La República
Dom, 24/01/2010
Por Luis Jaime Cisneros
Bueno es meditar sobre la manera con que la escuela tiene que hacer frente al conocimiento en esta hora en que la globalización parece cubrir todas las perspectivas y en que los atractivos electrónicos parecen haberse convertido en competidores de la tarea escolar. Para empezar, debemos enfrentar la realidad con inteligencia, que es el arma esencial del ‘homus dialogicus’. Y debemos estar conscientes de que esa es la nueva realidad pedagógica.
Lo que los programas de televisión y los numerosos recursos de Internet pueden suministrar (y hasta en grados de excelencia) es información y nada más que información. Pero el objetivo fundamental de la escuela es entrenar para buscar y adquirir el conocimiento. Para lograr su cometido, la escuela ofrece instrucciones para aprender a buscarlo y para analizar las distintas etapas de tal aprendizaje. Mientras todavía muchos creen que el secreto del éxito lo tienen los libros, que aseguran la verdad (y doy fe de que así fue en mi época escolar), la escuela debe empeñarse en que los alumnos se ejerciten, a partir de lo que el libro dice, en discutir y analizar el qué y el porqué de cuanto se lee. Esto obliga a reconocer que además de servirse de la memoria es necesario convocar a la inteligencia, y valerse del provecho de todo lo anteriormente leído, para arriesgar el análisis de los textos. Si no analizamos el porqué y el cómo de todo avance, no estamos encaminados en la búsqueda del conocimiento.
No se trata de la ingenua creación de un curso de Crítica, que sería absurdo. La crítica no es un método que la escuela debe ofrecer. Es una actitud de la inteligencia que el alumno debe aprender a asumir, ejercitándose fundamentalmente en la lectura y el análisis de lo leído. Sin esa lectura, no hay posibilidad de pensar en una actitud crítica. Tampoco es función de la escuela crear ‘críticos’. Lo que hay que crear es buenos lectores: lectores profundos. La condición esencial para asumir una actitud crítica es haber comprendido el texto leído. Lo que a la escuela le interesa es que seamos capaces de comprender los textos más difíciles.
A la escuela corresponde explicarle al alumno que el progreso actual de las técnicas y las ciencias es fruto de la investigación. Y debe explicar asimismo que el triunfo de la investigación se debe a que todas las ciencias han descubierto que entre todas ellas había vasos comunicantes que explican por qué hoy se habla de interdisciplinariedad. Esa explicación es necesaria para que el alumno comprenda que en cada disciplina ha sido la actitud crítica la que incentiva el estudio y la investigación. Y que el fruto de ese esfuerzo intelectual asegura el progreso científico y tecnológico.
Ciertamente todas las disciplinas que a la escuela toca entrenar al estudiante no se prestan para eso. Por ahora, me parece que se prestan magníficamente para este entrenamiento los cursos de Literatura, Filosofía, Ciencias Sociales (para abrirse a la formación cívica). Si en los próximos años lo hemos puesto a prueba, estaremos en buen camino.
Cuando alguien me pide ilustrar con un ejemplo estas ideas, pongo el caso siguiente. Leo un fragmento de teatro: o un pasaje de La Dorotea o un pasaje de Bodas de Sangre, de García Lorca. Y pongo el texto leído abierto al criterio de los estudiantes. Eso los ayuda a descubrirse ‘lectores’ de verdad. Ese primer aspecto de ‘actitud crítica’ lo refuerzo de inmediato con la lectura de dos o tres juicios sobre el texto leído. Los alumnos descubren algún tipo de coincidencias con sus exposiciones, lo que ayuda a que se reconozcan ‘lectores de verdad’.
Al descubrir que un texto puede decir más de lo que aparenta su lectura descuidada, el alumno refuerza su capacidad de penetrar, con ayuda de la inteligencia, en el mundo del conocimiento. Y nosotros vamos a ayudándole a perfilar su actitud crítica. Se trata de comprobar que uno es capaz de comprender un texto aparentemente difícil si acierta con una correcta lectura. José Miguel Oviedo escribió: “Un crítico es un lector profesional que convierte lo que lee en un nuevo texto como parte de una tarea u oficio habitual”. La afirmación es válida y valiosa.
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