemos creado de pies a cabeza y cuyos nudos acabarán por ahogarnos. No es el sentimiento el llamado a cortar los nudos de una lógica que desatina, sino solo una razón que razona dentro de límites por ella conocidos. Pero tampoco quisiera hacer creer que el porvenir del mundo puede prescindir de nuestro poder de indignarnos y de amar. Sé perfectamente que los hombres necesitan grandes móviles para ponerse en movimiento y que es difícil lanzarse a un combate cuyos objetivos son tan limitados y en el que la esperanza tiene un lugar muy poco razonable. Mas no se trata de arrastrar a los hombres. Lo esencial, por el contrario, es que no sean arrastrados y que sepan bien lo que hacen.

Salvar lo que aún puede ser salvado para hacer posible el futuro: he aquí el gran móvil, la pasión y el sacrificio demandados. Ello exige únicamente que se reflexione sobre el problema y se decida con toda claridad si es preciso aumentar todavía el dolor de los hombres por fines indiscernibles, si hay que aceptar que el mundo se cubra de armas y que el hermano mate al hermano nuevamente; o si es preciso, por el contrario, ahorrar tanto como sea posible la sangre y el dolor, tan solo para dar su oportunidad a otras generaciones que estarán mejor armadas que nosotros.

Por mi parte, creo estar casi seguro de haber elegido. Y habiendo elegido, me ha parecido que debía hablar: me ha parecido que debía decir que nunca seré de aquellos —sean los que fueren— que se avienen con el crimen, y extraer de esta afirmación las consecuencias necesarias. Esto ya lo he hecho y por hoy no necesito decir más. Pero de todas maneras quisiera que se viese claramente con qué espíritu he hablado hasta hoy.

Se nos pide amar o detestar a tal o cual país, y a tal o cual pueblo. Pero somos de aquellos pocos que sienten demasiado bien sus semejanzas con todos los hombres para poder aceptar tal elección. El modo adecuado de amar al pueblo ruso, en reconocimiento de lo que nunca ha dejado de ser, esto es, la levadura del mundo del que hablan Tolstoi y Gorki, no es desearle las aventuras del poder, sino ahorrarle después de tantas pruebas pasadas, una nueva y terrible sangría. Ocurre lo mismo con el pueblo americano y con la desgraciada Europa. Son estas verdades fundamentales las que se olvidan en los furores de la hora.

Sí, lo que hay que combatir hoy es el temor y el silencio y, con ellos, su inevitable consecuencia, la separación de los espíritus y de las almas. Lo que hay que defender es el diálogo y la comunicación universal entre los hombres. La servidumbre, la injusticia, la mentira, son flagelos que rompen esta comunicación e impiden este diálogo. Por ello debemos rechazarlos. Pero estos flagelos son hoy día la materia misma de la historia, de allí que muchos hombres los consideren males necesarios. Es verdad que no podemos escapar de la historia porque estamos hundidos en ella hasta el cuello. Pero es posible luchar dentro de la historia para preservar aquella parte del hombre que no le pertenece.

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